La venganza de Neso
Deiné, tras arrojar el peplo que llevaba en las manos, se precipitó al pasillo, mientras Yole, aturdida y desnuda, cubrió su cuerpo con una fina toalla de lino. —¿Qué ocurre, Licas? —Herácles, mi señor, se aqueja de un terrible sufrimiento. ¡Hay que llamar a un médico! —Corre, yo iré a atenderlo. El pequeño pasillo que... Leer más La entrada La venganza de Neso aparece primero en Zenda.

—¡Ayuda! ¡Auxilio! ¡Mi señor! ¿Mi señor! ¡Mi seño…! —Como un tornado aquellas palabras penetraron a través de las grietas de la casa para llegar a oídos de Yole. Su corazón, presintiendo el mal que se avecinaba, se paró por un instante.
—¿Qué ocurre, Licas?
—Herácles, mi señor, se aqueja de un terrible sufrimiento. ¡Hay que llamar a un médico!
—Corre, yo iré a atenderlo.
El pequeño pasillo que comunicaba las estancias se hizo eterno, mientras los gritos de dolor retumbaban contra la humedad de las paredes. Deiné se quedó paralizada en la puerta. La escena la horrorizó. Heracles, el hombre, el héroe, el semidios, se revolvía entre terribles sufrimientos. Su boca se había convertido en un manantial de espuma lechosa.
—¿Qué haces ahí? ¡Mujer, ayúdame! —gritó Yole que ya había adelantado a Deiné e intentaba tranquilizar a un Heracles fuera de sí.
Deiné se acercó. Entre las dos intentaron paralizar las convulsiones que eran cada vez más violentas. Yole, en el suelo, tiraba de sus piernas para aplacar la furia del león, Deiné sobre su pecho. De repente, en medio de un alarido, el pecho dejó de oscilar y las piernas de agitarse. Un silencio estremecedor se adueñó de todo. Las mujeres se miraron.
—¿Está muerto? —el miedo preguntó.
—Eso parece —contestó Deiné.
El horror se reflejaba en los ojos aún abiertos del héroe. Yole se hundió en ellos y sintió como si cayese por un precipicio a través del abismo de su mirada. Nada, aquella chispa de vida, aquello a lo que los humanos llamamos alma había desaparecido. La llama se había apagado y con ella se acababa de llevar las esperanzas, los sueños y el futuro de Yole.
—¿Qué ha ocurrido?
Aquella voz surgió de la nada más absoluta.
—Ha muerto —logró decir.
—¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido? —el médico se dirigió a Licas.
—Todo estaba bien, se encontraba en plena forma hasta que se puso esa maldita túnica.
Entonces Yole se dio cuenta: las artes de las brujas no suelen pasar desapercibidas para las mujeres.
—¿Veneno? Seguro ha sido eso. La túnica estaría envenenada. Maldita, maldita mujer despechada que ha terminado con mi felicidad y con la vida de que fue su esposo. Ella ha sido ella. Estoy segura.
Licas, el esclavo que le había entregado el regalo envenenado, viendo su vida pender de un hilo, escapó. Debía darle la noticia a Deyanira.
***
—Ay, Deiné, ¡qué injusta es la vida! Lo he perdido todo. ¡Ay de mi! ¿Qué haré ahora que nada me queda? Soy mujer sin familia ni futuro. El destino ha jugado a las tabas conmigo y he perdido cuando creía que ganaría un marido y una familia propia, aun habiendo perdido a mi padre y hermanos por mano amada. No puedo creer que los dioses me hayan castigado de esta manera, cuando jamás los he ofendido. ¡Malditas las mujeres despechadas! ¡Maldita Deyanira, que prefirió la muerte de su esposo, del padre de sus hijos, a verlo casado conmigo! No me queda nada.
—No habéis así, me estáis asustando, una solución encontraremos.
—La solución será unir mi destino al de Heracles.
—¡Pero si está muerto!
—Ahí tienes la solución.
—Mi niña… ¡no!
—Querida Deiné, no temo la muerte, ella es mujer y entiende mi sufrimiento, temo la soledad de la mujer sin familia, la esclavitud, el matrimonio indeseado, la mofa y el escarnio público.
—Pero no temas al futuro, ese aún se está construyendo. Los adivinos solo nos dan las herramientas, somos nosotros los que debemos usarlas. En tu carta natal predijeron un matrimonio dichoso. Acuérdate, mi niña, que yo te llevé al templo junto a tu madre. Ese matrimonio no ha llegado, esa vida prometida estará en algún lado. No cortes ahora tu destino con daga titubeante. No. Reconstruye ese hilo que llamamos vida y teje con él un nuevo futuro. Las esperanzas las contuvo Pandora en su caja cuando todo zozobraba a su alrededor. Deja salir tu tristeza y contén como ella la esperanza de una vida mejor.
Aquellas palabras de Deiné templaron el corazón de la viuda sin marido. Un soplo de energía renovada la insufló de vida y decidió que aún no cortaría el hilo que la ataba a la vida.
***
Aquella noche los restos de Heracles crujieron en la hoguera alimentada con vino y miel, mientras su alma inmortal subió al firmamento, dibujando en la oscuridad su figura con miles de estrellas.
***
También aquella noche Licas llegó a casa de Deyanira. Ella esperando la resurrección del amor de Heracles, recibió la noticia inesperada.
—¿Cómo, oh triste de mi, he causado yo la muerte del hombre al que más amé? ¿Cómo? Esperando que resucitara nuestro amor por medio de la sangre de Neso he provocado el fin de él. Ya todo está perdido. Y yo culpable, culpable. Me maldigo a mí y a mi amor desmedido. Quise poseerlo y lo he perdido para siempre. Solo me queda estar junto a él allá donde las almas escapan dejando atrás su cuerpo.
El esternón de Deyanira se hundió con la presión que ejerció la daga que acabó atravesándole el corazón. Aquella noche en dos lugares diferentes se lloraba el fin del amor. Unos la muerte de la mujer que amó, otros la del ser amado. Sin saberlo, el engaño de Neso, al fin, había triunfado.
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