Hacia la belleza
Pero, como me costa que ya ha sido todo opinado desde las más variopintas perspectivas y que ustedes ya habrán concluido con una idea propia y genuina de las cosas, me limitaré a caminar Hacia la belleza; así se titula la novela que David Foenkinos publicó en castellano en 2019 con la editorial Alfaguara. Leí... Leer más La entrada Hacia la belleza aparece primero en Zenda.

Pido disculpas por hablarles de la belleza. Y lo pido por adelantado, porque sin duda ya deben estar esperando leer otro artículo más sobre la cultura de la cancelación y el pensamiento gregario o, quién sabe, sobre si Taylor Swift está de verdad o no cabreada con su amiga Blake Lively por enredarla en el caso Baldoni.
Si nosotros nos centramos en lo literario, en mi opinión se cumple el mismo axioma. No importa lo cruenta y hasta soez que sea una historia, siempre y cuando suceda el milagro de que el equilibrio y la estructura, la organización interna y la redacción en sí sean capaces de sostener la trama con la elegancia y precisión adecuadas. Por eso, cuando me preguntan cuál es el secreto de una buena historia para que funcione en el mercado, no sé qué decir, porque depende de demasiados factores. Además, y entre nosotros: si dispusiese de tal fuente de sabiduría les aseguro que estaría imprimiendo libros con la rapidez que un churrero despacha desayunos. Si acaso, y si me apuran, podríamos sintetizar en «la belleza» el concepto del equilibro de todas y cada una de las capas que componen un manuscrito.
Y, ¿qué es lo primero que debe tener un escritor? Una buena historia. ¿Y cómo sabemos si es buena? Ahí está la gracia. No tenemos ni idea, pero disponemos de intuición y de contexto, y un buen escritor debe saber filtrar qué vale y qué debe ser eliminado de inmediato a la hora de realizar el desarrollo básico de inicio-nudo-desenlace. Y ahí ya tocan un montón de decisiones: narrador en primera o tercera persona, punto de vista de ese narrador, espacio, tiempo, simbología, atmósfera. ¿Y la estructura? Siempre me dejan estupefacta los escritores que escriben sobre la marcha y sentándose a diario frente a su escritorio «a ver qué sale». Y no lo digo como crítica, sino desde el admirado estupor de alguien que sería incapaz de ponerse a escribir sin una escaleta y un plan claro de intenciones desde el principio. Pueden llamarme estructuralista, si quieren, pero cada uno debe reconocer quién es, por poco evocador y divertido que parezca.
Ahora está de moda, a la hora de organizar de forma interna una novela, el distribuirla en capítulos cortos: así el lector, acostumbrado a los móviles, a la velocidad informativa y a no perder el tiempo, se quedará más fácilmente atrapado en la historia. Hasta la tecnología cambia la forma de escribir.
Y después está la magia. Un verbo aquí, un adjetivo allá. El estilo propio del autor, que debe ser reconocible, se espolvorea por todas partes hasta lograr que el modesto brillo que habite en su personalidad se cuele entre las palabras. Si se logran conjugar en su justa medida todos estos ingredientes, ¿lograremos el equilibro perfecto, la novela del año? Oh, resulta imposible saberlo. Y, sin embargo, qué emocionante resulta el infatigable intento de dirigir el camino, siempre, hacia la belleza.
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