El escriba sentado, de Manuel Vázquez Montalbán

Esta colección de artículos y ensayos nos adentra en la biblioteca personal de Manuel Vázquez Montalbán. Más de treinta años de educación sentimental resumidos ahora en un solo volumen. En Zenda reproducimos las primeras páginas de El escriba sentado (Altamarea), de Manuel Vázquez Montalbán. *** Yo he considerado que el trabajo manual es violento: entrega... Leer más La entrada El escriba sentado, de Manuel Vázquez Montalbán aparece primero en Zenda.

Feb 12, 2025 - 06:36
 0
El escriba sentado, de Manuel Vázquez Montalbán

Esta colección de artículos y ensayos nos adentra en la biblioteca personal de Manuel Vázquez Montalbán. Más de treinta años de educación sentimental resumidos ahora en un solo volumen.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de El escriba sentado (Altamarea), de Manuel Vázquez Montalbán.

***

Todo escriba sentado reúne un hieratismo añadido al presupuesto hieratismo de la estatuaria egipcia. Es como si, desde una entregada placidez, el escriba esperara la orden del señor, en la confianza de que su escritura le complace. Hay en ese escriba sentado una autosatisfacción de esclavo privilegiado y así lo razona uno de ellos en un fragmento del papiro dirigido a su hijo, joven aprendiz de escribidor en una escuela de escribas.

Yo he considerado que el trabajo manual es violento: entrega tu corazón a las letras. También he contemplado al hombre que se ha liberado del trabajo manual, y de seguro no hay nada más valioso que las letras. De la misma manera que un hombre se zambulle en el agua, igualmente debes descender a las profundidades de la literatura egipcia […]. He visto al herrero dirigiendo su fundición y al metalúrgico ante el horno encendido: sus dedos son como la piel del cocodrilo y huelen peor que los huevos de pescado. ¿Y el carpintero que trabaja o sierra la madera? ¿Acaso puede descansar más que el labriego? Sus campos son la madera, sus instrumentos de trabajo, el cobre. Al descansar por la noche sigue trabajando más que sus brazos durante el día. De noche enciende la lámpara […]. El destino del tejedor que trabaja en la habitación cerrada es peor que el de la mujer. Sus piernas están dobladas, encogido el pecho, sin que pueda respirar libremente. Si un solo día deja de producir la cantidad de tela que le corresponde, es golpeado como el lirio en el estanque. Solo comprando a los vigilantes de las puertas con sus dádivas puede llegar a ver la luz del sol […]. Te digo que el oficio de pescador es el peor de todos; realmente no puede subsistir con su trabajo en el río. Se mezcla con los cocodrilos y si le fallan los bloques de papiro, debe gritar para pedir socorro. Si no le dicen dónde se halla el cocodrilo, el miedo ciega sus ojos. Realmente no hay mejor ocupación que la del escriba, que es la mejor de todas. El hombre que conoce el arte de escribir es superior a los demás por ese simple hecho y eso no puede decirse de las otras ocupaciones de las que te he hablado. Realmente todo trabajador reniega de sus compañeros y en cambio nadie le dice al escriba: «Ara los campos de ese hombre» […]. Un día que pases en la clase es mejor para ti que una eternidad fuera de ella; los trabajos que hagas allí perdurarán como las montañas […]. Te he colocado en el camino de Dios. La fortuna del escriba está en sus hombros ya el día de su nacimiento. Alcanzará el puesto, la Sala del Consejo. Mira, no hay escriba que carezca de comida o bienes de palacio.

John D. Bernal, en su Historia social de la ciencia, apostilla:

Los trabajadores de cuello blanco, o por lo menos de falda blanca, se consideraban moral y prácticamente superiores, a pesar del intenso trabajo que representaba la escritura y los complicados sistemas de cálculo de la civilización primitiva.

En el instante en que el escriba sentado se preocupa por el porvenir de su hijo, que es el porvenir de su casta, ya han pasado suficientes siglos de organización social y de división social del trabajo para llegar a la lucidez individualista y corporativista del viejo escriba. Ha aprendido a escribir en cuclillas, a ver a sus señores y al mundo desde las cuclillas y conoce la ventaja que le otorga ser poseedor del lenguaje como instrumento, con una significación convenida por los señores o por los brujos. Ha de utilizar el código para perpetuar el sistema: en realidad, el escriba sentado es un reproductor de ideas y las palabras no le pertenecen. «Las palabras tienen dueño», aseguraría muchos años después un personaje de Alicia en el país de las maravillas.

En la Grecia antigua ya se convenía que la especialización del brujo de las palabras fuera peligrosa para los demás brujos y para los fines del poder. Temían que el escriba pudiera levantarse tras rechazar el mero papel de reproductor de ideología y creerse Prometeo, el que roba la palabra o el fuego o el saber a los dioses para dárselo a los hombres. El mito de Prometeo hace referencia exacta a la osadía del héroe robando el fuego a los dioses para dárselo a los hombres y dotarles así de un instrumento de transformación que les liberaba de la dependencia divina. Esconde el uso que del saber y de sus códigos herméticos hacían las castas privilegiadas para mantener sus privilegios: el saber y la posibilidad de transmitirlo o modificarlo; era un modo de perpetuar o no una determinada organización de la sociedad. Y no solo «el saber», sino la simple mirada sobre lo existente traducida en palabras mediante la literatura podía ser enemiga del orden establecido. Platón previene a los señores de la ciudad sobre las disidencias de los poetas y les incita a que, por las buenas o por las malas, entren en la razón de la ciudad-estado: «Cuando el poeta haya escrito bellos versos que provoquen nuestro entusiasmo y aplauso, el legislador ha de persuadirlo —y tiene que recurrir a la coacción si la persuasión no lo consigue— para que emplee sus rimas y sus acordes en hacer sabios los gestos y los cantos de la gente; virtuosos en todos los aspectos, para conseguir una obra de sana razón». Ya por entonces no todos los escribas están sentados, como Isócrates, que felicita a Alejandro porque no se presta a debate, ya que el jefe no debe discutir con los conciudadanos. Zoilo de Anfípolis fue condenado a la crucifixión por Ptolomeo Filadelfo, ya que había discutido la existencia de Homero, y otro tirano ordena quemar las obras de Protágoras, condenándole así al silencio histórico eterno.

Aunque la connotación del escriba disidente sea reciente, más o menos fijada durante la Ilustración prerrevolucionaria, la historia ha ofrecido un continuado espectáculo entre escribas sentados y no sentados, entre ese intelectual mero reproductor o avalador directo o indirecto de la ideología dominante y su contrario, el especialista de la liberación, al que se ha referido Marcuse. Sacerdotes, latines y campanas por una parte y, por la otra, el hereje tratando de convertir las ideas de cambio en energía histórica por el procedimiento de inocularlas a las masas. Los revolucionarios ingleses y franceses de los siglos XVII y XVIII demuestran el valor de la palabra subversiva de lo establecido y codifican el papel del intelectual crítico, o posibilista hasta que la guillotina no demuestre lo contrario. El romanticismo añadirá radicalidad al gesto mesiánico del intelectual crítico y los socialismos, utópicos o científicos, le dotarán de una definitiva racionalidad y emocionalidad histórica: la apuesta por el reino de la libertad, una vez superado el reino de la necesidad. Un nuevo cliente histórico legitimaba la función del escriba disidente, un cliente culturalmente desvalido, domesticado por las palabras de los escribas sentados al servicio del poder económico, político y religioso, y cuando las palabras no eran suficientes, cuando los escribas se mostraban impotentes para garantizar la integración de las masas proletarias en el sistema, entonces sobraban las palabras y entraban en función los sables y las descargas de fusilería. Ante esta obviedad obscena, la palabra vendida a los dueños de la tierra era tan culpable de las masacres como el sable de la tropa.

Fueron muchos los intelectuales que dieron el paso en busca de las filas de la vanguardia del movimiento obrero y se desclasaron, aunque Marx ya previniera sobre la versatilidad de aquellos intelectuales burgueses, transitoriamente desafectos de su propia clase por motivos éticos, estéticos o emocionales. El siglo XX hereda la polémica sobre el subjetivismo o el objetivismo del compromiso intelectual con el movimiento obrero, sujeto contemporáneo de cambio histórico; para unos es una toma de posición populista y redentorista, para otros, un acto de racionalidad por cuanto el intelectual se realiza en viaje hacia el progreso y ese viaje solo lo garantiza el salto cualitativo que representará la revolución socialista y el nuevo protagonismo histórico de la clase obrera. Es decir: un populista se resigna a ayudar a la nueva clase ascendente, aun a costa de perder sus propios privilegios; un intelectual socialista establece ese compromiso porque su propia realización como intelectual depende de esa nueva verdad que establecerá la clase ascendente.

[…]

—————————————

Autor: Manuel Vázquez Montalbán. Título: El escriba sentado. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros.

La entrada El escriba sentado, de Manuel Vázquez Montalbán aparece primero en Zenda.