Las últimas cartas del Requeté: Tinta y papel de corazones carlistas

Dios, Patria, Fueros y Rey habían sido las consignas entre las que habían nacido. Por ellas habían luchado sus abuelos y los padres de sus abuelos, con lo cual afrontar esta nueva confrontación suponía un deber moral, casi ancestral, como lo había sido combatir en las tres lides del siglo anterior. Se movilizaron 60.000 voluntarios en 42... Leer más La entrada Las últimas cartas del Requeté: Tinta y papel de corazones carlistas aparece primero en Zenda.

Mar 16, 2025 - 07:01
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Las últimas cartas del Requeté: Tinta y papel de corazones carlistas

Con el epíteto Los últimos cruzados se ha denominado a los tercios de requetés que lucharon en la Guerra Civil, porque la principal motivación por la que se levantaron fue la agresión a sus creencias religiosas.

Dios, Patria, Fueros y Rey habían sido las consignas entre las que habían nacido. Por ellas habían luchado sus abuelos y los padres de sus abuelos, con lo cual afrontar esta nueva confrontación suponía un deber moral, casi ancestral, como lo había sido combatir en las tres lides del siglo anterior. Se movilizaron 60.000 voluntarios en 42 tercios, de los que 6.000 nunca volvieron, y tuvieron una actuación decisiva desde el primer momento. En la guerra dieron el todo por el todo, y ellos considerarían que más que una guerra civil, era su cuarta guerra carlista.

"Enmarcada en dos prólogos de altura, la obra presenta la mejor y más completa historia epistolar cruzada entre un combatiente carlista y su esposa"

La llamada División Azul, presencia española en la Segunda Guerra Mundial, es el tema bélico del que más se ha escrito en la última década. El segundo ha sido la Guerra Civil. Pero frente al rigor y calidad de la bibliografía divisionaria, la inmensa mayoría de las publicaciones dedicadas al conflicto fratricida han exhibido una calidad más que dudosa. Probablemente porque la politización del tema ha primado sobre su carácter científico.

Quizás por ello ha brillado en el panorama editorial Las últimas cartas del requeté, de Pablo Larraz y Pilar Sáez de Albéniz Arregui. Enmarcada en dos prólogos de altura, la obra presenta la mejor y más completa historia epistolar cruzada entre un combatiente carlista y su esposa. Es una nueva obra de referencia imprescindible para comprender en profundidad el carlismo en los difíciles días de la II República y la Guerra Civil.

La historia epistolar

La historia epistolar de guerra es una disciplina muy reconocida en la historiografía anglosajona. Sin embargo, hasta el momento en España ha merecido poca atención. Resulta una materia complicada, por formar parte de lo que hoy se llama ephemera, materiales escritos e impresos de corta duración que no son producidos para que se mantengan o se conserven (catálogos, facturas, programas de teatro, cartas). Cuando se hacía era exclusivamente por la connotación afectiva que tenía para su portador.

En el ámbito de las cartas hay una dificultad añadida: encontrar legados epistolares de calidad e interés, y que además las familias depositarias estén dispuestas a su difusión, pues muchas consideran que pertenecen a la esfera privada.

Mucho más que un medio de información

Pero es que en tiempos de guerra las cartas privadas representaban mucho más que un simple medio de información. Eran también, y sobre todo, una vía de desahogo y de conexión afectiva del combatiente con la retaguardia. En la intimidad del papel, miles de hombres y mujeres recogieron sin censura vivencias de nuestra guerra; también sus emociones: preocupaciones, dudas, miedos, anhelos y esperanzas. En un periodo tan dramático y extraordinario como nuestra guerra civil, el valor testimonial de lo escrito, desde la incertidumbre existencial y con la libertad de que no sería divulgado, otorga una perspectiva sincera y directa de lo que sucedió entonces, aunque resulte a veces descarnada.

El autor y sus obras de referencia

El médico rural navarro e historiador Pablo Larraz Andía, junto a Víctor Sierrasesúmaga es autor, entre otros, de Requetés, de las trincheras al olvido, obra fundamental para el estudio de combatientes del bando rebelde de nuestra guerra civil. Más tarde publicó La cámara en el macuto: Fotógrafos y combatientes en la Guerra Civil, reseñada en Zenda, una atractiva e innovadora investigación sobre los fotógrafos aficionados que hicieron la guerra en las filas tradicionalistas. Con Las últimas cartas del requeté vuelve a la palestra con un nuevo referente en su género.

Mateo Arbeloa y Josefina Muru, de novios, en 1933. Archivo Víctor Manuel Arbeloa Muru (AVMA). 

Un retrato sociológico

La correspondencia cruzada entre el requeté Mateo Arbeloa y su esposa, Josefina Muru, entre julio de 1936 y abril de 1937 no es solo una historia de amor epistolar, supone un extraordinario retrato sociológico de la sociedad rural, católica y tradicional que se alzó en armas contra el gobierno del Frente Popular. Esta vez Larraz, en compañía como coeditora de Pilar Sáez de Albéniz Arregui, vuelve a ofrecernos un exhaustivo trabajo, magníficamente ilustrado, y con una edición exquisita, fruto del buen hacer de la editorial Almuzara.

Prólogos de altura

La obra abre con dos magníficos prólogos. El primero contextualiza el ambiente desde un punto de vista histórico y sociológico, y el segundo, que se centra en la personalidad de los autores de las cartas, atesora una gran carga etnográfica y religiosa. Adquiere gran relevancia la atípica y valiosa visión femenina de la retaguardia rebelde, muy poco abordada en la bibliografía.

"A lo largo de la guerra, el pueblo de Mañeru, en la Estella Oriental de la provincia de Navarra, llegó a aportar 189 combatientes al bando rebelde"

Ambos prólogos, perfectamente trazados y complementarios, hacen emerger una radiografía necesaria para entender ese universo emocional y espiritual que rodeó el movimiento carlista en esas regiones rurales y tradicionales. La localidad de Mañeru, de donde son oriundos los protagonistas, es un ejemplo paradigmático de la aportación de requetés voluntarios a la sublevación militar. Un fenómeno sorprendente y solo comprensible analizando el impacto en aquella población de arraigado catolicismo y tradicional de las políticas en materia religiosa de los gobiernos del Frente Popular. Políticas que les agredieron en lo más profundo de sus convicciones y en su sencilla cotidianeidad, donde las prácticas religiosas y el propio clero formaban parte de las familias y de sus vidas diarias.

A lo largo de la guerra, el pueblo de Mañeru, en la Estella Oriental de la provincia de Navarra, llegó a aportar 189 combatientes al bando rebelde, lo que, en una población que no superaba los 900 habitantes, supuso una de las proporciones de movilización más altas de la provincia. De ellos, 28 perderían la vida en campaña y otros dos serían asesinados en la retaguardia, como se recoge en un apéndice del libro.

Mateo y Josefina

Mateo y Josefina no pertenecen a linajes aristocráticos navarros, ni a la alta burguesía. Sus familias son labradoras y humildes, con varios religiosos entre sus miembros, y viven con dolor la deriva anticlerical de la República. Por ello participan, como la práctica totalidad de sus vecinos, en la oposición política y la movilización social contra las medidas gubernamentales. Ella, como activa margarita, asistirá a numerosos mítines organizados por el carlismo en Navarra, y él a varias concentraciones y manifestaciones de afirmación religiosa y tradicionalista.

Vista del pueblo de Mañeru (Navarra), hacia 1930. Archivo Miguel Dutor.

Ya en los últimos meses previos a la sublevación, el propio Mateo se incorpora a las milicias del Requeté de Mañeru. Desde el golpe de estado izquierdista de 1934, con más voluntad que medios y preparación, se preparaban para el inevitable enfrentamiento violento.

Desde que Mateo se despide de Josefina para partir a la guerra el 19 de julio de 1936 hasta que cae mortalmente herido en el frente de Vizcaya el 20 de abril de 1937, cruzaron casi un centenar de cartas. Gracias al desvelo de Josefina, ha sido un legado que, sorprendentemente, se ha conservado casi íntegro y en magníficas condiciones.

"La historia comienza el mismo día de la sublevación, cuando Mateo, junto a otros 113 voluntarios carlistas de edades muy dispares, marchaba desde Mañeru a Pamplona para incorporarse a la columna Beorlegui"

Víctor Manuel Arbeloa Muru, escritor, historiador y político, referente intelectual en Navarra e hijo de ambos, tenía solo siete meses cuando su padre parte a la guerra. Ha sido quien con su generosidad ha hecho posible que el lector pueda acceder a esta historia, tan humana como sobrecogedora. El resto es mérito de los editores, que en una edición anotada y exquisitamente ilustrada con fotografías, planos y dibujos, acompañada de oportunos apéndices, nos acerca de manera atractiva a esta historia de amor imbuida de idealismo, sacrificio y generosidad.

La historia comienza el mismo día de la sublevación

La historia comienza el mismo día de la sublevación, cuando Mateo, junto a otros 113 voluntarios carlistas de edades muy dispares, marchaba desde Mañeru a Pamplona para incorporarse a la columna Beorlegui, en dirección a Guipúzcoa, para auxiliar a las fuerzas rebeldes en San Sebastián y los cuarteles de Loyola.

Voluntarios carlistas de Mañeru y Cirauqui partiendo al frente, el 19 de julio de 1936. Archivo Apesteguía.

El itinerario bélico lo irán marcando las propias cartas. En un principio pensaban que en unos días —“para la siega”— estarán de vuelta en sus casas. Josefina recibe la primera el 22 de julio desde Pamplona, en la que le daba noticias del ambiente en la capital, y apuntaba su esperanza en un rápido desarrollo de los acontecimientos.

El avance sobre la capital guipuzcoana entre el mes de agosto y las primeras jornadas de septiembre de 1936 fracasaba. Mateo remitirá a Josefina ocho cartas en las que refleja la cruda realidad de una guerra que ya había mostrado su verdadero rostro: los rigores e incomodidades de la vida de campaña y, sobre todo, la incertidumbre vital permanente. El uno de agosto así le escribía:

«Estamos quietos, porque de Rentería nos atacan mucho con cañones y demás. Ya podéis rezar, porque aquí está más duro para entrar, y las balas nos silban bastante. Todos estamos muy contentos, y aunque el rancho es escaso, nos consolamos unos con otros. Ya que no podemos oír misa, rezamos el rosario una o dos veces al día».

En Oyarzun la columna iría sufriendo numerosas bajas, entre ellas el primer muerto de Mañeru, amigo de Mateo, apenas cuatro semanas tras su partida, lo que supuso un punto de inflexión en la moral de la retaguardia. El 29 de agosto, Josefina escribía a su marido:

«No te niego que me destroza el corazón sólo de pensar que podamos separarnos tan pronto, estando aún nuestro feliz hogar en flor, cómo quien dice. Muchas veces me despierto espantada, sobre todo los primeros días tras la muerte de Teófilo, y otras con la ilusión de que estás en casa. El otro día tan al vivo soñé que habías venido, que me llevé una gran desilusión al despertar».

Mientras, Mateo, desde el frente, solicita noticias de la retaguardia: de la marcha de las labores agrícolas, del ambiente en el pueblo, de la economía familiar… pero, sobre todo, de su pequeño hijo Víctor Manuel, al que llama Manolín. Su esposa se las envía por carta:

«Ya hemos recogido la oliva, algo le he ayudado yo al papá. No llegan a 11 robos. No sé desde cuándo no había estado en el campo, y por todo te veo a ti, esposo mío. Qué pena es vivir solica, con mi papá ya viejico y mi pobre Manolín, que está hecho un sol. Lástima que no te va a conocer, con las veces que te llama papá. A mí se me parte el corazón cuando se despierta de noche y empieza: mamá, papá».

Josefina en Mañeru junto a familiares y amigas. AVMA.

Con el anhelado avance de las fuerzas navarras hacia San Sebastián, los primeros días de septiembre de 1936, el tono de Mateo cambia radicalmente. La noche del 14, escribió la que tal vez sea su carta más expresiva, llena de esperanza y optimismo tras el recibimiento triunfal que la población donostiarra «partidaria» les había brindado la víspera:

«Mi queridísima, amadísima, inolvidable vida:

De lo que mi corazón siente en estos momentos desde ayer tarde, no sé por dónde empezar. Sólo desearía ahora abrazarme a ti, esposa del alma. Derramo lágrimas de una emoción tan grande, que no sé si podré dar razón. Esto sólo se puede creer viendo el recibimiento que tuvimos ayer y la alegría que reina por la ciudad. No se puede escribir aquella entrada. ¡Qué abrazos, qué griterío, qué cantas! Como que no puedo hablar de tanto gritar y cantar. Diez horas sin parar, en un agua de sudar, y los pies llagaos… Una tarde como nunca de alegría y emoción. Las monjitas salían llorando, las muchachas nos quitaban las boinas, y yo con mi borla y la Bandera, que no la dejo hasta ahí, o envuelto en ella me entierren».

El derrumbe del frente republicano en Guipúzcoa brindaría a Mateo la ocasión para disfrutar, tras dos meses de ausencia, de un breve permiso en Mañeru a finales de septiembre. Días de intensa felicidad, de reencuentro amoroso con Josefina y Manolín, sólo empañados por la añoranza reavivada tras la despedida.

Mateo junto a una hermana de Josefina en Pamplona, durante el permiso. AVMA.

Su reincorporación al Tercio Navarra sería en el frente de Elgoibar, la etapa más larga y quizá tediosa de la contienda: la guerra de posiciones en torno al monte Kalamúa, entre octubre de 1936 y marzo de 1937. El llamado «parón del Norte» suponía una fase de estabilidad bélica, menos cruenta, pero llena de padecimientos físicos y un enorme desgaste psicológico para el combatiente. Un día a día marcado por la proximidad del enemigo, la precariedad de las defensas, el hacinamiento, el frío y la lluvia incesante, el barro y los piojos.

"Especialmente emotivas resultan las cartas de la Navidad de 1936, y el primer cumpleaños de Manolín, el uno de enero de 1937"

En sus cartas, Mateo vuelve a pedir a Josefina noticias de la retaguardia, sobre el ambiente en Mañeru, la marcha de las labores agrícolas, y le da indicaciones sobre cómo proceder a la hora de sembrar los campos, con sencillos dibujos anotados en recortes de papel. Como constante, su interés por el pequeño Manolín: sus progresos y si nombra a su padre ausente. «Ya no me conocerá a mi regreso», comenta resignado, mientras solicita a Josefina una foto del niño.

También aprovecha los desplazamientos de compañeros en sus permisos para solicitar el envío de mudas o ropa de abrigo; envíos que Josefina completaba con algo de comida y unas líneas escritas de forma apresurada.

Especialmente emotivas resultan las cartas de la Navidad de 1936, y el primer cumpleaños de Manolín, el uno de enero de 1937. Misivas que nos trasladan a la esencia misma del misterio de la Natividad, aún más paradójico en aquellos días oscuros. El 24 de diciembre, desde la fe profunda compartida por ambos, Mateo escribe a su esposa:

«Pide por mi valor, resignación y conformidad en todo cuanto toca sufrir. Que se haga la voluntad de Dios y no nuestros caprichos, que si nos conviene, Él nos juntará. Ahora, que por eso no vamos a dejar de pedirle o proponerle nuestros deseos. En los días que se avecinan, tú te encargaras de hablar al Divino Niño de mi parte, y cuando baje yo al pueblo de Elgoibar, si no voy por ahí, consultaré con Él cara a cara. Mientras tanto, Felices Pascuas»

Al día siguiente, Josefina le correspondía contándole cómo había transcurrido la Nochebuena:

«Derramé muchas lágrimas. Ya he oído tocar a la Misa de Gallo, y la aurora tan triste este año; todo se vuelve recuerdos queridos y esperanzas. He estado cerrando la iglesia, y le he dado al niño Jesús unos besos fuertes de tu parte, y le he dicho unos cuantos recadicos, poniendo toda mi alma en mis súplicas».

Voluntarios carlistas leyendo cartas de sus familias en el frente de Vizcaya. Archivo Larraz-Sierrasesúmaga.

Junto a su amor apasionado, emerge en las cartas una fe recia y confiada: «tan bien como yo sabes que no cae un cabello de la cabeza, ni una hoja del árbol, sin la voluntad de Dios. Y aunque os silben las balas por todos lados, si Él no ha decretado tu muerte ahora, nada temas», apuntaba Josefina. En sus misivas, en ocasiones aparecen opiniones muy críticas sobre “el enemigo”, pero nunca un ápice de odio, a pesar del drama de la guerra y la muerte de seres cercanos. Josefina lo plasma: «A mí también me causan muchísima pena toda esa infinidad de almas de hermanos vuestros al fin (me refiero a los de izquierdas). No juzguéis y no seréis juzgados». Incluso invita a Mateo a rezar por ellos. Mateo contesta a su esposa: «Cada vez quiero ser mejor, como tú me dices».

Carta de Josefina Muru a Mateo Arbeloa, el 3 de diciembre de 1936. AVMA.

El uno de enero de 1937, fecha del primer cumpleaños de Manolín, Mateo escribe a su hijo una postal desde las zanjas de Kalamúa.

«Mi amadísimo hijico: con la mayor alegría y tristeza al mismo tiempo, y desde estas montañas regadas de metralla enemiga, te envío esta postal para recuerdo de tu padre durante la guerra, y en tu primer año de vida, digo, al cumplirse.

Como tú, pequeñín mío, no conoces aún estas cosas, y te sentirás tan juguetón como esa edad lo requiere, en ese día, te deseo consueles a tu mamá, abuelos y tíos con tus gracias, y así todos juntos paséis un día feliz en medio de las amarguras que los españoles padecemos.

Yo pediré por ti, para que en tu vida seas más leal que nosotros a Dios y a España. Tu papá, Mateo»

Foto de “Manolín” enviada al frente a su padre, Mateo Arbeloa. AVMA.

El comienzo de 1937 fue extremadamente lluvioso en frente de Kalamúa, y particularmente penoso para Mateo. La cada vez más sentida pérdida de compañeros en combate, unida a la extrema dureza de la vida de campaña y la ausencia de permisos, agudiza su añoranza del hogar, llevándole en algunos momentos al desánimo y hasta a la rabia. No obstante, acaban prevaleciendo en él la disciplina y la resignación.

A su vez, Josefina trata de consolar y animar con palabras de amor al esposo ausente:

«Quisiera transmitir todo el amor que en mi corazón rebosa para que te lo llevasen al tuyo, tan amante también y enamorado de esta pobre personica, que asimismo está chiflada por un pobre requeté; el más majo que existe, y que sobre todo posee las cualidades que distinguen a todo buen requeté. De los demás, bueno… no quiero continuar elogiándote, no sea que te infles algo más de lo que estás y tengas que estarte después cosiendo la vestimenta».

Grupo Requetés de Mañeru en Elgoibar. El segundo por la izquierda, de rodillas, el sargento Mateo Arbeloa. Archivo Víctor Manuel Arbeloa. AVMA.

También plasma su profunda y delicada fe y confianza en Dios, a pesar de las circunstancias, algo compartido con su esposo. Párrafos de profunda espiritualidad que nos muestra de forma inequívoca el espíritu con que aquellos voluntarios carlistas, con el respaldo de sus familias, habían salido a los frentes:

«Mateo, tan bien como yo sabes que no cae un cabello de la cabeza, ni una hoja del árbol, sin la voluntad de Dios. Y aunque os silben las balas por todos lados, si Él no ha decretado tu muerte ahora, nada temas. Claro, que como decimos siempre, por Dios, y sólo por El, se pueden hacer tales cosas. A Él le ofrezco todas las penas y tristezas, tuyas y mías».

A principios de febrero Mateo disfrutaría de su segundo permiso en Mañeru. Unos días de intensa felicidad junto a Josefina y Manolín, que no dejaría de evocar en las siguientes misivas. Sería su última estancia en el hogar.  

Con el inicio de la esperada ofensiva nacional sobre Bilbao a finales de marzo de 1937, daba comienzo un nuevo periodo bélico, quizá la antesala del final de la contienda.

Abril comenzó con marchas agotadoras y rápidos avances de penetración en Vizcaya, en un contexto de superioridad aérea y artillera desconocida hasta entonces. Mateo lo consignará repetidamente en sus cartas, impresionado por la crudeza de los combates y la magnitud de la destrucción.

Requetés navarros avanzado por tierras guipuzcoanas. ALS.

Las bajas seguían multiplicándose y Mateo ve caer a muchos de sus compañeros. Surge con más fuerza que nunca el miedo a la muerte, a la separación, a no volver a ver a Josefina y a Manolín. El 7 de abril de 1937, escribe desde Ochandiano:

«Al hallarme en tanto peligro muchas veces, quisiera estrecharme contigo lo más fuerte y amorosamente para despedirme de ti, por un “porsiacaso”. “Nos ha costado un poco el llegar aquí por la resistencia de los rojos y lo malo del terreno. Hay que ir monte por monte con grandes palizas. Ha muerto también otro hermano del pobre Teófilo, pero malo ha de ser que muramos todos». 

Josefina también lo siente así, y vive cada vez con más angustia la marca de los acontecimientos. Un fiel reflejo del ambiente de la retaguardia en Mañeru, que contaba ya con varios lutos entre las familias de los voluntarios que partieron nueve meses antes:

«¡Ay mi vida! Ya vais saliendo de muchos trances y peligros. ¿Será así en adelante? Los días de los ataques, se oían en Mañeru perfectamente los cañonazos. No te digo de cómo estábamos; con el alma en un hilo, temblando, y no dejamos un momento de rezar, pedir y suplicar por vosotros. Pídele a Dios para mi resignación, y que me abrace en su amor para no acordarme tanto de ti; porque si te matan, esposo mío, sin que Él me ayude, mucho no podre resistir tal golpe».

El avance de las tropas nacionales sobre Vizcaya alcanza su punto crítico en abril de 1937. El Tercio Navarra tomaría parte en algunos de los combates más cruentos y dramáticos de la guerra en el norte. En el primero, Mateo encabezó con su escuadra el asalto a las trincheras enemigas en la cima, apareciendo mencionado «por su arrojo y valor» en el parte de operaciones. Al regresar de los combates, agotado, escribe a su esposa las que serían sus últimas cartas y aflora su dilema crucial: la posibilidad de ser licenciado y regresar a casa, o permanecer en el frente durante la fase decisiva de las operaciones: «Josefina: hago aquí más falta que en otras ocasiones. Dios me detiene. No culpéis a nadie, ni hablar», al tiempo que se reafirmaba en su decisión de seguir «hasta que entremos en Bilbao», decía.

Carta de Mateo Arbeloa a Josefina Muru. AVMA.

El día 19 de abril de 1937, desde un caserío de Olaeta, escribía a Josefina su última carta:

«Hoy, día en que cumplimos los nueve meses [en campaña], y después de bajar del monte hasta el hombro de barro, aunque no tengo muchas ganas de fiestas, por hablar un ratico contigo y enviarte mis más tiernos cariños, lo hago con muchísimo gusto, majica mía».

Al día siguiente, en el asalto a las posiciones republicanas que defendían la cima del Tellamendi, Mateo resultaba mortalmente herido por un balazo en pecho. En el bolsillo de su camisa, como siempre, llevaba las dos últimas cartas de Josefina y la foto de su Manolín.

La muerte de Mateo

Sobre la herida de Mateo, a falta de cartas, Larraz ha recurrido a testimonios de testigos directos: varios  combatientes del Tercio Navarra, como su capellán o el capitán que mandaba la compañía. Con ellos logra una veraz y detallada reconstrucción de los hechos.

Respecto a su agonía y muerte en un hospital de Vitoria, en abril de 1937, acompañado de su esposa Josefina, su hermana menor Josefina Arbeloa y su tío Francisco Arbeloa, se recogen los recuerdos de su hermana, escritos bastantes años después a petición de Víctor Manuel:

«Al fin llegó el día tantas veces anunciado por él. Llegamos donde él, y le encontramos muy entero y sereno, rodeado de otros muchos heridos. Hablamos, nos atendía, y creíamos que pronto se iba a curar, pues estaba muy tranquilo a pesar de sus heridas, pero a la vez dándose cuenta de todo lo que podía ocurrir y ocurría alrededor. Enseguida se agravó, y él se daba cuenta.

Su herida, con entrada y salida de bala por la espalda, le había cogido de lleno y se iba. Sangraba bastante. Se tocó la sangre, y pensó que llegaba su hora, y como buen cristiano pidió la extremaunción. La recibió con mucha paz. Qué tristeza para dos esposos jóvenes, y con mucho amor, verse en aquellos momentos»

«Mateo muchas veces me escribía y me hablaba de todo esto como si lo estuviera esperando, y a veces me decía que le gustaría morir junto a los suyos. Así fue: el 27 de abril de 1937 a la tarde, se fue para siempre de este mundo. Estaba con nosotras y el tío Paco, y los tres con Mateo, muerto valientemente y con el rostro tranquilo, nos volvimos a Mañeru, donde descansan sus restos».

Recordatorio de la muerte de Mateo Arbeloa. AVMA.

El epílogo

Como epilogo, Pablo Larraz recoge el testimonio del capellán que asistió a Mateo tras su herida, y que —cerrando un círculo de casualidades— era Andrés Algarra, tío abuelo precisamente del autor, cuyo testimonio recogido en su infancia, aparece publicado en el libro Requetés:

«Justo pude darle la absolución en la camilla: besó el crucifijo y se lo llevaron corriendo monte abajo. Murió unos días después en un hospital de Vitoria. Era un requeté de una fe enorme, muy valiente, de espiritualidad admirable. Para mí, el mejor de todos los que conocí en el Tercio Navarra. Lo sentí mucho, por él y por la familia que dejó. Para nosotros [los capellanes] era lo peor: los que morían muy jóvenes y los casados. Desde entonces, los tengo muchas veces presentes en mis oraciones. Son cosas que se quedan grabadas».

Una cuidada edición y apéndices

La editorial Almuzara se ha esmerado en la edición del libro, con un formato, portada, papel y tipografía muy atractivos. La acertada inclusión de imágenes de extraordinaria calidad, seña también de otras obras de Larraz, ponen rostro a los protagonistas del libro, a los lugares y episodios referidos. Asimismo, la impecable redacción de los autores resulta muy fluida.

Como colofón de la historia, los autores han incluido un precioso y emotivo poema de Víctor Manuel Arbeloa Muru, el pequeño Manolín de las cartas. Supone el broche emocional a un libro redondo en su composición, que engancha desde el comienzo, a pesar de que el título desvela ya el trágico final de la historia.

"Las últimas cartas del requeté es sobre todo un extraordinario testimonio de amor, amor a la verdad de la Historia, amor entre esposos, amor a Dios, amor a la causa carlista, y sobre todo un inmenso amor a España"

Unos completos apéndices recogen varios documentos del propio Mateo —un escueto diario de operaciones y dos cartas publicadas en prensa— y el listado completo de los muertos y combatientes de Mañeru durante la contienda, con interesantes datos sobre la profesión, edad y circunstancias familiares de cada uno. Todo ello viene a contextualizar la historia y la radiografía social de aquel pueblo navarro, tan identificada con la causa carlista.

En Las últimas cartas del requeté destaca la labor de investigación exhaustiva y el acceso a fuentes directas de Pablo Larraz, que —esta vez en colaboración con Pilar Sáez de Albéniz— nos ofrece, una vez más, un trabajo sólido, riguroso y atractivo. Muy poliédrico, transita de lo epistolar a lo etnográfico y espiritual y deja en evidencia que más allá del discurso oficial, Mateo y Josefina también son Memoria Histórica.

Las últimas cartas del requeté es sobre todo un extraordinario testimonio de amor, amor a la verdad de la Historia, amor entre esposos, amor a Dios, amor a la causa carlista, y sobre todo un inmenso amor a España.

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