Pedro Martí: “Los personajes siempre me han parecido más importantes que la propia historia”
La mala hija (Destino, 2025) es una novela contundente. 650 páginas de misterio, de acción, de emociones que se beben en capítulos cortos que te dejan sin aliento. Hablamos de la nueva obra de Pedro Martí, quien pone toda la carne en el asador en un libro cargado de humanidad y crimen a partes iguales. Una historia que, como si de una matrioska se tratara, va desentrañando sus enigmas capa por capa hasta llegar a su corazón en un clímax intenso y coherente con lo narrado. La entrada Pedro Martí: “Los personajes siempre me han parecido más importantes que la propia historia” aparece primero en Zenda.

La mala hija (Destino, 2025) es una novela contundente. 650 páginas de misterio, de acción, de emociones que se beben en capítulos cortos que te dejan sin aliento. Hablamos de la nueva obra de Pedro Martí, quien pone toda la carne en el asador en un libro cargado de humanidad y crimen a partes iguales. Una historia que, como si de una matrioska se tratara, va desentrañando sus enigmas capa por capa hasta llegar a su corazón en un clímax intenso y coherente con lo narrado. ¿Estamos ante uno de los novelones del año? Yo diría que sí.
La trama nos cuenta la investigación de una adolescente desaparecida. Esto permite al escritor adentrarse en terrenos tan distantes como un cuartel de la Guardia Civil o un instituto y que sea territorio hostil para el lector. Porque como toda buena novela negra, la parte de crítica social abunda en La mala hija. Temas como el bullying, la diferencia de clases, la venganza o el duelo se entremezclan en las páginas de la novela. A destacar también la amalgama entre novela ambiental, casi sensorial en algunos pasajes, con unos diálogos llenos de verdad.
Es de agradecer que lleguen voces nuevas a regalarnos historias frescas como La buena hija. Si es la primera novela que leen de Pedro Martí les aseguro que no será la última. Desde Zenda hemos podido charlar con el autor para profundizar más en su obra.
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—¿Por qué Almansa? Y te lo pregunta alguien que creció a 20 kilómetros de allí, así que no me mientas.
—Almansa y Yecla, esos vértices de Albacete y Murcia que casi se rozan. No te mentiré, lo prometo. No sé en qué momento exacto anidó en mi mente la idea de escribir una novela ambientada en el lugar que me vio crecer, pero es algo que siempre me ha hecho especial ilusión. Es cierto que es un pueblo bastante grande, o una ciudad pequeña, según los ojos de quien la mire, pero a mí me venía de perlas como escenario para acometer allí mi homenaje al rural noir, para diseñar concienzudamente mi particular Twin Peaks, en el que multitud de personajes de diferente pelaje fuesen potenciales culpables de un crimen. Además, Almansa tiene elementos como la industria del calzado, el frío invierno mesetario, los inacabables campos de viñas, su enorme pantano o su imponente castillo, que la dotan de una personalidad propia, muy reconocible, perfectos para convertirla en un personaje más de la novela.
—El libro mezcla novela policial con adolescente. ¿A qué se debe?
—Quise que el punto de partida fuese la desaparición de una chica de instituto. Ya, sé que no es nada original, pero no me importaba en absoluto. Siguiendo con el símil de Twin Peaks, con la misteriosa marcha de Belén Villalba, que es la hija perfecta, quería dibujar mi propia Laura Palmer, y por otro lado, el hecho de que alguien tan joven, con toda la vida por delante, vea truncadas todas sus posibilidades, me parece algo sumamente cruel y emotivo. Además, la adolescencia me interesa especialmente porque tengo la sensación de que a menudo no nos tomamos en serio a los chavales únicamente porque todavía no tienen la edad legal para conducir, pero lo cierto en que en sus crecientes mentes se generan muchas ideas, y no todas son tontas. Es una época de la vida especialmente vulnerable en la que se configura el adulto en el que nos vamos a convertir. Una mala decisión, una carencia de cariño o de atención a estas edades puede resultar fatal a la larga.
—Se nota un especial interés por crear subtramas y personajes complejos.
—Si tuviese que decir qué dos series de televisión me han marcado más, seguramente serían Perdidos y Juego de tronos, dos series cuyas tramas, desde luego, son llamativas, pero que no concluyeron precisamente dejando un buen regusto en el paladar de los espectadores. Lo que las hacía grandes, lo que hacía que quisiésemos ver un episodio tras otro, eran los personajes. Imperfectos, profundos, grises, con heridas… Humanos, en definitiva. Los protagonistas y secundarios de una historia, sea en el formato que sea, siempre me han parecido más importantes que la propia historia. ¿Es impactante lo que se cuenta en La mala hija? ¡Claro! (al menos quiero pensar que sí), pero ¿sería tan impactante lo que sucede si no le sucediese a personajes que de verdad calan en lector? Seguramente no.
—Un exhaustivo desarrollo de personajes a menudo puede ir en detrimento del ritmo. ¿Cómo abordaste esta situación para que la novela mantuviese la agilidad?
—En tu última novela, El hombre sin rostro, tú mismo realizas, déjame decirte que con mucha maestría, un ejercicio de equilibrio perfecto entre unos protagonistas muy carismáticos y una trama muy ágil, muy acorde al thriller actual, con esa vis cinematográfica, capítulos cortos, giros, sorpresas, acción y mucho punch.
—Pondré esa frase en la faja de la segunda edición, pero contesta a la pregunta.
—Me di cuenta rápidamente de que la novela podía ser demasiado extensa, pero no quería renunciar a las subtramas y al desarrollo de los secundarios, porque creo que son los que le otorgan el alma a la historia. Tuve que cuidar el ritmo hasta niveles enfermizos, juzgando continuamente la escaleta inicial sobre la que se construyó la trama, como si fuese guionista. Además, pensé que para el desarrollo de los personajes sería más interesante dejar que el lector viese cómo son, qué demonios les afligen o cómo de enamorados están, mediante sus acciones y sus conversaciones, lentamente pero siempre hacia adelante, sin regodearnos demasiado en explicar cómo se siente nadie, sino mostrándolo, incluyéndolo dentro del propio ritmo de la narración. Fue un reto bonito del que creo que he extraído muchas enseñanzas para el futuro, y en parte he podido hacerlo porque he aprendido de los mejores.
—Siguiendo con el tema de los personajes: la pareja de investigadoras que se hacen cargo del caso es bastante atípica, y su relación bastante peculiar.
—Hemos visto y leído en muchas ocasiones binomios investigadores que han tenido sus tira y afloja, pero esta vez quería ir un paso más allá y dejar el caso en manos de dos hermanas que la mayor parte del tiempo se llevan a matar. Alma, la protagonista, es capitán de la UCO en Madrid, y es además la menor. Huelga decir que no le hace ninguna gracia tener que volver a Almansa, y en gran parte se debe a que una vez allí tendrá que ser la jefa de Paula, su hermana mayor. Si a las siempre complicadas relaciones fraternales, a menudo plagadas de envidias y rencores, le sumamos que ambas comparten un traumático pasado, el cóctel de cicatrices sin cerrar y reproches está servido.
—Los personajes y el propio tono de la novela están marcados por la muerte, pero también por la vida con el tema de la paternidad y la maternidad.
—Las dos caras de una misma moneda. Siempre me ha fascinado lo cruel y azarosa que es la vida, algo que también me asusta. La música del azar, citando al maestro Auster, siempre ha retumbado con fuerza en mis oídos. Es que es muy duro, ¿no? El mismo año en que terminé de escribir esta novela nació mi primer hijo y falleció mi padre. ¡El mismo año! ¿Cuáles eran las probabilidades? Nos creemos los dueños de nuestro destino, los protagonistas de algo, y de pronto enfermamos o nos atropella un autobús. Tolkien dijo una vez que sólo podemos escribir sobre la muerte. Estoy totalmente de acuerdo con él. Es la muerte precisamente, la perspectiva de que todo pueda acabar mañana mismo, lo que le da valor a la propia vida, al amor, a todo lo maravilloso. Es fascinante, extraordinario y odioso al mismo tiempo.
—¿Qué supone para un autor que una editorial como Destino apueste por él?
—Bueno, tú lo sabes bien, pero si tuviese que resumirlo en una sola palabra, esa sería agradecimiento. Cada novela es como un contrato con los lectores y con todas las personas que creen en tu trabajo, y lucho por no defraudarles. Todavía no me he acostumbrado a que me lleguen imágenes de la novela en diferentes librerías de España. En 2015 autoedité mi primera novela y me pateé librerías de barrio de todas las pedanías y pueblos de la Región de Murcia para suplicarles que se quedasen con algún ejemplar. Diez años más tarde, mi tercera novela ha sido editada por uno de los sellos más prestigiosos del mundo. Es ilusionante, sin duda, pero como diría mi amigo y vecino Spiderman, también supone una gran responsabilidad. Siento esa necesidad de agradecerles a mis agentes y a mis editores esa fe que han depositado en esta mala hija y en mí mismo, de ser humilde y de seguir trabajando.
—¿Estamos ante el comienzo de una saga?
—Lo cierto es que La mala hija nació como una novela auto-conclusiva, pero te mentiría si no te dijese que me encantan sus protagonistas y que me gustaría mucho que tuviesen que volver a trabajar juntos. Tengo algunas ideas sobre nuevos berenjenales en los que meterlos en un futuro, pero supongo que todo dependerá de que los lectores le sigan dando el mismo cariño que le están dando a Alma y compañía hasta ahora.
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