La rapsodia que también es isla

Las personas de esa imagen comparten una literatura solar, llena de sabrosos seseos, barcos, viajes, ciudades húmedas, en la que el olor de las flores canta cuando llega el mediodía, y donde el aire siempre es la sospecha de un mar próximo o remoto. Muchos sabemos que, desde la afectividad, podría inventarse un mapa en... Leer más La entrada La rapsodia que también es isla aparece primero en Zenda.

Feb 16, 2025 - 00:31
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La rapsodia que también es isla

Una bella foto recupera el momento. J. J. Armas Marcelo observa atento alguna de las charlas del Festival Hispanoamericano, y a su lado se encuentran Silda Cordoliani, Carlos Sandoval, Antonio López Ortega y Alberto Barrera Tyszka. El instante refleja una serena camaradería, una proximidad humana, literaria, que resulta conmovedora.

Las personas de esa imagen comparten una literatura solar, llena de sabrosos seseos, barcos, viajes, ciudades húmedas, en la que el olor de las flores canta cuando llega el mediodía, y donde el aire siempre es la sospecha de un mar próximo o remoto.

Muchos sabemos que, desde la afectividad, podría inventarse un mapa en el que las islas Canarias y Venezuela se encontrasen frente a frente, compartiendo sus pequeñas historias humanas, familiares. Abundante es la bibliografía que recupera los nexos entre ambos territorios; inabarcables son los testimonios de quienes han vivido con el corazón partido entre ambos lugares. Pese a todo, pasan las décadas y una realidad persiste: canarios y venezolanos se sienten parte de una misma fiesta de la amistad, de la ternura, de la celebración; son un mismo territorio cuya geografía es el abrazo.

Por eso resulta explicable que uno de los encuentros literarios más importantes de la lengua española, el Festival Hispanoamericano que año a año se desarrolla en Los Llanos de Aridane, haya estado dedicado meses atrás a la literatura venezolana. Pero algo tal vez menos obvio es el significado que para los escritores de ese país tuvo ese encuentro.

Entre las tantas heridas que la dictadura ha abierto a la Venezuela del presente resulta indispensable acotar la destrucción de su tejido cultural, un mundo de editoriales, librerías, instituciones independientes y autores que heroicamente resisten a la precariedad del día a día, que resisten al miedo, a la barbarie.

Sería imposible producir en los actuales momentos un encuentro con la magnitud del realizado en La Palma. La literatura venezolana actual es dolor de diáspora, supervivencia, escritores esparcidos por el mundo, autores replegados en la dura cotidianidad del país caribeño.

Por esas ironías de la vida, coincide este momento de gran esplendor literario, conformado por sólidas voces de proyección internacional, con el momento de una inmensa orfandad, de una gran dispersión. De allí lo entrañable: La Palma fue la casa, el lugar del reencuentro, el sitio donde las voces que el horror ha intentado reprimir sin éxito pudieron de nuevo mostrar lo que imaginan, lo que sueñan, lo que tiembla en sus palabras.

Lo venezolano, en estos tiempos de correcciones y saturaciones ideológicas, resulta incómodo, pues evidencia una vez más el brutal fracaso de las utopías redentoras que solo suenan bien en las voces de dos o tres cantautores. De allí que en España la dictadura haya gozado de la inhumana complicidad de algunos, del prudente silencio de otros, pero también de la valiente respuesta de escritores como Armas Marcelo (presidente del festival) o Nicolás Melini (director), que no dudaron en dedicar un titánico esfuerzo para que los autores de un país entristecido tuviesen la posibilidad de mostrar su obra y compartir la sombra que cubre muchas de sus páginas.

Desde este mismo impulso ha nacido también la antología Una rapsodia llamada Venezuela, publicada por la editorial española Confluencias y que se presenta el próximo 18 de febrero en Casa de América, volumen en el que se reúnen 39 autores que cultivan el cuento, el ensayo o la poesía. Fotografía posible de lo que ocurre en la literatura actual de ese país, y que como todo proyecto de este tipo es susceptible de ser ampliado, rebatido, pero que, desde luego, pretende confirmar o introducir en el mundo lector de la España actual, un coro de voces excelentes, signadas por la dura tarea de conservar en palabras una lumbre desconocida en la cotidianidad de una Venezuela hundida en tinieblas.

La buena noticia: un libro como el referido es solo la punta del iceberg que representa la literatura venezolana reciente. Hablamos de una pluralidad de voces, de tendencias, de registros, que no pueden ser contenidas en un solo volumen, ni siquiera en uno tan profuso como el que mencionamos.

En todo caso, cuando vuelva la libertad a Venezuela, no debemos olvidar la mano generosa que en momentos sombríos le extendieron a la escritura de un país Armas Marcelo, Melini, Los Llanos de Aridane, La Palma y Canarias.

Por eso insisto en reafirmar el carácter emotivo que todavía meses después despierta el Festival. Existen excelentes crónicas y abundancia de noticias que se recogieron en aquel momento, pero es necesario poner por escrito la gratitud y el significado personal que tuvo para los autores venezolanos la oportunidad de este encuentro.

Esa es la razón por la que incluso me atrevo a compartir dos momentos íntimos de esos días. Uno de ellos fue el primer desayuno, cuando al mirar a mis paisanos escritores me puse de pie y le di un abrazo a cada uno de ellos. “Hace muchos años que no nos veíamos; quizá no volveremos a encontrarnos; pero aquí estamos, otra vez”.

El otro sucedió en la plaza de España. Pocos días antes del festival mi madre había fallecido en Caracas. Tal y como a ella le habría gustado, hice un esfuerzo y mantuve mi participación: quizá algo embotado, algo esquivo. Pero mientras caminaba por la plaza, una lectora canaria se acercó a mí, puso su mano en mi pecho y me dijo: “Sabemos lo que te ha ocurrido; gracias por venir; aquí, en esta isla, junto a nosotros, comenzará el alivio”.

Eso es el Festival Hispanoamericano, eso es Canarias. Necesitaba contarlo.

Y acabo de hacerlo.

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