Podéis llamarme Tancredi

La versión que hizo Luchino Visconti de 'El Gatopardo', la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa , se estrenó en 1963. Duraba tres horas 25 minutos. Aquellas cortinas que vuelan fuera de las ventanas abiertas del palacio de Donnafugata . El soldado borbónico muerto como un Cristo bajo un árbol de frutos rojos. La belleza exagerada de Angélica. La decadencia del Príncipe de Salina. Su versión era inverosímil y bella, como una tarta de nata derritiéndose lentamente bajo el sol. En el mundo en el que Visconti ideó aquella versión cinematográfica de la creación lampedusiana había tiempo suficiente para ver un largometraje de 200 minutos y los aristócratas marxistas se dedicaban, entre otras cosas, a producir cine. Sí, aquel maravilloso conde de Lonate Pozzolo que dirigió a María Callas en 'La Traviata' convirtió a Burt Lancaster en la encarnación de la vieja Europa viendo entrar a trompicones una nueva y caudalosa versión de sus problemas. El síndrome Tancredi siempre se abre camino envejeciéndolo todo a su paso. Estrenada cinco años después de la salida de novela —que se publicó de manera póstuma en 1958—, esta versión que hizo Visconti de El Gatopardo incluyó al norteamericano Lancaster —una imposición, dicen, de la 20th Century Fox— como el Príncipe de Salina; al francés Alain Delon como Tancredi y a la italiana Claudia Cardinale como Angelica, hija de Don Calogero Sedàra, aquel prestamista y usurero de la burguesía en ascenso. Entre esa versión de Visconti y la que acaba de estrenar Netflix , creada por Richard Warlow y soberbiamente protagonizada por Kim Rossi Stuart, quien interpreta a Don Fabrizio Corbera, las diferencias apuntan más a un asunto de forma que de espíritu. La decadencia permanece intacta. En la Italia de 1860 se refleja el mecanismo de relojería más antiguo de todos: el caos que acude puntual cuando un mundo desparece y otro aún no cristaliza. Así como el Príncipe de Salina intenta preservar a su familia y su clase social de los tumultuosos cambios con la llegada de las tropas de Garibaldi, nosotros, habitantes de nuestra propia isla, veremos pasar (no sé si en Donnafugata) el verano de nuestra extinción. Nuestro tancredismo avanza, otra vez, sólo que al volante de un Tesla.

Mar 16, 2025 - 17:30
 0
Podéis llamarme Tancredi
La versión que hizo Luchino Visconti de 'El Gatopardo', la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa , se estrenó en 1963. Duraba tres horas 25 minutos. Aquellas cortinas que vuelan fuera de las ventanas abiertas del palacio de Donnafugata . El soldado borbónico muerto como un Cristo bajo un árbol de frutos rojos. La belleza exagerada de Angélica. La decadencia del Príncipe de Salina. Su versión era inverosímil y bella, como una tarta de nata derritiéndose lentamente bajo el sol. En el mundo en el que Visconti ideó aquella versión cinematográfica de la creación lampedusiana había tiempo suficiente para ver un largometraje de 200 minutos y los aristócratas marxistas se dedicaban, entre otras cosas, a producir cine. Sí, aquel maravilloso conde de Lonate Pozzolo que dirigió a María Callas en 'La Traviata' convirtió a Burt Lancaster en la encarnación de la vieja Europa viendo entrar a trompicones una nueva y caudalosa versión de sus problemas. El síndrome Tancredi siempre se abre camino envejeciéndolo todo a su paso. Estrenada cinco años después de la salida de novela —que se publicó de manera póstuma en 1958—, esta versión que hizo Visconti de El Gatopardo incluyó al norteamericano Lancaster —una imposición, dicen, de la 20th Century Fox— como el Príncipe de Salina; al francés Alain Delon como Tancredi y a la italiana Claudia Cardinale como Angelica, hija de Don Calogero Sedàra, aquel prestamista y usurero de la burguesía en ascenso. Entre esa versión de Visconti y la que acaba de estrenar Netflix , creada por Richard Warlow y soberbiamente protagonizada por Kim Rossi Stuart, quien interpreta a Don Fabrizio Corbera, las diferencias apuntan más a un asunto de forma que de espíritu. La decadencia permanece intacta. En la Italia de 1860 se refleja el mecanismo de relojería más antiguo de todos: el caos que acude puntual cuando un mundo desparece y otro aún no cristaliza. Así como el Príncipe de Salina intenta preservar a su familia y su clase social de los tumultuosos cambios con la llegada de las tropas de Garibaldi, nosotros, habitantes de nuestra propia isla, veremos pasar (no sé si en Donnafugata) el verano de nuestra extinción. Nuestro tancredismo avanza, otra vez, sólo que al volante de un Tesla.