Sergio Bang: “Sin cultura, solo queda obedecer a otros”

De una tenacidad y vitalidad imbatible, este gestor cultural afincado en el barrio madrileño de Vallecas lleva años dedicándose a esto de la cultura. Apoyando a artistas y autores y generando una amplia comunidad de lectores y amantes de la cultura en su librería-galería Grant, ha sabido labrarse con gran profesionalidad y esfuerzo un hueco... Leer más La entrada Sergio Bang: “Sin cultura, solo queda obedecer a otros” aparece primero en Zenda.

May 12, 2025 - 05:21
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Sergio Bang: “Sin cultura, solo queda obedecer a otros”

Conozco a Sergio desde hace más una década, y quizás sea una de las personas más comprometidas con las que he tratado en los últimos años.

De una tenacidad y vitalidad imbatible, este gestor cultural afincado en el barrio madrileño de Vallecas lleva años dedicándose a esto de la cultura.

Apoyando a artistas y autores y generando una amplia comunidad de lectores y amantes de la cultura en su librería-galería Grant, ha sabido labrarse con gran profesionalidad y esfuerzo un hueco en la escena cultural con amplia solvencia.

Me acerco a su casa en Vallecas para retratarle y hablar de alguno de estos temas y sobre su opera prima, Venimos del fuego, editada por Plaza & Janés.

***

—¿Cómo has vivido este proceso de ser comisario y gestor cultural a convertirte en autor?

—Con mucho pudor y respeto. Yo siempre he estado del otro lado. He sido quien organizaba, contaba y presentaba el trabajo de otros, y ahora es al revés. Con Venimos del fuego, además, la exposición es aún mayor. Una novela es ficción, sí, pero cuando hablas de ella acabas hablando de ti: de por qué esta historia, por qué estos personajes, por qué esos desenlaces tremendos pero fieles a una realidad histórica.

—¿Te ha ayudado esa experiencia previa? ¿O por el contrario te generó más dudas?

"Es cierto que si uno quiere saber historia o ciencia, mejor un ensayo. Pero la novela me permite contar lo que el ensayo analiza desde fuera"

—Me ayudó… Sobre todo a no caer en la desesperación de ver que una novela tiene una vida marcada por el mercado y que una avalancha de novedades deja antiguas las obras en cuestión de meses. No siempre es así, claro; hay publicaciones que tienen varias ediciones y se mantienen más tiempo en las librerías, pero no es lo habitual. Conocer esto me ha llevado a entender que una novela no es buena o mala en función de sus ventas. Simplemente tiene suerte, visibilidad y ventas, por conjunciones que nadie puede descifrar.

—¿Por qué novela y no un ensayo u otro tipo de género?

—Porque la novela es una buena forma de narrar también la realidad. Es cierto que si uno quiere saber historia o ciencia, mejor un ensayo. Pero la novela me permite contar lo que el ensayo analiza desde fuera. El ensayo te explica una época, la novela es capaz de meterte en la cabeza de quienes la vivieron.

—Tu novela, desde mi humilde opinión, tiene grandes trazas de novela coral. ¿Concibes así no solo la creación literaria, sino también la vida?

—Es una novela coral, sí. Hay tres libreros, un periodista francés que llega buscando respuestas, un estudiante que empieza a hacerse preguntas, policías que cruzan muchos límites, personajes que se encuentran sin saber que están marcando el destino de los otros… Todos viven dentro de una época que les condiciona más de lo que creen. Y en medio está Alma, que brilla un poco más porque su historia es el detonante. Queman su librería y, con eso, explota todo lo demás: su pasado, su dolor escondido, sus decisiones que arrastran a los demás. Eso me interesaba: cómo los actos de una persona pueden sacudir la vida de otras, aunque no se conozcan del todo. Porque la historia de uno nunca es solo suya.

—Llevas más de una década viviendo de alguna manera del entorno creativo, en diferentes soportes, facetas y lenguajes. ¿Qué papel juega la creatividad en tu vida?

"Lo más difícil fue hacer sencilla y clara una historia compleja y coral. Dar vida y personalidad a cada personaje, para que no fueran caricaturas o clichés"

—Para mí la creatividad ha sido una necesidad, no una opción. De niño fue una manera de entender el mundo, de explicarme lo que parecía no tener mucho sentido. Y de adulto sigue siendo eso: una herramienta para sobrevivir. Soy una persona con dislexia y prosopagnosia (no reconozco las caras), es verdad que en grado no muy alto, pero eso ya te obliga a ver el mundo de otra forma. No lo procesas como la mayoría, y si no encuentras tu propio lenguaje, te pierdes. La creatividad me ha permitido adaptarme, comunicarme, conectar con los demás desde mis propios códigos. Y también defenderme, cuando no sabía cómo hacerme entender.

—¿Cómo abordaste el proceso de creación?

—Lo más difícil fue hacer sencilla y clara una historia compleja y coral. Dar vida y personalidad a cada personaje, para que no fueran caricaturas o clichés. Crearlos con sus contradicciones, con su manera particular de odiar, de querer, de inmolarse o de entenderse… y que todo eso fuese creíble. También la ambientación de los años 70 fue un reto. Muchos lectores vivieron esa época, y había que ser fiel, reconocible.

—¿La ficción como género literario? ¿O como válvula de escape?

—Para las dos cosas. La ficción no es solo una vía de escape, es una forma de mirar. A veces te aleja para que veas mejor. Trabaja desde otro sitio desde el que lo hace un ensayo o una biografía. Yo creo en la ficción como forma de entender lo que nos pasa sin tener que explicarlo todo con datos.

—La lucha social, el clasismo, el apoyo a la cultura, el fomento de las artes y el movimiento por la libertad sexual están muy presentes en tu novela. ¿Por qué?

—Porque vengo de ahí. Porque mi generación, la del 75 y hasta los años 80, somos hijos de esa nueva libertad que nuestros padres —y los padres de nuestros padres— tuvieron que entender y usar, y que nos inculcaron llena de contradicciones, porque ellos crecieron en una dictadura que intentaron olvidar, tanto que mi generación nunca supo muy bien cómo fue ni en qué consistió la guerra civil o la dictadura. Sabíamos que existió, claro. Pero hasta ser adultos no supimos, por ejemplo, que una vez ganada la guerra, Franco aún condenó a muerte a 40.000 personas. O que el edificio que miramos cuando comemos las uvas en Nochevieja fue uno de los lugares donde se torturó y asesinó sin medida. O que las personas LGTBIQ+ fueron torturadas, asesinadas y desterradas con impunidad y escarnio, y que su lucha es ejemplo de resistencia y dignidad. Conocer todo esto nos cuenta de dónde venimos, lo que hemos avanzado y lo que aún tenemos que proteger y mejorar.

—¿Es la cultura una herramienta de supervivencia?

—Claro. Muy pocas cosas lo son, pero la cultura sí. La cultura te forma, te sostiene y te da un lenguaje para no tragarte el mundo sin pensarlo. No es un lujo y mucho menos un capricho: es lo que nos separa del cinismo, de la ignorancia y de la resignación. Sin cultura, solo queda obedecer a otros. Con ella, al menos, podemos elegir.

—Para muchas personas escribir un libro o materializar un proyecto suele ser una meta, pero me da la sensación de que en tu caso es solo el principio. ¿De qué?

"Espero que lo que escribo siga interesando dentro de unos años. Pero si no es así, tampoco pasa nada: escribir, para mí, no depende de eso"

—De seguir contando historias que no buscan consolar a nadie. Mucha gente me ha dicho que cuando terminan la novela, los personajes siguen ahí, en su cabeza, como si no se quisieran ir. Y creo que de eso se trata: de obligar a mirar, de poner el foco en historias que ocurrieron de verdad, sin edulcorarlas, sin hacerlas más fáciles. Una novela tiene que entretener, es verdad, hacer que quieras seguir leyendo, aunque lo que cuente duela. Si no hay verdad, no sirve. Si no hay emoción, tampoco.

—¿Cómo ves el futuro literario como librero? ¿Y como autor?

—Las librerías tienen presente y tendrán futuro. Tenemos una Ley del Libro que es clave para mantenernos sanos. Hay que cuidarla, blindarla y tener dirigentes que sigan viendo las librerías no solo como lugares donde se venden libros, también donde se celebran charlas, presentaciones, lecturas, exposiciones o clubes de lectura que enriquecen barrios y ciudades. Que además crean empleo de verdad, sostenido y cercano. Muchos más que, por ejemplo, la multinacional de la sonrisa, que reparte paquetes y no genera cultura, ni hace mejor un país. Ni siquiera crea los suficientes empleos como para hacernos dudar de su conveniencia. Solo genera riqueza para un señor al otro lado del mundo que se cree astronauta y que busca hacerse un cohete cada vez más grande para ir a la Luna. Respecto a cómo veo el futuro como autor, espero que lo que escribo siga interesando dentro de unos años. Pero si no es así, tampoco pasa nada: escribir, para mí, no depende de eso. Es una forma de estar en el mundo.

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