Poesía después de Auschwitz

La Primera Guerra ya había finiquitado el sueño ilustrado, la idea de que el desarrollo cultural conllevaba un análogo refinamiento moral que nos brindaría, por decirlo con Kant, una paz universal y perpetua. Sobre los escombros humeantes de las ciudades y las fosas de los millones de soldados nació la esperanza: no se repetirá semejante... Leer más La entrada Poesía después de Auschwitz aparece primero en Zenda.

Mar 9, 2025 - 01:34
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Poesía después de Auschwitz

Se cumplen ochenta años del final de la Segunda Guerra Mundial. Ochenta años desde que los aliados entraran en los campos de concentración y sus propios ojos les dieran testimonio del horror del Holocausto. Adorno dijo que no se puede escribir poesía después de Auschwitz; de no haber sido alemán, probablemente habría dicho que no se puede ser alemán después de Auschwitz. Pensémoslo: ¿cómo se han sentido los alemanes en estos ochenta años? ¿Cómo se sienten aún ahora? Es cierto que nadie es responsable de lo que han perpetrado otros, sus compatriotas, su padre, su abuelo o su bisabuelo, pero conviene hacer la reflexión: quienes cometieron atrocidades eran semejantes a mí, tan semejantes que eran mis compatriotas de hace apenas unas décadas, era mi padre, era mi abuelo, era mi bisabuelo. El Holocausto nos interpela a todos los europeos, pues los criminales pertenecían al que era probablemente el pueblo más culto del continente. Y, por extensión, nos inquiere a la humanidad en su conjunto: ¿podemos asegurar los demás que estaríamos libres de culpa si hubiéramos nacido en Frankfurt o Núremberg en los años veinte del pasado siglo? El Holocausto fue obra de alemanes, sí, pero no anida en ellos ninguna ferocidad privativa: fue obra de seres humanos. ¿Acaso no hubo entusiastas colaboracionistas en cada territorio invadido? ¿Acaso los aliados no bombardearon con saña a la población civil de Hamburgo y de Dresde? ¿Acaso no lanzaron dos bombas atómicas en Japón?

"Ha habido demasiados genocidios después como para que a nadie le pueda el optimismo: Yugoslavia, Ruanda, Timor Oriental…"

La Primera Guerra ya había finiquitado el sueño ilustrado, la idea de que el desarrollo cultural conllevaba un análogo refinamiento moral que nos brindaría, por decirlo con Kant, una paz universal y perpetua. Sobre los escombros humeantes de las ciudades y las fosas de los millones de soldados nació la esperanza: no se repetirá semejante atrocidad, no es posible. Lo fue. Corregida y aumentada. Y la gran pregunta fue si la Segunda Guerra nos vacuna contra la guerra, si Auschwitz nos vacuna contra Auschwitz. Con este afán edificante paseaban los soldados norteamericanos a los muniqueses por el campo de Dachau, señalándoles las pilas de cadáveres, los hornos crematorios.

Ha habido demasiados genocidios después como para que a nadie le pueda el optimismo: Yugoslavia, Ruanda, Timor Oriental… Al fin y al cabo, las masacres de regímenes comunistas se sucedieron tras la Segunda Guerra. En la RDA, la Alemania que quedó en manos de Stalin, algunos campos de concentración pasaron sin solución de continuidad de manos nazis a manos soviéticas. Hubo quien se mantuvo preso con ambas gerencias y por los mismos hechos; contaba Dahrendorf que a su padre lo encerraron los hitlerianos por haber sido socialdemócrata (y no nazi) y lo mantuvieron los soviéticos por haber sido socialdemócrata (y no comunista). Después vendrían la Revolución Cultural china, los jemeres rojos de Camboya, el Holodomor ucraniano.

"Los responsables de la solución final ejecutaban su proyecto infame en un secretismo inconcebible en la actualidad: todos lo sabríamos todo"

¿No nos queda más que sentir el temor y el temblor ante nuestra propia naturaleza? ¿Qué tipo de conmemoración es esta? Algo de luz se abre paso entre tan densa oscuridad. El psicólogo canadiense Steven Pinker defendió que en 1945 comienza la época más pacífica en la historia de la humanidad. Investigadores de la Universidad de Oslo han corregido la idea, retrasando el periodo de inflexión hasta 1965. En todo caso, certifican que vivimos en la época de la Paz Larga. Pinker veía esta pacificación progresiva del mundo como resultado de una revolución humanitaria; los investigadores suecos subrayan el impacto que tuvo sobre el gran público la cobertura mediática de la guerra de Vietnam, de la que se ha dicho que fue la primera guerra televisada. Pinker ya había incluido la información, junto a la democracia y el comercio, como factor propiciatorio del giro humanitario. Graciosa paradoja: los medios de comunicación de masas, tan denostados, artífices nada menos que de una revolución humanitaria. Ciertamente, ha habido exterminios tras Auschwitz, pero ninguno de manera tan germánicamente planificada e implementada. Ha sido siempre tema de debate qué sabía —o qué intuía— el alemán de a pie sobre los campos de concentración. Los responsables de la solución final ejecutaban su proyecto infame en un secretismo inconcebible en la actualidad: todos lo sabríamos todo.

Pero no echemos las campanas al vuelo: ni ochenta ni sesenta años parecen tiempo suficiente para acreditar que el humanismo ha triunfado sobre la barbarie. Especialmente ahora, que vuelven a retumbar los cañones rusos en los confines de Europa. Tal vez haya que asumir que ese temor y ese temblor son la auténtica lección de la Segunda Guerra, de Auschwitz y demás campos de exterminio: que la paz es flor delicada, que las ideologías del odio inoculan su veneno sin que apenas lo sintamos. Y que esos viejos conocidos, los medios de comunicación, pueden ayudarnos a regar la flor, pueden proporcionarnos un antídoto para el veneno. En todo caso, ochenta años tras Auschwitz, seguimos escribiendo poesía: no perdamos la esperanza. Pero tampoco la memoria.

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