'El Casoplón' empieza siendo un revulsivo ante 'Padre no hay más que uno', pero termina rendiendo pleitesía a su estilo de hacer cine familiar... Y a Edurne, por algún motivo
Por mucho que las comedietas familiares españolas se empeñen, la realidad de las familias españolas no es la de la cuadrilogía (pronto pentalogía) 'Padre no hay más que uno'. Pocos de sus espectadores tienen casas gigantescas, seis hijos o una asistenta doméstica, pero pese a todo pasan por caja en cada nueva entrega. Y es lógico: entre las tropelías de la familia se esconde un hito aspiracional, un bálsamo con el que soñar al volver a nuestro piso de 30 metros cuadrados, una falsedad en la que es bonita creer. Por eso me ilusionó tanto ver el inicio de 'El casoplón', una película que nace desde el barrio obrero pero que pronto pega el giro buscando aquel Valhalla de clase media prometido por Santiago Segura. Orgulloso de estar entre el proletariado En los compases iniciales de 'El casoplón' estaba convencido de que nos encontrábamos ante una 'Manolito Gafotas' del siglo XXI, una comedia familiar que miraba orgullosamente al barrio obrero, con ideales de clase. Sin embargo, tras un primer acto tan divertido como curioso, la familia al completo (dos padres, tres niños y un conejo) se muda al casoplón que da título a la película y vuelve a convertirse en una fantasía aspiracional que se empeña en demostrar que los ricos también son buena gente (son de hecho, mejores que tú) y que, en realidad, vivir en el barrio es cutre y aburrido. Dicho de otra manera: en la autopista de 'Manolito Gafotas', coge el desvío de 'Padre no hay más que uno' y ya no lo deja hasta el final. 'El casoplón' habría sido una película mejor si, en lugar de empeñarse en ser cine familiar de ese que se centra en las travesuras de los niños, le hubiera dado más empaque a la dicotomía de los padres, viviendo como ricos con sueldo de pobres, con él aceptando su condición y ella viviendo en una fantasía de Gucci y piscina privada. Sin embargo, parece que los productores tuvieron miedo de que parte del público se aburriese, y esta lucha de clases pronto se convierte en una escapada infante para ver a Edurne (sí, la cantante, más sobre ella después), un conejo que hay que recuperar y un telescopio roto. Bostezo general. En Espinof El espantoso multiverso de Torrente y los niños: por qué Santiago Segura se ha hecho con el poder del cine familiar español Todo sea dicho: aunque caiga en los dejes de "lo que sabemos que funciona", 'El casoplón' está infinitamente mejor dirigida e interpretada que 'Padre no hay más que uno', permitiéndose algo más que un plano-contraplano constante y permitiendo que los niños actúen en lugar de que, simplemente, reciten un guion que se han aprendido de memoria cual lección del colegio. Hay una comedia hilarante entre los mimbres del guion, y de hecho, si tuviera que apostar, diría que estoy seguro de que tuvo una primera versión corrosiva y divertida que acabó sufriendo de presión excesiva por parte de los productores, tanto para convertirla en una "comedia familiar" como para ser un vehículo para el lucimiento de Edurne. Este es mi sitio, esta es mi gente No nos engañemos: 'El casoplón' puede tener las intenciones que quiera, pero realmente no puede (ni quiere) evitar ser una simple loa a las virtudes de la cantante Edurne. La vemos invitando a su fiesta a desconocidos, siendo la anfitriona perfecta, permitiendo que tres niños entren en su casa a verla (¡y regalándoles merchandising de su último disco!) y, finalmente, salvando la situación in extremis. En pocas películas ha habido un tratamiento tan absurdamente laudatorio hacia un famoso, y, francamente, cuesta un poco encontrar el motivo de este encasquetamiento en el guion que lastra cualquier posible ritmo, veracidad y ferocidad de la película. Obviamente, 'El casoplón' no está hecha para un crítico de cine recién entrado en los cuarenta y sin hijos. Y es probable que el público de '¡A todo tren!', 'Vacaciones de verano' y sus derivados la encuentren agradable: al fin y al cabo Pablo Chiapella está estupendo durante la mayor parte del metraje (excepto al final, donde parece tomar consciencia de hacer una película para niños) y Raquel Guerrero salta a la luz como una actriz repleta de matices capaz de hacer reír con amargura. ¡E incluso los niños son simpáticos! La única pena es que un reparto tan acertado no contaran con unas líneas de diálogo mejores. Sin embargo, antes de que la película se hunda y pierda todo su interés (copiando el punto de partida, por cierto, del episodio 'La familia Mansión', de 'Los Simpson'), tiene algunos momentos y detalles muy rescatables en los que uno desearía haber indagado. Esa foto universitaria ladeada en la pared, esa noche en familia disfrutando del aire acondicionado entre ventosidades, esa venta de cremas entre mentirijillas piadosas, ese trabajador huyendo del calor a costa de la piscina de los ricachones (que casi no le consideran ni persona)... Hay un conato de amargura obrera refrescante en 'El c

Por mucho que las comedietas familiares españolas se empeñen, la realidad de las familias españolas no es la de la cuadrilogía (pronto pentalogía) 'Padre no hay más que uno'. Pocos de sus espectadores tienen casas gigantescas, seis hijos o una asistenta doméstica, pero pese a todo pasan por caja en cada nueva entrega. Y es lógico: entre las tropelías de la familia se esconde un hito aspiracional, un bálsamo con el que soñar al volver a nuestro piso de 30 metros cuadrados, una falsedad en la que es bonita creer. Por eso me ilusionó tanto ver el inicio de 'El casoplón', una película que nace desde el barrio obrero pero que pronto pega el giro buscando aquel Valhalla de clase media prometido por Santiago Segura.
Orgulloso de estar entre el proletariado
En los compases iniciales de 'El casoplón' estaba convencido de que nos encontrábamos ante una 'Manolito Gafotas' del siglo XXI, una comedia familiar que miraba orgullosamente al barrio obrero, con ideales de clase. Sin embargo, tras un primer acto tan divertido como curioso, la familia al completo (dos padres, tres niños y un conejo) se muda al casoplón que da título a la película y vuelve a convertirse en una fantasía aspiracional que se empeña en demostrar que los ricos también son buena gente (son de hecho, mejores que tú) y que, en realidad, vivir en el barrio es cutre y aburrido.
Dicho de otra manera: en la autopista de 'Manolito Gafotas', coge el desvío de 'Padre no hay más que uno' y ya no lo deja hasta el final. 'El casoplón' habría sido una película mejor si, en lugar de empeñarse en ser cine familiar de ese que se centra en las travesuras de los niños, le hubiera dado más empaque a la dicotomía de los padres, viviendo como ricos con sueldo de pobres, con él aceptando su condición y ella viviendo en una fantasía de Gucci y piscina privada. Sin embargo, parece que los productores tuvieron miedo de que parte del público se aburriese, y esta lucha de clases pronto se convierte en una escapada infante para ver a Edurne (sí, la cantante, más sobre ella después), un conejo que hay que recuperar y un telescopio roto. Bostezo general.
Todo sea dicho: aunque caiga en los dejes de "lo que sabemos que funciona", 'El casoplón' está infinitamente mejor dirigida e interpretada que 'Padre no hay más que uno', permitiéndose algo más que un plano-contraplano constante y permitiendo que los niños actúen en lugar de que, simplemente, reciten un guion que se han aprendido de memoria cual lección del colegio. Hay una comedia hilarante entre los mimbres del guion, y de hecho, si tuviera que apostar, diría que estoy seguro de que tuvo una primera versión corrosiva y divertida que acabó sufriendo de presión excesiva por parte de los productores, tanto para convertirla en una "comedia familiar" como para ser un vehículo para el lucimiento de Edurne.
Este es mi sitio, esta es mi gente
No nos engañemos: 'El casoplón' puede tener las intenciones que quiera, pero realmente no puede (ni quiere) evitar ser una simple loa a las virtudes de la cantante Edurne. La vemos invitando a su fiesta a desconocidos, siendo la anfitriona perfecta, permitiendo que tres niños entren en su casa a verla (¡y regalándoles merchandising de su último disco!) y, finalmente, salvando la situación in extremis. En pocas películas ha habido un tratamiento tan absurdamente laudatorio hacia un famoso, y, francamente, cuesta un poco encontrar el motivo de este encasquetamiento en el guion que lastra cualquier posible ritmo, veracidad y ferocidad de la película.

Obviamente, 'El casoplón' no está hecha para un crítico de cine recién entrado en los cuarenta y sin hijos. Y es probable que el público de '¡A todo tren!', 'Vacaciones de verano' y sus derivados la encuentren agradable: al fin y al cabo Pablo Chiapella está estupendo durante la mayor parte del metraje (excepto al final, donde parece tomar consciencia de hacer una película para niños) y Raquel Guerrero salta a la luz como una actriz repleta de matices capaz de hacer reír con amargura. ¡E incluso los niños son simpáticos! La única pena es que un reparto tan acertado no contaran con unas líneas de diálogo mejores.
Sin embargo, antes de que la película se hunda y pierda todo su interés (copiando el punto de partida, por cierto, del episodio 'La familia Mansión', de 'Los Simpson'), tiene algunos momentos y detalles muy rescatables en los que uno desearía haber indagado. Esa foto universitaria ladeada en la pared, esa noche en familia disfrutando del aire acondicionado entre ventosidades, esa venta de cremas entre mentirijillas piadosas, ese trabajador huyendo del calor a costa de la piscina de los ricachones (que casi no le consideran ni persona)... Hay un conato de amargura obrera refrescante en 'El casoplón' que pronto se cambia por una extraña esperanza.
¿Esperanza por qué? Pues por salir del barrio, claro. Por vivir en una casa de lujo, por no seguir cenando pizza, por tener un cine en casa, por salir de la mediocridad: 'El casoplón' no pretende mostrarte que también puedes ser feliz con lo que tienes, sino que te exhorta a necesitar más, a encontrar la felicidad en lo material, a hacerte colega de un famoso que te solucione la papeleta. La única manera de ser feliz es salir del barrio, un mensaje cuanto tanto extraño en un panorama actual que reivindica precisamente ese espacio urbano como lugar de creación e identidad propia. Lejos quedan los tiempos de Carabanchel Alto y cuidar del Imbécil: estos son los tiempos, en el cine, de La Moraleja y ser amigo de Edurne. Es lo que hay.
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'El Casoplón' empieza siendo un revulsivo ante 'Padre no hay más que uno', pero termina rendiendo pleitesía a su estilo de hacer cine familiar... Y a Edurne, por algún motivo
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Randy Meeks
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