Nadie está esperando que publiques otra novela
Basada en hechos reales, esta novela cuenta la historia de un paciente de la unidad de agudos que se enfrentó al jefe de psiquiatría del hospital donde estaba ingresado. Un libro, pues, que disecciona de manera transversal nuestra manera de concebir la enfermedad mental. Este Making Of fue leído por el propio autor durante la... Leer más La entrada Nadie está esperando que publiques otra novela aparece primero en Zenda.

Basada en hechos reales, esta novela cuenta la historia de un paciente de la unidad de agudos que se enfrentó al jefe de psiquiatría del hospital donde estaba ingresado. Un libro, pues, que disecciona de manera transversal nuestra manera de concebir la enfermedad mental.
Este Making Of fue leído por el propio autor durante la presentación de El incidente (Seix Barral) en Madrid el pasado 21 de febrero.
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Un punto de vista es limitado en sí mismo, advierte el escritor Benjamín Labatut, porque nos entrega una visión singular del paisaje. Solo cuando se combinan miradas complementarias sobre la misma realidad podemos tener un acceso más completo al saber de las cosas. Cuanto más complejo sea lo que queremos aprehender, más importante es tener distintos pares de ojos, para que esos haces de luz converjan y podamos ver lo uno a través de lo múltiple.
Entonces leí (o alguien me contó) que el objetivo de la literatura era incomodar a quienes están tranquilos, y tranquilizar a quienes están incómodos. El razonamiento era más elaborado, pero sirve para entendernos. Quien lo afirmaba estaba convencido de que la literatura no solo atañe al autor, sino que compromete igualmente al lector, al que debe perturbar de tal modo que acabe cuestionándose a sí mismo. En consecuencia, no se trataría solo de escribir para explorar el yo y sus circunstancias, para expandir el ego o apaciguar el self. Se trata, más bien, de escribir a favor y en contra de los demás, por y para ellos, agasajándolos y provocándolos hasta lograr transformarlos. Se trata de transmutar la individualidad en una experiencia colectiva, para lo cual es necesario asumir riesgos, caer en contradicciones, mostrar posturas discordantes y abandonar, como se dice ahora, la zona de confort.
Con ese objetivo en mente, el de reflejar una visión integral de nuestra sociedad y centrar el foco de la narración en la vida de los otros (convencido de que había exprimido al máximo la mía), empecé a escribir una novela abiertamente política. El punto de partida era la simpleza y la radicalización del argumentario de los políticos y de los medios de comunicación, lo que estaba provocando al mismo tiempo el auge de movimientos de carácter populista y el reforzamiento de posturas de ultraderecha. Una idea simple que requería personajes simples y radicales, binarios, polarizados.
Durante dos años estuve escribiendo una novela demasiado larga con esa premisa en la cabeza. El resultado, como no podía ser de otra forma, fue simple y radical. Binario. Polarizado. Con nosotros o contra nosotros. Una conclusión a todas luces reduccionista, porque la literatura, a diferencia de la política, abraza la contradicción. Un libro nos debería dejar en una superposición, al terminarlo deberíamos estar al mismo tiempo aquí y allá, a favor y en contra. Ese es el estado en el que estamos más cerca del corazón de las cosas.
Nunca hasta ese momento había escrito textos de inclinación política. Me escudaba, entre otras razones, en la máxima de los autores que defienden que la literatura solo se debe a la literatura, que ella tiene su propia historia y su propia revolución. La mayor o menor trascendencia política de mis anteriores libros era una consecuencia lógica de mirar el mundo desde una sola ventana. Reconozco que me ha costado demasiado tiempo darme cuenta de que toda literatura es política, igual que lo son nuestros actos. Frente a esta evidencia, solo cabe preguntarse si la literatura, además de representar el mundo, puede servir también para cambiarlo.
Mi novela intencionadamente política fue fallida, estereotipada, superficial. Ni provocaba ni sosegaba. Ni perturbaba ni transformaba. En una palabra, era innecesaria. Para lo único que me sirvió fue para sobrellevar con ánimo los tiempos muertos durante los primeros meses de vida de mi hijo; para olvidar, durante las horas febriles de escritura, que la literatura, en algunas ocasiones, no sirve para nada.
Palmira Márquez, mi agente literaria, no se sorprendió cuando le conté que no quería publicar la novela en la que había estado trabajando tanto tiempo. Le dije que me había quedado una novela fallida, simple, con todas esas carencias que ya he mencionado, y ella me creyó.
No tengas prisa por publicar otra novela, me dijo Palmira, porque nadie está esperando que publiques otra novela, y mucho menos si se trata de una novela mala. Cuando lo hagas, remarcó, que sea porque has escrito una Gran Novela, una novela necesaria, de la que nadie pueda decir que es mala.
Palmira tenía razón. Palmira, de hecho, siempre suele tener razón. Ante semejante advertencia, no por cierta menos dolorosa, llegué a la conclusión, y se la transmití a mi agente, de que necesitaba dejar de escribir.
Pero era mentira.
Un escritor necesita escribir.
Me acordé del punto noveno del decálogo de Monterroso: “cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda.”
Por más que estuviera convencido de que nunca sería capaz de escribir esa Gran Novela que ansiaba Palmira, seguí escribiendo. Escribiendo con mi hijo en las rodillas; escribiendo sobre cuerdos que se vuelven locos y sobre locos que se hacen pasar por cuerdos; escribiendo, como escribía Bolaño, hasta que cae la noche con un estruendo de los mil demonios. Los demonios que han de llevarme al infierno, pero escribiendo.
He tardado otros dos años en escribir El incidente. Dos años de documentación, lecturas, entrevistas e investigación sobre el terreno. Si algo he aprendido de los libros que he leído y de las personas que he entrevistado es la facilidad para caer en sinsentidos. Por eso he intentado ser coherente y no simplificar un tema tan complejo como la salud y la enfermedad mental. Por eso he rehuido criminalizar unos comportamientos y justificar otros. Por eso he evitado catalogar las rarezas, las vulnerabilidades o las disidencias como patológicas. Y hasta he tratado de no ceder a las exigencias tácitas de esos lectores que necesitan que, al terminar el libro, el autor les explique quién es el bueno de la historia y quién es el malo para poder dormir tranquilos, sin la inquietud que generan la ambigüedad, la ambivalencia y la incertidumbre. En definitiva, he hecho todo lo que estaba en mi mano para que El incidente sea una novela con puntos de vista múltiples y contradictorios, que refleje con sencillez (no con simpleza) los claroscuros de un asunto complejo e importante, una novela que aborde actos y conflictos ajenos (y no solo propios) que conmuevan al lector en el plano afectivo y emocional tanto como en el ideológico.
Sin embargo, no me corresponde a mí juzgar si El incidente es esa Gran Novela que Palmira lleva tanto tiempo esperando que escriba. Ahora sois vosotros, los lectores, quienes debéis valorar cuán cerca he estado de conseguirlo.
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Autor: Daniel Jiménez. Título: El incidente. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros.
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