Un idiota

Sé que no es algo novedoso, porque todos nos cruzamos con idiotas de vez en cuando, pero, por alguna razón, aquel encuentro en particular me hizo reflexionar más a fondo sobre el asunto. Sobre los idiotas. No es que no le estuviera escuchando. Al contrario. Le escuché con atención; con más atención de la que... Leer más La entrada Un idiota aparece primero en Zenda.

Mar 20, 2025 - 02:10
 0
Un idiota

Hace poco tuve una conversación con un idiota.

Sé que no es algo novedoso, porque todos nos cruzamos con idiotas de vez en cuando, pero, por alguna razón, aquel encuentro en particular me hizo reflexionar más a fondo sobre el asunto. Sobre los idiotas.

No es que no le estuviera escuchando. Al contrario. Le escuché con atención; con más atención de la que he escuchado a personas que no eran ni la mitad de idiotas que él. Me fijaba en lo que decía y en cómo lo decía. En las pausas que hacía para recrearse en sus propias frases, como volviendo a escucharlas. Le observaba y me preguntaba si él llegaría a saber alguna vez lo idiota que era. Porque es algo que nos ha ocurrido a todos. A muchos, al menos. A mí me ha pasado: ser un idiota y no darme cuenta hasta más tarde. Hablar de un tema creyendo que lo conocía y descubrir después que no era así, o, al menos, no tan a fondo como pensaba. Es un instante duro el de darte cuenta. Un arrepentimiento solitario en el que te ves señalado por lo que intuyes que otros han pensado sobre ti. Te han considerado un idiota. Y saberlo es sentirlo. Sentirse idiota. Querer volver a ese momento para comentarlo:

—Oye, perdona, que he dicho una idiotez, pero ha sido sin querer.

"Lo somos todos un poco, sí, pero eso no quiere decir que no los haya que lo son más. Porque los hay. Vaya si los hay. Todos conocemos a alguno"

Pero, normalmente, ya no tiene sentido, así que te guardas la vergüenza y el comentario en tu hemeroteca de idioteces y tratas de convencerte de que no volverás a serlo. Aunque lo serás, sin duda.

Es imposible no ser un idiota nunca más. Habría que estar siempre callado, porque el fundamento de la idiotez es el de hablar sin conocimiento, y ¿quién puede hacer eso? Nadie. ¿Todo el tiempo? Nadie. Habría que pasarse la vida diciendo “creo que” o “imagino que”, y eso sería muy cansado, así que hablamos sin poner delante esas excusas y tratamos de avanzar con lo que sabemos, que normalmente es poco. Nos fiamos de los periódicos, de la tele o de internet. Tres fuentes de las que comprendemos que no podemos fiarnos, pero entendemos que son las cartas que tenemos y barajamos antes de la partida.

Lo somos todos un poco, sí, pero eso no quiere decir que no los haya que lo son más. Porque los hay. Vaya si los hay. Todos conocemos a alguno. Y este al que me refiero lo era y mucho.

No lo digo con acritud; lo digo porque puedo decirlo. Porque el idiota en cuestión estaba hablando de un tema que conozco bien y sobre el que, además, se atrevía a decir cosas que yo no me atrevo a decir ni conociendo el tema, pero claro, eso es lo que le convierte en un idiota: hablar con autoridad cuando no tiene ninguna.

"Son idiotas a los que los demás hemos puesto ahí. No teníamos intención de hacerlo, pero es lo que ha terminado por ocurrir"

Por eso he usado esa palabra: idiota. Porque el diccionario es exacto con el término: “Engreído sin fundamento para ello”. Es la segunda acepción, pero, en mi humilde opinión, debería ser la primera. Tal vez, en este momento, el idiota soy yo por querer enmendarle la plana al diccionario. Es verdad. Pero lo digo como propuesta, porque la primera acepción de idiota es “Tonto o corto de entendimiento”, y para eso hay más palabras que nos sirven, como estúpido o gilipollas. A veces son sinónimas, pero no siempre.

Idiota me parece más propio de los que hablan sin saber, de los tontos con iniciativa, de los gurús a los que nadie ha preguntado.

Y este idiota era genuino, insisto. Era la viva definición y, al mismo tiempo, era un idiota que no puede evitarlo. Porque hay idiotas que tienen redención y que, en algún momento, podrán tomar conciencia de su condición. Es lo que explicaba antes que me ha pasado a mí alguna vez. Pero hay otros, como este, a los que no puedo por menos que compadecer. Son los idiotas que lo tienen difícil para descubrirlo. Los idiotas que no detectan las miradas de extrañeza de los demás. Los que siempre han estado arriba, o tienen poder o cuyo dinero hace a otros dependientes de ellos. Los idiotas que no tienen a nadie que les insinúe, siquiera someramente, que lo son.

Son idiotas a los que los demás hemos puesto ahí. No teníamos intención de hacerlo, pero es lo que ha terminado por ocurrir. De alguna manera, son nuestra responsabilidad, porque no nos atrevemos a contradecirles. Son esos idiotas a los que escuchamos porque queremos conseguir algo de ellos. Dejamos que hablen y nos maravillamos en silencio de su idiotez, y nos preguntamos si merecería la pena comentarles algo que les hiciera dudar o, al menos, reducir la altura de sus exageraciones.

"El único consuelo que nos queda después de haber tenido que aguantar semejante situación: contarlo. Y lo hice"

A veces lo intentamos. Lo dejamos caer, con sutileza, pero al instante comprobamos que no ha servido para nada, que no se ha dado por aludido, que no lo pilla, porque es un idiota de los buenos. Confirmamos lo que ya sabíamos y le dejamos seguir hablando.

Eso es lo que hice yo, aunque, esta vez, le observé con más detenimiento que a otros idiotas que he tenido delante en el pasado. Tal vez fue porque ya han sido demasiados. Tal vez este fuera mi idiota número mil y acababa de saltar un aviso en mi cerebro. Tal vez me estaba preguntando si alguna vez había llegado yo a ser tan idiota como él. Lo vi difícil, desde luego, pero uno nunca puede estar seguro.

Le acompañé en sus desvaríos. No podía hacer nada más. Le dejé seguir mientras echaba ojeadas rápidas a mi reloj, hasta que encontré el momento oportuno para simular un poco de prisa y marcharme. Caminé rápido, por si acaso, ya pensando en lo primero que pensamos todos cuando nos encontramos con un idiota tan grande. El único consuelo que nos queda después de haber tenido que aguantar semejante situación: contarlo. Y lo hice. Se lo conté a un par de personas nada más. Y después —días después— he pensado en escribir este artículo. Sin decir su nombre, por supuesto.

Tampoco soy tan idiota.

La entrada Un idiota aparece primero en Zenda.