La saturación turística autoinfligida

Por supuesto, no es opinable que el número de turistas en Baleares ha crecido notablemente en los últimos veinte años, pese a todo el palabrerío de los políticos en sentido contrario. Porque les recuerdo que ya en los años noventa todos los partidos nos habían prometido que habíamos tocado techo. Sin embargo, al margen de […]

Mar 16, 2025 - 12:11
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La saturación turística autoinfligida

Por supuesto, no es opinable que el número de turistas en Baleares ha crecido notablemente en los últimos veinte años, pese a todo el palabrerío de los políticos en sentido contrario. Porque les recuerdo que ya en los años noventa todos los partidos nos habían prometido que habíamos tocado techo. Sin embargo, al margen de ese incremento, hay una saturación que hemos creado nosotros porque, no lo duden, si no hubiera aumentado ni un turista, también notaríamos más presencia de visitantes, por los siguientes motivos.

Desde siempre, los turistas de Baleares se confinaban casi exclusivamente en las zonas turísticas. A ningún ciudadano local le molestaba que Peguera o Cala Millor, por ejemplo, estuvieran a rebosar de visitantes porque los locales siempre hicimos nuestra vida en paralelo, sin preocuparnos por esos entornos prácticamente dedicados sólo al turismo. Nosotros no compartíamos bares ni restaurantes con ellos. Ni en Palma, siquiera, donde los turistas sí acuden, pero iban a sus áreas.

Nuestra sorpresa, la que genera esa sensación de saturación, surge ese día en que descubrimos que los turistas están durmiendo en el rellano de casa; que el jardín del fondo está invadido de extranjeros; que ya no hay plazas de aparcamiento en nuestra calle y que los que las ocupan son vehículos de alquiler.

Antes, Sineu, Campos o Valldemossa, fuera del horario diurno, eran puramente locales. Y durante el día, apenas había turismo. Ahora ya no. Ahora los turistas lo han invadido todo creando unas molestias que desconocíamos. Obviamente, eso se debe a que hoy toda casa particular es un hotel, lo cual cambia profundamente nuestra relación con el visitante.

En el aeropuerto esto es evidente: el enorme aparcamiento de autocares diseñado según las prácticas de finales del siglo pasado está hoy casi en desuso. Ahora ya no son mayoría los que se van a sus hoteles en autocares, sino que los visitantes acuden a su rent a car del aeropuerto y dejan la terminal en caravana, siguiendo las instrucciones de su móvil.

Antes, un autocar llevaba sesenta turistas a su hotel; hoy treinta coches salen del aeropuerto en fila, buscando las casas en las que se van a alojar. Si no hubiera habido aumento de visitantes, con este cambio de modelo habríamos salido perdiendo. Y agravando nuestra sensación de agobio, incluso sin un turista más.

Desde siempre, absolutamente desde siempre, en esos escasos días veraniegos en los que se nubla, los turistas piensan en viajar a Palma a hacer compras. Pero Palma, como Manacor o como Inca, son ciudades en las que nunca nadie organizó el tráfico. Es una selva. Miles de coches de turistas lo invaden todo sin que nadie restrinja el acceso, sin que haya aparcamientos disuasorios, sin que nadie haya diseñado procedimientos para días así. Que nadie se extrañe: aún hoy, los partidos de fútbol del Mallorca convierten en los alrededores de Son Moix en una selva, sin que seamos capaces de crear aparcamientos disuasorios con transporte colectivo obligatorio. Estamos en manos de inútiles que no sirven ni para copiar lo que está más que inventado.

Todos hemos visto ciudades europeas en las que es imposible entrar con coche, en las que hay aparcamientos en la periferia desde los cuales un autobús enlaza con el centro y, sobre todo, donde no hay escapatoria para el visitante, siempre a un precio desorbitado. Porque son estas cosas las que hay que cobrar y no el impuesto turístico, que es a cambio de nada. Lo que ha venido ocurriendo con el acceso a la carretera que lleva a Formentor es una muestra. Tan patéticos somos que el día que implementamos una medida modesta lo anunciamos en los paneles electrónicos de la Vía de Cintura, a setenta kilómetros.

Hay un factor más que incrementa esta sensación. El volumen de visitantes ha crecido y para atenderlos importamos mano de obra que busca viviendas donde las haya o, más exactamente allí donde los turistas aún no han llegado. O sea que, sea por turistas o sea por empleados para el turismo, hoy está todo invadido. Absolutamente todo.

Si alguna vez alguien hubiera planteado hacer viviendas en las zonas turísticas para estos trabajadores, podríamos haber paliado esta sensación. Pero eso hubiera despertado la sospecha de que los hoteleros además se hubieran beneficiado de alquilar viviendas, con lo que jamás lo contemplamos.

Todo este cúmulo de errores hace que, si Baleares tuviera hoy el mismo número de turistas que hace dos décadas, su impacto se notaría mucho más que entonces. Es el resultado de no tener a nadie al frente del negocio, de no tomar decisiones, de estar en manos de aprendices. ¿Hay alguien que se extraña de esto? Yo conocí muchos consellers de Turismo cuyas aptitudes simplemente eran inexistentes. Si no es el responsable de Turismo el que lidera esta gestión, quién lo va a hacer.