Un Cavia se confiesa a medias: «No sería escritor sin el periodismo»
Cuántos pensaron, a lo largo de las últimas décadas, que ABC sería el medio natural para los artículos de Mario Vargas Llosa . Una figura liberal, un escritor e intelectual como era él, se ajustaba como un guante al ideario de nuestro periódico. La relación del premio Nobel con la cabecera, entonces de Prensa Española y hoy de Vocento, fue larga y natural, afectuosa y también, a la vez, distante. Y aunque escribió mucho en ABC, sobre todo para despedir a otros escritores o para presentar sus nuevas novelas, nunca se dejó fichar. Permanecía fiel a su cita con los lectores de 'El País'. Y no por falta de intentos. Haciendo memoria en el día de su muerte, podemos emprender un viaje hacia el pasado, lentamente, para asomarnos a viejas anécdotas de las que casi no queda memoria, pequeños episodios que los periódicos no imprimen y sólo duran lo que alcancen los recuerdos de los que fueron testigos. Que se recuerde en la Casa, el más serio intento de atraer al escritor ocurrió hacia 2004. Armados de razones y también de presupuesto, hubo una cita con el escritor en el restaurante madrileño Arce, en la calle Augusto Figueroa, donde se le volvió a 'tirar la caña' para su reencuentro, muy deseado, con los lectores de ABC. La oportunidad era clara y él, sin duda, la valoró. Como el caballero que era, se sintió entonces obligado a explicar mejor su negativa: «Les agradezco la oferta, pero tendré que declinarla. No por desprecio, sino porque siento que en ABC mis artículos no harían sino poner de acuerdo a los lectores, no les sorprenderían realmente. Y, sin embargo, en 'El País' cabreo a muchos más lectores, predico en parroquia ajena y eso, además de bien pagado, es interesante porque con ello me siento útil a mis ideas liberales al defenderlas en un territorio extraño». Eso vino a decir. Si no bastara haber leído sus artículos y crónicas para comprender la importancia que Vargas Llosa daba al periodismo, también ayudaría recordar su discurso de aceptación del premio Mariano de Cavia, que obtuvo en 1997, por uno de sus textos en el periódico de Prisa. Se titulaba 'Los inmigrantes' y ponía el foco en las historias concretas de personas trasterradas, de su propio país, que había ido encontrando a lo largo de sus viajes, desde una mujer de la limpieza en el MoMA hasta el servicio en una mansión en La Mancha, y que servían como ejemplos de un fenómeno creciente e imparable que debíamos -decía ya entonces- comprender, gestionar y aceptar para evitar males mayores. El discurso del Cavia fue una confesión en toda regla, o al menos una confesión a medias, en la vieja tradición del periodismo costumbrista: «Sin el periodismo yo no sería el escritor que soy y no hubiera escrito la mayor parte de las novelas que he escrito», aseguraba. Explicó que la práctica de la profesión le permitió, muy joven, romper los límites clasistas de la sociedad limeña que no permitía de otro modo a un joven como él mezclarse con las clases menos afortunadas. «Debo, creo, también al periodismo haber entendido siempre la literatura como algo profundamente enraizado en la vida». Recordó después la función del periodismo como canario en la mina o la primera víctima de la ausencia de libertad: el autoritarismo provoca un periodismo monocorde marcado por la sospecha de la mentira y la desinformación. Viajando unos años más hacia atrás en el tiempo, hay que recordar que la salida de 'La fiesta del Chivo' fue un acontecimiento cultural y que ABC fue el único periódico que dio su entrevista como tema de portada: «La literatura es un aprendizaje de la libertad», decía el titular aquel 2 de marzo de 2000. De hecho, aquella primicia se logró, sin duda, con su complicidad y una enorme sonrisa, puesto que respondió de manera veloz y completa el cuestionario del redactor Tulio Demicheli durante un brevísimo paseo entre el hotel en el que se hospedaba y un auditorio cercano, a escondidas de los guardianes de otras exclusivas otorgadas por su editorial a su periódico. Se les escapó y siempre se lo agradecimos. Así es la vida en un periódico. Tiempo atrás, a finales de los años setenta y los primeros años ochenta, Vargas Llosa había acudido frecuentemente a la cita con los lectores de ABC, con artículos en Tercera y numerosas colaboraciones. Memorables sus reflexiones en Blanco y Negro sobre 'La verdad de las mentiras' de la ficción, y sus textos sobre grandes disidentes y paladines de la libertad frente a los tiranos, de Milosz a Koestler, y también de la vida real en la Nicaragua donde los hijos de Pedro Joaquín Chamorro dirigían periódicos con fe en la fortaleza de la democracia. Quizá uno de sus mejores artículos apareció en la Tercera el 10 de enero de 1979. Se titula 'Yo, el negro' y relata su experiencia en Londres, cuando un carpintero pelirrojo acudió a su casa y Vargas Llosa sintió su racismo: «En esa época empezaron mis reservas hacia las explicaciones ideológicas de los problemas humanos. Siempre se es negro de alguien».
Cuántos pensaron, a lo largo de las últimas décadas, que ABC sería el medio natural para los artículos de Mario Vargas Llosa . Una figura liberal, un escritor e intelectual como era él, se ajustaba como un guante al ideario de nuestro periódico. La relación del premio Nobel con la cabecera, entonces de Prensa Española y hoy de Vocento, fue larga y natural, afectuosa y también, a la vez, distante. Y aunque escribió mucho en ABC, sobre todo para despedir a otros escritores o para presentar sus nuevas novelas, nunca se dejó fichar. Permanecía fiel a su cita con los lectores de 'El País'. Y no por falta de intentos. Haciendo memoria en el día de su muerte, podemos emprender un viaje hacia el pasado, lentamente, para asomarnos a viejas anécdotas de las que casi no queda memoria, pequeños episodios que los periódicos no imprimen y sólo duran lo que alcancen los recuerdos de los que fueron testigos. Que se recuerde en la Casa, el más serio intento de atraer al escritor ocurrió hacia 2004. Armados de razones y también de presupuesto, hubo una cita con el escritor en el restaurante madrileño Arce, en la calle Augusto Figueroa, donde se le volvió a 'tirar la caña' para su reencuentro, muy deseado, con los lectores de ABC. La oportunidad era clara y él, sin duda, la valoró. Como el caballero que era, se sintió entonces obligado a explicar mejor su negativa: «Les agradezco la oferta, pero tendré que declinarla. No por desprecio, sino porque siento que en ABC mis artículos no harían sino poner de acuerdo a los lectores, no les sorprenderían realmente. Y, sin embargo, en 'El País' cabreo a muchos más lectores, predico en parroquia ajena y eso, además de bien pagado, es interesante porque con ello me siento útil a mis ideas liberales al defenderlas en un territorio extraño». Eso vino a decir. Si no bastara haber leído sus artículos y crónicas para comprender la importancia que Vargas Llosa daba al periodismo, también ayudaría recordar su discurso de aceptación del premio Mariano de Cavia, que obtuvo en 1997, por uno de sus textos en el periódico de Prisa. Se titulaba 'Los inmigrantes' y ponía el foco en las historias concretas de personas trasterradas, de su propio país, que había ido encontrando a lo largo de sus viajes, desde una mujer de la limpieza en el MoMA hasta el servicio en una mansión en La Mancha, y que servían como ejemplos de un fenómeno creciente e imparable que debíamos -decía ya entonces- comprender, gestionar y aceptar para evitar males mayores. El discurso del Cavia fue una confesión en toda regla, o al menos una confesión a medias, en la vieja tradición del periodismo costumbrista: «Sin el periodismo yo no sería el escritor que soy y no hubiera escrito la mayor parte de las novelas que he escrito», aseguraba. Explicó que la práctica de la profesión le permitió, muy joven, romper los límites clasistas de la sociedad limeña que no permitía de otro modo a un joven como él mezclarse con las clases menos afortunadas. «Debo, creo, también al periodismo haber entendido siempre la literatura como algo profundamente enraizado en la vida». Recordó después la función del periodismo como canario en la mina o la primera víctima de la ausencia de libertad: el autoritarismo provoca un periodismo monocorde marcado por la sospecha de la mentira y la desinformación. Viajando unos años más hacia atrás en el tiempo, hay que recordar que la salida de 'La fiesta del Chivo' fue un acontecimiento cultural y que ABC fue el único periódico que dio su entrevista como tema de portada: «La literatura es un aprendizaje de la libertad», decía el titular aquel 2 de marzo de 2000. De hecho, aquella primicia se logró, sin duda, con su complicidad y una enorme sonrisa, puesto que respondió de manera veloz y completa el cuestionario del redactor Tulio Demicheli durante un brevísimo paseo entre el hotel en el que se hospedaba y un auditorio cercano, a escondidas de los guardianes de otras exclusivas otorgadas por su editorial a su periódico. Se les escapó y siempre se lo agradecimos. Así es la vida en un periódico. Tiempo atrás, a finales de los años setenta y los primeros años ochenta, Vargas Llosa había acudido frecuentemente a la cita con los lectores de ABC, con artículos en Tercera y numerosas colaboraciones. Memorables sus reflexiones en Blanco y Negro sobre 'La verdad de las mentiras' de la ficción, y sus textos sobre grandes disidentes y paladines de la libertad frente a los tiranos, de Milosz a Koestler, y también de la vida real en la Nicaragua donde los hijos de Pedro Joaquín Chamorro dirigían periódicos con fe en la fortaleza de la democracia. Quizá uno de sus mejores artículos apareció en la Tercera el 10 de enero de 1979. Se titula 'Yo, el negro' y relata su experiencia en Londres, cuando un carpintero pelirrojo acudió a su casa y Vargas Llosa sintió su racismo: «En esa época empezaron mis reservas hacia las explicaciones ideológicas de los problemas humanos. Siempre se es negro de alguien».
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