Mi hija Patricia, quien cumplirá treinta años a finales de junio, me pidió que le adelantase su regalo de cumpleaños para viajar a París con su novio. Al asociar su regalo al viaje europeo, fue evidente para mí que ella esperaba que le obsequiase dinero contante y sonante, y no un libro escrito por mí, un perfume o una chalina. Le escribí entonces a mi hija Claudia, su hermana mayor, preguntándole cuánto dinero yo le había regalado cuando ella cumplió treinta años. Sabiamente, Claudia, como buena abogada experta en conflictos, olfateó un conflicto y se abstuvo de responderme. Una vez decidido el monto que habría de transferir a la cuenta de mi hija itinerante Patricia, pasé a regañadientes por el...
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