Cara de acelga

Volviendo a esta mañana. Estaba yo disfrutando de ese paseo cuando me detuvo un tipo con cara de acelga. Literal. Me preguntó si tenía fuego mientras me enseñaba el cigarrillo, cogido a malas penas entre sus manos de hoja verde. Yo le dije (y es verdad) que lo había dejado hacía más de una década... Leer más La entrada Cara de acelga aparece primero en Zenda.

Mar 9, 2025 - 01:34
 0
Cara de acelga

Hace una semana que escribí la última entrada del diario. No está mal. Creo que, si consigo mantener el ritmo, puede ser muy positivo. Es cierto que muchas veces no hay nada que merezca la pena contar, pero bueno… Esta mañana estaba paseando por la playa. Llevaba conmigo a dos de mis perras, las más pequeñas. A veces resulta un tanto agobiante llevármelas, porque una de ellas se pone bastante agresiva. Aun así, sé que es bueno para ellas y hago unos kilómetros para que se desfoguen. Es curioso ver cómo se está recuperando el mar después de la Anoxia de hace unos años. Algunos escépticos piensan que nunca lo logrará y que se acabará convirtiendo en una laguna cenagosa. Yo no soy tan dramático, pero creo que aún le queda mucho para llegar a ser lo que era. Alguna gente también culpa a la situación climática. No del calor excesivo o las inundaciones, cada vez más frecuentes, sino de la aparición de los nuevos habitantes. No sé ni cómo llamarlos, la verdad.

"Ya era tarde para un café y no demasiado temprano para unas cañas"

Volviendo a esta mañana. Estaba yo disfrutando de ese paseo cuando me detuvo un tipo con cara de acelga. Literal. Me preguntó si tenía fuego mientras me enseñaba el cigarrillo, cogido a malas penas entre sus manos de hoja verde. Yo le dije (y es verdad) que lo había dejado hacía más de una década y me miró de una manera que no supe interpretar. No sé si con sorna o con admiración, el caso es que, no sé cómo, acabamos sentados a la mesa de uno de los chiringuitos. Ya era tarde para un café y no demasiado temprano para unas cañas, así que, mientras el cara acelga, que luego dijo llamarse Raúl, pedía fuego al camarero, yo pedí un par de cervezas y un poco de agua para las perras. Sí, este es uno de esos locales pet friendly donde tienen un par de cuencos para que las mascotas sacien la sed mientras sus dueños hacen lo propio. Raúl era un tipo vivaracho y debajo de aquella mata verde se escondía una persona como cualquier otra. Yo no suelo acercarme así a la gente. Y no lo hubiera hecho de no haber salido de él. A veces peco de confiado, eso lo tengo que reconocer. No en vano —y supongo que le habrá pasado a todo el mundo— ya me he llevado algunas decepciones en la vida, gente en la que no debí haber confiado y esas cosas. Y me suelo decir que es aprendizaje, pero no por eso es menos doloroso. Tampoco me creo siempre lo que me digo a mí mismo, pero de eso hablaré otro día. Hoy quiero hablar de Raúl.

"Le pregunté abiertamente que de dónde venía. Él me miró entre el humo de una bocanada y sonrió"

Ya que lo tenía allí, vi la oportunidad y no quise desaprovecharla. Le pregunté abiertamente que de dónde venía. Él me miró entre el humo de una bocanada y sonrió. «¿Pues de dónde voy a venir? De mi casa». Yo puse ojos, supongo que se estaba quedando conmigo, así que insistí. «No, digo que de dónde venís los que sois… así». Dudé, porque no sabía si aquello podía resultar ofensivo. Raúl se limitó a encogerse de hombros. No había muchos como él a esa hora por allí. Sí que me había cruzado con un par de doradas y una lubina que paseaban en dirección contraria, pero a nadie más. Se encendió un cigarro con el anterior y se bebió media cerveza de un trago. «No tengo ni idea», fue lo que me dijo. «Solo sé que no me gusta el agua y que fumando os hago un favor. Tampoco necesito comer, por si eso te sirve. Me basta con sentarme aquí un ratito al sol». Se me hacía raro que a un hombre planta no le gustara el agua. También se me ocurrió preguntarle si fumar tabaco —o cualquier otra sustancia— en su caso no podría considerarse algún tipo de canibalismo vegetal, pero me callé. No quería ofenderlo. No me gustan los conflictos: me violentan mucho. Y sé que hay personas a las que les encanta la confrontación, pero yo no soy una de ellas. Puede que intuyera la pregunta o yo qué sé, porque me miró un rato largo con los ojos entrecerrados y luego miró el cigarrillo mientras le daba vueltas con los dedos. «No soy una planta», dijo. Así sin más. Y fui yo entonces el que se encogió de hombros. Las perritas estaban cómodas, echadas a mis pies. Me terminé la cerveza y me dispuse a pagar la cuenta, pero Raúl no me dejó. Cómo habían hecho sus vidas estas personas que venían de quién sabía dónde, también era un misterio para la mayoría. Adultos extraños que llegaron de repente y ahora viven entre nosotros. Supongo que fue entonces cuando el mundo empezó a entender algunos enfrentamientos ridículos movidos por el origen de cada uno de nosotros o nuestro color de piel. Sea como sea, no deja de ser algo insólito y, supongo, algún día sabremos más. Porque ellos llegaron, pero otros desaparecieron. Y eso deja abiertas muchas hipótesis. Raúl me dio su teléfono y me dijo que a ver si nos veíamos otra vez, que él bajaba mucho a la playa también. Ha sido un encuentro agradable. Además, nunca hasta hoy había entablado una conversación tan larga con ninguno de ellos. No he tardado en llegar a casa, tocaba ponerse a currar. Bueno, otro día, más.

La entrada Cara de acelga aparece primero en Zenda.