Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Crisálida es un libro duro. Maravillosamente escrito, lábil, se escurre entre las rejas de la taxonomía literaria dejando en la retina y la conciencia del lector el regusto acre, la quemadura negra de la pólvora. Lo separa de la adscripción a la novela la pretensión de elevar, cerrando un círculo, el testimonio salvaje, radical, de... Leer más La entrada Tiempos nuevos, tiempos salvajes aparece primero en Zenda.

Mar 19, 2025 - 01:36
 0
Tiempos nuevos, tiempos salvajes

La memoria es una mariposa fría. Cenizas de una mariposa que golpetea grogui, conmocionada, contra los cristales rotos de ventanas que no ven nunca el sol. ¿Por qué no sale? ¿Por qué no escapa? ¿Por qué no emprende el vuelo al exterior? Porque es indiferente en esa tópica, una vez ultrapasado el límite del último dolor, la diferencia entre adentro y afuera. Desaparecen de la ecuación las variables interior/exterior. Y el mundo y la realidad solo pueden ser conjetura y fábula.

Crisálida es un libro duro. Maravillosamente escrito, lábil, se escurre entre las rejas de la taxonomía literaria dejando en la retina y la conciencia del lector el regusto acre, la quemadura negra de la pólvora. Lo separa de la adscripción a la novela la pretensión de elevar, cerrando un círculo, el testimonio salvaje, radical, de una vida. Del relato, que revienta las costuras de una intención y la transferencia de un único mensaje, de la descripción de un tiempo y un lugar. Y sin embargo, Crisálida reúne, quintaesenciados elementos de la novela y, multiplicados, aspectos del relato.

El tan manido aserto de Tolstoi acerca de las familias felices e infelices, esculpido en el fronstispicio de su Ana Karenina, palidece ante el recio chaparrón lírico y sin concesiones que desencadena la escritura de Fernando Navarro (Granada, 1980).

"La violencia está simbolizada por la gumía nazarí que el Capitán desentierra en el bosque o la faca de Rayo, su hijo y heredero de su atavismo"

Nada es una niña granadina superviviente de experiencias radicales en el bosque junto a sus familiares próximos, padres y hermanos. Internada en el pabellón psiquiátrico de un sanatorio, desgrana el testimonio de la destrucción de su familia, arrastrada por el padre, el Capitán, hacia estadios de la civilización donde se mezclan los derelictos oxidados del progreso (furgonetas abandonadas, generadores eléctricos, medicamentos, psicotrópicos) con el aullido crudo y elemental del bosque. Abandonados a su suerte, aflojados y desatados los lazos de la vida civilizada, y sometidos a la terrorífica vigilancia del padre, y por encima de ese, del espíritu ancestral del bosque, los niños conviven como animales que el mundo, apenas a unos kilómetros, olvidó. La madre, exhippie pelirroja, flota envuelta en la bruma de un ensueño lisérgico permanente, incapaz, desvencijada Ofelia, de dar cobijo a sus hijos frente al terror del padre. Ese contacto profundo y prolongado con lo crudo y lo elemental provoca en los niños el despojamiento de capas y corazas convencionales, que no excluye cierta ternura primordial. De entre los niños, los hay incluso que retroceden hasta el olvido del lenguaje y regresan a la programación atávica del morir o matar. La violencia está simbolizada por la gumía nazarí que el Capitán desentierra en el bosque o la faca que Rayo, su hijo y heredero de su atavismo, forja con la chapa de un automóvil abandonado, y que aparecerán, con su brillo opaco y terrible, en escenas que Navarro describe con todo lujo de detalles. La niña Nada, por su parte, se agarra a las palabras que encuentra en libros abandonados por los antiguos propietarios de la Fiat, donde se hacinan. Es probable que eso sea no lo que la salve, puesto que en un relato tan mineral y afilado el buenismo no tiene cabida, sino la dote de un cierto distanciamiento lírico que le permitirá, y a Navarro en su nombre, dejar testimonio de un tiempo salvaje.

"Tiempos salvajes, tiempos puros los que ha imaginado Fernando Navarro para su protagonista entre los escombros de una vida y una civilización en ruinas"

Frente a Crisálida, la pretendida nobleza originaria de Rosseau y el misticismo forestal de Thoreau son como canciones folk comparadas con el punk. La melena lacia del flower power con la cresta mohicana del no future.

Entre las decenas de pasajes en que Fernando Navarro despliega recursos visuales de alto impacto, recupero uno en que la niña Nada, dejada atrás la pupa y completada la metamorfosis, sumerge su nuevo cuerpo blando en la alberca que halla en las proximidades del sanatorio donde revolotea a solas: «Salgo por ese agujero y me encuentro una alberca. Está llena de hojas secas y el agua está estancada, muy sucia. No se ve el fondo y a lo mejor hay viviendo un tritón o una sirena, porque salen burbujas gordas de debajo del agua como si lo que vive ahí respirara un poco con sus branquias. […] Al sol le da por aparecer de vez en cuando por la esquina del sanatorio y da en el agua y la vuelve un poco más verde, un verde esmeralda que es del mismo color que el velo que le gustaba ponerse a Madreselva. Me recuerda un poco a ella ese color. Abro los brazos y me hundo en esta agua aceitosa verdosa llena de hojas secas».

Tiempos nuevos, tiempos salvajes, cantaban Ilegales. Tiempos salvajes, tiempos puros los que ha imaginado Fernando Navarro para su protagonista entre los escombros de una vida y una civilización en ruinas.

———————

Autor: Fernando Navarro. Título: Crisálida. Editorial: Impedimenta. Venta: Todostuslibros.

La entrada Tiempos nuevos, tiempos salvajes aparece primero en Zenda.