El duelo
Entre las novelas 'Los seres felices' y 'Tiempo de vida' transcurrieron cinco años. Con ellos el desgaste, la enfermedad y la muerte de un padre, el pintor Juan Giralt, cuya historia nos entregó su hijo Marcos Giralt , tejida a la suya. En aquel sobrecogedor libro, el escritor no pretendía ser confesional, ni autobiográfico. No pretendía nada excepto la propia literatura. La suya era una prosa sencilla, directa y poderosa, hecha de las puras palabras del duelo. ¿El duelo? Sí, esa hélice de aire que deja la vida cuando se marcha, ese último aliento que sobrevuela una habitación cuando alguien, al fin, descansa. Pienso en las páginas de 'Tiempo de vida' bajo el sol de una mañana de primavera. Pienso en aquella historia ante la urna metálica donde reposan las cenizas de mi propio padre, Carlos Sainz Muñoz , hijo de republicanos españoles que nació en Barcelona, rumbo a Francia, y murió en Madrid hace ya tres días. Mi padre, español de nacimiento y venezolano de elección. Mi padre, que llegó al Puerto de la Guaira en 1947 con nueve años y un español inexperto. En la Francia de Vichy, el español sería el menos pertinente de los idiomas. Exiliado desde muy pequeño, el tiempo de vida de mi padre transcurrió a ambos lados del Atlántico: entre la España a las que sus padres no quisieron volver y la Venezuela a la que algunos de sus hijos no podemos regresar. De sus años en Pessac, el pueblo a siete kilómetros de Burdeos donde mi padre creció con la prohibición de cantar la 'Marsellesa', mi padre conserva recuerdos deshilachados, inconexos, memorias de guerra. Muy vivos en su corazón, sin embargo, casi impresos con el fuego de quien elige, permanecieron las estampas de Venezuela esa tierra que no era suya, pero tierra suya acabó siendo; el país donde contrajo matrimonio con una mujer extraordinaria y donde dio crio cuatro hijos; aquella de la que fue despojado —siento, papá, no haber podido recuperar de manos de la Revolución la hacienda que tanto amaste— y que mantuvo en su memoria hasta la última exhalación. Nuestro tiempo de vida, papá, como el de aquel libro de Marcos Giralt, es el trasiego. Es esta mañana de marzo. Es este sol que nos cubre. Es este duelo que nos envuelve.
Entre las novelas 'Los seres felices' y 'Tiempo de vida' transcurrieron cinco años. Con ellos el desgaste, la enfermedad y la muerte de un padre, el pintor Juan Giralt, cuya historia nos entregó su hijo Marcos Giralt , tejida a la suya. En aquel sobrecogedor libro, el escritor no pretendía ser confesional, ni autobiográfico. No pretendía nada excepto la propia literatura. La suya era una prosa sencilla, directa y poderosa, hecha de las puras palabras del duelo. ¿El duelo? Sí, esa hélice de aire que deja la vida cuando se marcha, ese último aliento que sobrevuela una habitación cuando alguien, al fin, descansa. Pienso en las páginas de 'Tiempo de vida' bajo el sol de una mañana de primavera. Pienso en aquella historia ante la urna metálica donde reposan las cenizas de mi propio padre, Carlos Sainz Muñoz , hijo de republicanos españoles que nació en Barcelona, rumbo a Francia, y murió en Madrid hace ya tres días. Mi padre, español de nacimiento y venezolano de elección. Mi padre, que llegó al Puerto de la Guaira en 1947 con nueve años y un español inexperto. En la Francia de Vichy, el español sería el menos pertinente de los idiomas. Exiliado desde muy pequeño, el tiempo de vida de mi padre transcurrió a ambos lados del Atlántico: entre la España a las que sus padres no quisieron volver y la Venezuela a la que algunos de sus hijos no podemos regresar. De sus años en Pessac, el pueblo a siete kilómetros de Burdeos donde mi padre creció con la prohibición de cantar la 'Marsellesa', mi padre conserva recuerdos deshilachados, inconexos, memorias de guerra. Muy vivos en su corazón, sin embargo, casi impresos con el fuego de quien elige, permanecieron las estampas de Venezuela esa tierra que no era suya, pero tierra suya acabó siendo; el país donde contrajo matrimonio con una mujer extraordinaria y donde dio crio cuatro hijos; aquella de la que fue despojado —siento, papá, no haber podido recuperar de manos de la Revolución la hacienda que tanto amaste— y que mantuvo en su memoria hasta la última exhalación. Nuestro tiempo de vida, papá, como el de aquel libro de Marcos Giralt, es el trasiego. Es esta mañana de marzo. Es este sol que nos cubre. Es este duelo que nos envuelve.
Publicaciones Relacionadas