Pero tú sí lo sabes

—¿Y esta pitillera para qué es? A lo que Blake Edwards le contestó: —Un hombre se mueve de forma diferente cuando lleva una pitillera de oro en el bolsillo. Yo no siento el menor interés por los metales preciosos ni por las joyas de ningún tipo, pero conozco perfectamente esa recóndita gravedad que te otorga... Leer más La entrada Pero tú sí lo sabes aparece primero en Zenda.

Mar 19, 2025 - 01:36
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Pero tú sí lo sabes

Cuenta en sus memorias José Luis de Vilallonga que, cuando tuvo que interpretar al potentado brasileño con el que aspira a casarse Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, el director de la película, Blake Edwards, le entregó una pitillera de oro para que la llevase durante el rodaje. Al ver que no se usaba para nada, José Luis de Vilallonga le preguntó:

—¿Y esta pitillera para qué es?

A lo que Blake Edwards le contestó:

—Un hombre se mueve de forma diferente cuando lleva una pitillera de oro en el bolsillo.

Yo no siento el menor interés por los metales preciosos ni por las joyas de ningún tipo, pero conozco perfectamente esa recóndita gravedad que te otorga el portar algo que los demás ignoran.

"Estos pañuelos tienen un precio más elevado que los de patrón monocorde, pero recomiendo hacerse con uno de ellos por dos motivos"

Sucede, por ejemplo, con los pañuelos de bolsillo. A todos los que acuden a mí en busca de consejo (esto es pura fantasía, porque a mí nadie me ha pedido jamás mi opinión sobre este asunto), les digo siempre lo mismo: que si únicamente vas a tener un pañuelo, debería ser uno de lino blanco (y con los bordes siempre enrollados a mano), pero si vas a aumentar tu colección, deberías plantearte adquirir un pañuelo que no tenga un patrón uniforme, sino una composición pictórica como la que podríamos encontrar en un lienzo.  

Tengo tres pañuelos de este tipo, todos de la marca polaca Poszetka. Uno de ellos, en encantadores trazos de tono infantil, representa Cracovia con sus principales monumentos y con su jardín circular, que tanto me sorprendió cuando visité la ciudad. El segundo pañuelo es una reproducción del célebre cuadro de Caillebotte Calle de París, día de lluvia. El tercero es una delicada estampa de dos geishas paseando con sombrillas de diversos colores.

Estos pañuelos tienen un precio más elevado que los de patrón monocorde, pero recomiendo hacerse con uno de ellos por dos motivos. El primero es el abanico cromático que te ofrecen, ya que en función de la parte que dejemos visible, se mostrarán unos colores u otros, lo cual aumenta su versatilidad. El segundo motivo es el placer de alojar cerca del corazón una obra de arte. Un hombre se mueve de forma diferente cuando lleva dos geishas en el bolsillo.

"Ellos no sabrán qué misterio esconde el pañuelo de tu bolsillo, pero tú sí lo sabes"

Este segundo motivo es de carácter íntimo e intransferible, pues la verdadera naturaleza de esta obra de arte nunca será revelada a los demás, pero no importa. Ellos no sabrán qué misterio esconde el pañuelo de tu bolsillo, pero tú sí lo sabes.  

También quedará oculto a la vista de todos, incluso a la tuya, uno de los elementos primordiales en la indumentaria de un caballero: la entretela de la americana. Cuando hace unos años comencé a dandificarme, pensé que esta entretela de crin de caballo, de la que tanto oía hablar en foros de internet y que encarecía considerablemente el precio de los trajes, no podía ser tan determinante. Hasta el día en que la probé.

Al principio me quedé perplejo, subyugado por el sereno abrazo con que me envolvía la americana, y después le dije al vendedor:

—Me has arruinado la vida.

—¿Por qué?

—Porque después de probar esto, no puedo conformarme con menos. Y me va a costar caro.

Ahí comprobé cuánta razón tenían quienes alababan las virtudes de la entretela de crin de caballo, que hace que la americana te acompañe en tus movimientos y que, cuanto más la uses, mejor se acople a ti. Cuando te pruebas una americana de este tipo, experimentas una sensación parecida a cuando follas bien por primera vez en tu vida, y te dices a ti mismo: “Ah, así que era esto”.

Con esta lucidez sobrevenida, regresé a mi casa, abrí mi armario ropero, saqué todos mis infames trajes termosellados y los metí en bolsas para darlos a la beneficencia. En su lugar, coloqué mi traje con entretela recién adquirido, solitario y triunfal, y al verme reflejado en el espejo de la puerta del armario, proclamé: “Tú eres Celso y sobre este traje construirás tu dandismo”.

"Todo traje, para exhibir su fulgor, requiere el uso de la corbata, y toda corbata, para brillar a su vez, requiere ser anudada por unas manos expertas"

Y por supuesto que quienes te ven ataviado con ese traje, o con todos los nuevos que has ido adquiriendo, no saben que gran parte de su prestancia se debe a su entretela, ni sabrán jamás lo que se siente al vestir estas prendas. Pero tú sí lo sabes. 

Todo traje, para exhibir su fulgor, requiere el uso de la corbata, y toda corbata, para brillar a su vez, requiere ser anudada por unas manos expertas. Por eso, cada mañana te entregas con ahínco a la tarea de dar forma a tu corbata, repitiéndola las veces que sean necesarias, hasta lograr la mejor versión del único nudo que te complace: el four-in-hand con doble hoyuelo.

Con las viejas corbatas, conoces de antemano cómo de ardua o de liviana será la tarea, pero cuando toca estrenar una, siempre te aguarda una sorpresa. Anudarte una nueva corbata es como follar con una nueva mujer: nunca sabes cómo va a reaccionar al toque de tus dedos. 

—Joder, macho, ya es la segunda vez que hablas de follar en esta pajarita.

—Y atento, que habrá una tercera. Sigo.

Solo tú conoces la dificultad que ha entrañado hacerte el nudo de cada corbata y tendrás una especial querencia por aquellas que, aun sin ser las más bonitas, se pliegan, lisonjeras, al tiento amoroso de tus manos. Quienes te ven con una de estas corbatas no saben el vínculo de afecto que has creado con ellas. Pero tú sí lo sabes.

"Nada bueno se le puede augurar a un matrimonio que empieza con una corbata torcida"

Como la corbata no debe ser mancillada con un horrendo pisacorbatas (al que yo denomino jodecorbatas), se impone encontrar una solución para evitar que inicie un movimiento pendular que, en el caso de que lleves chaleco o americana cruzada, no tiene vuelta atrás. Están los álbumes de boda repletos de novios y padrinos que entran a la iglesia con la corbata para un lado. Nada bueno se le puede augurar a un matrimonio que empieza con una corbata torcida.

Para conjurar este desdoro en nuestro atuendo, conviene utilizar una cadenita con dos aros situados a una distancia ligeramente superior a la de los botones de una camisa. Tras localizar aquellos dos botones entre los que se encuentra el pasantino de la corbata, colocamos un aro en cada uno de ellos, y de este modo, como la cadena retiene la corbata por el pasantino, evita que se desplace a los lados.

Cuando supe de la existencia de este accesorio, lo fui buscando a la desesperada por infinidad de tiendas, físicas y virtuales, hasta que logré dar con la empresa cordobesa que los fabrica. Desde entonces, es un regocijo caminar, saltar y bailar con la tranquilidad que te confiere saber que la corbata permanecerá en su sitio. Nadie sabrá que ese sosiego procede de una cadenita invisible que conecta dos botones. Pero tú sí lo sabes. 

"Vivir en Nápoles te imprime un sentido especial de la belleza, y para muestra un botón"

Y ya que hablamos de botones, detengámonos a contemplar la donosura donde menos podíamos esperarla: no ya en el material de que se componen los botones, sino en la forma de coserlos. Me estoy refiriendo a la costura en zampa di gallina, que, como tantos hallazgos felices en materia indumentaria, proviene de Nápoles. Frente al tradicional cosido en cruz, en esta técnica napolitana los hilos parten de uno de los cuatro agujeros en dirección a los otros tres, de ahí el nombre de zampa di gallina (que en italiano significa pata de gallina, que todo hay que explicároslo). Si este cosido lo hubiese inventado un francés finolis, lo habría llamado flor de lis.

Pero aquí no hay francés que valga, porque solo a un napolitano (o más bien, sospecho yo, a una napolitana) se le ocurriría hermosear la costura de los botones. Vivir en Nápoles te imprime un sentido especial de la belleza, y para muestra un botón. Gloria eterna a la originalísima signora que se dijo: “A partir de ahora esta tarea será menos tediosa porque tendrá más encanto. Y ya sé que nadie se va a fijar y que a nadie le va a importar, pero no puedo evitar coser de esta forma los botones porque Nápoles y yo somos así. O sooole mioooooo!”. 

Lo de que nadie se va a fijar lo tengo clarísimo porque yo mismo, cuando descubrí esta forma de coser los botones (tan superflua, pero, desde que habéis leído estas líneas, tan imprescindible ya en vuestras vidas), pregunté en varios talleres de confección a medida si me podían aplicar esta técnica (solicitud que fue recibida con gestos de estupor), y solo tiempo después me di cuenta, afinando mucho la vista, de que las camisas que poseo de cierta marca tienen los botones cosidos en zampa de gallina. Fue como cuando recorres toda la casa buscando tus gafas y resulta que las llevas puestas. Hay quien, como el burgués gentilhombre de Molière, se pasa toda la vida hablando en prosa sin saberlo y hay quien, como yo, sueña con unos botones sin saber que son los mismos que se está abrochando.

"Tal vez todas estas cuestiones puedan parecer superficiales, especialmente para aquellos que consideran que la belleza está en el interior"

Por eso estoy seguro de que nadie reparará en este nimio detalle. De entrada, porque a los botones los tapa la corbata. Pero aunque estuvieran a la vista, tampoco la gente sabe qué narices es la zampa di gallina, ni quién era el burgués gentilhombre de Molière, ni en qué región de Italia está situada Nápoles, ni nada. Pero tú sí lo sabes. 

Tal vez todas estas cuestiones puedan parecer superficiales, especialmente para aquellos que consideran que la belleza está en el interior. Hablemos por tanto del interior, es decir, de los calzoncillos.

Aquí tenemos dos actitudes ante la vida. Hay quien se pone los primeros calzoncillos que pilla y hay quien, como el que esto escribe, selecciona aquellos que mejor combinan con el atuendo que va a lucir ese día. En la mayoría de los casos, es un esfuerzo vano porque nadie va a darse cuenta de que tus calzoncillos se acompasan con tu corbata o con tus calcetines, salvo… salvo…

—¿Salvo qué?

—Salvo que esa noche triunfes y te lleves a casa a una mujer para follar.

—¡Qué cabrón, cómo la has colado!

De todas formas, últimamente estoy para pocos triunfos, por lo que cada mañana me repito, con un cierto desánimo: “Nadie sabrá con qué prenda armonizan estos calzoncillos. Pero tú sí lo sabes”.

Ya va siendo hora de acabar esta pajarita que tanto tiempo me ha llevado y que el lector despachará en apenas unos minutos, ajeno al padecimiento que acarrea dar a luz un texto como este. Nunca sabe quien te lee el esfuerzo que te ha supuesto decantar cada idea, cincelar cada frase, componer cada párrafo. Tampoco sabe cuánto te angustia que se te agote la inventiva antes de acabar las 12 pajaritas que como mínimo te has comprometido a escribir.

Pero tú sí lo sabes.

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