El maestro de la distopía afronta su último trance

En los cinco días que le quedan de vida, Zamiátin tendrá tiempo de ratificarse en dos ideas que le vienen rondando desde que vio el derrotero que iba tomando la revolución de octubre de 1917. La primera es la misma que descubrieron los revolucionarios franceses cuando los jacobinos implantaron el terror en 1793, en ese... Leer más La entrada El maestro de la distopía afronta su último trance aparece primero en Zenda.

Mar 5, 2025 - 06:25
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El maestro de la distopía afronta su último trance

Estamos en el cinco de marzo de 1937, en un lúgubre piso del distrito XVI de París. El ingeniero ruso Evgueni Ivánovich Zamiátin, con las facultades mermadas por la angina de pecho que le llevará al hoyo el próximo día diez y sin recurso alguno para poder subsistir, enfrenta su último trance en la más absoluta pobreza. Antiguo bolchevique, al igual que tantos camaradas de primera hora, acabó cayendo en desgracia cuando la revolución soviética dio paso a la dictadura del proletariado, que llamaban los comunistas a la dictadura de los miserables. Sin embargo, quizás debido a que Gorki en persona intercedió por él ante el Zar rojo, Zamiátin fue de los pocos a los que Stalin dejó salir de la URSS y, una vez estuvo en el exilio (1932), primero en Praga, luego en París, no mandó a ninguno de sus sicarios a acabar con él.

En los cinco días que le quedan de vida, Zamiátin tendrá tiempo de ratificarse en dos ideas que le vienen rondando desde que vio el derrotero que iba tomando la revolución de octubre de 1917. La primera es la misma que descubrieron los revolucionarios franceses cuando los jacobinos implantaron el terror en 1793, en ese mismo París que ahora, 145 años después, se dispone a ver morir al exiliado soviético: el fin último de todo revolucionario es el de ser policía. La segunda de las ideas que le aguijonearán hasta su último aliento es acerca de la política en su conjunto. El ingeniero ya sabe que es la actividad más despreciable que puede ejercer el ser humano, entre otras cosas porque en ninguna, salvo en la política, se mata al que fue camarada hasta que el partido decidió su muerte la noche anterior. Las noticias de la Gran Purga, que Stalin puso en marcha el pasado año, están llevando al paredón a cientos de miles de comunistas, socialistas y anarquistas, tras ser debidamente torturados por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, confiesen o no confiesen lo que el nuevo estado ha ordenado que confiesen.

"El género se volvió distópico después de que los comunistas pusieran en marcha su utopía y resultase ser uno de los estados más despóticos, opresores y despiadados que ha conocido la historia"

Hagamos ahora una prolepsis de once años. Vayámonos al Londres de 1948, cuando María Luisa Berneri publica la primera edición de su ensayo crítico A través de las utopías. Escrita originalmente en inglés —aunque sus lectores españoles de los años 70 darían cuenta de dichas páginas en una traducción argentina, llevada a la imprenta por la editorial Proyección en 1975— se trata de una obra concebida en base al carácter social de la utopía, pues la autora —hija del profesor italiano Camilo Berneri—, cuando su progenitor fue asesinado durante los Sucesos de mayo en la Barcelona de 1937 —“la represión comunista, al dictado del Zar rojo, al movimiento libertario español”, habrá que puntualizar ahora que se nos invita a la memoria de los crímenes de la Guerra Civil y una vez más volvemos sobre los santones del estalinismo—, siguió los pasos de su padre en el estudio del pensamiento libertario. Así pues, la panorámica que nos propone María Luisa Berneri arranca en La República de Platón (siglo IV a. e. c.), tenida por la primera utopía y, tras pasar por las del Renacimiento, la Ilustración y las decimonónicas, acaba en las distopías del siglo XX.

El género se volvió distópico —cumple recordar una vez más— después de que los comunistas pusieran en marcha su utopía y resultase ser uno de los estados más despóticos, opresores y despiadados que ha conocido la historia: esa dictadura de los miserables cuyos rigores ya había sufrido Zamiátin.

"A pesar de que en la Unión Soviética no se consintió su edición hasta 1980, Nosotros, cronológicamente, es la primera distopía, aunque en la URSS fue autorizada el mismo día que 1984"

También fue merced a la materialización de la utopía comunista, cuando esas recién nacidas distopías abandonaron su carácter social para abrazar la ciencia ficción que, a grandes rasgos y en esta ocasión, podríamos definir como aquellas historias que se basan en la plausibilidad de la sorpresa que le produce al lector aquello sobre lo que está leyendo.

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, llegó a las librerías en 1953; es decir, un lustro después de que María Luisa —muerta en el 49 en la flor de la edad (31 años), durante un parto— publicase ese ensayo que tanto estimo. Difícilmente, pues, podía hacer mención en sus páginas a esa tercera distopía que, comúnmente, cierra el tríptico rector del género. Pero Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, y 1984 de George Orwell, sí que inspiran a mi dilecta los párrafos que merecen.

"Nosotros, como la primera y gran distopía, es una obra maestra atemporal. Así se escribe la historia que siempre acecha al porvenir"

No obstante, María Luisa Berneri nos habla de una propuesta anterior, fechada en 1929, de la que es autor el ingeniero ruso Evgueni Ivánovich Zamiátin: Nosotros, el título en cuestión fue dado a la estampa por una editorial parisina en 1929, ya con Zamiátin en el exilio. A pesar de que en la Unión Soviética no se consintió su edición hasta 1980, Nosotros, cronológicamente, es la primera distopía, aunque en la URSS fue autorizada el mismo día que 1984 (1948), de Orwell. Sí señor, Nosotros es la primera distopía, exactamente igual que la primera utopía es la República de Platón. Elogiada en público por Huxley y Orwell, quienes siempre reconocieron sus respectivas antiutopías —como las llama María Luisa Berneri— herederas de la de Zamiátin. Este primer distopista —si se me permite la expresión— enfrentaba su último trance hace hoy 88 años. En vida, antes de que la vesania estalinista cayese sobre él, amén de ingeniero naval —parece ser que participó en la construcción o reparación del Lenin, buque orgullo de la armada soviética— fue un autor muy celebrado en los cenáculos literarios. Su producción se cifra en torno al medio centenar de títulos, pero la posteridad solo habría de recordar Nosotros.

Ambientada en el año 2026, es decir, el que viene, Nosotros está concebida en cuarenta capítulos —“anotaciones”, puesto que el texto es una bitácora, escrita en la clandestinidad, como el diario del Winston Smith de 1984—. Pero Nosotros es mucho más metafórica que sus herederas y —por así decirlo— mucho más fantacientífica. No hay duda de que, si Zamiátin no está gozando de esa revisión de la que están siendo objeto Huxley y Orwell, cuyos dos textos han inspirado en los últimos meses hasta novelas gráficas, ello es debido a esa gravedad de la ciencia ficción soviética, de todo lo procedente del otro lado del antiguo telón de acero, me atreveré a decir. Siempre excelente, su enjundia totalmente ajena a la fantasía y al ritmo vertiginoso de la ciencia ficción occidental —y a los dichosos efectos especiales si hablamos de la ciencia ficción hollywoodiense—, la ciencia ficción rusa y soviética han sido un constante motivo de rechazo para el gran público. Pero Nosotros, como la primera y gran distopía —la historia de una pareja alzada contra lo común— es una obra maestra atemporal. Así se escribe la historia que siempre acecha al porvenir.

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