La zorra, de Bora Chung

Se publica la primera novela de la surcoreana Bora Chung, autora de género fantástico, de quien ya habíamos leído Conejo maldito y de quien ahora llega a nuestras librerías la historia de un hombre que se enamora de una mujer en cuyo interior habita un ser legendario: la zorra de nueve colas. En Zenda reproducimos... Leer más La entrada La zorra, de Bora Chung aparece primero en Zenda.

May 12, 2025 - 05:21
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La zorra, de Bora Chung

Se publica la primera novela de la surcoreana Bora Chung, autora de género fantástico, de quien ya habíamos leído Conejo maldito y de quien ahora llega a nuestras librerías la historia de un hombre que se enamora de una mujer en cuyo interior habita un ser legendario: la zorra de nueve colas.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de La zorra (Alpha Decay), de Bora Chung.

***

BRILLO DE LABIOS

Era de noche. Solo una fila de farolas iluminaba sin interés la carretera casi desierta. El autobús se balanceaba con un traqueteo suave y los pocos pasajeros dormían plácidamente, como bebés en la cuna.

Ella estaba sentada a su lado.

Él fingía mirar por la ventana, pero en realidad la observa ba en el cristal: estaba sentada de forma erguida, mirando al frente, con una gran caja plateada en su regazo que parecía un cofre mágico. Durante tres meses hizo lo mismo todas las noches, mientras él, de reojo, observaba su perfil, su espalda, su nariz delicada, su cabello largo y abundante y sus pequeñas orejas blancas como conchas marinas. Habían cruzado mira das la noche anterior: ella sonrió y lo saludó con la cabeza al subir al autobús. En ese momento, él decidió que, pasara lo que pasara, le hablaría.

Sin embargo, la decisión había quedado solo en eso, una decisión. Estaba ojeando el cofre plateado en su regazo, rebuscando las palabras adecuadas para causar una buena impresión, cuando ella se levantó de repente y bajó del autobús. al escuchar el pitido de la tarjeta de transporte, él, desesperado, intentó decir algo, pero lo único que consiguió pronunciar fue un «ah…». Para entonces, ella ya había des aparecido detrás de las puertas automáticas.

Hoy parecía haber olvidado que ayer lo saludó; estaba sentada como siempre, erguida y mirando al frente. Su suave y voluminoso cabello castaño le cubría gran parte del rostro. al ver cómo brillaba bajo la luz artificial, sintió un inexplicable deseo de tumbarse entre las hojas de un bosque y mirar la luna.

En ese momento, ella levantó la mano y se apartó el pelo de la cara, dejando al descubierto la pequeña y perfilada nariz, las mejillas blancas y lisas y el mentón delineado. Se le formaron hoyuelos en la cara al sonreír.

Él observaba fascinado cómo sus pendientes bailaban con la vibración del autobús y dejaban una estela de polvo de estrellas sobre los hoyuelos en su piel de porcelana.

—¡Oye, contesta el teléfono! —Una voz masculina lo arrancó del ensueño.

—Señor, no puedo atenderle mientras conduzco. Por favor, tome asiento.

—Mi mujer ha salido a buscarme, pero no sabe dónde estoy. ¡Llévame a mi casa! ¿no sabes cómo tratar a los clientes? ¡Por Dios!

Un tipo de unos cincuenta años, ebrio, que no había deja do de hablar por teléfono durante todo el recorrido, ahora le gritaba al conductor.

—Disculpe, pero no puedo atenderle. además, no debe ría estar de pie cuando el autobús está en marcha. Por favor, siéntese.

—¿Me estás ignorando? ¡Te estoy hablando, imbécil!

El hombre vociferaba insultos y agitaba el móvil de forma amenazante. El conductor, que no tenía más de treinta años, intentaba que se sentara y se calmara, todo mientras seguía conduciendo. El autobús estaba cruzando el río Han, cuyas aguas nocturnas reflejaban las luces de colores de la ciudad, brillantes pero vacías.

—Tres, dos, uno —susurró ella a su lado. al girar la cabeza, él vio cómo chasqueaba los dedos blancos y delgados sobre la caja plateada. En ese instante, justo delante, se escuchó un ruido sordo seguido del grito ahogado del conductor.

—¡Te dije que me llevaras a casa, idiota!

El borracho agarró al conductor por el cuello y le golpeó la cara. De repente, tropezó y se aferró al volante. El autobús giró noventa grados a la izquierda y él se estrelló contra el respaldo del asiento delantero.

—¡¿Qué está haciendo?! ¡Suelte el volante! —gritaba el con ductor, desesperado, mientras apartaba al borracho y maniobraba el vehículo para evitar la línea divisoria—. ¡nos vamos a estrellar!

Él apenas logró enderezarse, pero volvió a perder el equilibrio y se estrelló contra el hombro de la mujer sentada a su lado. Pensó que había tenido suerte, aunque solo por un instante.

Intentó disculparse, pero el autobús giró de nuevo a la izquierda y lo lanzó hacia la ventana lateral. Justo cuando se golpeó la cabeza contra el cristal, vio el río Han fuera. acto seguido, el autobús giró hacia la derecha y él cayó de espaldas contra ella. El río parecía acercarse cada vez más. Entre los esfuerzos del conductor por no cruzar la línea divisoria y la borrachera del hombre que no recordaba dónde vivía, el autobús estaba a punto de salirse del carril y caer al agua.

Notó que le tocaban el hombro.

—Toma.

Se esforzó por enderezarse y giró la cabeza. Su mirada se cruzó con unos grandes y vivarachos ojos marrones. En ese momento, se olvidó del autobús, del borracho y del río Han, que se acercaba amenazante.

—Toma esto, por favor —repitió ella.

Sin saber por qué, aceptó sin chistar. Era un tubito de plás tico que parecía un envase de pasta de dientes.

—Levántate y ve hacia el conductor —susurró—. Gira la tapa tres veces a la derecha y grita: «¡Jeonggil!». así llamarás la atención del borracho. aprovecha para ponerle esto en la nariz.

Él la miró, confundido.

—¿Te ha quedado claro? Tres veces hacia la derecha, «¡Jeonggil!» y le untas la nariz —explicó ella con calma, como si estuviera hablando con un niño.

Él asintió, desconcertado.

—Vamos, ahora —le dijo, y movió las piernas para dejarlo pasar.

Cogió el tubo de plástico y se dirigió hacia el asiento del conductor como un acróbata, mientras el autobús zigzagueaba salvajemente.

Era casi imposible avanzar por el autobús, que se sacudía como una montaña rusa. Se agarraba de los asideros de los asientos para no caerse, y cada paso le costaba una eternidad. De repente, el autobús giró hacia la izquierda de nuevo y lo lanzó contra una señora.

—Disculpe.

[…]

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Autora: Bora Chung. Título: La zorra. Traducción: Cammy Cho y Yoonhee Kim. Editorial: Alpha Decay. Venta: Todos tus libros.

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