Demasiado regular y previsible
Recuerdo que tenía una compañera guapísima, como una muñeca, como un cartel de una película de cine de los 70, retocado y perfeccionado… Sin embargo, bajo mi opinión retorcida, por supuesto, no era atractiva, porque su belleza no dejaba ningún cabo suelto. Me explico: esa preciosidad formal no proyectaba ningún asomo de duda, de cambio,... Leer más La entrada Demasiado regular y previsible aparece primero en Zenda.

Hay gente tan agraciada que es incómoda de mirar, ¿sabéis a qué me refiero? Hablo de la imperfección como sello de humanidad, de que probablemente amamos a la gente que amamos por sus defectos y no por sus perfecciones; los defectos nos alejan de las novias Optimus Tesla Bot, que llegarán, y también llegará un momento en el que las que ahora consideramos imperfecciones o taras físicas valgan su peso en notoriedad estética.
Me explico: esa preciosidad formal no proyectaba ningún asomo de duda, de cambio, de inquietud, no producía la menor curiosidad… No quedaba absolutamente nada por hacer al receptor, que se reprochaba incrédulo ¿por qué no me fascina? ¿Por qué no me enamora?
Recuerdo que en las reuniones con ella no me podía concentrar, enfrascada en la asimetría de mis pensamientos. No comprendía por qué no me acababa de gustar, a mí, tan sensible a la belleza.
Era como una caja cerrada que no apetecía lo más mínimo abrir. Bonita, demasiado bonita, en la acepción de bonita que puede tener por ejemplo El Corte Inglés. Bonita como un vestido de comunión, como una casa amueblada por un decorador…
Han pasado muchos años de reflexión y ahora sé que las personas físicamente muy perfectas son de algún modo impermeables al contacto humano, esos físicos extraordinariamente correctos “son opacos”, como dice mi amiga Carmencita, “no se puede o no apetece nada penetrar en ellos”, y uno pasa junto a esas personas de soslayo… La perfección física es refractaria e inversamente proporcional a lo interesante y sugerente que es un individuo y a las ganas que tenemos de escucharlo y saber mas de él.
Con respecto a los demás, a los que sí tenemos defectos (¿la naturaleza puede ser defectuosa? ¡Claro que sí!) podemos quedarnos con ellos, tolerarlos, exhibirlos, amarlos o modificarlos. La belleza es una armonía sobrecogedora, intensa, donde no puede haber nada demasiado regular ni previsible.
Y aquí llega la contradicción, porque la esperanza de vida aumentando sin control, ni cortesía, ni buen gusto, nos precipita al retoquito eventualmente, sobre todo ahora que (gracias a la desdramatización del infierno post mortem) cambiamos de pareja cuando nos parece oportuno.
De pronto tienes 48 años, pero te sientes joven, porque te quedan otros 40, eres dinámica, sensual y sexual, eres sabia y probablemente soltera, y no es justo que cuando te mereces disfrutar y puedes hacerlo con cabeza comience inexorablemente la putrefacción…
Me resulta cursi y superficial ese tópico de que las arrugas, descolgamientos, lesiones y quebrantos físicos, esos que el tiempo acciona en nuestro cuerpo, son medallas, señales de guerra o algo de lo que sentirnos orgullosos… No, no, amiguitos, se trata de envejecimiento, deterioro y está relacionado con la muerte y el final de la existencia. Lo digo sin el menor dramatismo y sin enjuiciar la realidad de la muerte, que me parece hermosa y refrescante.
Con respecto a quiénes somos y quiénes queremos ser, la vida es transformación, donde el acto de “arreglar” lo que la vida desgasta o destruye sería una especie de adaptación evolutiva.
Por supuesto, comprendo y respeto la corriente de la aceptación corporal radical y la celebración de las estéticas senior, curvy, etc. A mí todo me parece muy bien. Lo que nunca he visto en ningún desfile ni catálogo, de esos que pretenden naturalismo, es gente fea, los feos (jóvenes o delgados) no están aceptados en los catálogos body positive.
Por otra parte, la intersección entre estética y feminismo es un terreno lleno de paradojas y matices. Por un lado, muchas corrientes feministas han denunciado la presión social que obliga a las mujeres a “arreglar” su imagen, en un intento por adherirse a un ideal de belleza impuesto por estructuras patriarcales. También hay quien considera el retoque estético un acto de empoderamiento y autoafirmación.
Yo no creo que el retoque sea una expresión del machismo persistente (el burka de Occidente, lo llaman algunos), tampoco lo contrario, de ninguna manera la medicina o la cirugía estética son por sí mismas actos de libertad, igual que no creo que lo sea ponerse aparato durante uno o dos años en la boca o estar toda la vida matándose uno a dietas o en el gym.
Si vivieras solo en el mundo no te alinearías los dientes, ni te depilarías, ni te pondrías pelo… Tomamos ciertas medidas para desenvolvernos con más éxito en la sociedad y no pasa nada por reconocerlo. Deseamos la integración en un mundo donde la imagen es una llave maestra. ¿Tiranía de la imagen? Tampoco, son algunas de las reglas del juego. En un mundo organizado sobre el consenso y plagado de ellas, el lenguaje está formado por normas, la conducción, el sexo…
La gente mira y la imagen habla y todos estamos sujetos a esa realidad y a muchas otras. ¿A qué viene este empeño hipócrita, pacato o ingenuo en negarlo? Y no es dramático, tampoco eructamos en las reuniones ni nos rascamos los genitales, en general… Es el contrato social (con la venia de Rousseau) de esta comunidad con su moral artificial y su estética artificial, de nuestra cultura.
Eso sí, moderación. Modérate comprando, comiendo, creando, fumando, bebiendo, conduciendo, hablando, trabajando, pensando, adorando, creyendo, siendo…
Lo que está claro es que no es necesario ser guapo para ser irresistiblemente atractivo, ni ser delgado para ser guapo, ni tampoco es necesario ser atractivo para ser feliz… Aunque a mí las personas felices me atraen irresistiblemente…
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