Virginia Woolf y la extrañeza de estar vivos
Casi un siglo después de haber sido concebida esta novela, adentrarnos de nuevo en las procelosas aguas de Orlando: una biografía (1928; Cátedra ediciones, 2024; Traducción de Bernardo Santano Moreno) supone aferrarnos a un salvavidas literario que nos rescata de nuestra iletrada actualidad. Condicionado por la inmediatez, se abre ante nosotros un diario de supervivencia... Leer más La entrada Virginia Woolf y la extrañeza de estar vivos aparece primero en Zenda.

Imposible no releer este clásico con un espíritu omnicomprensivo que abarca todas las épocas: “A Orlando le gustaban los lugares solitarios, las vistas panorámicas, y sentirse por siempre, por siempre jamás en soledad”. Un acceso progresivo a la compasión nos invita a encarnar las diferentes personalidades de aquel al que “algún ciego instinto, ya que había sobrepasado toda razón, debió llevarlo por la orilla del río en dirección al mar”.
Condicionado por la inmediatez, se abre ante nosotros un diario de supervivencia que hace frente a inclemencias imaginarias del protagonista homónimo, tan reales como la vida misma: “Nuestra obligación”, afirma la autora, “es exponer los hechos en la medida en que se conozcan y que el lector saque así sus propias conclusiones”.
Registro privado de las luchas físicas y los metafísicos anhelos de la británica Virginia Woolf (Londres, 1882-Lewes, Sussex, 1941), lo que leemos supone un lamento a tiempo real que evoca el pasado repentinamente inalcanzable de un “individuo anónimo sobre el que se derrama una misericordiosa impregnación de oscuridad. Nadie sabe a dónde va o de dónde viene”.
Acudimos a esta reedición, casi cien años después, ahogados por la experiencia del siglo XXI, cuando “hemos hecho todo lo posible por completar un mínimo resumen a partir de los fragmentos carbonizados que se conservan; pero con frecuencia ha sido necesario especular, hacer conjeturas e incluso poner en funcionamiento la imaginación”.
Los anhelos de la escritora anglosajona por plasmar ese presente que pronto deviene un pretérito plagado de amigos y amantes desaparecidos agregan tensión a cada pensamiento, a cada recuerdo que asola al actor principal, consciente de que “cada cual busca la tranquilidad y la sumisión antes que el triunfo de la exaltación de la virtud”.
Singular el grito del interlocutor, transgresores sus esfuerzos por crear significado de lo abstruso, redundante en una claridad tan característica como conmovedora que la novelista de La señora Dalloway (1925), de cuya edición se cumple un siglo en 2025, evoca: “Era hombre; era mujer; conocía los secretos, compartía las debilidades de ambos”.
Redunda la sugestión en los bordes oscuros de los cuentos de hadas que Orlando se cuenta a sí mismo, para denunciar, de paso, la forma en que nos atormentan. Se crea con todo ello una obra de extraordinario alcance, en una era, como la nuestra, en que “todo era oscuridad; todo eran dudas; todo era confusión. El siglo XVIII había terminado; daba comienzo el XIX”.
Rotos, los argumentos son fantasmas que deambulan a través de las sombrías avenidas de la remembranza letrada: “Durante todos esos cambios [Orlando] se había mantenido la misma (…) Sentía el mismo amor por los animales y la naturaleza, y la misma pasión por el campo y las estaciones”.
Se desmorona y muta la identidad central en identidades adyacentes, tan inquietantes como exclusivas, instándonos a reconocernos en cada alternativa: “Las palabras se precipitaron y reverberaron como halcones salvajes (…) fueron dando vueltas hasta que se estrellaron y cayeron al suelo en una lluvia de fragmentos”.
En su prisa por hallar sentido a lo que no tiene (o por emerger de su propia perplejidad), la elucubración de la ensayista de Una habitación propia (1929) mitifica su peripecia en las circunstancias irreversibles de “un sueño tan profundo que todas las formas quedan trituradas en un polvo de infinita finura”.
Propicio a la posteridad, un cambio de fortuna tan dramático como grotesco se convierte, en manos de la modernista anglosajona de principios del siglo XX, en un escenario intrínsecamente avieso, donde “todo era espectral. Todo era quietud. Todo estaba iluminado como para la llegada de una reina muerta”.
Transcurrido casi un siglo de Orlando, sigue siendo un relato imperecedero sobre cómo nos vemos obligados a enfrentarnos a cambios tan repentinos como sorprendentes: “¿Se trata de una novela, una fantasía, acaso de una alegoría, o, como ha señado Nigel Nicholson “la carta de amor más larga y encantadora de la literatura” [a la poeta y novelista inglesa Vita Sackville-West]?”.
Así se cuestiona en el prólogo el profesor titular en la Universidad de Extremadura Bernardo Santano Moreno. El héroe/la heroína woolfiana rebosa de nostalgias, mientras su corporeidad alternativa le otorga nuevos enfoques, renovadas formas de escucha. El resto del elenco se reconstruye a su alrededor reflejado en esa inquietante armonía.
A medida que Orlando se adentra en sí mismo, la narración es al mismo tiempo prisión y plan de fuga, “plagado de detalles personales”, concluye el traductor de Shakespeare, Faulkner o Blake en las palabras previas, “de anécdotas, referencias y guiños que únicamente Sackville-West y Woolf conocerían”.
El estado de desintegración asistida o de libre reintegración en el cosmos que promulga la prosista de Al faro (1927), nos encuentra participando en estas improbables conversaciones con lo que nos rodea, experimentando alegría con la cotidianeidad, encontrando nuevas formas de empatía a base de meditar acerca de la extrañeza de estar vivos.
—————————————
Autora: Virginia Woolf. Título: Orlando. Traducción: Bernardo Santano Moreno. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros.
La entrada Virginia Woolf y la extrañeza de estar vivos aparece primero en Zenda.