Endogamia, discursos interminables y activismo de chichinabo, creo que la última gala de los Goya representa todo lo que la gente no soporta del cine español

El cine español puede estar pasando su mejor momento en décadas, sin embargo, la última gala de los Goya resume todo lo que odia la gente del concepto dentro de una misma ceremonia. Una pena, porque no existe una conexión real entre las películas que se estaban presentando este año y lo que se vio en el palacio de Exposiciones y Congresos de Granada: un anquilosamiento en el pasado, a pesar de la evidente evolución de las obras, que han mejorado tanto en producción y enfoques como en temas tratados. Películas como ‘Segundo Premio’, ‘La estrella azul’ o ‘Salve María’ demuestran que se está buscando un estilo propio naturalista y se está extendiendo hacia un neorrealismo urbano muy nuestro. Un cine diferente, que busca actuaciones reales, opuestas a la teatralidad que siempre ha espantado a los espectadores. Con obras como ‘La infiltrada’ o ‘El llanto’ se está creando un cine comercialmente emocionante que sigue funcionando en taquillas, mientras también alcanza éxitos a nivel crítico e internacional. La confluencia de temas como biopics musicales que antes no se solían hacer da una impresión de modernidad y vanguardia que, sin embargo, no se ve reflejada en la gran noche para el medio. Es más, no solo no se está viendo esta evolución, sino que hay una sensación de enquistamiento en el pasado que funciona como un resorte, recordándonos que parece que la industria sigue construyéndose entre unos pocos y funcionando como una especie de club donde todos los artistas se conocen entre sí. Parece que hay un grupo que no cambia con el paso del tiempo, muchas caras que se repiten y perpetúan todos los clichés que se han ido enraizando en el subconsciente colectivo. Parece que imposible salir de esas presentaciones que exponen a un organismo hemofílico, donde los actores y actrices, colocados como esculturas en el escenario, separados, estilo miembros de un orfeón, se dedican a echar flores a otros amigos que están sentados para presentar las candidaturas. Con contacto visual directo, “te quiero"s sentidos, besos en la boca sintéticos, palabras emocionadas de tú a tú y la impresión de una falsedad imperante. Las miradas emotivas forzadas intentan hacer parecer que hay una gran familia, sin pullas ni tejemanejes, como si todo el mundo del entretenimiento viviera en una especie de comuna hippie de actores que de vez en cuando hacen películas juntos en diversas combinaciones. Artificio fraterno de cara a la galería Esta impresión tan rancia tiene una concatenación espiritual, cuando se repartían el trabajo entre cuatro amigos de Pilar Miró, cuando se distribuían los proyectos y para algunos caían mientras para otros no, creando una pandilla donde a la que no era tan sencillo acceder, donde aparecían lazos invisibles absurdos que en la gala de los Goya tocaba sacar a relucir para que los vea la gente. En general, más allá de la animadversión a las subvenciones y quiénes se las quedaban, la exposición de fraternidad artificial resulta un espectáculo ya muy viejuno que limita la impresión que nos da el cine español. En Espinof Las 19 mejores películas españolas de 2024 No ayuda en nada que las presentadoras, Maribel Verdú y Leonor Watling, tuvieran un guion espantoso, nada divertido ni fluido, y que hizo que se echara de menos a Dani Rovira en tacones o el sepelio pandémico de Antonio Banderas. El propio formato de la gala tiene una música ya reconocible que no cambia desde que muchos teníamos uso de razón, con momentos enlatados y los mismos problemas de siempre llevados al extremo, especialmente, claro, a la hora de los agradecimientos. Que salga el director de vestuario y maquillaje revelación de corto documental y empiece a dar su discurso hablando de su abuela y de cómo su padre le ayudó mucho a lograr sus sueños, y el bucle final de la música empiece a sonar varias veces, mientras resulta que hay otros tres técnicos junto con él que quieren también felicitar el cumpleaños a su madre, da una impresión de que la señal no sirve para nada, que los tiempos no están bien medidos y se perpetúa la idea de que nadie hace caso, sensación de caos y anarquía, ñapa, chapuza e ingenuidad. Pero la culpa no es aquí tanto de la organización (mas allá de que deberían apagar micrófonos). La noche de los sermones vivientes La muestra es que no existe clase, una sensación generalizada de cordura ni una sensación colectiva de educación o corrección. Actitud de país pequeñito. Nadie respeta los tiempos para que todos puedan tener su momento; cada uno quiere mostrar lo suyo, quiere su foto emocionado ante el mundo en una gala que no interesa a nadie. Los lloros y las reacciones maniqueas, algunos a gritos que parecen regados de sustancias, las emociones que quieren marcar un momento icónico siguen haciéndose como si fuera un momento propio de Hollywood, pero el glamour brilla por su ausencia.

Feb 10, 2025 - 17:34
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Endogamia, discursos interminables y activismo de chichinabo, creo que la última gala de los Goya representa todo lo que la gente no soporta del cine español

Endogamia, discursos interminables y activismo de chichinabo, creo que la última gala de los Goya representa todo lo que la gente no soporta del cine español

El cine español puede estar pasando su mejor momento en décadas, sin embargo, la última gala de los Goya resume todo lo que odia la gente del concepto dentro de una misma ceremonia. Una pena, porque no existe una conexión real entre las películas que se estaban presentando este año y lo que se vio en el palacio de Exposiciones y Congresos de Granada: un anquilosamiento en el pasado, a pesar de la evidente evolución de las obras, que han mejorado tanto en producción y enfoques como en temas tratados.

Películas como ‘Segundo Premio’, ‘La estrella azul’ o ‘Salve María’ demuestran que se está buscando un estilo propio naturalista y se está extendiendo hacia un neorrealismo urbano muy nuestro. Un cine diferente, que busca actuaciones reales, opuestas a la teatralidad que siempre ha espantado a los espectadores. Con obras como ‘La infiltrada’ o ‘El llanto’ se está creando un cine comercialmente emocionante que sigue funcionando en taquillas, mientras también alcanza éxitos a nivel crítico e internacional.

La confluencia de temas como biopics musicales que antes no se solían hacer da una impresión de modernidad y vanguardia que, sin embargo, no se ve reflejada en la gran noche para el medio. Es más, no solo no se está viendo esta evolución, sino que hay una sensación de enquistamiento en el pasado que funciona como un resorte, recordándonos que parece que la industria sigue construyéndose entre unos pocos y funcionando como una especie de club donde todos los artistas se conocen entre sí. Parece que hay un grupo que no cambia con el paso del tiempo, muchas caras que se repiten y perpetúan todos los clichés que se han ido enraizando en el subconsciente colectivo.

Parece que imposible salir de esas presentaciones que exponen a un organismo hemofílico, donde los actores y actrices, colocados como esculturas en el escenario, separados, estilo miembros de un orfeón, se dedican a echar flores a otros amigos que están sentados para presentar las candidaturas. Con contacto visual directo, “te quiero"s sentidos, besos en la boca sintéticos, palabras emocionadas de tú a tú y la impresión de una falsedad imperante. Las miradas emotivas forzadas intentan hacer parecer que hay una gran familia, sin pullas ni tejemanejes, como si todo el mundo del entretenimiento viviera en una especie de comuna hippie de actores que de vez en cuando hacen películas juntos en diversas combinaciones.

Artificio fraterno de cara a la galería

Esta impresión tan rancia tiene una concatenación espiritual, cuando se repartían el trabajo entre cuatro amigos de Pilar Miró, cuando se distribuían los proyectos y para algunos caían mientras para otros no, creando una pandilla donde a la que no era tan sencillo acceder, donde aparecían lazos invisibles absurdos que en la gala de los Goya tocaba sacar a relucir para que los vea la gente. En general, más allá de la animadversión a las subvenciones y quiénes se las quedaban, la exposición de fraternidad artificial resulta un espectáculo ya muy viejuno que limita la impresión que nos da el cine español.

No ayuda en nada que las presentadoras, Maribel Verdú y Leonor Watling, tuvieran un guion espantoso, nada divertido ni fluido, y que hizo que se echara de menos a Dani Rovira en tacones o el sepelio pandémico de Antonio Banderas. El propio formato de la gala tiene una música ya reconocible que no cambia desde que muchos teníamos uso de razón, con momentos enlatados y los mismos problemas de siempre llevados al extremo, especialmente, claro, a la hora de los agradecimientos.

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Que salga el director de vestuario y maquillaje revelación de corto documental y empiece a dar su discurso hablando de su abuela y de cómo su padre le ayudó mucho a lograr sus sueños, y el bucle final de la música empiece a sonar varias veces, mientras resulta que hay otros tres técnicos junto con él que quieren también felicitar el cumpleaños a su madre, da una impresión de que la señal no sirve para nada, que los tiempos no están bien medidos y se perpetúa la idea de que nadie hace caso, sensación de caos y anarquía, ñapa, chapuza e ingenuidad. Pero la culpa no es aquí tanto de la organización (mas allá de que deberían apagar micrófonos).

La noche de los sermones vivientes

La muestra es que no existe clase, una sensación generalizada de cordura ni una sensación colectiva de educación o corrección. Actitud de país pequeñito. Nadie respeta los tiempos para que todos puedan tener su momento; cada uno quiere mostrar lo suyo, quiere su foto emocionado ante el mundo en una gala que no interesa a nadie. Los lloros y las reacciones maniqueas, algunos a gritos que parecen regados de sustancias, las emociones que quieren marcar un momento icónico siguen haciéndose como si fuera un momento propio de Hollywood, pero el glamour brilla por su ausencia.

Esto viene a ser lo mismo que con los discursos reivindicativos, que siempre han sido una especie de momento icónico dentro de la gala, donde todos los actores y ayudantes de maquillaje parecen tener una opinión muy importante sobre temas también muy importantes. Si bien es entendible porque la entrega de los Goya es un momento de exposición pública en televisión nacional y hay una ventana para expresar cosas que quizás deben ser expresadas, especialmente en un momento en que el mundo enfrenta grandes amenazas, da la impresión de no hay una forma elegante de expresar estas reivindicaciones, ni se le espera.

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No solo eso, sino que al final se está poniendo al espectador distraido en contra por el hecho de que algunos alegatos muestran cierta soberbia en el tono o utilizan el espacio como autopromoción de su pequeña parcela, ya sean los idiomas autonómicos, los problemas con los colectivos de personas con enfermedades extrañas o la cría del oso pardo en los bosques de Navarra. Hay un catálogo de todos los colores y todas parecen ser muy importantes. Más allá de la reivindicación colectiva por Palestina, que es lógica e importante en un momento en que estamos asistiendo a un genocidio, no hay una coherencia en muchos de los temas.

No faltó ni la falta de Almodóvar

Los problemas sociales como la vivienda y demás son muy importantes para hacer un llamamiento ocasional en algún discurso, pero cuando todo el mundo hace un listado como si fuera una lista de la compra y lo repite como han repetido los nombres de su familia y amigos, consiguen generar la impresión de que todo parece una caricatura. No hay una sensación de que haya algo verdaderamente determinante cuando todo el mundo tiene algo muy significativo que decir y una forma de hacer un zasca, incluso una diseñadora de sonido recitando entero el epígrafe de la ley de la vivienda que ha elaborado su hermana.

Empezar con "como dijo un guionista llamado Azcona" se ha convertido en un meme, todo el mundo, menos dos o tres intervenciones cortas e ingeniosas, parece tener la razón y algo que denunciar con mucho peso. Si tradicionalmente el “no a la guerra” creó una ola de odio al cine español y reacciones a las subvenciones, ahora el "no a todo" solo parece un conjunto de gente que debe reivindicar porque toca, quedando una sensación desesperada. No se habla de cine o de otros temas que circulan en la industria y que también merecen atención, todos parecen atrapados en 2004 y que no queda ya otra forma de hacer las cosas, lo que es al mismo tiempo trágico porque es verdad, pero también implica que es intrascendente y que no tiene ya un calado social determinante.

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La sensación es de una amalgama muy errática, en consonancia con lo que fue una gala anodina y con el enquistamiento en el cine español de los mismos rostros alabándose unos a otros, con nuevos momentos de bochorno como la reciente categoría Goya "Mr Marshall" que recogió Richard Gere, a grandes clásicos de la noche como la ausencia de Pedro Almodóvar, en perpetua relación tormentosa con la Academia, a la que perdona cuando gana y vuelve a castigar cuando no le reconocen, como cuando se enrabietó por el trato a ‘Madres Paralelas’. Ahora le tocaba no aparecer y recibió un premio que recogió su hermano porque él estaría haciéndose una foto con algún famoso en Hollywood en este momento. Desde luego, lo que no habría cabido en una gala de tres horas y media era ya el ego de esa persona, aunque, que nadie se preocupe, aparecieron los Javis a presentar otro premio.

Un clímax desesperado

Esos puntos son el “más de lo mismo” de toda la vida, pero aún peor fue la innovación. La idea de que ganen dos películas se suponía histórica pero resulta desafortunada. Aunque en los estatutos aparezca que si empatan las votaciones puede pasar, se percibe como una indecisión que creó un momento muy caótico, sin sensación de victoria para ninguna de las dos, ni ‘El 47’ o ‘La infiltrada’, que han tenido afluencia en salas, por lo que, más que nada, parece que se premiaba la solvencia económica para la industria, que si bien le hace mucha falta, no se entiende que luego en la Academia hayan mandado a los Óscars una que ni siquiera quedaba en segundo puesto.

Como si se echaran atrás, como si le dieran la razón a Hollywood, corregir en vez de demostrar que hay una idea clara y que si ha gustado una película ha sido por razones importantes. Tampoco se puede entender que las elegidas no hayan ganado categorías de guion o de dirección. Un reparto porque todo es una gran familia que necesita que se le acaricie el lomo a todo el mundo, y que, como si fuera una fiesta de cumpleaños infantil, cuando la piñata se rompe y algún niño se queda sin coger caramelos, alguien acaba dándole algo para que se vaya contento.

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Que se esté premiando la voluntad más que la calidad o a los títulos que merecen más reconocimiento es un síntoma, un mal menor frente a la naftalina del formato, cada vez menos diferenciable de unos Feroz, y que lleva al gran drama: se está haciendo gran cine, el problema es que se está viendo menos que nunca. Los Goya deberían servir para acercar a nuevas generaciones al trabajo que se está realizando, los corrillos y endogamia expulsan la mirada curiosa mientras que el activismo de medio pelo y el sermón aburren al paseante casual. El buen arte siempre demuestra que es la obra la que debe hablar por sí misma.

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La noticia Endogamia, discursos interminables y activismo de chichinabo, creo que la última gala de los Goya representa todo lo que la gente no soporta del cine español fue publicada originalmente en Espinof por Jorge Loser .