La voluntad de escribir

Camilo José Cela dijo cierta vez que Mario Vargas Llosa era un hombre quien con su imaginación, con su arte y con su lengua había sido capaz de conseguir lo que pocos mortales alcanzan: crear una realidad verbal que remeda, enriquece o trasciende la realidad común. En efecto, como sugería Cela, para él escribir novelas fue un acto de rebelión constante, una forma sutil de deicidio. La entrada La voluntad de escribir aparece primero en Zenda.

May 12, 2025 - 00:05
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La voluntad de escribir

Camilo José Cela dijo cierta vez que Mario Vargas Llosa era un hombre quien con su imaginación, con su arte y con su lengua había sido capaz de conseguir lo que pocos mortales alcanzan: crear una realidad verbal que remeda, enriquece o trasciende la realidad común. En efecto, como sugería Cela, para él escribir novelas fue un acto de rebelión constante, una forma sutil de deicidio, pues, como una especie de divinidad escribidora, alcanzó a crear otros mundos para corregir las limitaciones del que le había tocado vivir, pues la raíz de su vocación era un sentimiento de insatisfacción contra la vida, y cada novela representaba un asesinato simbólico de la realidad.

Conocí personalmente a Mario Vargas Llosa cuando ingresó en la Real Academia Española en 1995. Estaba a punto de cumplir 60 años y el acontecimiento significaba, a ojos del propio escritor, “un hecho simbólico”, ya que el autor hasta ese momento de obras como Los cachorros, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La guerra del fin del mundo, Elogio de la madrastra o Lituma en los Andes era el primer académico de origen latinoamericano que ingresaba en esa institución.

"En aquel acto solemne, Vargas Llosa reveló su relación y las razones de su admiración por Jesús Martínez Ruiz, Azorín"

A partir de entonces, don Mario, como siempre me dirigí a él, fue abandonando su residencia en Londres para visitar la capital española, donde finalmente terminó comprando un departamento con el fin de cumplir con su nuevo cargo de académico de número para asistir a las sesiones de la institución, todos los jueves por la tarde, sentándose en la silla identificada con la letra L mayúscula, que heredó “Ionescamente” del distinguido hombre de ciencia y escritor Juan Roff Carballo.

En aquel acto solemne, Vargas Llosa reveló su relación y las razones de su admiración por Jesús Martínez Ruiz, Azorín: “Lo leí por primera vez cuando estaba en el último año del colegio, y de la mano de su prosa menuda y morosa viajé con él en los albores del siglo por los grandes descampados de cielo inmóvil y las aldeas intemporales de Castilla, siguiendo el itinerario que la imaginación de Cervantes fraguó para el caballero de la triste figura. La ruta de don Quijote es uno de los más hechiceros libros que he leído. Aunque hubiera sido el único que escribió, él sólo bastaría para hacer de Azorín uno de los más elegantes artesanos de nuestra lengua y el creador de un género en el que se alían la fantasía y la observación, la crónica de viaje y la crítica literaria, el diario íntimo y el reportaje periodístico, para producir, condensada como la luz en una piedra preciosa, una obra de consumada orfebrería artística”.

"Al igual que en Azorín, en su literatura, como en la vida real, todo se mueve, envejece y perece"

Podemos decir que esas consideraciones son las que definen mejor la obra del propio Vargas Llosa, pues al igual que en Azorín, en su literatura, como en la vida real, todo se mueve, envejece y perece, y en sus recreaciones todo ha sido birlado a las leyes de la caducidad y la exclusión, llenando el mundo de deseo, amor y pasión, “que enriquecen y trastornan las vidas de hombres y mujeres, y enredan y desenredan sus relaciones de maneras caprichosas”, como decía el escritor.

Al año siguiente, en 1996, volví a encontrarme con don Mario, a propósito de la publicación de su novela Los cuadernos de don Rigoberto, que en sus propias palabras inauguraba una nueva etapa de su carrera literaria, a pesar de que reaparecían los cuatro personajes principales de Elogio de la madrastra, y de alguna manera también la historia que esos personajes habían iniciado.

“Desde hace muchos años”, dijo entonces, “vivo fascinado por el tema de la ficción, pero no sólo me refiero al tema de la ficción literaria. Creo que la ficción es un mundo muchísimo más vasto que la literatura, que ella es sólo una de las ramas de esos múltiples mecanismos que tenemos hombres y mujeres para crear mundos distintos, paralelos al mundo real, algo sin lo cual no podríamos vivir. Necesitamos, junto a la vida real, una vida que de alguna manera nosotros introducimos en la vida real porque esa vida ficticia, fabulada, soñada, creada con la imaginación a partir de nuestros deseos más íntimos, nos enriquece y nos defiende contra la adversidad; es un refugio que tenemos, que nos dan la literatura, las artes, el cine, y un mundo que vamos secretando en nuestra subjetividad la mayor parte del tiempo sin darnos cuenta que lo hacemos”.

"Había sido justamente en Madrid, en el verano de 1958, en una tasca llamada El Jute, frente al parque del Retiro, donde había comenzado a escribir La ciudad y los perros"

Esta novela tenía que ver también con el erotismo, un tema que fue de la máxima importancia para Vargas Llosa. “Con esa actividad fundamentalmente civilizada que es el erotismo como enriquecimiento del amor, gracias a la fantasía y a las ceremonias que fabrica nuestra propia imaginación y a resultas de la cual el acto sexual se desanimaliza, se sublima y puede hasta convertirse en una creación con el mismo derecho que una creación literaria o artística”.

A finales de 1997, la editorial Alfaguara inició la publicación de la Biblioteca Vargas Llosa, cuyo primer volumen, La ciudad y los perros, publicado originalmente en 1962, era el inicio de un proyecto que reuniría toda su obra narrativa, crítica, dramática y política, hasta completar su obra publicada hasta entonces, cuando aún no aparecía en las quinielas para el Premio Nobel.

En aquella ocasión, don Mario me recordó que había sido justamente en Madrid, en el verano de 1958, en una tasca llamada El Jute, frente al parque del Retiro, donde había comenzado a escribir La ciudad y los perros, comenzando, dijo, “a cumplirse para mí ese sueño que alentaba desde el pantalón corto: llegar a ser algún día escritor”.

En marzo de 2000, después de tres años de trabajo y casi 25 años de “fantasear y escuchar cosas sobre el personaje y la época”, Vargas Llosa concluía su novela La fiesta del Chivo, narración en la que el autor indagaba sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y “los mecanismos de control absoluto de una sociedad, inherentes a toda dictadura”.

"Autor siempre preocupado por los temas de orden político y social, como había dejado claro de manera patente cuando había sido candidato a la presidencia de Perú"

Cinco años más tarde, a principios de 2006, Vargas Llosa presentó en Madrid un nuevo libro, Travesuras de la niña mala. Decía en esa ocasión que las revoluciones más duraderas y que han dejado una huella mayor en la Humanidad no eran aquellas que se planearon como revoluciones y que se proyectaron con la intención de producir grandes cambios sociales y políticos, sino “las que han transformado profundamente las costumbres, la mentalidad, la sensibilidad y los gustos de las relaciones humanas sin preverlo ni planificarlo, aquellas que han dejado una huella extraordinaria, como ocurrió en los años 70 en Londres, cuando las costumbres sexuales y morales cambiaron de la mano del movimiento hippie“.

En abril de 2007, Vargas Llosa me confesaba que cada novela era “una aventura distinta, donde ha brotado un simulacro de vida, el misterio que enriquece la vida de los lectores. Y cada escritor inventa su propio sistema de trabajo a partir de su personalidad, consciente o inconscientemente, y a pesar de que llevo muchísimo tiempo escribiendo historias, su proceso de nacimiento sigue siendo para mí muy misterioso y creo que sólo controlo una mínima parte, pues en el resto intervienen elementos irracionales e imprevisibles”.

Autor siempre preocupado por los temas de orden político y social, como había dejado claro de manera patente cuando había sido candidato a la presidencia de Perú en 1990, Vargas Llosa reunió una serie de ensayos en un libro que presentó en Madrid en septiembre de 2009. Se titulaba Sables y utopías, una obra que representaba una especie de biografía intelectual del escritor, y que reflejaba los postulados liberales de Vargas Llosa, su posición ante la realidad latinoamericana, los peligros y esperanzas que vislumbraba para el continente y la manera en que habían tomado forma sus ideas y compromisos.

"Vargas Llosa recordó que en el último capítulo de Sables y utopías ensalzaba las virtudes literarias de diversos escritores, pero también reprochaba a otros ciertas actitudes"

En aquella ocasión, Vargas Llosa recordó que en el último capítulo de Sables y utopías ensalzaba las virtudes literarias de diversos escritores, pero también reprochaba a otros ciertas actitudes: a Octavio Paz su cercanía con el PRI; a Borges su desdén hacia las dictaduras no occidentales; a Cortázar sus veleidades marxistas… Y aunque en el libro Gabriel García Márquez se escapaba de estos reproches, ya que el artículo que incluía en este libro databa de 1967, antes de su distanciamiento, Vargas Llosa le reprochaba su inquebrantable cercanía a Fidel Castro. “Hoy día le reprocho su sumisión beata a la dictadura de Fidel Castro, la más larga que haya producido esa historia de dictadores que es la de América Latina”, remachó.

El jueves 7 de octubre de 2010, la Academia Sueca decidió conceder el Nobel de Literatura a Vargas Llosa. Carmen Balcells, su agente literaria, a quien llamé por teléfono, me dijo que impulsar la obra de Vargas Llosa en el mundo editorial y literario no había sido en absoluto difícil, ya que la ventaja era que había tenido los voceros más maravillosos del mundo. “Imagínense, haciendo propaganda de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa. Lo que tiene que salir de allí es un mito, no sólo personas”, expresó.

Confesó que su sueño secreto era que algún día sus libros se leyeran “como he leído yo los libros que me han cambiado la vida, los libros que me han enriquecido, un sueño que nunca sabré si se hará o no realidad, pues esas cosas se saben cuando uno ya ha desaparecido hace tiempo”.

Respecto a su nueva novela, el autor expresó que una de las enseñanzas de lo que significó la vida de Roger Casement, personaje central de El sueño del celta, es que cuando desaparece toda forma de legalidad y se restablece la ley del más fuerte, inmediatamente brota la barbarie y unos extremos de crueldad que llegan a ser vertiginosos, experiencia que vivió, dijo Vargas Llosa, Roger Casement, quien se convirtió en uno de los primeros europeos en comprender lo que el colonialismo significaba como fuerza destructora de todo aquello que tocaba. “Vio en lo que se convertía la Europa civilizada, de la legalidad, la libertad y las buenas maneras de la que venía, en un mundo sin ley, en el que lo que organizaba la vida era la codicia, el afán de lucro y las monstruosas crueldades que se derivaban de todo ello para con los indígenas”, detalló.

"Después, llegó la reconciliación con Patricia, su mujer, y la distancia creció, pues la familia estaba harta de intromisiones chismosas de la prensa"

En septiembre de 2013, cuando se publicó El héroe discreto, Vargas Llosa confesó que en esos momentos para él lo importante era vivir como si la muerte no existiera y organizar su vida como si fuera a vivir siempre. “No perder el entusiasmo, las ilusiones, la capacidad de proyectarnos en algunos anhelos e ideales, aunque secretamente sepamos que no los vamos a llegar a alcanzar. Para mí vivir significa eso. El espectáculo más triste es dejar de tener ideales, ilusiones. Y la vocación de la literatura es vivir joven aunque sea muy viejo”, concluyó.

En 2016, coincidiendo con su ochenta aniversario, don Mario publicó Cinco esquinas, obra “peruana” en la que ajustaba cuentas con un pasado inmediato en el que Sendero Luminoso, Fujimori y su Lima natal se actualizaban en la ficción. Tres años más tarde, aparecía Tiempos recios, donde revisitaba el horror, la barbarie, la injusticia y la violencia de América Latina, como ya había hecho en otras obras suyas. Y en 2023 salía a la luz Le dedico mi silencio, novela de “utopías culturales” en la que un país se unía por la gracia de la música y en la que apostillaba, al final, que sería lo último que escribiría en el terreno de la ficción, dejando inédita una obra sobre el filósofo francés Jean Paul Sartre, su maestro de juventud.

Don Mario se había convertido en “Mario” para la prensa rosa española a raíz de su relación con Isabel Preysler, lo que provocó un distanciamiento del escritor con muchos de quienes seguíamos su actividad puramente literaria. Después llegó la reconciliación con Patricia, su mujer, y la distancia creció, pues la familia estaba harta de intromisiones chismosas de la prensa.

En una de sus últimas declaraciones, en octubre de 2023, cuando ya casi solo recibía cuestionarios, don Mario habló de lo que más había aprovechado de su vida y lo que siempre quiso custodiar. Dijo: “Mi vocación. Cuando miro mi pasado, veo que la literatura ha sido a lo que he entregado mi vida, en las buenas y en las malas (…). Flaubert decía que escribir era una manera de vivir, y eso define en gran parte mi vida desde jovencito. He sido constante”.

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