¿Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar?

Nando López, que hace unas pocas fechas nos ofrecía la historia de Asun y de Santos en una espléndida novela titulada Los elegidos, es un experto en la materia, un viejo conocido dentro del género, con títulos relevantes como Las durmientes y Nadie nos oye… Se aprecia de inmediato que conoce a la perfección sus... Leer más La entrada ¿Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar? aparece primero en Zenda.

May 6, 2025 - 05:36
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¿Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar?

La narrativa de carácter juvenil, una de las más demandadas y leídas en el panorama literario español, debería ocupar el lugar que le corresponde y merecer la atención de los críticos, que siempre nos resistimos, haciéndonos los despistados y los remolones, ante esta clase de libros. Al margen de la labor pedagógica de esta literatura, que es, en el fondo, lo menos importante, en la que se forjan los futuros lectores, está ese otro componente de calidad, que, sin lugar a duda, atesoran muchos de estos volúmenes y que, en no pocas ocasiones, encumbran o derrotan a sus autores, que juegan con fuego. Porque dirigirse a un público que aún terne, que está en plena formación, que aún no ha echado raíces ni en la vida ni en la literatura, entraña una gran dificultad.

Nando López, que hace unas pocas fechas nos ofrecía la historia de Asun y de Santos en una espléndida novela titulada Los elegidos, es un experto en la materia, un viejo conocido dentro del género, con títulos relevantes como Las durmientes y Nadie nos oye… Se aprecia de inmediato que conoce a la perfección sus resortes, que maneja con soltura sus mecanismos y, con extremada delicadeza, pone ante el lector una historia muy compacta, sin fisuras, cuidada al máximo y repleta de sensibilidad, al tiempo que logra que no se le vaya, en ningún instante, de las manos, porque no es menos cierto que, en estos terrenos, lo lacrimógeno y lo conmovedor pueden echar a perder un buen trabajo.
"Las palabras nos llevan a las imágenes. Un trabajo en equipo que no resulta fácil de coordinar, con dos artistas en terrenos distintos, cada uno con su mochila a cuestas"

Pero conviene advertir, antes de adentrarnos en otros aspectos de la obra, que la colaboración del artista Nicolás Castell, autor de la historieta que acompaña e ilustra el texto de Nando López, resulta decisiva, fundamental. Moderna. A la altura de los nuevos tiempos. La manera conjunta que tienen de trabajar los autores, Castell y López, traen a la memoria un viejo guion de Paul Auster que sirvió para filmar una extraordinaria película, Smoke, dirigida, si uno no recuerda mal, por Wayne Wang, con Harvey Keitel y William Hurt como protagonistas. Justo al final, cuando termina de relatar su historia —un cuento de Navidad que es preciso entregar cuanto antes a una importante revista— Auggie (Harvey Keitel) a su amigo Paul (William Hurt), que es, en ese momento, un escritor sin ideas, un autor que ha perdido por completo el ángel, aparecen unas imágenes en blanco y negro en las que se visualizan esas palabras, con un lirismo desconcertante y conmovedor, en tanto suena, como música de fondo —y vuelvo a confiar en mi desvalida memoria—, una emotiva canción con la desgarradora voz de Tom Waits.

Algo parecido sucede en Teníamos 15 años. Las palabras nos llevan a las imágenes. Un trabajo en equipo que no resulta fácil de coordinar, con dos artistas en terrenos distintos, cada uno con su mochila a cuestas. En ello, sin embargo, radica uno de los aspectos más destacados de una obra que consigue así esa rara sensación de convertir los sueños —y las palabras— en realidad a través de imágenes. Técnicamente, un trabajo impecable.

"El hombre que ahora regresa a su origen, en un centro escolar en el que sucedieron hechos que hicieron cambiar su vida y truncó muchos de sus sueños, no es ya el mismo que entonces"

La faceta puramente literaria, a cargo de Nando López, hace justicia al conjunto. Una de las citas con las que se inicia la obra, extraída de la novela Maurice, de E. M. Forster, pone las cosas en su sitio para que el lector pueda situarse, tome asiento y se acomode para lo que está por venir: “El yo que le habían enseñado a ocultar, comprendido al fin, redobló su poder y se hizo sobrehumano”. La historia de Manu Quintana tiene un doble fondo: existe una parte más superficial, una especie de puesta en escena —Nando López también es un conocido experto en textos teatrales, conviene recordarlo—, con asuntos propios de la novela juvenil —fracasos amorosos, autoritarismo de los padres, indefiniciones sexuales, etc.—, pero, al mismo tiempo, se intuye, más que se observa, esa doble costura, una verdad profunda y, en ocasiones, dolorosa, que fluye por estas páginas como una canción de la que apenas escuchamos su letra. En ello se aprecia la marca del autor, su sello personal, el deseo de ofrecer un libro con mucha sustancia, de inequívoca calidad, alejándose así de los consabidos tópicos del género que se generan a partir de la edad de los protagonistas.

Manu no es tan sólo una versión del profesor Keating de la famosa película que, en su día, nos hizo llorar a todos. El hombre que ahora regresa a su origen, en un centro escolar en el que sucedieron hechos que hicieron cambiar su vida y truncó muchos de sus sueños, no es ya el mismo que entonces. El mundo es diferente y los viejos amigos han mudado de piel en infinidad de ocasiones. Así, el viejo videoclub se ha convertido ahora en una tienda de carcasas. Y el Manu, que ahora tiene cuarenta y seis años, tiene poco que ver con aquel otro muchacho quinceañero que se buscaba a sí mismo.

"Los diálogos que Nando López pone en pie son vigorosos, de un dinamismo y una frescura que hacen que la obra transmita una gran viveza al lector"

Como había sucedido en Los elegidos, la literatura y el arte se derrama por los poros del libro. El taller literario que trata de montar Manu, y que tanto entusiasmo y rechazo genera ente el alumnado, es sólo una excusa para que la cultura ocupe un lugar destacado dentro de estas páginas. Y tampoco dejan de tener su importancia las citas y alusiones a escritores como Luis Cernuda o a obras tan enigmáticas como El guardián entre el centeno, con la que se educó toda una generación del pasado. Como tampoco es casual que gran parte de la acción se sitúe en un centro de educación secundaria que lleva el nombre de Miguel Hernández, el poeta de Orihuela que apenas saboreó su juventud antes de convertirse en huésped del dolor y de la muerte.

Los diálogos que Nando López pone en pie son vigorosos, de un dinamismo y una frescura que hacen que la obra transmita una gran viveza al lector. Y por si todo ello fuera poco, el lenguaje que aquí se emplea hace honor a la condición de cada uno de estos personajes. Un lenguaje propio de la juventud, aunque sin caer en lo soez, con la consiguiente y siempre necesaria elaboración literaria, hasta alcanzar la belleza precisa.

La inolvidable Mari Trini, mi paisana de Lorca, con la sensibilidad y la ternura que le adornaban, lo dejó escrito en una canción que sacó a la luz hace más de medio siglo, titulada “Amores”. Amores que se van marchando como las olas del mar: “¿Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar?”

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Autores: Nando López y Nicolás Castell. Título: Teníamos 15 años. Editorial: Loqueleo. Venta: Todos tus libros.

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