Alain Tanner 25 años después del 2000

Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 está ambientada en una Suiza infrecuente en el cine, aunque existir, existe. Es aquella que nos recuerda que Mijaíl Bakunin está enterrado en Berna porque allí, aunque en la miseria, encontró solaz tras haber participado en todas las revoluciones de las que tuvo noticia en su... Leer más La entrada Alain Tanner 25 años después del 2000 aparece primero en Zenda.

Feb 16, 2025 - 07:04
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Alain Tanner 25 años después del 2000

Es sabido que Jonás Trueba, uno de los realizadores más destacados del cine español más actual, se llama así, Jonás, no por el profeta bíblico, sino por lo que le gustó a su padre, Fernando Trueba, Jonás, que cumplirá 25 en el año 2000 (1976). Fue aquella una de las películas más celebradas del suizo Alain Tanner. En sus secuencias, los de entonces, los interesados por las nuevas pantallas de los años 70, por el cine de autor, por el de “arte y ensayo”, que se llamaba en aquellos días a todo el filme que no se doblaba y presentaba alguna dificultad para su clasificación convencional… en fin, los interesados por la heterodoxia fílmica, sintonizamos plenamente con Tanner porque, mucho menos simbólicamente de lo que pudiera parecer en una primera apreciación, su Jonás sí aludía al profeta. A la desobediencia del profeta condenado a pasar tres días en el vientre de una ballena por no cumplir los designios de Dios. Ser desobedientes ante los designios de cualquiera era lo primero, lo más acuciante, entre los más genuinos representantes de mi generación en esa edad feliz —aunque tampoco tanto como parecía— en que el fin de la adolescencia se confundía con el principio de la juventud.

Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 está ambientada en una Suiza infrecuente en el cine, aunque existir, existe. Es aquella que nos recuerda que Mijaíl Bakunin está enterrado en Berna porque allí, aunque en la miseria, encontró solaz tras haber participado en todas las revoluciones de las que tuvo noticia en su azarosa vida; es la Suiza del cantón del Jura y los relojeros anarquistas, cuya federación fue la asociación libertaria más importante de la Primera Internacional, desde 1872 opuestos radicalmente al autoritarismo marxista que, a lo largo de todo el siglo XX, haría correr tanta sangre en todo el planeta.

"Tanner nos proponía todo un catálogo por la praxis revolucionaria tal y como la entendían los jóvenes comprometidos de la época, los últimos, los anteriores al nihilismo de mi gente, los de la catarsis punk del 77"

Yo moriría antes que ser mínimamente gregario. Como también moriría sin mis contradicciones. Por eso, aunque individualista irreductible, también me siento muy de mi generación, la del 77, la de la catarsis punk. Particularmente fui rocker, pero ya era tan nihilista como un punk antes de haber cumplido los veinte años. Tanner habría de referirse a esa singularidad de su solar natal en varias ocasiones a lo largo de toda su filmografía, pero En Jonás, que cumplirá los 25 en el 2000 alude al fin del sueño revolucionario presentándonos a un grupo de desobedientes a la usanza de la Europa post 68. “La política no sirve para nada”, comenta en un momento dado Max (Jean-Luc Bideau). Antiguo trotskista, Max es un periodista que ha decidido dejar de escribir —corrige los textos de los demás—, denuncia corrupciones —esas corrupciones que son el cáncer de la democracia— y se deja llevar por el sexo tántrico de Madeleine (Myriam Mézière), una secretaria que habla de una supuesta tesis sobre el estreñimiento de Calvino y de los recuerdos y las esperanzas como de sensaciones del pasado. Eso es lo que hay cuando uno y otra deciden participar en el ensayo social que están llevando a cabo unos granjeros: Mathilde (Myriam Boyer) y Marcel (Roger Jendly). Forman parte de dicho experimento —una suerte de comuna— un antiguo parado que se presenta como “la mano de obra” —responde al nombre de Mathieu (Rufus)—, cuyo cometido es recoger el estiércol de las vacas y dar clases a los niños del lugar en un invernadero. Completa el equipo —Jonás, que cumplirá… siempre me ha recordado La belle equipe (1936), uno de los filmes del gran Julien Duvivier rodados a la mayor gloria del frente popular francés— Marco (Jacques Denis) un profesor de Historia de enseñanza media —más o menos tradicional— y Marie (Miou-Miou) una cajera que no cobra a quien considera oportuno regalarle las compras en el supermercado que la emplea. En la que ha quedado como su cinta mas representativa, Tanner nos proponía todo un catálogo por la praxis revolucionaria tal y como la entendían los jóvenes comprometidos de la época, los últimos, los anteriores al nihilismo de mi gente, los de la catarsis punk del 77.

Pródiga en sentencias de calado, Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 nos mostraba a Mathieu, el que compaginaba la pedagogía infantil con la retirada del estiércol, con las mismas que advertía a Marcos sobre el “riesgo de decir la verdad en un colegio”, aplicándose en convencer a sus pupilos de que “cuando se abre una col, el dibujo que hacen sus hojas se parece a las circunvoluciones del cerebro”. Marco, allá en el aula, defiende que “la inflación es una contraseña secreta”… Finalmente, todas las consignas parecían tener cabida en el florilegio. Salvo el lirismo de Mao Tse-tung, que se había quedado muy obsoleto tras el 68 parisino con su componente claramente maoísta. El mismo Godard, mentor reconocido de Tanner, se convirtió a las enseñanzas de El libro rojo (1964), del Gran Timonel de la Revolución Cultural, y otras atrocidades pretéritas.

"Aún recuerdo bien las sesiones vespertinas de aquella época, cuando los aficionados madrileños veíamos con sumo agrado las cintas de Tanner en cinestudios como el Griffith, aún en la plaza de San Pol de Mar"

Para no escandalizar en exceso al pensamiento burgués, Tanner abría Jonás, que cumplirá… con una cita de Jean-Jacques Rousseau —leída a la manera de las voces en off de Godard— referida a sus dudas sobre la influencia de la sociedad en nuestra forma de pensar: “Toda nuestra sabiduría está formada por prejuicios serviles”. Al cabo, el Rousseau del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755), donde el enciclopedista destaca cómo la civilización ha corrompido nuestra naturaleza y ha llenado nuestras mentes de prejuicios, gravitaba en aquel Tanner de hace 50 años.

Al final, el ensayo social se quedaba en muy poca cosa: un mural, donde los niños del invernadero dibujan a los comuneros. Cuando nazca Jonás, el hijo de los granjeros jugará ante aquella obra, ingenua como el sueño de quienes la inspiraron.

Puede que tal exceso de consignas —mediados los años 70 todo tenía que ser revolucionario— fuera determinante para el nihilismo de las mejores mentes de mi quinta. Yo soy el más necio, pero para mí, desde luego, lo fue. Sin embargo, aún recuerdo bien las sesiones vespertinas de aquella época, cuando los aficionados madrileños veíamos con sumo agrado las cintas de Tanner en cinestudios como el Griffith, aún en la plaza de San Pol de Mar. Entiendo perfectamente que un amante de esa película pusiera a su hijo el nombre del niño aludido en el título: la cinta, desde luego, merecía el tributo. Eso sí, el joven Trueba, a todas luces uno de los cineastas más apacibles e interesantes de entre los más jóvenes del actual cine autóctono, no tiene nada que ver con Tanner ni con Jonás. A veces me recuerda a Jacques Rivette; otras, a Eric Rohmer.

"Personalmente, el gran Alain Tanner resultó ser uno de esos cineastas que también son cinéfilos y, cuando reconocen a uno de sus pares, se entusiasman hablando con él sobre el culto"

Cuando a finales de los años 70 Javier Garcillán y sus socios fundaron los Alphaville en la calle Martín de los Heros —primer referente del cine independiente y de autor de Madrid— Alain Tanner se convirtió en uno de los cineastas habituales de estas legendarias salas. Allí se estrenó Messidor (1979), todo un precedente de Thelma & Louise (1991), tanto que sorprende que, en la cinta de Scott, no aparezca acreditado el suizo: prácticamente se trata de un remake. Después llegaron títulos como A años luz (1991) y En la ciudad blanca (1983). Esta última, localizada en Lisboa —cuenta la historia de un marinero incorporado por Bruno Ganz que se ve tirado en la capital portuguesa—, trajo al gran Tanner a Madrid para su presentación. Era aquella una costumbre de los Alphaville gracias a la cual —nunca me cansaré de repetirlo— tuve oportunidad de conocer —es decir, ver de cerca, cruzar alguna palabra— a Wim Wenders, Godard y la maravillosa Juliet Berto. Personalmente, el gran Alain Tanner resultó ser uno de esos cineastas que también son cinéfilos y, cuando reconocen a uno de sus pares, se entusiasman hablando con él sobre el culto. Siempre que vuelvo a Lisboa hago el recorrido de Paul, el tipo recreado por Ganz.

Nacido en Ginebra en 1929, el que con Claude Goretta —con quien en el 51 fundó un mítico Cineclub universitario de su ciudad natal— estaba llamado a ser el más grande de los realizadores suizos del siglo XX se hizo cinéfilo empleado en el British Film Institute (1955-1958). Pero, antes que del Free Cinema inglés, fue epígono de la Nouvelle Vague. De nuevo en el solar natal fue director de la televisión pública francófona. La salamandra (1971), un drama sobre una joven acusada de haber disparado a su tío, que también fue el primero de los grandes éxitos de Bulle Ogier, le dio a conocer en la cartelera internacional.

Su filmografía se prolongó hasta Paul s’en va (2004). En España rodó El diario de Lady M. (1992). Volvió sobre Rosamonde —la chica de La salamandra— en Fourbi (1995), donde también mostraba algún que otro escenario de Jonás… y sobre el personaje propiamente dicho en Jonás y Lila (1999). Aquel Jonás de 24 años, incorporado por Jérôme Robart, era un buen tío a carta cabal.

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