La banalidad del mal
Hannah Arendt asistió al juicio del criminal de guerra Adolf Eichmann, que tuvo lugar en Jerusalén, un año después de que fuera apresado por los servicios secretos israelíes en Argentina, país al que había huido después del final de la Segunda Guerra Mundial. Eichmann fue el fiel escudero de Reinhard Heydrich, el hombre que puso... Leer más La entrada La banalidad del mal aparece primero en Zenda.

¿Hay alguna forma de identificar el mal? ¿Podemos saber si alguien es un asesino por su aspecto físico? Goran Jelisić, a principios de la década de los 90, tenía la cara de un hombre en quien se podía creer. Su rostro aniñado inspiraba confianza, casi hasta ternura. ¿Quién no iba a fiarse de Goran? ¿Qué clase de persona iba a tener recelos de un muchacho que nunca dio problemas y pasaba su tiempo pescando sin meterse con nadie? Para muchos habitantes de la antigua Yugoslavia, lo terrible no fue saber que hubo compatriotas —vecinos, amigos, profesores, primos, hermanos…— que ejecutaron a prisioneros sin la más mínima piedad, sino que los verdugos fueron personas como Jelisić que ellos pensaban que no eran capaces ni de matar una mosca. “Tendemos a pensar que la gente bien parecida es buena, igual que tendemos a creer que la gente fea es malvada”, afirma Slavenka Drakulić en No matarían ni una mosca, una obra que acaba de reeditar la editorial Libros del K.O., y que cuenta con un espléndido epílogo de uno de los autores españoles que mejor ha escrito sobre los Balcanes, Marc Casals.
Hannah Arendt asistió al juicio del criminal de guerra Adolf Eichmann, que tuvo lugar en Jerusalén, un año después de que fuera apresado por los servicios secretos israelíes en Argentina, país al que había huido después del final de la Segunda Guerra Mundial. Eichmann fue el fiel escudero de Reinhard Heydrich, el hombre que puso en marcha el Holocausto en la Conferencia de Wannsee. Durante su proceso penal, que acabó con su ejecución en la horca, Eichmann no mostró arrepentimiento, pero tampoco hubo odio en sus declaraciones. Este funcionario nazi insistió en que se limitó a cumplir la ley. Arendt nos descubre en su libro Eichmann en Jerusalén un concepto fundamental —que influirá en la narración de Drakulić décadas después—, la banalidad del mal, que se convirtió en el subtítulo de su libro; los asesinos no son psicópatas, sino lo que podemos entender como “gente normal”, personas que no harían daño ni a un pequeño insecto. En 2003, Slavenka Drakulić acudió a las sesiones del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia en La Haya. Por la sala pasaron hombres —y también alguna mujer como Biljana Plavšić, presidenta de la República Srpska desde 1996 hasta 1998— acusados de violaciones, torturas y asesinatos. Después de escuchar sus testimonios, la escritora croata recuerda a Hannah Arendt y se interroga: “¿Quiénes eran? ¿Gente común como tú o como yo… o monstruos?”.
En las páginas de No matarían ni una mosca descubrimos historias como la del mencionado Goran Jelisić, condenado a cuatro años de cárcel por ejecutar a trece prisioneros a sangre fría en el campo de internamiento de Luka, aunque se estima que pudieron ser más de cien en apenas veinte días. También conocemos cómo fue el sufrimiento de las mujeres bosnias: torturadas, violadas y esclavizadas por antiguos delincuentes que aprovecharon la situación bélica para cometer sus crímenes. Las víctimas de Dragoljub Kunarac, Radomir Kovać y Zoran Vuković —los violadores de Foča— fueron en ocasiones niñas, a las que después de violar, vendieron o alquilaron a soldados. Ninguno de ellos se podía imaginar que las mujeres musulmanas declararían en su contra; no pensaban que iban a ser juzgados, menos aún por una mujer negra de Zambia, Florence Mumba. Los tres —al igual que el resto de sus compañeros que habían accedido a una posición de poder durante la guerra de los Balcanes— se creían impunes. Uno de los casos que mejor ilustra cómo fue este conflicto es el de Milan Levar, veterano de guerra croata, que participó como testigo en los juicios y que fue asesinado por venganza. Lo peor de ese asesinato es que no ha habido el menor interés por investigar quién lo ejecutó. Slavenka Drakulić se lamenta en el libro de su ingenuidad al pensar que la llegada de Franjo Tuđman a la presidencia de Croacia iba a servir para saber la verdad, pero en esa guerra “hubo demasiada gente implicada y demasiados se aprovecharon de ella”. Además de estos personajes más desconocidos —más interesantes para el lector que intenté comprender lo que ocurrió durante el trágico final de Yugoslavia— también descubrimos en las páginas de este libro a los grandes protagonistas del conflicto: Slobodan Milošević, su esposa Mirjana Markovic, Ratko Mladić, Radovan Karadžić… El gran éxito de esta magnífica crónica de Slavenka Drakulić es mostrar el horror de la guerra desde la cotidianidad; utilizar un filtro feminista, imprescindible para entender los sufrimientos de las mujeres durante el conflicto, en la narración; y formular una gran cantidad de interrogantes que quedarán sin respuesta. El diálogo abierto entre Drakulic y Arendt nos deja una afirmación que dinamita nuestra concepción del bien y el mal: todos ellos eran hombres “terroríficamente normales”.
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Autor: Slavenka Drakulić. Título: No matarían ni a una mosca. Editorial: Libros del K.O. Venta: Todostuslibros.
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