Guillermo Saccomanno: «Nadie es inocente»
Guillermo Saccomanno declina hablar de Milei. No lo hace por carecer de una opinión, sino porque evita mencionar malas palabras, las de mayor bajeza. Prefiere hablar de literatura, de cómo se construyen los territorios propios de la novela y que intentar huir del pensamiento adocenado, trillado por la repetición de lugares comunes. La entrada Guillermo Saccomanno: «Nadie es inocente» aparece primero en Zenda.

Guillermo Saccomanno declina hablar de Milei. No lo hace por carecer de una opinión, sino porque evita mencionar malas palabras, las de mayor bajeza. Prefiere hablar de literatura, de cómo se construyen los territorios propios de la novela y de intentar huir del pensamiento adocenado, trillado por la repetición de lugares comunes. El autor, que trata de mantener a raya el egocentrismo, que es consciente de que el hombre es una partícula diminuta en el curso del tiempo y las épocas, defiende una ética del trabajo literario y ha intentado erigir un pueblo imaginario en Arderá el viento, Premio Alfaguara de novela. Una villa a la que llega una familia de noble alcurnia europea. Su asentamiento allí sacará a la luz las bajezas del ser humano y dará pie a sacar a la luz todas relaciones que quiebran una sociedad y la hacen sucumbir: la pasión, el dinero, los intereses, las corruptelas.
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—¿Por qué los Esterhazy?
—Hay algo que siempre me ha interesado en la literatura, que son las novelas familiares y de los pueblos. La posibilidad de contar desde el nosotros. Y También está el otro lado, el de la posibilidad de la creación de una familia. Si uno piensa en las grandes familias que ha dado la literatura, puede encontrar algo estimulante en ellas para explorar cómo se perpetúan personalidades comunes que son constantes, obsesiones centrales y, también, cómo en todas se dan una serie de tradiciones, de canalladas, vilezas, vicios y virtudes. La familia es un territorio para indagar. Pensemos en Los hermanos Karamazov, una de mis novelas favoritas. Siempre me han gustado estas propuestas corales, por qué uno traiciona a una mujer, otro se entrega al desfalco, hay quien es asesinado, y todo eso sucede al mismo tiempo. La ambición del escritor es dominar el destino de todos esos personajes, pero a la vez. Y también está, por supuesto, la creación de un pueblo, que sirve de un territorio propio para todas las tramas posibles, como hice en Cámara Gesell, que ganó el premio Hammett, que era policial, aunque no era un policial, pero sí un novelón de 500 páginas donde entraba todo. Eso te permite ser dueño de un territorio.
—Una novela sobre la corrupción humana.
—Nadie es inocente. Esta es la verdad. Existe, como decía San Juan de la Cruz, la búsqueda de la luz en la noche oscura del alma, pero esa noche oscura del alma nos comprende a todos. Nosotros hacemos un molde, pero después tratamos de extralimitarnos. La sociedad, la familia, te impone una normativa, pero luego nacen los deseos, lo reprimido. Hay tres elementos que hacen funcionar esto: el sexo, el poder y el dinero. Alrededor de esta ecuación gira el destino del hombre.
—La familia protagonista es culta. ¿El arte ayuda?
—El arte no hace mejor a nadie. El arte no cura. No seamos tan inocentes ni nos demos ahora de virtuosos. Solo nos ayuda a sobrellevar nuestras desgracias. A través de literatura de evasión no se puede escapar del sistema capitalista, que es un invento humano. Primero no sabemos qué queremos decir cuando mencionamos la palabra arte. Es una palabra contaminada. Hay curadores. ¿Qué es eso? Si el arte cura, para qué necesitamos curadores (risas). El arte solo nos ayuda a comprender quiénes somos. Cuando un nazi le preguntó a Picasso si él había hecho el Guernica, el pintor respondió: “No, eso lo hizo usted”. Está bien. Tampoco es nuevo lo que hago, esto lo ha hecho ya Onetti antes que yo, en Los adioses, en esa historia de amor contada por las voces del pueblo de quienes se juntan en el bar. Desde ahí se ve la historia y es interesante el procedimiento literario.
—Este pueblo…
—Es un trasunto de la sociedad. Es una metáfora de nuestro tiempo. Podrías preguntar a Faulkner si su pueblo imaginario es real. A lo mejor no, pero seguramente funciona como uno real.
—¿Una sociedad sin unas moralidades se descalabra o quiebra?
—Pero detrás de eso existe otro fenómeno: casi todos los países hemos tenido dictaduras. En España una larga, no menos cruenta que la nuestra, que fue una de las más sanguinarias de América Latina. Un país que ha tenido campos de concentración tiene el corazón comido por los gusanos, porque eso ha significado que ha tenido cierta complicidad de la población civil. Eso es tremendo. En España sucedió, como en Argentina, con su dictadura. No se puede mirar hacia otro lado. La sociedad argentina respaldó, avaló y propulsó la dictadura militar. Todos los partidos políticos, estuvieron pidiendo que cayera Allende. En esto entra en juego también la lucha de clases, el empresariado financiero, las corruptelas, la dictadura… No se puede pensar de otro modo. Está a la vista. España tiene un gobierno democrático, pero gobiernan las empresas, las multinacionales. Si quieres derribar un gobierno, donde tienes que dar el golpe de Estado es en el fondo monetario internacional, no al gobierno. Lo de Ucrania y Rusia, más que con el nacionalismo, tiene que ver con el dinero. En unos y en otros, y también en Trump.
—La tentación del dinero.
—Es real, no la puedes eludir, y tiene que ver con el deseo y el poder de cumplir con esos deseos que se anhelan. Hay una obstinación, una fuerza de voluntad para obtenerlos. A poco de comenzar sus Confesiones, San Agustín asegura que somos tierra y ceniza. Esa es la respuesta. Nos creemos que vamos a ser eternos. Vivo frente al mar. Paso mucho tiempo solo frente a él. Cuando lo miras y es invierno, no hay turistas, te sientes tan solo, tan poca cosa… Somos nada, somos partículas diminutas flotando en el espacio, lo que no implica que no tengas compromisos en la vida, que no se crea en la Justicia, en los principios de la ética, más que de la moral, porque la ética es personal.
—El vínculo de la prensa con el poder… es uno de sus pecados.
—El tema de la prensa, los vericuetos del poder, la dificultad de decir la verdad… Estamos todos esperando que la prensa tenga la entereza de contarla, como lo hizo Svetlana Alexiévich, la premio Nobel, que contó el fin del imperio soviético; o Kapuściński, o Truman Capote, Walsh… Son modelos de periodismo idealizado, como el de Hemingway. El periodismo le debe mucho a la literatura. No creo en los periodistas televisivos, me chupan un huevo, son impostores; el periodismo es escrito, que es donde hay una responsabilidad del sujeto firmante. Creo también en algunos corresponsales de guerra. Todo buen periodista debe andar con un detector de mierda todo el día. Es la función del periodismo: meter el dedo donde nadie lo mete. Habría que tener el periodismo separado de los intereses del poder, porque muchos diarios pertenecen a grandes empresas, y entonces te preguntas de qué hablamos cuando hablamos de objetividad. La literatura, la ficción, está más cerca, en este sentido, de la realidad, porque la escritura que se pretende realista cuenta y desenmascara más lo que sucede. Me interesa la literatura que perturba, la que molesta, la que incordia.
—El entramado de intereses mutuos entre narco, política y policía. Está claro.
—No es un tema de miniseries. Es real. Ocurre en su país, en mi país y en el mundo. El asunto no es de la droga, es un asunto de negocios. Los narcos quitan y ponen gobiernos. Los crímenes que se cometen son abominables. Dominan aldeas, ciudades, pueblos.
—Hitler y Lenin sacaron el mal que las masas reprimen. ¿Estamos en ese periodo de nuevo?
—No se pueden santificar las masas y los pueblos. Si uno mira el Estados Unidos que no sea el de la CNN, encontraríamos el Estados Unidos de Faulkner, el que reflejó en su literatura, su arte, su narrativa. Nos encontraremos los parámetros con los que se mueve esa sociedad. Los personajes de Faulkner parecen demoniacos, pero son naturales. Esa es la sociedad norteamericana. Hice la Ruta 66, y cuando uno la hace y ve por ahí a las milicias pronazis y el cultivo de las armas, te das cuenta de que Trump es un fenómeno social que viene de esas aristas, viene de la violencia de Faulkner. Si recorres Estados Unidos verás que las rutas están transitadas por enormes casas rodantes que circulan de un lado a otro. Esos aglutinamientos de casas rodantes, de blancos pobres, si los viera la gente, tantos en muchos países que adoran el fenómeno norteamericano… Pero no lo han visto. Estamos en unas sociedades en las que tenemos más muertos vivientes en las calles que antes.
—«Lo colectivo protege al asesino».
—Es donde se refugia el asesino, en la sociedad, que es quien lo apoya. Por supuesto que hay condiciones específicas, no todo es responsabilidad pública, pero hay una cosa propiciadora, porque si hablamos de una sociedad envenenada, porque es asesina, porque depreda, porque descuida la salud y la educación de los ciudadanos… No se pueden dejar de considerar estos factores. No estoy justificando ningún crimen, sino que creo que estas causas ayudan a comprender lo que sucede.
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