Tiene la Maestranza de plaza portátil lo que el traje de flamenca de faralaes, pero se empeñaron entre unos y otros – presidente, ganadero y peregrinos ocasionales – en revestirla como si de una talanquera de la España profunda se tratase. Hoy todos venían a ver a Morante, pero en el fondo muy pocos saben verlo. No está hecha la miel para la boca del asno . Y después de haber cuajado su tarde más bravía desde que su mente volvió a darle (darnos) problemas, de insultante arrojo e inigualable personalidad ante dos alhajas, la plaza se decantó al grito de « ¡torero, torero, torero! » por los rodillazos de Talavante en su eléctrica e intermitente faena final. Debería la...
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