El dilema de la basura multiplicada por el propio basurero

Nuestra inocencia incluye la basura. Vemos basura y creemos que hay caos. A la basura no le damos muchas vueltas, parece natural y artificial al mismo tiempo, desaparece por las noches, todos ponemos algo de nuestra parte en su desaparición. Pero los que efectivamente la evaporan son los basureros. He buscado si ya hay otra... Leer más La entrada El dilema de la basura multiplicada por el propio basurero aparece primero en Zenda.

May 10, 2025 - 00:47
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El dilema de la basura multiplicada por el propio basurero

Antes del apagón, en Madrid había huelga de basuras. Como el apagón lo deslució todo, no volvimos a saber de ella. Creo que terminó.

Nuestra inocencia incluye la basura. Vemos basura y creemos que hay caos. A la basura no le damos muchas vueltas, parece natural y artificial al mismo tiempo, desaparece por las noches, todos ponemos algo de nuestra parte en su desaparición.

Pero los que efectivamente la evaporan son los basureros. He buscado si ya hay otra palabra, menos dañina, para estos operarios, y la Red me arroja el término “recolector de basura”, que tampoco ayuda mucho. Sí es verdad que llamar “basurero” a alguien es empezar mal, pero no hay otra manera.

"Eso pensaba yo, eso veía yo en el centro de Madrid. Porque en mi barrio no había acumulación, los grandes contenedores perpetuos parecían no tener fondo"

El caso es que, antes del apagón y con huelga de basuras en marcha, apreciaba yo las diferencias de la ciudad de Madrid con esto de despojarse. Como viví en el centro, cuando llegué a Carabanchel me gustaron los contenedores perpetuos, grandes, variados, donde puedes tirar tus cosas a cualquier hora del día. En el Madrid-Madrid, cada casa tiene su contenedor, su par de contenedores, pequeños y muy solicitados, y hay que estar atento para tirar la basura en las horas adecuadas: desde que se saca el contenedor a la calle y hasta que lo vacían en el camión de la basura.

Tantas veces, en la calle Pontones, me volví a subir a casa con mi propia basura en la mano, ecologista por imposición.

Cuento esto porque, con la huelga, veía en la prensa imágenes del centro de Madrid, con torreones imponentes de basura, bolsa a bolsa, monumental expresión de un problema. Daban, estas montoneras, la impresión del ciudadano que, uno a uno, acude a desahacerse de su basura y no encuentra cómo, y deja la bolsa coquetamente al lado de las demás bolsas en la acera, hasta que hay tantas bolsas que parece un islote de los de las novelas (creo que hay muchas novelas con, valga, “islas de basura”).

Eso pensaba yo, eso veía yo en el centro de Madrid. Porque en mi barrio no había acumulación, los grandes contenedores perpetuos parecían no tener fondo y, qué quieren, hasta me alegraba de ver más sucio el centro que la periferia.

"Miré, ya con la sospecha muy adentro, miré, digo, el interior de los grandes contenedores, y todos estaban vacíos o mediados"

Sin embargo, un día, quizá el segundo o tercero de la huelga, salí de casa y me topé con un islote de basura. Y, en la calle siguiente, con otro. Eran islotes reconocibles, idénticos en su morfología a los que veía por la tele en la Plaza Mayor, por ejemplo. Diría uno que ciudadanos correctos, pero sin el síndrome de Diógenes, habían dejado su basura muy bien colocadita en la acera, sabiendo que estaban ensuciando su propia ciudad, pero con el imperativo de egoísmo imprescindible para no acumular basura en sus propios domicilios.

Entonces, claro, caí. Porque era imposible que en, nada, doce horas, todo mi barrio hubiera bajado a la calle al unísono y colocado con primor sus bolsas de basura en espectaculares pirámides mefíticas. Miré, ya con la sospecha muy adentro, miré, digo, el interior de los grandes contenedores, y todos estaban vacíos o mediados. También noté que estaban fuera de sitio. Vaya, pensé.

Vaya tela.

Me pudo una gran desazón, la verdad, al imaginarme a piquetes-basureros en misión nocturna, cuando todos dormimos, yendo por las calles volcando los contenedores y volviéndolos a poner de pie, para luego colocar todo el detrito en un montón, e ir a por la siguiente calle.

"Recordaba esas imágenes del centro con la basura apilada y me daba cuenta de la facilidad con la que yo me había creído que eso era verdad"

Había algo muy feo en esa acción, fuera del hecho en sí de esparcir basura por tu ciudad. Por un lado, las propias personas encargadas de recoger la basura la tiraban, lo que sonaba poco profesional, como una traición íntima, parecida a ser frutero y vender fruta podrida a sabiendas. Por otro lado, la huelga de basuras se revelaba como un espectáculo acelerado, pues los huelguistas proponían un ciudad sucia que tardaría bastante en llegar, y ellos tenían prisa. Por eso ayudaban a la basura en su conquista de la realidad.

Y, por encima de todo, estaba el engaño. Recordaba esas imágenes del centro con la basura apilada y me daba cuenta de la facilidad con la que yo me había creído que eso era verdad, un proceso lógico cuando hay parón de camiones de la basura, que se acumula enseguida, muy vistosa, para salir en la tele y en la portada del periódico. Así que la huelga de basuras era en realidad una representación de basuras, un ser-hacia-fuera basurero.

Esto me puso muy en contra de los basureros, debo decir. Pues pensaba si acaso un médico que está en huelga se dedica, en la huelga, a contagiar virus a los niños, para que se note más que está en huelga. O si los bomberos, puestos en las mismas, prenden fuego a los edificios y dicen: ¿veis cómo hacemos mucha falta?

Esto parece, parecería decir todo lo contrario: ¿veis cómo no creemos en lo que hacemos?

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