Requiem en el Liceo: la extinción
La versión escénica del 'Requiem' de Mozart que plantea Romeo Castellucci en el Liceo estos días había generado bastante expectación y no poco debate entre los aficionados. Hace ya mucho que oratorios e incluso misas se escenifican de vez en cuando, pero parece que esta práctica sigue sorprendiendo a quien quiere sorprenderse. Tan animadas eran algunas elucubraciones que algunos asistimos a la representación empapados de las explicaciones del propio Castellucci y otras plumas que han glosado el montaje —hay que ir bien pertrechados a estos jardines—, pero olvidamos lo obvio: un Requiem de Mozart puede funcionar con escenografía o sin, pero no es nada sin un coro . Y en estas que, al levantarse el telón, nos topamos con la realidad: el coro del Gran Teatro del Liceo. Se ha dicho ya por activa y por pasiva que necesita una mejora en la plantilla . Que hace tiempo que no funciona. Que la orquesta bajo Josep Pons ha evolucionado muy bien, pero el coro no está a la altura. Que Conxita Garcia se marchó harta de tener que sacar oro de bajo las piedras. Su relevo fue Pablo Assante , a quien, pasados bastantes años (que si pandemia, que si amortizar los créditos pendientes de la crisis de 2008...), los resultados no parecen acompañar. De vez en cuando, últimamente, pensábamos que en alguna producción no estaba tan mal... Pero entonces llegó el Requiem. Antes de seguir, tengamos presentes dos detalles. Primero, que el del Gran Teatro del Liceo es uno de los pocos coros profesionales que hay en Cataluña, y que es el único que, al pertenecer a un coliseo lírico, se le exige no solamente cantar en formación, como hace cualquier coro, sino sobre todo participar en montajes de ópera en los que hay movimiento escénico . Segundo, que en funciones como las de este Requiem, la gente llega a pagar 279 euros por una butaca (concretamente, cualquiera de las ubicadas en los palcos de anfiteatro que van del número 10 al 22). Fue una de las peores actuaciones que se le recuerdan. A ratos inaudible, a ratos gritón, a ratos descompensado. Ya lo hemos dicho más veces: la cuerda de sopranos tiene un problema grave. La fuga del Kyrie fue un compendio de todo ello, al que se añadió la descoordinación con la orquesta (Antonini es un genio de la dirección, pero hay luchas que superan hasta al más fornido de los titanes) y, claro está, el lío del movimiento escénico, que en ningún caso puede ser excusa para que un coro profesional de ópera se muestre tan superado. El montaje de Castellucci contrapone la música sacra fúnebre del Requiem a la celebración de la vida que es el baile popular. Un baile en el que el coro tiene que participar activamente. Al mezclar los cantantes con bailarines profesionales se pretendía brindarles un cierto apoyo, pero el resultado fue justo el contrario: el contraste entre unos y otros era tan palpable que los miembros el coro quedaban en evidencia a cada paso. Pero es que en los momentos en que no se bailaba, en los que simplemente había que gesticular o moverse por el escenario, el coro del Liceo mostró los mismos problemas que muestra en cualquier ópera . Ya es mala pata que, con tantos coros amateur que hay capaces de cantar haciendo coreografías (todas las formaciones del Orfeó Català lo hacen bastante bien), sea precisamente el coro profesional del teatro de ópera de la ciudad el que tiene más problemas a la hora de mover el esqueleto. Antonini hizo lo que pudo. La orquesta del Liceo, tras la era Pons, es buena en algún repertorio. El clasicismo y Mozart ya sabíamos que no son su fuerte. Los solistas estuvieron irregulares, aunque visto el esperpento sonaron bastante bien. La bella voz de la soprano Anna Prohaska fue un bálsamo, pero por encima de todos destacó la mezzo Marina Viotti , capaz no solamente de lidiar con la tormenta sino de brillar en sus pasajes solistas, mientras bailaba y se metía en el papel con una maestría que agradecimos más que nunca. Levy Sekgapane resultó algo estridente y a Nicola Ulivieri le faltó potencia en algunos momentos. Nada grave, teniendo en cuenta todo lo demás. Por lo que respecta a la propuesta de Castellucci, debió de resultar mucho mejor cuando la interpretó el Ensemble Pygmalion con Raphäel Pichon al frente. Hay buenas ideas. También las hay malas, como la de dejar un bebé de verdad completamente solo, llorando tumbado en medio del escenario mientras todo queda a oscuras y baja el telón en un teatro con dos mil personas. ¿Es realmente necesario? Dejando aparte todos los debates posibles, problema es que en el Liceo vimos la escenografía sin la música. Durante todo el espectáculo se proyecta una lista de nombres de especies animales, lenguajes, religiones, monumentos y obras de arte que se han extinguido. Al final del montaje, la mirada al pasado vira hacia el futuro para vaticinar la extinción de diferentes lugares de Barcelona, incluído el Liceo . ¿Quién sabe? En abril de 2024, el director de la casa, Valentí Oviedo , anunciaba el fin de las deudas con los bancos co
La versión escénica del 'Requiem' de Mozart que plantea Romeo Castellucci en el Liceo estos días había generado bastante expectación y no poco debate entre los aficionados. Hace ya mucho que oratorios e incluso misas se escenifican de vez en cuando, pero parece que esta práctica sigue sorprendiendo a quien quiere sorprenderse. Tan animadas eran algunas elucubraciones que algunos asistimos a la representación empapados de las explicaciones del propio Castellucci y otras plumas que han glosado el montaje —hay que ir bien pertrechados a estos jardines—, pero olvidamos lo obvio: un Requiem de Mozart puede funcionar con escenografía o sin, pero no es nada sin un coro . Y en estas que, al levantarse el telón, nos topamos con la realidad: el coro del Gran Teatro del Liceo. Se ha dicho ya por activa y por pasiva que necesita una mejora en la plantilla . Que hace tiempo que no funciona. Que la orquesta bajo Josep Pons ha evolucionado muy bien, pero el coro no está a la altura. Que Conxita Garcia se marchó harta de tener que sacar oro de bajo las piedras. Su relevo fue Pablo Assante , a quien, pasados bastantes años (que si pandemia, que si amortizar los créditos pendientes de la crisis de 2008...), los resultados no parecen acompañar. De vez en cuando, últimamente, pensábamos que en alguna producción no estaba tan mal... Pero entonces llegó el Requiem. Antes de seguir, tengamos presentes dos detalles. Primero, que el del Gran Teatro del Liceo es uno de los pocos coros profesionales que hay en Cataluña, y que es el único que, al pertenecer a un coliseo lírico, se le exige no solamente cantar en formación, como hace cualquier coro, sino sobre todo participar en montajes de ópera en los que hay movimiento escénico . Segundo, que en funciones como las de este Requiem, la gente llega a pagar 279 euros por una butaca (concretamente, cualquiera de las ubicadas en los palcos de anfiteatro que van del número 10 al 22). Fue una de las peores actuaciones que se le recuerdan. A ratos inaudible, a ratos gritón, a ratos descompensado. Ya lo hemos dicho más veces: la cuerda de sopranos tiene un problema grave. La fuga del Kyrie fue un compendio de todo ello, al que se añadió la descoordinación con la orquesta (Antonini es un genio de la dirección, pero hay luchas que superan hasta al más fornido de los titanes) y, claro está, el lío del movimiento escénico, que en ningún caso puede ser excusa para que un coro profesional de ópera se muestre tan superado. El montaje de Castellucci contrapone la música sacra fúnebre del Requiem a la celebración de la vida que es el baile popular. Un baile en el que el coro tiene que participar activamente. Al mezclar los cantantes con bailarines profesionales se pretendía brindarles un cierto apoyo, pero el resultado fue justo el contrario: el contraste entre unos y otros era tan palpable que los miembros el coro quedaban en evidencia a cada paso. Pero es que en los momentos en que no se bailaba, en los que simplemente había que gesticular o moverse por el escenario, el coro del Liceo mostró los mismos problemas que muestra en cualquier ópera . Ya es mala pata que, con tantos coros amateur que hay capaces de cantar haciendo coreografías (todas las formaciones del Orfeó Català lo hacen bastante bien), sea precisamente el coro profesional del teatro de ópera de la ciudad el que tiene más problemas a la hora de mover el esqueleto. Antonini hizo lo que pudo. La orquesta del Liceo, tras la era Pons, es buena en algún repertorio. El clasicismo y Mozart ya sabíamos que no son su fuerte. Los solistas estuvieron irregulares, aunque visto el esperpento sonaron bastante bien. La bella voz de la soprano Anna Prohaska fue un bálsamo, pero por encima de todos destacó la mezzo Marina Viotti , capaz no solamente de lidiar con la tormenta sino de brillar en sus pasajes solistas, mientras bailaba y se metía en el papel con una maestría que agradecimos más que nunca. Levy Sekgapane resultó algo estridente y a Nicola Ulivieri le faltó potencia en algunos momentos. Nada grave, teniendo en cuenta todo lo demás. Por lo que respecta a la propuesta de Castellucci, debió de resultar mucho mejor cuando la interpretó el Ensemble Pygmalion con Raphäel Pichon al frente. Hay buenas ideas. También las hay malas, como la de dejar un bebé de verdad completamente solo, llorando tumbado en medio del escenario mientras todo queda a oscuras y baja el telón en un teatro con dos mil personas. ¿Es realmente necesario? Dejando aparte todos los debates posibles, problema es que en el Liceo vimos la escenografía sin la música. Durante todo el espectáculo se proyecta una lista de nombres de especies animales, lenguajes, religiones, monumentos y obras de arte que se han extinguido. Al final del montaje, la mirada al pasado vira hacia el futuro para vaticinar la extinción de diferentes lugares de Barcelona, incluído el Liceo . ¿Quién sabe? En abril de 2024, el director de la casa, Valentí Oviedo , anunciaba el fin de las deudas con los bancos contraídas desde 2008. Para estupor de los presentes, se apresuró a aclarar que la liquidez disponible se dedicaría al mantenimiento del edificio , que ya tiene 25 años y falta le hace. Esperemos que acaben pronto de cambiar bombillas, sacar brillo a los dorados y atender a todas las otras prioridades que debe de haber hasta que llegue el turno de atender al coro y hacer que sea digno de un teatro de nivel.
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