40 años del primer disco de El Último de la Fila: el álbum ‘low-cost’ que inició una carrera brillante
El grupo barcelonés se estrenó en 1985 con ‘Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana’, un disco grabado precariamente y en cuya gira de presentación Manolo García acabó detenido por blasfemarEl Último de la Fila regresará a los escenarios en 2026 casi tres décadas después “No bastó con ser el último para ser el primero alguna vez”. La frase de Borges aparece levemente modificada en un tema del que hasta hace poco era el último álbum de estudio de El Último de la Fila, La rebelión de los hombres rana (EMI, 1995). Sin embargo, los dos miembros del grupo, Manolo García y Quimi Portet, lanzaron a finales de 2023 Desbarajuste piramidal, un disco donde regrabaron 24 de las canciones más emblemáticas de las formaciones que ambos compartieron, con las que vendieron millones de copias y se convirtieron en una de las bandas más exitosas de finales de los 80 y de los 90. En la presentación de este trabajo, Manolo García afirmó: “Es mucho más probable que nos metamos en el estudio a grabar a que salgamos de gira conjunta” (también en 2016 negó un retorno de El Último de la Fila), si bien Quimi Portet dejó algo de esperanza para los fans: “Las puertas están del mismo modo abiertas que cerradas”. Apenas un año y medio después, solo un par de horas antes de que empezara el ya histórico gran apagón del 28 de abril de 2025, el dúo reescribía su propia historia y anunciaba que haría una gira por toda España en 2026. La última vez que actuaron juntos fue en febrero de 2016, dieciocho años después de su separación, en las salas La Riviera de Madrid y Razzmatazz de Barcelona. Solo iban a tocar temas de Los Rápidos y Los Burros, por lo que participaron integrantes de las dos bandas, pero finalmente añadieron seis de El Último de la Fila. Hubo una euforia total y hasta lágrimas entre sus incondicionales, que no esperaban ver de nuevo a ambos amigos tocando Insurrección, Aviones plateados o Sara sobre un escenario. Manolo García y Quimi Portet cuentan con una legión de fans que fueron conquistando poco a poco con sus canciones desde sus complicados inicios, a base de trabajo duro, de insistir y de la excepcional mezcla de talento de ambos músicos. El Último de la Fila, en febrero de 1989 en Madrid ‘El que la sigue la persigue’ Manolo García (Barcelona, 1955) se crio en Poblenou, un barrio lleno de emigrantes de otras zonas de España donde sonaba “copla española, flamenco, Antonio Molina”, recordaba el cantante en una entrevista de 2014 para Kiko Amat en Jot Down. Se fogueó desde los trece años cantando y tocando la batería en el grupo de barrio Materia Gris (“era un grupo tipo Eagles: todo el mundo cantaba”), una época de la que se siente orgulloso y que considera que le marcó para bien. “En quince años he vivido millones de horas sobre escenarios”, contaba en junio de 1986 a Ignacio Julià para la revista Ruta 66. “En aquella época ya tenía muy claro que iba a tener un status artístico, grabar mis discos y todo eso […] Tocaba la batería, pero me comía al cantante y a quien hiciera falta. Nos divertíamos mucho”. El grupo tocaba un repertorio de música española de boleros y canciones de verbena, pero en cuanto el público lo permitía, pasaban a temas de rock como los de la Creedence Clearwater Revival o Deep Purple. El servicio militar obligatorio acabó causando la disolución de la banda. Quimi Portet (Vic, 1957, aunque se crio en Barcelona) también se interesó desde bien joven por la música. Tocaba la guitarra desde niño, con diez años ingresó en una tuna escolar y con dieciséis logró que le compraran una batería, según contaba el periodista Toni Coromina, autor de El que la sigue la persigue. Biografía tolerada de El Último de la Fila (1995) y amigo y colaborador del grupo. Gracias a los discos que compraba su madre descubrió a estrellas del pop-rock y del soul como los Beatles, los Rolling Stones o Aretha Franklin. “Yo quise ser Beatle,

El grupo barcelonés se estrenó en 1985 con ‘Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana’, un disco grabado precariamente y en cuya gira de presentación Manolo García acabó detenido por blasfemar
El Último de la Fila regresará a los escenarios en 2026 casi tres décadas después
“No bastó con ser el último para ser el primero alguna vez”. La frase de Borges aparece levemente modificada en un tema del que hasta hace poco era el último álbum de estudio de El Último de la Fila, La rebelión de los hombres rana (EMI, 1995). Sin embargo, los dos miembros del grupo, Manolo García y Quimi Portet, lanzaron a finales de 2023 Desbarajuste piramidal, un disco donde regrabaron 24 de las canciones más emblemáticas de las formaciones que ambos compartieron, con las que vendieron millones de copias y se convirtieron en una de las bandas más exitosas de finales de los 80 y de los 90.
En la presentación de este trabajo, Manolo García afirmó: “Es mucho más probable que nos metamos en el estudio a grabar a que salgamos de gira conjunta” (también en 2016 negó un retorno de El Último de la Fila), si bien Quimi Portet dejó algo de esperanza para los fans: “Las puertas están del mismo modo abiertas que cerradas”. Apenas un año y medio después, solo un par de horas antes de que empezara el ya histórico gran apagón del 28 de abril de 2025, el dúo reescribía su propia historia y anunciaba que haría una gira por toda España en 2026.
La última vez que actuaron juntos fue en febrero de 2016, dieciocho años después de su separación, en las salas La Riviera de Madrid y Razzmatazz de Barcelona. Solo iban a tocar temas de Los Rápidos y Los Burros, por lo que participaron integrantes de las dos bandas, pero finalmente añadieron seis de El Último de la Fila. Hubo una euforia total y hasta lágrimas entre sus incondicionales, que no esperaban ver de nuevo a ambos amigos tocando Insurrección, Aviones plateados o Sara sobre un escenario. Manolo García y Quimi Portet cuentan con una legión de fans que fueron conquistando poco a poco con sus canciones desde sus complicados inicios, a base de trabajo duro, de insistir y de la excepcional mezcla de talento de ambos músicos.
‘El que la sigue la persigue’
Manolo García (Barcelona, 1955) se crio en Poblenou, un barrio lleno de emigrantes de otras zonas de España donde sonaba “copla española, flamenco, Antonio Molina”, recordaba el cantante en una entrevista de 2014 para Kiko Amat en Jot Down. Se fogueó desde los trece años cantando y tocando la batería en el grupo de barrio Materia Gris (“era un grupo tipo Eagles: todo el mundo cantaba”), una época de la que se siente orgulloso y que considera que le marcó para bien.
“En quince años he vivido millones de horas sobre escenarios”, contaba en junio de 1986 a Ignacio Julià para la revista Ruta 66. “En aquella época ya tenía muy claro que iba a tener un status artístico, grabar mis discos y todo eso […] Tocaba la batería, pero me comía al cantante y a quien hiciera falta. Nos divertíamos mucho”. El grupo tocaba un repertorio de música española de boleros y canciones de verbena, pero en cuanto el público lo permitía, pasaban a temas de rock como los de la Creedence Clearwater Revival o Deep Purple. El servicio militar obligatorio acabó causando la disolución de la banda.
Quimi Portet (Vic, 1957, aunque se crio en Barcelona) también se interesó desde bien joven por la música. Tocaba la guitarra desde niño, con diez años ingresó en una tuna escolar y con dieciséis logró que le compraran una batería, según contaba el periodista Toni Coromina, autor de El que la sigue la persigue. Biografía tolerada de El Último de la Fila (1995) y amigo y colaborador del grupo. Gracias a los discos que compraba su madre descubrió a estrellas del pop-rock y del soul como los Beatles, los Rolling Stones o Aretha Franklin. “Yo quise ser Beatle, del mismo modo en que otros niños querían ser bomberos o astronautas”, resumió Portet en Jot Down en 2018. “Mi familia era lo que ahora llamaríamos 'desestructurada'. Había mucho mal rollo en aquella casa, y yo me tuve que buscar la vida; a los quince ya me había emancipado”.
La precariedad, un vocablo tan usado hoy día, también existía en los 80. Manolo García relató a Arancha Moreno en Efe Eme en 2018 que tuvo diecinueve empleos desde los 14 años, cuando empezó de aprendiz en una carpintería, hasta los 30, cuando pudo dedicarse exclusivamente a la música con El Último de la Fila. En esos años intermedios compaginó su labor musical con la de estudiar diseño gráfico, repartir muebles y juguetes, pintar “monótonos” cuadros al óleo, diseñar material de Hello Kitty “en una empresa pirata”, dibujar portadas de casetes con versiones de temas famosos… En este último empleo se ofreció a tocar y cantar en las grabaciones, lo que le sirvió para aprender cómo funcionaba un estudio de grabación. Por su parte, Portet también tuvo trabajos de todo tipo mientras formaba parte de distintas formaciones musicales.
En Hostalets empezó todo
Los caminos de García y Portet se cruzaron el 20 de junio de 1981 en Hostalets de Balenyà, cerca de Vic. Ese día se organizó allí un festival en el que participaron grupos como Lone Star, Los Rápidos (liderado por Manolo García) y Kul de Mandril (comandado por Quimi Portet). García recuerda que le pareció interesante Portet, entonces guitarrista y compositor de su grupo, y le propuso trabajar juntos: “Recuerdo que le dije que teníamos un disco, como tentación” (Rápidos, grabado en 1980 con EMI, que no quiso renovarles el contrato después de que vendieran solo 2.000 copias del álbum). Manolo le insistió en un segundo concierto de Kul de Mandril y Portet acabó accediendo: “A la semana apareció en mi casa con una maleta, porque él vivía a 70 kilómetros de Barcelona”.
Según relata García en Efe Eme, en una posterior noche de borrachera Portet y Antonio Fidel, bajista en Los Rápidos, llegaron muertos de risa con el nombre de la banda que iban a formar: Los Burros. “Nuestro humor surrealista […] Luego había ayuntamientos y gente que no nos contrataba porque el nombre les asustaba”.
Quimi también había traído dos canciones que había compuesto: Huesos, que grabaron con Los Burros, y Querida Milagros, que reservaron para El Último de la Fila. Gracias a un dinero que les prestó Toni Coromina y a que Manolo trabajaba como diseñador en la discográfica Belter, lograron que esta grabara en 1983 un disco a Los Burros, Rebuznos de amor, cuya portada diseñó Ouka Leele. Evolucionaron de componer un rock más clásico con Los Rápidos a ser “un poco más surrealistas, más aberrantes”, explicaba García, que califica a Portet y a sí mismo como “cafres”.
El grupo, en buena parte formado por los anteriores integrantes de Los Rápidos, se especializó en actuaciones disparatadas y salvajes. Todos salían con embudos humeantes en la cabeza al escenario, que Manolo había ‘decorado’ previamente con todo tipo de cachivaches que compraba por cuatro duros en ferreterías y mercadillos, como televisores viejos que hacía estallar durante las actuaciones. En una de esas performances le impactó en el ojo un elemento del aparato, lo que le causó una herida. En otra actuación para la revista Ruta 66 en 1987 se maquillaron, se depilaron, se vistieron de mujeres y actuaron como Las Burras. Tiempo antes, en 1983, habían aparecido en el programa de Àngel Casas en TVE Musical Express, donde interpretaron tres temas.
Pese a su energía (El faro del fin del mundo), sus letras originales y surrealistas (Huesos, Moscas aulladoras, perros silenciosos), su sonido rockero (Conflicto armado) y la cada vez más personal y excepcional forma de cantar de Manolo, Rebuznos de amor tuvo unas cifras de ventas muy discretas. No ayudaba que el foco estuviera puesto en gran parte sobre la escena de la Movida madrileña, donde el único grupo catalán que triunfó fue Loquillo y los Trogloditas.
‘Trabajo duro’
Los Burros iban por el buen camino, pero les faltaba pulir más su estilo, lograr un sonido más personal. Ante la falta de ingresos suficientes para subsistir, los músicos del grupo, exceptuando a García y a Portet, dejaron la banda. Manolo y Quimi siguieron adelante solos, ensayando por su cuenta durante cerca de tres años en una nave industrial que habían adaptado, componiendo y grabando maquetas. Cada uno aportaba sus ideas, moldeadas por sus influencias musicales y, como explica García, “ocurrió una fusión. A mí por ejemplo me gustaba Triana” y lo aflamencado, pero también The Clash, mientras que a Portet le iba el soul o el rhythm’n’blues, si bien también le atraían los sonidos árabes.
Lograron mezclar lo popular y la vanguardia, y las letras y las melodías que creaba cada uno enriquecían más al otro. “Éramos completamente anárquicos y éramos muy felices, porque trabajábamos a cualquier hora, a cualquier hora nos íbamos a comer, vivíamos juntos, yo a veces dormía en el local de ensayo, éramos a veces hasta indecentes; pasábamos días enteros sin ducharnos, tocando, salíamos de copas, volvíamos, dormíamos unas horas, seguíamos tocando”, rememoró Manolo en Jot Down.
“Quería que El Último de la Fila no recordase a nadie”, explicó Portet en la misma publicación. Parecía que habían dado con la tecla, al crear un grupo que muchos consideran como un género en sí mismo y que pronto se convirtió en un referente para innumerables formaciones musicales españolas. Solo les faltaba un nombre, que salió del propio Manolo después de desechar otros como Los Trogloditas (que finalmente se quedó Jordi Vila, batería con Los Burros y con Loquillo): El Último de la Fila, ya que García consideraba que, aunque no fueran por delante de todos, iban a seguir avanzando incluso desde el final del pelotón.
El dúo siguió ensayando e insistiendo, con Manolo haciendo frecuentes viajes a Madrid para intentar colocar sus maquetas, hasta que tuvo lugar otro encuentro clave: una amiga, Irma Coronilla, les puso en contacto con Rafael Moll, productor de Joan Manuel Serrat, Peret o Albert Pla.
‘Dulces sueños’
Manolo García tenía claro que debían lograr algo firme ya: “Teníamos dos discos, un poco de público, no podríamos parar”, explicó a Efe Eme. Rafael Moll habló con la hoy desaparecida discográfica PDI, que accedió a grabarles su debut como El Último de la Fila, Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana, pero sin proporcionarles demasiados recursos para ello, quizá por falta de confianza en el grupo o por mera tacañería empresarial. Todo ello se nota en el sonido del disco, que acabarían remezclando y relanzando en 1991 con otra compañía.
Aunque contaron con sus habituales Jordi Vila para la batería o José Luis Pérez para alguna guitarra eléctrica, así como con un jovencísimo Juan Manuel Cañizares (Premio Nacional de Música en 2023) para la guitarra española, Manolo y Quimi tuvieron que tocar diversos instrumentos y hacer un poco de todo. El álbum, que contenía la potente El loco de la calle, abría con la original Dulces sueños, que mezcla toques morunos con la voz aflamencada de García. El locutor Jesús Ordovás, al que Manolo había llevado un ejemplar, pinchó esta canción en Radio 3 y alabó al grupo. El cantante lo vio claro: ahora sí, era su momento, podría dejar su trabajo y vivir de la música. Estaba a punto de cumplir 30 años.
Las temáticas de las canciones mantienen su plena vigencia cuarenta años después. La canción que da título al álbum y No hay dinero para los chicos hablan de hogares llenos de desesperanza por su mala situación económica; Querida Milagros cuenta la historia del soldado muerto que cuenta en una carta póstuma a su novia el sinsentido de la guerra, similar a la antimilitarista Otra vez en casa; El Monte de las Águilas habla de la nostalgia por la naturaleza… Era una propuesta musicalmente novedosa en cuyas letras muchos podían verse reflejados.
Cuando la pobreza entra por la puerta… se grabó entre enero y febrero de 1985, si bien en la red parece imposible encontrar la fecha exacta de publicación. Dado que su concierto de presentación tuvo lugar el 11 de mayo de 1985 en el pabellón deportivo de Centelles (localidad muy cercana a Hostalets, donde el dúo se conoció), todo hace pensar que el disco salió a la venta entre abril y principios de mayo de 1985. Toni Coromina relata así esa primera actuación: “El escenario estaba decorado con unas grandes plataformas con focos de automóvil detrás de los músicos, enfocando al público. Los músicos llevaban embudos en la cabeza, a modo de sombreros, de donde salían columnas de humo por la chimenea, mientras agitaban linternas de neón. Las nuevas canciones se sucedieron entre vítores, aplausos y bailes frenéticos del público, en medio de espectaculares nubes de plumas de gallina y de talco, globos y humareda de colores”.
Otro concierto en Granada de septiembre del mismo año acabó con Manolo García brevemente detenido por blasfemar. “Dije que me cagaba en Dios, en fin, lo de siempre”, relató el cantante a Ignacio Julià en Ruta 66, “pero al acabar vino un capitán de la policía nacional y dijo que se me llevaba. Le acompañé, hicimos un atestado y no pasó nada. Todo fue bastante simple”, pues le liberaron a las dos horas, pero causó algo de revuelo porque salió en los periódicos. “Ya ves, aquí en Barcelona me he sacado hasta la polla y no pasa nada. Fiesta, alegría”, explicó García.
El primer trabajo de El Último de la Fila vendió 30.000 copias, nada desdeñable para la época y para ser un debut. Con PDI grabarían su siguiente trabajo, Enemigos de lo ajeno, y doblaron la cifra de ventas con respecto al anterior disco. Fue el principio de una de las trayectorias más exitosas de la música española y de uno de los grupos más respetados y famosos de finales de los 80 y los 90 que, si bien como artistas en solitario tienen sólidas carreras, aún mantienen “el ansia de vivir” y la ilusión de seguir trabajando juntos como dúo.