Para Elisa
DIARIO Sábado, 6 de mayo, 1995 Visita a unos grandes almacenes. Una compra y un beso casto. Un amor olvidado y renunciado. Una hora con Eva. The Doors: el deslumbramiento. Otra vez. Mortal y rosa en mi escritorio y en mi pluma, como todos a los que leo. Umbral deslumbrado en el cerebro hirviente de... Leer más La entrada Para Elisa aparece primero en Zenda.

DIARIO
Sábado, 6 de mayo, 1995
Día intenso. Día movido. Apenas dos clases. Bajada andando desde la Facultad hasta Plaza de España. Comida china. Libros, discos y vídeos. Libros, Don Juan Tenorio y Cándido, a punto Menéndez Pidal. Conversaciones metafísicas, existenciales, como me gusta llamarlas, con mi profesor de Filosofía. Nietzsche, locura y poesía.
Sueño, mucho sueño. Las cuatro de la mañana. Pongo Para Elisa en el gramófono. Para Elisa en la noche. Elisa en la calle y en mi corazón descorazonado. Miro por la ventana. Para Elisa.
Un joven, casi adolescente, escribe a altas horas de la noche, apoyando el antebrazo en su escritorio, apoyando la cabeza en la intocable columna de aire que lo sostiene.
Música clásica suena, potente en la noche. Beethoven. Las piezas cáusticas, duras, rompedoras, se suceden con otras más suaves, mecedoras. Como todas las noches en que coge la pluma, también hoy suena Para Elisa. Como todas las noches, también en ésta llueve: llueve tristeza a fino orvallo. Unamuno acompaña al casi adolescente joven en la ya incipiente resaca. Como todas las noches de alcohol y diario, aparece ella, hoy también empapada, chorreando choros argentinos de transparente y brillante agua musical.
Las imágenes se confunden con las notas, y éstas últimas con palabras. Es el ideal del arte, la obra maestra inalcanzable. ¿Podría alguien osar soñar juntar en un mismo momento de explosión divina, a Cervantes, Velázquez y Beethoven? Y a ella. Ella de ojos claros y oscuros a un tiempo, porque se adaptan a la música que la ha creado. Música, música celestial y ensoñadora; la música nos transporta a los orígenes, al libro añorado.
Quizá ella fuera tu compañera allí. Quizá viene a buscarte, porque te echa de menos y no puede vivir sin ti. Tópico, tópico y tópico… Aprendiste ha mucho a vivir con ellos, a aceptarlos, a acatar esa máxima que dice que la vida es un tópico hecha a base de tópicos. El camino de la literatura, del arte, es el tópico. ¿Por qué no cantar al tópico? Dice Eco que todavía no se ha escrito una novela policíaca en la que el asesino sea el lector. Tú, todas las noches, tratas de escribir un cuento en el que un poeta, en busca del anhelado poema perfecto, total y circular, mate a la amada para hacer su planto.
Sí, efectivamente, “llueve tristeza a fino orvallo”, en un Burgos salmantino de tedio y plateresco, entona a una Don Miguel en el Umbral. En ese contexto, digo, aparece la dama empapada de rizos castaños, todo ojos, toda acuosa. Ninfa que sale de su reino, de su paraíso, para buscarte. Como a Apolo, te desea. En las noches de alcohol y Para Elisa, os unís, papel, notas y hermosura, hermosura volcánica, en una danza de estrellas. Porque tu cabeza explota maravilla, y esos tres elementos conforman la vida: los sentidos no engañan, los sentimientos sí.
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DIARIO
Domingo, 7 de mayo, 1995
Amor, pulpo de sombra,
Malo.
Rafael Alberti
Sesenta años en el Umbral. Sesenta años de gran escritor. Sesenta años de fábula verbal, de fuegos artificiales al natural. Sesenta años de talento y de mito. ¡Ay, no levantemos dioses de viles mortales!
Mus. Mucho mus. Nueve horas de mus y un tercer puesto. Un trofeo de 5000 pesetas y la insignificante gloria de las cartas que juegan. ¡Qué fácil sería jugarse la vida a los naipes! Cada momento, cada instante de la existencia, es un naipe que se descubre. ¡Como tú, que mañana, cara virginal, te me descubrirás en la iglesia! Creo recordar que lo mismo le ocurrió a Petrarca con su Laura. Misa de belleza, de hermosura, todo ojos, tú, y yo, que te observo y te recuerdo, allá en el limbo, ¿recuerdas? ¡Qué música, Dios!
¡Cómo pudiste dotar a alguien del genio suficiente para crear una pieza tan bella, inigualable, aurífera ninfa! Para Elisa, ¡qué bien suena! E-LI-SA. Me lleno la boca de tu nombre. Recuerdo a aquel escritor, político, si no me confundo, ¡son tantos los libros como las estrellas!, pero la más bella eres tú, E-LI-SA-, que escribió una novela con este título: “Tu nombre envenena mis sueños”.
Tu nombre envenena mis sueños. Tu nombre ya es música, pronúncialo: Elisa, veneno de pesadilla dorada. ¡Qué adjetivo! Aurífera. ¡Qué tópico! ¿Pero no son los tópicos los que siembran la belleza en las cosas y en los seres? Toda poesía es un tópico, toda vida también. El arte y la literatura, son los disfraces de la anodina vida, su divinización, su adivinación. Y, sin embargo, es más tópica la literatura que la vida. ¡Para qué hablar del arte! Literatura y vida, utopía y realidad.
Cansancio de cervezas. Estómago lleno de líquidos. La cabeza a punto de estallar. Beethoven a cañonazos, plenitud, con todos sus matices, sus contrastes. Beethoven o te besa o te pega un tiro. Como tú. Comienza, en estos momentos, Para Elisa. Comienzas, una vez más, tú, mi niña. Te veo desde aquí, por la ventana. Estás empapada, bonita. Las notas del piano caen en forma de gotas, y te van empapando poco a poco. El ritmo se acelera de vez en cuando, las notas saltan, rápidas, jugando, como saltamontes, para luego hacer más lenta su carrera, sus saltos. Y tú, ahí, en la calle, mirándome, todo ojos, mientras yo experimento ésa tu plenitud que tanto me gusta. Plenitud, palabra llena, plena, total. Me repito, mucho, también la música, ya lo sé. Ya acabó Para Elisa. Antes de que te evapores, ninfa, voy a levantar la aguja del gramófono. Aunque la pieza que sigue sea también preciosa, ya no eres tú… no es Para Elisa.
Vuelves de nuevo. Ya había escampado. Pero no duró mucho el secano. Fumo, como puedo, aunque me muera pronto. Así estaré otra vez contigo, en el limbo, en nuestro Parnaso, el lugar del que nunca debí haberme marchado. No debí abandonarte.
En mis sueños, en tus gozos oníricos, me llamas hermoso, Apolo:
“Eres hermoso, Apolo; te quiero, te amo, quiero ser tu musa. No me intentes tocar, porque me convertiré en árbol. Soy intangible. No nacimos para juntar nuestros cuerpos. No nacimos iguales, Apolo. Nacimos para amarnos en silencio, en la noche, en la distancia de las estrellas, bajo la lluvia, con la música en las entrañas y una hoja de laurel en cada pecho. ¿Notas la hoja en tu pecho, amor? ¿La hueles? ¿Me hueles? Deseo que regreses, ágil atleta, veloz corredor. Nuestro concurso fue, es, eterno. Sabes que yo quería ser alcanzada. En mis ramas encontrarás con qué cubrir tu indigencia. Me hallarás con tan sólo un liviano velo cubriendo mis excelencias. Aparta las ramas que me tapan. Abraza este tronco joven. Despega la corteza. Bebe mi savia. Savia nueva, recién nacida, inmutable y circular. Dulzona, sabrosa, savia sabrosa. El amor es comestible, Apolo, sólo hay que seguir los sentidos, los impulsos —los sentimientos engañan, los sentidos no—. Ábreme tus sentidos, divino potrecillo. Ábremelos, veloz corcel. Cabalga mis ramas. Asciende hasta mi alta copa, mis elevados brazos, y te ofreceré el mundo. Si lo quieres, yo te lo daré como dote. Luego te tirarás al vacío de la primavera. En suave vuelo, tus pájaros sirvientes te recogerán. No tocarás el suelo, el vil suelo, porque no perteneces a él. El amor es demasiado divino para ser humano. Yo soy Amor, pero me puedes llamar Dafne, o Elisa. Tengo mil nombres, mil deseos sonoros que envenenan los sueños de miles de mortales. Pero mi amor es diferente, imperecedero; mi amor es inmortal porque no nace nunca. El pecado mayor del hombre, lo dijeron los sabios, es haber nacido. Tú tampoco has nacido, caballo blanco, te quedaste en el limbo, en sueños, pero permaneces aún allí. Por ello sólo en sueños nos disfrutamos: tú apartas mis ramas y yo tus crines, cabalgando por nuestros nombres de divinidad y deseo. Sólo en sueños y en la música celestial, existo para ti. Pon otra vez en el gramófono Para Elisa, para mí. Quiero, Apolo, te amo, entrar de nuevo en tus sueños.”
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DIARIO
12 y 13 de mayo, 1995
A Dafne ya los brazos le crecían…
de la Vega
Para Elisa se evaporó. Elisa se evaporó. En la noche suenan ahora canciones, suaves piezas de amor, de un arte más moderno, igualmente válido. Todavía, sin embargo, está por nacer aquél que componga una versión nueva de Para Elisa. En la habitación de la noche, en la habitación en que él escribe, Apolo o…, también suenan The Doors de vez en cuando. El Adagio tiene significación propia en ellos. Lo renovaron y lo hicieron vehículo de un nuevo mensaje, su evangelio. Él sirvió de testamento. Palabra dura, testamento, ¿no es cierto? ¿Por qué el sonido de las palabras, más aún en nuestro castellano, revela tantos matices y resonancias de los significados que denotan? El lenguaje, la vida, es música, ¿qué le vamos a hacer? Y yo hago música en estos momentos. Música de música. Imperfecta, bien lo sé. A mí Para Elisa me ha servido, me sirve y me servirá —hasta que muera este fuego que llevo dentro—, para aplacar mis fantasmas. Disculpad mis tópicos, pero son los únicos tesoros que poseo.
Dejo que la música me gobierne. Me lanzo al mar, desde gran altura, sin miedo, porque sé que esa música embriagadora, vértigo, ese TÚ escondido en sus notas, me recibirá con los brazos abiertos.
¡Cómo me gustaría tener una conversación contigo, sublime como la imagino, y luego ser capaz de plasmarla aquí, en este papel a cuadros que encuadra, traga, devora, todo lo que escribo en él!
Yo también, también, pongo Para Elisa en mi habitación, en una noche desmayada, desmayada mi persona en la contemplación cerebralmente vivida. Yo también, también vibro, con sus contrastes, sus altisonancias, sus montañas de sonido, de olvido, sus depresiones de silencio. Pero no llueve, ay, Elisa, no llueve ahí fuera cuando te pongo. Tampoco me visitas, ay, Elisa, cuando te invoco en este sortilegio enloquecedor.
Te llamo, y no vienes. Tengo que inventarme una historia, una partitura, un sueño, para poseerte, aunque sólo sea un poquito. “Sólo nos podemos amar en sueños, Apolo”, me dijiste. Y es verdad. Me dijiste tantas cosas. No me di cuenta de que cuando yo escribía eras tú la que hablabas, la que dictabas las palabras, esas palabras que, como ya dije, imperfectamente transcribo. Es tan largo el curso del río, Dafne, que mi travesía se me hace interminable. ¡Demasiado viaje para tan flaco aventurero! Porque entro en éxtasis cuando te escucho, misticismo puro. Y me canso. Disfruto, pero es un deleite fatigoso, una carrera de cien metros, intensa, ya digo, interminable. Fijo como puedo, en esta partitura, nuestro relato, tuyo, mío y de los que lo lean. A ninguno tiene que resultar ajeno, porque una historia de amor, sea de la índole que sea, no debe dejar indiferente. Y menos a mí, que me convulsionas, me levantas en trance… ¡Vil instrumento este bolígrafo para pintarte! Tu descripción se me aparece imposible dadas mis pocas facultades. Quizá el relato te guste, te plazca, quizá como anhelos oníricos de un adolescente que añora dejar de serlo lo entenderás. Y aunque no lo leas, lo soñarás. Descuida, Dafne-Elisa, lo leerás.
Tu habitación, clara en la noche de lluvia y sueño. Tu escritura, delgada, infantil, vertical y espiritual, de niño grande. Tu perfil, agachado, escrutando en el papel. Tu mano viajando sola, pintando sola sobre el lienzo, océano de papel. Tus letras ahogándose en los dolores de ese mar, en las frustraciones de esa agua. Agua cae desde el cielo. “Llueve tristeza a fino orvallo”. Sí, llueve melancolía.
Ya pasó el alegro Para Elisa. Ya suena Bach, tan grave, tan austero en su barroquismo, aire difunto en que te sumerges. Espartano, frío cuando quiere, calculador siempre, órganos de iglesia, arias tristes de Bach. J.S. Bach: Air Gluck: Largheto und Andante (Orpheus and Eurydice 2), se lee en la carátula del disco. El gramófono se hace órgano con él. La vida, al oírle, se marchita un poco con él, tan grandioso. También lo triste tiene encanto, maravilla hipnótica que subyuga. Orpheus y Eurycide. Te persigue, Apolo, tu pasado mítico, el de los tuyos. Recuerdas el rápido-lento descenso de Orfeo a los infiernos, el rescate de Eurídice, la mirada atrás, y la lengua inerte, muerta, muda de músicas y palabras, ella que fue la reina de las melodías.
Son ellos, los mitos, quienes suenan continuamente en tu viejo aparato, antediluviano, presente, atemporal gramófono. Son ellos, Apolo, que vienen a buscarte, para que vuelvas a tu mundo. Son ellos, Apolo, los que te dicen: “Corre, Apolo, corre más que ella, que te espera ya en su lecho vegetal, su savia sabia preparada para tus labios”.
Ya pasó Para Elisa. Suenan Adagio y Bach. El sueño ha terminado y tú te has despertado. Despierta, Apolo, deja de escribir, dicen, que ya no te llamas Apolo y la lluvia hace tiempo que cesó.
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