Neutralidades que matan, por el conde de Romanones
Este artículo apareció firmado con una X. Tal era el ambiente convulso que reinaba en España solo un mes después de que estallara la Primera Guerra Mundial. El director del diario publicó una nota aclarando que no había sido escrito por ninguno de sus redactores, quienes en absoluto compartían su contenido. El artículo levantó tanta polvareda... Leer más La entrada Neutralidades que matan, por el conde de Romanones aparece primero en Zenda.

Este artículo apareció firmado con una X. Tal era el ambiente convulso que reinaba en España solo un mes después de que estallara la Primera Guerra Mundial. El director del diario publicó una nota aclarando que no había sido escrito por ninguno de sus redactores, quienes en absoluto compartían su contenido. El artículo levantó tanta polvareda que pronto fue identificado el conde como su autor. El momento actual de Europa otorga una gran actualidad al texto del editor y político del Partido Liberal. Sección coordinada por Juan Carlos Laviana.
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Desde el primer instante en que surgió el conflicto europeo, tantas veces temido, por tan pocos creído, la opinión más generalizada en España, preciso es reconocerlo, ha sido que nuestra única, segura salvación, se halla en proclamar y mantener la neutralidad más absoluta; por eso se exigió que el Gobierno, que los hombres en quienes habían recaído anteriormente las responsabilidades del Poder, declararan si existían o no pactos o compromisos secretos y firmes que obligaran a España con otras potencias.
Al transcurrir los días, la tranquilidad ha aumentado; llegan los optimistas, confiados en la neutralidad, a augurar para nosotros, como resultado del conflicto, días de ventura, prosperidad y engrandecimiento. ¡Quiera el cielo escucharlos! Pero por si acaso no les atiende, conviene analizar cuál es la esencia de esa medicina prodigiosa que se llama neutralidad.
«Neutralidad», literalmente, expresa no ser de uno ni de otro. ¿Es que España, en realidad, no es de uno ni de otro? ¿Es que puede dejar de ser de uno o de otro? España, en verdad, no ha contraído compromiso con ninguna nación, bajo el aspecto ofensivo o defensivo; pero el hecho es que España determinó su actitud en el Mediterráneo con Inglaterra primero y con Francia después, en las notas cambiadas en Cartagena; España firmó con Francia, recientemente, un Tratado respecto a Marruecos que obliga a una y a otra a una creación solidaria; España es fronteriza por el Pirineo con Francia; por todo su litoral, en realidad con Inglaterra, dueña del mar; y por el Oeste con Portugal, protegida y compenetrada de Inglaterra.
Bajo el aspecto económico, Francia ocupa el primer lugar en nuestro comercio de exportación e importación; el ahorro francés está empleado en España en múltiples empresas; síguenle en importancia Inglaterra y después Bélgica, ocupando el cuarto lugar Alemania, que muy recientemente se ha ocupado de España sólo para quitar el mercado industrial a Inglaterra.
España, pues, aunque se proclame otra cosa desde la Gaceta, está, por fatalidades económicas y geográficas, dentro de la órbita de atracción de la Triple Inteligencia; el asegurar lo contrario es cerrar los ojos a la evidencia; España, además, no puede ser neutral, porque llegado el momento decisivo, la obligarán a dejar de serlo.
La neutralidad que no se apoya en la propia fuerza está a merced del primero que siendo fuerte necesite violarla; no es la hora oportuna para hablar de la indefensión en que se halla España. Baleares, Canarias, las rías bajas y las altas rías de Galicia, si pudieran hablar, si les fuera dable quejarse, ¡qué cosas dirían! ¡Qué tremendas imprecaciones habríamos de escuchar! Cualquiera de los beligerantes que necesite de estos puntos, ¿quién le impedirá ocuparlos? Y entonces sucederá que los llamamientos y protestas del débil neutral por nadie serán escuchados y quedaremos a merced de los acontecimientos, sin tener a quién volver la vista ni pedir amparo en la hora se la suprema angustia.
Si triunfa el interés germánico, ¿se mostrará agradecimiento a nuestra neutralidad? Seguramente no. La gratitud es palabra que no tiene sentido cuando se trata del interés de las naciones. Germania triunfante aspirará a dominar el Mediterráneo; no pedirá a cambio de su victoria a Francia, como en el año 70, la anexión de una sola pulgada de territorio continental; la lección de Alsacia y de Lorena no es para olvidarla, pedirá como compensación el litoral africano, desde Trípoli hasta Fernando Poo, y entonces no solamente perderemos nuestro sueño de expansión en Marruecos, perderemos la esencia de nuestra independencia, que radica en la neutralidad del Mediterráneo; rota ésta, quedaremos a merced del imperio germánico; no podremos sostener como nuestras, no podremos sustraer a su codicia las Baleares; y en el orden económico y financiero, la ruina de aquellas naciones, con cuyos intereses estuvimos compenetrados, no podrán ser compensados ni sustituidos por la expansión germánica.
Por el contrario, si fuese vencida Alemania, los vencedores nada tendrán que agradecernos; en la hora suprema no tuvimos para ellos ni una palabra de consuelo; nos limitamos tan sólo a proclamar nuestra neutralidad, y entonces ellos, triunfantes, precederán a la variación del mapa de Europa como crean más adecuado a sus intereses.
La hora es decisiva; hay que tener el valor de las responsabilidades ante los pueblos y ante la Historia; la neutralidad es un convencionalismo que sólo puede convencer a aquellos que se contentan con palabras y no con realidades; es necesario que tengamos el valor de hacer saber a Inglaterra y a Francia que con ellas estamos, que consideramos su triunfo como el nuestro y su vencimiento como propio; entonces España, si el resultado de la contienda es favorable para la Triple Inteligencia, podrá afianzar su posición en Europa, podrá obtener ventajas positivas. Si no hace esto, cualquiera que sea el resultado de la guerra europea, fatalmente habrá de sufrir muy graves daños.
La suerte está echada; no hay más remedio que jugarla; la neutralidad no es un remedio; por el contrario, hay neutralidades que matan.
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Artículo publicado en el Diario Universal de Madrid, el 19 de agosto de 1914.
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