Reynaldo Sietecase: “Si hay una respuesta a esta ola retrógrada, vendrá del arte”

Cuatro años ha tardado en escribir Reynaldo Sietecase (Rosario, 1961) su última novela, La Rey (Alfaguara, 2025), una inmersión ficticia y salvajemente verosímil en tres círculos infernales: el de los violadores, el de los proxenetas y el de los narcos. También transita por el purgatorio fronterizo, translúcido y latinoamericano que separa la ciencia y la magia. La entrada Reynaldo Sietecase: “Si hay una respuesta a esta ola retrógrada, vendrá del arte” aparece primero en Zenda.

Mar 4, 2025 - 02:21
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Reynaldo Sietecase: “Si hay una respuesta a esta ola retrógrada, vendrá del arte”

Cuatro años ha tardado en escribir Reynaldo Sietecase (Rosario, 1961) su última novela, La Rey (Alfaguara, 2025), una inmersión ficticia y salvajemente verosímil en tres círculos infernales: el de los violadores, el de los proxenetas y el de los narcos. También transita por el purgatorio fronterizo, translúcido y latinoamericano que separa la ciencia y la magia. El escritor y periodista argentino ha cocinado, siguiendo las palabras de Tomás Eloy Martínez, una salchicha de ingredientes –en teoría– improbables, pero rica y digestiva.

La Rey es, sobre todo, la historia de Blanca Rosa González Miszkowski, niña paraguaya, huérfana y pobre, violada desde los trece años por el querido de su abuela, un viejo canalla que también la matriculó en un puticlub. En su huida, cambió Ciudad del Este por la Villa 31, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde se enamoró de un narco y, tras un quilombo del que prefiero no dar detalles para no destripar en exceso la novela, aterrizó en Madrid, en una delegación del Averno próxima a Cuatro Caminos. En paralelo, un profesor argentino radicado en la capital del Reino, ayudado por un amigo escéptico, investiga la supuesta magia que emana de un espejo de obsidiana conservado en el Museo de Ciencias Naturales. Todo ello confluye en una escena digna de Kill Bill. Zenda entrevista al autor en una librería preciosa, La Mistral, sita a pocos minutos de la calle Montera, famosa, en fin… por lo que ustedes saben.

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—Reynaldo, ¿qué hay de nuevo?

—Una nueva historia que me trajo hasta aquí. ¡Qué suerte, qué alegría, que la literatura te permita viajar! Cuando me bajé en Madrid, pensaba eso.

—Alguna vez ha declarado que la literatura le ha protegido de hacer tonterías, pero no ha especificado cuales. ¿Puede desarrollar?

"Es una especie de escudo: para que yo acepte hacer algo en el periodismo, tiene que ser muy interesante, muy atractivo, y estar bien pagado"

—En mí conviven la bella y la bestia: literatura y periodismo. Siempre lo cuento de esa manera. En Argentina tengo mucha actividad periodística, en radio, en televisión…, suelo tener ofrecimientos de programas, etcétera, y como mi plan A es la literatura, esto hace que no renuncie a horas de escritura ni de lectura. La literatura me ha evitado trabajos que me hubieran generado, no sé, no tantas alegrías. Me focalizo en los laburos que tengo, que me gustan, donde trabajo con mucha libertad, que es muy importante, y le dedico ese tiempo tan valioso a la literatura. Es una especie de escudo: para que yo acepte hacer algo en el periodismo, tiene que ser muy interesante, muy atractivo, y estar bien pagado; si no, prefiero quedarme leyendo o escribiendo.

—¿Cuáles son las tres cosas que usted mejor sabe hacer?

—Contar. Creo que cuento más o menos bien. Luego, soy generoso con los amigos, atiendo bien a la gente porque me gusta, me genera alegría. A veces, en exceso. Me lo suelen decir (risas). Amar es una aventura fantástica. Tener la capacidad de amar. Sí: contar, recibir a los amigos y a la gente querida, y amar.

—Como escritor, ¿se siente más cómodo narrando Saturno devorando a sus hijos que El nacimiento de Venus?

—El nacimiento de Venus es siempre más agradable. Tengo una vinculación con Goya muy apasionada. Goya me encanta. Los pintores españoles, ¡guau! Velázquez, Goya, Picasso… Tengo una atracción por ellos muy fuerte. España tiene un genio por siglo, prácticamente. Como imagen me quedo con El nacimiento de Venus, pero como potencia, con Goya.

—Lo que mejor sabe hacer la protagonista de La Rey, Blanca Rosa, es “limpiar, coger y matar”. “Tal vez sea —añade— una manera muy brutal de definir a una persona, pero conocer en qué cosas una se destaca es de vital importancia cuando no se tiene nada. Hace la diferencia”. En esa diferencia, a uno le va la vida.

—Donde se mueve La Rey, te va la vida. En donde nos movemos nosotros, te va vivir mejor o peor: de pronto te das cuenta de que eres bueno preguntando, de que puedes vivir del periodismo y de la literatura…, pero en el mundo de La Rey, te va la vida. Cuando surgió la idea de una cuarta novela, el desafío que me impuse fue que la protagonista fuera una mujer que tuviera un proceso de resurrección.

—Una mujer paraguaya.

"Empecé a investigar un poco a Paraguay, el tema de los abusos, la 31, que es un escenario espectacular"

—Una chica paraguaya trabajaba en mi casa, hace unos diez o doce años. Me contó su vida y era terrible. Tenía una historia horrible de abusos, vivía en la Villa 31. En aquel momento, se me ocurrió: “Esta chica, con todas las cosas feas que le pasaron, se debería poder vengar”. Empecé a fantasear. Yo había escrito un libro, Pendejos, que son diez crímenes cometidos por niños. Pensé: “¿Y si esta chica mata a todas las personas en las casas en las que trabaja? El lunes a uno, el martes a otro, el miércoles a mí…”. Se me ocurrió eso. Entonces deseché la idea, pero tiempo después se me vino. Empecé a investigar un poco a Paraguay, el tema de los abusos, la 31, que es un escenario espectacular…

—Una villa miseria.

—Justo al lado de Retiro, en un lugar central de la capital federal. Es una villa vertical que tiene tres o cuatro pisos. Escribir es un proceso: empecé con la idea de una mujer, me impuse que tenía que ser paraguaya y me metí en un lío fenomenal, porque tuve que trabajar el tema del habla, elegí el escenario de la Villa 31 y, en medio de ese proceso, vine a España, visité a mi amigo Américo en el Museo de Ciencias…

—Y le muestra el espejo negro.

—Me contó la historia del espejo, que era muy hermosa, y le dije que la escribiera, aunque él es biólogo, no escritor. Pasaban los meses, le preguntaba si la había escrito, no escribió nada, y le dije: “La voy a usar yo”. Estaba con mi paraguaya, mi historia del narco, ¿cómo las relacionaba? En un momento, me acordé de que había estado en Chiapas cubriendo para Página 12 el levantamiento zapatista, en el 95. Me traje unas piedras de Chiapas, y una era de obsidiana. Al encontrarla, dije: “Esta es la piedra que tiene Blanca Rosa”. Y empecé a cerrar la historia. El desafío narrativo de la novela es unir las dos piezas, trabajar las dos tramas y cruzarlas, y con el juego de que el espejo y la piedra tenían algo sobrenatural.

—Es la primera mujer que protagoniza una novela suya. Perfilarla y hacerla creíble no era un desafío menor.

"Todos los escritores deberíamos poder escribir personajes masculinos y femeninos con la misma solvencia"

—Era un desafío, pero todos los escritores deberíamos poder escribir personajes masculinos y femeninos con la misma solvencia. Me preocupé, porque es una historia muy sórdida la de ella, de que todas las personas que trabajaran con el libro fueran mujeres. Primero, Liz Aedo, una escritora paraguaya con la que contacté para que me ayudara con el habla del personaje. Se entusiasmó mucho con el libro: “No se cuenta mucho esta historia de los abusos en Paraguay, lo que pasa con los paraguayos en Argentina, en España…”. Después, las dos editoras que trabajaron el libro, Gabriela Franco y Julieta Overman, también mujeres. El proceso de empoderamiento de alguien como La Rey iba a ser del desastre total a salir también de una manera violenta. Quería que todo fuera cuidadoso, en definitiva. Por suerte, la recepción que está teniendo el libro es buena, también en sectores más vinculados al feminismo. Y es un libro muy heavy, muy duro. Lo alivia lo mágico.

—Ya pasó en No pidas nada: la historia de La Rey es tan brutal que, cuando hay episodios sobrenaturales, el lector se los bebe como si nada, en plan: “Es vino dulce; el aguardiente de 80 grados está en las barbaridades que sufren o hacen los protagonistas”.

—Hice una primera prueba en No pidas nada. La clave está en lo verosímil. Ponle a una novela dragones: si la novela está bien escrita, te crees los dragones. Aquí, las potencialidades sobrenaturales de la piedra y del espejo son verosímiles. Funcionan, no generan ningún ruido. Me gustaba mucho la idea de que una novela escrita en la parte del mundo en la que yo vivo, que es Latinoamérica, tuviera lo mágico.

—Siguiendo una tradición.

—Desde García Márquez para acá. Me pareció que enmarcaba la novela en una especie de tradición. Soy una persona con muy poca fe, casi no tengo, lamentablemente, estaría bueno tenerla, pero en Latinoamérica convivimos con el mundo de lo sobrenatural, lo mágico. Hay personas que en las villas curan con una mano.

—Antes hablaba de la bella y la bestia. La bestia aparece en esta bella. Diría que en la historia del abuelo polaco de Blanca Rosa.

"En la segunda mitad del siglo XIX, Argentina, Brasil y Uruguay emprendieron una guerra contra Paraguay para, fundamentalmente, abrirlo al comercio"

—Quería meter la guerra del Paraguay. En la segunda mitad del siglo XIX, Argentina, Brasil y Uruguay emprendieron una guerra contra Paraguay para, fundamentalmente, abrirlo al comercio. Es una gran vergüenza histórica para nuestros países. Se llamó la Guerra de la Triple Alianza; la Gran Guerra, para los paraguayos. Me gusta cómo la llaman algunos historiadores: la guerra de la “Triple Infamia”. Fue una locura: masacraron a la mitad de la población masculina de Paraguay. Y usé en la novela el único triunfo paraguayo en esa guerra, que fue en Curupaití. Lo aproveché para contar algo que tenía que ver algo con la piedra de Blanca Rosa. Ahí hay algo que le debo a Arturo Pérez-Reverte, que me dijo una vez: “Es muy bueno que cuando alguien termina un libro, se quede con que aprendió algo además de entretenerse. Ahora, hay que tener mucho cuidado…”.

—Para evitar la ensayización.

—Decía Tomás Eloy Martínez: “La novela es como una salchicha, le puedes poner casi cualquier cosa. La novela tolera todo. Ahora, cuando muerdas la salchicha, tiene que ser rica, tiene que ser sabrosa. Cuidado con las cantidades y con el modo”. Yo, por periodista, tengo siempre abundancia de datos. Lo que hago después es limar, limar, limar…, y los editores son importantes para eso.

 

—El episodio de los fundamentalistas islámicos por Iguazú y los afiches con la leyenda “Si Bin Laden se arriesgó a venir, es porque vale la pena visitar Cataratas”, ¿tiene también percha en la realidad?

—Yo vi ese cartel (risas). Fui a hacer una cobertura cuando se hablaba de que era un lugar donde se armaban células terroristas y todo eso. Los comerciantes habían hecho una campaña con la foto de Bin Laden y las cataratas detrás, para burlarse un poco y quitarse presión. Los escritores, en general…

—Jugamos.

—¡Claro! Y guardamos cosas. Algunos escritores le dicen “acopio”. Hay que acopiar material; después, no sabes cuando lo vas a usar. De hecho, el nombre de Blanca Rosa lo leí en un periódico, y dije: “Blanca Rosa González, ¡qué lindo nombre!”.

—El profesor Merino tiene mucho de usted…

"Es el personaje con el que tengo más empatía. Tiene de mí el amor por los libros, la reivindicación del libro en papel… Incluso lo hice rosarino"

—Es el personaje con el que tengo más empatía. Tiene de mí el amor por los libros, la reivindicación del libro en papel… Incluso lo hice rosarino. Salvador Merino, en principio, iba a ser español, pero ya tenía a Américo. Además, estaba medio agobiado con el habla. Yo tenía paraguayos, peruanos, españoles…, ¡era tremendo! Te cuento una anécdota que es buenísima. Mientras veía qué hacía con el habla de Merino, argentino que se había mudado con la familia durante la dictadura, pensaba: “El tipo vivió todo el tiempo acá, el acento es español”. Hasta que me crucé con una declaración de Messi.

—Esta no me la esperaba.

—Se la pongo textual a Merino. Le preguntan a Messi: “¿Por qué no se le pegó el acento español, si vivió desde chico acá?”. Dijo: “No quise”. Lo dijo con la simpleza de un jugador de fútbol, no como un intelectual. Claro: en su desarraigo, quizás, logró mantener su acento encerrándose. De hecho, sigue hablando como rosarino, sin las “eses”. “Andá p’allá, bobo”: es una frase rosarina, no argentina. “Hemo sido engañado”. (Risas) Me solucionó un problema. ¿Por qué no se le pegó el acento a Merino? Porque no quiso.

—Un crítico ha escrito que la elección del nombre de Américo es “excesiva”, cuando Américo existe, es un persona real.

"Es una novela muy dura pero, a su vez, tiene muchos momentos de iluminación. Blanca Rosa es víctima y victimario"

—Es una persona real. Es gracioso eso, ¿no? En mi segunda novela, A cuántos hay que matar, hay una persona que se hace unas tatuajes de las caras de los asesinos de su hijo. Cuando llevé la novela a la editorial, me dicen: “La novela está muy buena, pero hay algo totalmente inverosímil: que alguien se tatúe las caras de los asesinos de su hijo”. ¿Qué hice yo? Abrí una carpeta y les mostré que lo había sacado de la realidad: lo había visto en Tucumán. A una madre le mataron a su hijo y, en su locura, andaba con las imágenes de los asesinos de su hijo. ¡Era impactante! ¿Qué es lo irreal? ¿Qué importa si es verdad, si es exagerado…?

—Es verosímil. Y macabramente divertido: tengo la sensación de que se lo ha pasado bien escribiendo La Rey.

—Sí. Es una novela muy dura pero, a su vez, tiene muchos momentos de iluminación. Blanca Rosa es víctima y victimario. El mundo es muy complejo, y los personajes más atractivos son complejos, tienen ambigüedades. Acá, gente muy horrible hace cosas buenas. Una escritora de Santa Fe me dijo algo hermoso: “Para mí, es una novela sobre la amistad. La relación entre Maruca y La Rey, cómo la ayuda a escapar, cómo sigue pendiente de ella”. ¡Y la de Salvador y Américo! Américo acompaña a su amigo en algo que le parece un disparate, pero propicia que su amigo pueda probar… y si no sale, no importa.

—Vamos acabando, Reynaldo. ¿La victoria de Trump es el segundo capítulo de una nueva historia del mundo que empezó con el triunfo de Milei?

—Creo que Trump antecede a Milei. Trump tuvo un primer mandato…

—Pero el discurso predominante era el que llaman woke

"En el caso de Milei: hace algunas cosas en la macroeconomía que había que hacer: parar la inflación, estabilizar…, ahora, el resto da miedo"

—El punto del nacimiento político del segundo mandato de Trump es el ataque al Capitolio, que se reproduce en Brasil con Bolsonaro. Es el desprecio al sistema democrático. Me preocupa mucho lo que está pasando en el mundo. Nunca pensé que íbamos a defender el sistema democrático. Además, son personajes complejos. En el caso de Milei: hace algunas cosas en la macroeconomía que había que hacer: parar la inflación, estabilizar…, ahora, el resto da miedo. Tiene un nivel de crueldad, de violencia discursiva, de desprecio por las personas que piensan distinto… No sé si puede ser el comienzo de una deriva autoritaria en Argentina. Me preocupa y mucho. Y la orfandad de alternativas políticas hace que esto preocupe más.

—En este mundo, ¿la poesía tiene alguna posibilidad de sobrevivir?

—Claro. Se ha hecho poesía en los momentos más horribles de la Humanidad. La poesía, la literatura, el arte… Fíjate cómo focalizan contra el arte. Milei ha desmontado casi todas las políticas públicas de fomento de la cultura. Ubica en el bando enemigo al artista, al cantante. Algo pasa ahí. El arte siempre ilumina zonas oscuras. Es más, si hay una respuesta a esta ola avasallante y retrógrada en cuanto a derechos, vendrá del arte.

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