«No ver el pasado es una forma tosca de negación»
Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) es una escritora natural, de las que habla narrando. Nos encontramos en un aula del Basque Culinary Center, que acogió los primeros días de marzo la décima edición del congreso gastronómico Diálogos de Cocina. En su intervención, Guerriero desglosa los beneficios del miedo, que también puede servir como motor para vivir más plenamente. De jugar con fuego y el miedo como herramienta política y artística hablamos en esta entrevista, en la que el misterio de la creación y el terror a la página en blanco aparecen como protagonistas. «Voy en serio con el fuego, lo […] La entrada «No ver el pasado es una forma tosca de negación» se publicó primero en Ethic.

Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) es una escritora natural, de las que habla narrando. Nos encontramos en un aula del Basque Culinary Center, que acogió los primeros días de marzo la décima edición del congreso gastronómico Diálogos de Cocina. En su intervención, Guerriero desglosa los beneficios del miedo, que también puede servir como motor para vivir más plenamente. De jugar con fuego y el miedo como herramienta política y artística hablamos en esta entrevista, en la que el misterio de la creación y el terror a la página en blanco aparecen como protagonistas.
«Voy en serio con el fuego, lo respeto», dices en uno de tus artículos. ¿Podrías desarrollar un poco aquí esa idea? Porque creo que define un modus vivendi.
En esa columna decía que mi papá era muy instigador de ese jugar con fuego: íbamos a lugares peligrosos, cuando yo le contaba que me gustaba un chico que estaba de novio o era un galán inalcanzable, él siempre me decía eso de que me gustaba jugar con fuego. Pero eso en realidad era una indicación, él quería que yo jugara con ese fuego. Lo de que voy en serio con el fuego es que yo sé que jugar con fuego tiene consecuencias, para mí y, sobre todo, para los demás. Respetar al fuego tiene que ver con eso. Sé que meterse en una situación delicada o difícil, laboral, afectiva o lo que sea, va a tener una consecuencia de alguna clase, aunque no necesariamente mala. Hay que saber que una se está metiendo en un terreno complejo en el que hay gente que puede salir lastimada. En ese sentido yo no juego, yo me acerco al fuego. Sé que todos podemos terminar quemados. Creo que eso es una forma de estar en el mundo, sí: yo no quiero hacerme daño, pero tampoco quiero hacer daño. Esto es algo que aplico al oficio, a lo afectivo, a las relaciones humanas de cualquier tipo…
¿Nos tomamos como sociedad lo suficientemente en serio ese fuego, ese miedo, ese respeto?
No parece, ¿no? Aunque es un poco general decirlo así, pero no parece. No sé si todo el mundo juega con fuego, creo más bien que los que se acercan al fuego son pocos. La gente es en general precavida. Tomar el riesgo de ir ahí donde pueda haber dragones no es una cosa que yo vea que haga todo el mundo. Ahora bien, en ocasiones sí veo que ese respeto por el fuego no está muy extendido. Me parece más bien que hay una tendencia en pensar «me salvo yo» sin tener en cuenta la vida del otro, sin registrar el dolor, la pena o la lastimadura del otro, que puede ser causada por uno mismo. A nivel colectivo, no veo un registro claro de que ese riesgo que decidimos tomar, ese fuego al que decidimos acercarnos, puede dañar a alguien más que a nosotros mismos.
«Tomar el riesgo de ir ahí donde pueda haber dragones no es algo que haga todo el mundo»
El miedo a la página en blanco, el miedo escénico… La creación está asociada al temor de que la chispa que nos permitió crear en el pasado desaparezca de repente. ¿Está justificado ese miedo? Pienso en que, a lo mejor, llega el día en que uno ha dicho todo lo que tiene que decir y ya no salen más palabras…
Hay algunos casos muy llamativos, sí. Hace poco estuve hablando con Rodrigo Fresán de un autor que estuvo cuarenta años con un bloqueo. Para un periodista la idea de una página en blanco también es terrible; no es algo que entre en el estatuto general del periodista. Si tienes que entregar la columna, la tienes que entregar, ya está [risas]. Ahí hay también una tarea de humildad con uno mismo: saber que cada tanto se te ocurrirá algo genial, pero es imposible tener todas las semanas una o dos ideas estupendas. Hay que tener la humildad de saber que lo que se sale de la norma sucede cada tanto. No sé si está justificado el miedo, pero desde luego creo que le sucede a mucha gente. A mí me pasa cada vez que termino un libro, ese pensamiento aparece, ese «y ahora, ¿qué voy a decir?». Pero la experiencia, la que la memoria olvida, indica que siempre hay más, no existe la posibilidad real de que eso que tienes adentro se apague o se transforme en una cosa espantosa. Al contrario, en algunos oficios como la escritura, cuanto más grande sos y más escribiste, la herramienta se va puliendo, se va refinando. Si estás atento a la herramienta eso es lo que tiene que pasar.
Y cuando acabas otro libro vuelves a tener el pensamiento de que ahora sí, ahora va a pasar de verdad…
El miedo a dejar de crear, ese «ahora sí», es algo con lo que hay que lidiar. A pesar de que pase el tiempo eso se repite, dura un tiempo, luego se pasa y luego vuelve a pasar. Pero hay gente que queda paralizada, como le sucedió a Joseph Mitchell, que después de escribir El secreto de Joe Gould no volvió a escribir nada más en su vida. En cualquier caso, creo que hay que ser generoso con uno mismo, conocer y estar atento a la herramienta y la escritura y saber que ese vacío que aparece a veces es parte del asunto. Por supuesto, cuando estás en el vacío estás desesperado, pero luego algo pasa de repente, un día sales a correr y ves una luz determinada y otro día vas al cine y de golpe algo se abre y todo empieza a fluir.
«Hay que saber que el vacío es parte de la escritura»
Otro de esos terrores creativos es el de no ser suficientemente buena. Es decir, ¿realmente una es escritora si no escribe nada que se pueda catalogar como «bueno», algo que impresione? ¿Una es escritora siempre que escriba, necesariamente?
Me pregunto si hace falta tener una respuesta para eso. Supongo que la verdadera pregunta ahí es: ¿soy una buena escritora o una mala escritora? El talento es algo que no se puede enseñar. Más o menos todo el mundo que tiene cierto interés por la escritura puede escribir frases con sintaxis correcta, saber poner sujeto, verbo, predicado; eso es redactar, pero escribir es otra cosa. Ese escribir se puede desarrollar leyendo mucho, en un taller de escritura, pero hay algo básico que es el talento. El talento es lo que hace que alguien marque la diferencia, que alguien sea tan singular que se descubra como un hallazgo. Ese toparte con un libro de alguien y digas: «Se me viene encima, no me lo puedo sacar de la cabeza». Como cuando no te puedes sacar de la cabeza una sinfonía. Eso no sé si lo tiene tanta gente, porque eso es algo muy singular. Pasa en todas las artes. No hay 6.000 millones de pintores talentosos, de músicos talentosos, de escritores talentosos… Pero de todas maneras creo que, si uno tiene la pulsión de la escritura, es razonable que la quiera seguir. También es razonable ser consciente de los propios límites, saber en qué nivel de calidad está uno. No todo el mundo lo sabe…
Ese suele ser un problema entre los escritores…
¡Entre todos!
En tu libro La llamada muestras las consecuencias que la dictadura militar argentina tuvo para los secuestrados y los desaparecidos. Pienso en el tema de la memoria y el miedo, en cómo Silvia, la protagonista, tiene recuerdos distorsionados por el estrés postraumático que no siempre coinciden con otros testimonios. Tener la posesión sobre los recuerdos de uno también es recuperar la libertad que te quitan en ese momento: al leer el libro, siento que ella no es totalmente libre porque no se acuerda de todo y no tiene ese poder sobre su memoria.
Primero que nada, creo que Silvia es muy libre. Trabajó mucho con sus recuerdos, y no es una persona que esté completamente sumida en ello, no tiene pesadillas, logró hacer una vida buena… Me parece que una de las funciones de la memoria es la edición de los recuerdos, y en La llamada aparece mucha gente que no habló, durante muchos años, de las cosas que les pasaron. No hablaron o, si lo hicieron, fue con muy pocas personas, por lo que es razonable que la memoria se pierda. Es como un relato: cuando no lo repasas, ese relato se va perdiendo o se va modificando. Es una de las cosas que me fascinan de la memoria humana, ese cambio, esa comparación de lo que recuerdan unos con lo que recuerdan otros.
«El talento es algo que no se puede enseñar»
¿Es necesario deshacernos del miedo para empezar a recuperar la memoria?
El ejercicio de la memoria es indispensable a nivel personal y a nivel colectivo. En la Argentina, a pesar del momento que estamos atravesando ahora, se hizo mucho trabajo con la memoria de la democracia para acá con todo lo que pasó durante la dictadura. Sí creo que meter las narices en el pasado parece ser todavía, en algunos sitios, motivo de miedos. Habría que ver qué miedos son los que se agitan: miedo a que se digan cosas que nunca se dijeron, a que alguna gente que quedó mejor parada quede peor, a que se descubran cosas… Yo creo que no hablar nunca es mejor que hablar. No conozco ningún caso en el que tapar algo sea mejor que tratar de ver qué había ahí y cómo llegó hasta ahí. Tampoco creo que revisar el pasado tenga que significar el perdón. Hay gente que dice que hay que olvidar el pasado, pero yo creo que lo que hay que hacer es entender qué es lo que pasó. La única manera de que las cosas no vuelvan a pasar, y con esto no quiero decir que vaya a volver una época como la de Franco, es revisar lo que pasó. No ver el pasado es una forma muy tosca de negación.
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