El magnetismo de Roca Rey en la tarde donde Rufo se aupó a hombros

La noche del sábado había sido larga en Valencia. Muy larga de ruidos y corta de silencios. En los alrededores de la calle Bailén los petardos eran incesantes. Y no sólo de esos que venden en los tenderetes a 1,50. Junto a la estación de tren más de uno pegó un sainete. Por allí desfilaban amores rotos -«¡me la ha liado, me la ha liado!», gritaba uno con edad de hacer la mili- y romances de una madrugada. O eso pensábamos por la frialdad con la que se despedían el de Cuenca y la de Albacete. 'Mil ojos escondía la noche' desde el ventanal del Zenit, uno de los cuarteles generales de la afición, que se hizo eco de esa frase de Juan Manuel de Prada en la genial entrevista a Bruno Pardo de que a los jamones y los escritores les sienta bien el frío. De maravilla le ha sentado también el invierno a Andrés Roca Rey, el imán de las Fallas, con un magnetismo que ningún otro torero posee hoy. Su feria, y no sólo por su forma de convocar multitudes, es de las que marcan una temporada. Si ya el sábado vistió de verdad sus faenas al toro bueno y al malo, el domingo se inventó la emoción con uno de los toros del Parralejo que remendaba la corrida de Jandilla. Sólo Tomás Rufo, triunfador por la puerta grande, daría cuenta de un lote de titulares. Menudo rebote asomaba en el rostro de Borja Domecq después de que solo se aprobasen cuatro de sus toros y, según el ganadero, en los corrales quedaran algunos de los mejores. Gustaron las hechuras del segundo, esa expresión, ese cuello para descolgar y ese rabo enhiesto. Pero la ilusión desapareció después de un tercio de varas en el que estuvo a punto de derribar al piquero, tan desacertado. Hasta la pezuña sangraba Precursor cuando Rufo entró al quite con el capote a la espalda. Hasta media docena de charcos en los que se apagaba la vida del jandilla que nos ilusionó. Por arriba empezó el peruano, con el toro recto ahora, como queriendo afeitar la taleguilla. Ni se inmutó Roca, que lo intentó por ambas manos a sabiendas de que nada había que hacer. El toro pedía la muerte, que se demoró, y cayó un aviso. No sabemos cómo serían los que se quedaron dentro, pero el anovillado tercero andaba alejado del trapío de esta plaza. Los ligeros pitos se olvidaron en cuanto sonó la trompeta del Soro y Rufo se plantó de rodillas, aguantando la boyante embestida. Aquello fue una explosión de júbilo. A por todas el de Pepino, maduro y metido en una faena bien estructurada, aunque no siempre de distancias acertadas. Sonaba de fondo la 'Concha flamenca' cuando, en el epílogo, sus telas desempolvaron la serie zurda del festejo, de medidas exactas, con el trapo a rastras y al ralentí. El espadazo necesitó de un golpe de verduguillo, lo que no fue óbice para la solicitud del doble trofeo. La presidencia estimó que con uno era suficiente entre el enfado del personal. Sí atendió la petición del premio que lo aupaba a hombros en el encastado sexto, al que saludó a portagayola. Cuerpo a tierra tuvo que echar cuando el castaño pasó por encima. Rabioso, se postró de rodillas otra vez. Qué gran par soplaría luego Sánchez (Fernando), que está que se sale. Rufo se subió al carro que había arrastrado Roca, al de la masa ansiosa del triunfo. Fue una faena abundante, a veces más de empalmar que de ligar, pero ambiciosa y lista, rematada con un desplante roquista antes de que la espada cayera de feo modo. Enloquecieron los tendidos en aquel desplante a cuerpo limpio del Cóndor en terrenos del 10 y el 11. Allí se inventó una faena a un parralejo medio que acabó aplomado y rendido a su batuta. Bárbaro el arrimón, con una conexión brutal, con ese magnetismo que sólo se siente cuando torea el número 1. La estocada valía una oreja y la gente pidió con fuerza la segunda, pero la presidenta dijo que nones y aguantó la bronca. Lo de Manzanares es un fenómeno extraño. Le embisten un puñado de toros, pero desde hace tiempo su tacto se ha esfumado. Mayor firmeza y entrega puso con el más exigente y cuajado primero del Parralejo -un toro bronco pero con mucho que torear-, que con el titular de Jandilla, veloz y a tirones. En una corrida desigual y con bastantes opciones -sirvió en general-, empató a una oreja con Roca Rey, pero no a sensaciones. Hipnótico lo suyo.

Mar 16, 2025 - 22:45
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El magnetismo de Roca Rey en la tarde donde Rufo se aupó a hombros
La noche del sábado había sido larga en Valencia. Muy larga de ruidos y corta de silencios. En los alrededores de la calle Bailén los petardos eran incesantes. Y no sólo de esos que venden en los tenderetes a 1,50. Junto a la estación de tren más de uno pegó un sainete. Por allí desfilaban amores rotos -«¡me la ha liado, me la ha liado!», gritaba uno con edad de hacer la mili- y romances de una madrugada. O eso pensábamos por la frialdad con la que se despedían el de Cuenca y la de Albacete. 'Mil ojos escondía la noche' desde el ventanal del Zenit, uno de los cuarteles generales de la afición, que se hizo eco de esa frase de Juan Manuel de Prada en la genial entrevista a Bruno Pardo de que a los jamones y los escritores les sienta bien el frío. De maravilla le ha sentado también el invierno a Andrés Roca Rey, el imán de las Fallas, con un magnetismo que ningún otro torero posee hoy. Su feria, y no sólo por su forma de convocar multitudes, es de las que marcan una temporada. Si ya el sábado vistió de verdad sus faenas al toro bueno y al malo, el domingo se inventó la emoción con uno de los toros del Parralejo que remendaba la corrida de Jandilla. Sólo Tomás Rufo, triunfador por la puerta grande, daría cuenta de un lote de titulares. Menudo rebote asomaba en el rostro de Borja Domecq después de que solo se aprobasen cuatro de sus toros y, según el ganadero, en los corrales quedaran algunos de los mejores. Gustaron las hechuras del segundo, esa expresión, ese cuello para descolgar y ese rabo enhiesto. Pero la ilusión desapareció después de un tercio de varas en el que estuvo a punto de derribar al piquero, tan desacertado. Hasta la pezuña sangraba Precursor cuando Rufo entró al quite con el capote a la espalda. Hasta media docena de charcos en los que se apagaba la vida del jandilla que nos ilusionó. Por arriba empezó el peruano, con el toro recto ahora, como queriendo afeitar la taleguilla. Ni se inmutó Roca, que lo intentó por ambas manos a sabiendas de que nada había que hacer. El toro pedía la muerte, que se demoró, y cayó un aviso. No sabemos cómo serían los que se quedaron dentro, pero el anovillado tercero andaba alejado del trapío de esta plaza. Los ligeros pitos se olvidaron en cuanto sonó la trompeta del Soro y Rufo se plantó de rodillas, aguantando la boyante embestida. Aquello fue una explosión de júbilo. A por todas el de Pepino, maduro y metido en una faena bien estructurada, aunque no siempre de distancias acertadas. Sonaba de fondo la 'Concha flamenca' cuando, en el epílogo, sus telas desempolvaron la serie zurda del festejo, de medidas exactas, con el trapo a rastras y al ralentí. El espadazo necesitó de un golpe de verduguillo, lo que no fue óbice para la solicitud del doble trofeo. La presidencia estimó que con uno era suficiente entre el enfado del personal. Sí atendió la petición del premio que lo aupaba a hombros en el encastado sexto, al que saludó a portagayola. Cuerpo a tierra tuvo que echar cuando el castaño pasó por encima. Rabioso, se postró de rodillas otra vez. Qué gran par soplaría luego Sánchez (Fernando), que está que se sale. Rufo se subió al carro que había arrastrado Roca, al de la masa ansiosa del triunfo. Fue una faena abundante, a veces más de empalmar que de ligar, pero ambiciosa y lista, rematada con un desplante roquista antes de que la espada cayera de feo modo. Enloquecieron los tendidos en aquel desplante a cuerpo limpio del Cóndor en terrenos del 10 y el 11. Allí se inventó una faena a un parralejo medio que acabó aplomado y rendido a su batuta. Bárbaro el arrimón, con una conexión brutal, con ese magnetismo que sólo se siente cuando torea el número 1. La estocada valía una oreja y la gente pidió con fuerza la segunda, pero la presidenta dijo que nones y aguantó la bronca. Lo de Manzanares es un fenómeno extraño. Le embisten un puñado de toros, pero desde hace tiempo su tacto se ha esfumado. Mayor firmeza y entrega puso con el más exigente y cuajado primero del Parralejo -un toro bronco pero con mucho que torear-, que con el titular de Jandilla, veloz y a tirones. En una corrida desigual y con bastantes opciones -sirvió en general-, empató a una oreja con Roca Rey, pero no a sensaciones. Hipnótico lo suyo.