Intuiciones del desierto de lo cierto
No hay regreso posible para quien se ha adentrado en el desierto. Edmond Jabès Recuerdo aquí —cito de memoria— el primer poema de Alberto Blanco en donde vi asomarse al desierto: PRIMER POEMA DEL DESIERTO Vuelan tan rápido las montañas y el colibrí que no se mueven Este bello y breve poema, a la manera... Leer más La entrada Intuiciones del desierto de lo cierto aparece primero en Zenda.

No hay regreso posible
para quien se ha adentrado
en el desierto.Edmond Jabès
No conozco el desierto. Lo imagino: una vasta extensión de silencio en donde el tiempo anida para dejar de ser tiempo, una y otra vez. Derretida cualquier certeza, el sol es una montaña de arena cambiante; la luna es el viento que se desgaja del filo de la noche. A lo lejos aúlla el frío. El calor incesante incinera las líneas de la palma de la mano. Todo es brasa. Todo es helada. Todo es claridad que ciega. Todo es penumbra que revela. Todo se vuelve nada. La nada vuelve a la nada. La transfiguración es la única ley. Y en el clamor de las voces invisibles arde el silencio como único hogar.
PRIMER POEMA DEL DESIERTO
Vuelan tan rápido
las montañas y el colibrí
que no se mueven
Este bello y breve poema, a la manera de un haikú, da en el centro de una poética que con Canto desierto (Ediciones Hiperión, 2024), y como resultado de toda una vida puesta al servicio del llamado de la poesía, no sólo alcanza otros horizontes sino que, también, los traspasa.
Por lo que toca al poema antes mencionado, sorprende descubrir que el desierto del título no aparece ni como idea ni como imagen ni como metáfora literal. El desierto es el lugar en el que ocurre el poema El lector, la lectora, atraviesan con el poeta el umbral de la tinta. Y aquel centro poético es, en medio del reinado del silencio —un difícil silencio interior más que exterior—, el de la revelación. El poeta, al escribirla, comparte su visión. Y es que, como dice Rafael Cadenas, “los lectores de poesía buscan, en el fondo, revelaciones.” Alberto Blanco es y ha sido, desde el amanecer de sus sentidos, un poeta de revelaciones.
El cielo en perspectiva
la tierra evaporadaeste es el fin de la utopía
¡despertar!despertar a otro sueño
sin soñadordespertar del letargo de las demoliciones
el daño irreparable
y el algoritmo inquieto
de las sociedades anónimas
las ilusiones perdidas
y la obligación de ser otro
Hay un sentimiento (¿sensación?) de pérdida constante que recorre al poema entero de Canto desierto. Como si cualquier nacimiento (el de alguien, el de algo; un ser, una ciudad) no fuera sino el resultado y la encarnación del desierto mismo, único ámbito posible, real y metafórico, hoy, en este presente histórico que se diluye en cada parpadeo, o, como Marx lo expresó con poética precisión, donde “todo lo sólido se desvanece en el aire.” Como si constatáramos, de manera rotunda, que los dioses y las diosas nos han abandonado para siempre.
Alberto Blanco apela, evoca, invoca a las voces perdidas de los mitos perdidos que alguna vez dieron fundación y sentido, una dirección hacia dónde llevar nuestros pasos. Y tal pareciera que, como sugieren los poemas de la primera parte, las ruinas modernas sobre las que levantamos incesantemente más ruina, más destrucción, más “paisaje desertificado”, no son sino una aciaga decantación de nuestra mala memoria que engendró malos sueños que engendraron malos tiempos —estos— en donde urge, tal vez, hallar un camino diferente para no olvidar que “siempre seremos extranjeros” y no podremos decirles nunca adiós a los nómadas.
porque hemos venido a decir adiós
a las horas nómadas
y nos hemos quedado solos
abrazados a nuestra propia sombra
como un árbol seco en medio del camino
El libro entero es, en sí mismo, un mito fundacional. Como los cuatro puntos cardinales que apuntan hacia la espiral de las posibilidades, Canto desierto está dividido en cuatro partes que, a su vez, incluyen cada una nueve poemas que en total suman treinta y seis poemas, y que juntos forman el cuerpo de arena surcada por versos abiertos, pausados —susurros más que aire, huellas que se borran al instante—, contenidos, que rozan todo el tiempo una música hecha de puro transcurrir. El lenguaje que emplea aquí el poeta, en un poema que le llevó cosa de treinta años redondear, es de un filo en extremo agudo y de una paradójica sencillez que entraña mucho contenido a desbrozar, lo cual hace al poema un texto de cierta dificultad pero que le recuerda al lector (ocasionalmente interpelado por el autor) que toda poesía, si lo es de veras, es una carta “buscando la única respuesta / a la única pregunta / que vale la pena // ¿quién es/eres/soy?”
No pretendo aquí desmenuzar ni mucho menos señalar las posibles claves de un poema como Canto desierto. Todos los grandes poemas —la lista es innumerable— son en cierta forma imposibles de descifrar unívocamente. (¡Gracias a las deidades que así sea!) Si pudiera hacerse lo anterior estaríamos hablando más de un sistema filosófico que de una obra poética, una obra ambigua que propone un tipo de verdad casi siempre universal pero muy pocas veces verificable y comprobable en su singularidad, pues ocurre que
hay una verdad
más allá del horizonte de la poesíahay un lugar que nos espera
con la paciencia de todos los astros
y el corazón lo sabe[…]
aunque por ahora
se nos ha servido
el vino de la incertidumbre
En un mundo cimentado y erigido sobre las ficciones globalmente aceptadas de la ciencia utilitaria, en donde el sueño de la razón no ha producido sino monstruos, hay que retomar y seguir la caravana de la poesía.
pues ya hay una nueva religión
se llama naday ya existe un nuevo mesías
se llama nadieya podemos pasar
a ver al paciente
crepúsculo de los dioses
postrado en su camastropalabras desinfectadas
inútiles aforismoshoy que nuestros sentimientos
gotean controlados
por el catéter limpio
de nuestras ilusiones
de fraternidad
compasión
felicidad
y larga vida
Canto desierto, en su infinita y novedosa riqueza verbal, y en sus impactantes descubrimientos instantáneos, deberá ser leído una y otra vez durante el siglo que ya corre para seguir arrojando tantas señales como le sea posible. Sus metáforas serán estrellas en esa noche porvenir, pues Alberto Blanco no ha escrito un poema: nos ha dejado un testamento.
espiral de vuelta
al seno materno
tic tac de la muerte
en el caracol del sueño
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