Una gran mierda

Y no es un modelo de objetividad por varias razones. En primer lugar, porque Miquel Barceló nació el mismo año que un servidor, en 1957, tan cerca y tan lejos, según se mire, de la finalización de la Guerra Civil española, con lo que ello implica y comporta. Por otra parte, el grandísimo artista español... Leer más La entrada Una gran mierda aparece primero en Zenda.

Mar 5, 2025 - 06:25
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Una gran mierda

Aviso a navegantes. Es probable que esta reseña, aunque escrita con buena intención y abundantes notas, no sea la más objetiva del mundo. Y bien que lo siento, porque la objetividad y el rigor, como bien se sabe, es el principal patrimonio de todo buen crítico.

Y no es un modelo de objetividad por varias razones. En primer lugar, porque Miquel Barceló nació el mismo año que un servidor, en 1957, tan cerca y tan lejos, según se mire, de la finalización de la Guerra Civil española, con lo que ello implica y comporta. Por otra parte, el grandísimo artista español nació en un pueblo de Mallorca llamado Felanitx, que fue, hace de ello muchos años, mi primer destino como docente de Enseñanzas Medias, cuando a los profesores nos destinaban —y abandonaban a nuestra suerte— a cualquier punto de la geografía española. Y, por último, no podré ser objetivo, por más que me lo proponga, porque su pintura —del personaje, sin embargo, sabía muy poco hasta leer la presente obra— me parece una auténtica “pasada”, un espectáculo de imaginación y de color, un alarde de honradez, un homenaje a la vida, un “subidón” para quienes tengan el alma dormida y el ánimo mustio.

"Fue famoso, como él mismo asegura, demasiado joven. Y se cura en salud, porque ya se sabe el destino final de los que son guapos, ricos y famosos a temprana edad: actores, deportistas, cantantes, etc. Pero él supo llevarlo bien"

Galaxia Gutenberg ha realizado un esfuerzo impresionante, una verdadera muestra de buen gusto, a la hora de publicar el libro. Hay más pintura que texto, y bien que se agradece, aunque, entre uno y otro aspecto, se mantiene un sereno equilibrio que se prolonga a lo largo de estas páginas. Leemos el texto de Miquel Barceló, y dirigimos, de inmediato, la mirada a la pintura, la mancha, el boceto, el dibujo, la cerámica o la fotografía que lo acompaña, que, además de estar muy fielmente reproducidos, resultan grandiosos, espectaculares, como si uno asistiera a un amanecer único e irrepetible.

Los textos de Barceló podrían clasificarse en dos apartados: aquellos, en primer lugar, con los que se nos proporciona una información objetiva de su vida, de su arte, de sus gustos y disgustos —que, por otra parte, no carece, en absoluto, de un inmenso e intenso valor literario, dicho sea de paso—, y esos otros en los que el artista mallorquín le da rienda suelta a su imaginación, a su inventiva y nos regala verdaderos poemas, de una procaz belleza. Tanto es así que, casi al final del libro, como si Barceló nos hubiera reservado la sorpresa, o, más bien, como si hubiera sentido pudor a la hora de contarlo, el pintor relata que alguien le dijo que en cierta ocasión Patti Smith había recitado poemas suyos, escritos en catalán; a lo que Miquel Barceló respondió de inmediato: “¡Pero si yo no he escrito nunca poemas!”.

"No podían faltar alusiones a su infancia, a su existencia primera en el paraíso de su isla, en su Arcadia perdida, cuando el ruidoso turismo sólo era una quimera"

Fue famoso, como él mismo asegura, demasiado joven. Y se cura en salud, porque ya se sabe el destino final de los que son guapos, ricos y famosos a temprana edad: actores, deportistas, cantantes, etc. Pero él supo llevarlo bien. Lo ha llevado siempre muy bien, recurriendo a sus orígenes, a su tierra, a su familia, a su infancia, a su cultura autóctona, a sus ancestros. Y asegura, además, que antes de los diez años ya sabía, con absoluta seguridad, que iba a ser pintor, un pintor profesional que se iba a ganar la vida dedicándose al arte. Y lo que es mucho más sorprendente: todo lo que viene haciendo en el mundo artístico —sus cúpulas, sus cerámicas, sus pinturas, sus inventos—, son, en realidad, un regreso a la infancia, a lo que hacía cuando sólo tenía unos pocos años: “Hoy me doy cuenta —escribe no sin cierta perplejidad— de que sigo haciendo las mismas cosas que a los diez o doce años”.

En un libro denominado De la vida mía —título, por cierto, extraído de un verso de Luis de Góngora, cuya cita figura al frente de la obra— no podían faltar alusiones a su infancia, a su existencia primera en el paraíso de su isla, en su Arcadia perdida, cuando el ruidoso turismo sólo era una quimera. Una época en donde en la calle donde nació había tres mulas y dos burros, y un único coche, grande y negro, siempre detenido, que un día logró poner en marcha hasta chocar “contra un gran portal al fondo de la cuesta”.

"Al margen de los detalles de la vida de Miquel Barceló, lo que más destaca es su concepto de la pintura, la idea que él tiene, bien arraigada y enormemente clara, sobre lo que es y representa un artista"

Su afición a la lectura —la espléndida prosa que emplea en este volumen es una buena prueba de ese temprano deslumbramiento por la literatura— comenzó a los tres años. Y nos recuerda que, a los cuatro, su madre, de la que hablará en otras páginas, lo llevaba a ver a “la señora gorda” de la biblioteca de Felanitx. A los doce o trece años, ya había leído la mayoría de las obras que había allí clasificadas. En ese repaso por la vida suya, destaca la figura de la madre, doña Francisca Artigues, a la que vemos fotografiada en estas páginas. Una mujer valiente, que siempre creyó en su hijo, y que a sus noventa y seis años aún sigue bordando. En la casa grande donde se crio, que siempre olía a pintura, no faltaron jamás ni mesas, ni caballetes, ni libros de arte. Ni un marrano en la pocilga para asegurar la subsistencia. En cuanto a su padre, pasa de puntillas. Asegura que fue un hombre de pocas palabras y que “se parecía a Frankenstein”. Dice que debería escribir sobre él, como hacen casi todos los artistas, pero que no se siente aún preparado.

Al margen de los detalles de la vida de Miquel Barceló, lo que más destaca es su concepto de la pintura, la idea que él tiene, bien arraigada y enormemente clara, sobre lo que es y representa un artista, con frases verdaderamente lapidarias, para subrayar y tomar nota: “El arte —deja apuntado en uno de esos textos que parece un verdadero poema— no es el reflejo de la vida, sino una forma de vida, una forma de vida bastante extraña a veces, pero…”. Y pintar es una “pulsión que te posee todo entero”, sin saber hasta dónde nos lleva, y haces lo que haces sin saber cómo. Pura magia. Auténtico misterio.

"De la vida mía es, además, un libro ciertamente divertido, que se lee con gusto. Barceló no se corta un pelo. Parece como si estuviera confesándose con su mejor amigo"

Pero no hay mejor imagen en todo el libro que aquella en la que podemos observar a Miquel Barceló en plena faena creativa: embadurnado hasta las cejas con su propia pintura que trata de proyectar, lanzar como un misil, hasta el techo, pero que regresa a su origen hasta posarse en su cabello, en los pelos de las piernas, en sus ojos: “Pintar hacia arriba y caminar sobre la pintura como quien camina sobre el agua”. Después, en su isla, se lanza al mar y observa cómo esa pintura va desprendiéndosele del cuerpo poco a poco hasta dejarlo limpio, reluciente, como recién salido del Paraíso.

Aunque no ocupa un lugar destacado en el conjunto de la obra, también conviene referirse a la opinión de Barceló sobre otros pintores. De entre todos ellos, destaca a Picasso. Y a Jackson Pollock. En Francia, ha visitado todos los talleres del artista malagueño. No entraba, se conformaba con mirarlos desde la calle. A Pollock dedica dos espléndidas y muy emotivas páginas. Admite que existen gestos comunes, como pintar en el suelo con todo el cuerpo, como arrojar la pintura y escupirla, “pintar como mear”, concluye. Y se lamenta no haber nacido, por muy poco, el mismo año en que murió el artista norteamericano, desaparecido en 1956.

"La anécdota siguiente también se las trae. Y viene a cuento a propósito de la ensaimada, la bendita ensaimada que porta en la mano todo bicho viviente que regresa de su viaje por la isla"

De la vida mía es, además, un libro ciertamente divertido, que se lee con gusto. Barceló no se corta un pelo. Parece como si estuviera confesándose con su mejor amigo. Y dice las verdades como puños, aunque con mucha elegancia. Ahí van algunos ejemplos significativos. El primero de ellos tiene que ver con el encargo del cartel del torneo de tenis de Roland Garros de París. Barceló pinta lo que le sale del bolo y le sale algo que nada, absolutamente nada, tenía que ver con el mundo del tenis. Y así se lo hicieron saber los promotores del torneo: “No repetiré mi respuesta o mis comentarios”. Y en el paréntesis que va a continuación apostilla: “Menos mal que no tengo que ganarme la vida haciendo carteles o retratos, porque seguramente sería muy, muy pobre…”.

La anécdota siguiente también se las trae. Y viene a cuento a propósito de la ensaimada, la bendita ensaimada que porta en la mano todo bicho viviente que regresa de su viaje por la isla. Primero pinta la ensaimada: una acuarela muy original, sobre un papel donde luce redonda, en todo su esplendor. Y debajo pone la palabra “ensaimada”, para que nadie se llame a engaño. Después, algo más abajo, inicia su texto en cursiva: “Ensaimada. La comíamos en Palma de adolescentes para evitar la resaca, es coprofilia”. Y concluye: “Una gran mierda. Mallorca”. Y se queda tan fresco.

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Autor: Miquel Barceló. Título: De la vida mía. Traducción: Nicole d’ Amonville Alegría. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.

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