Karl Ove Knausgård y la eternidad literaria
De la novena elegía del poeta alemán toma Karl Ove Knausgård el título de su última novela, Los lobos del bosque de la eternidad (Anagrama, 2025), y de sus versos iniciales —«Entonces, los dolores. Entonces, sobre todo la pesadumbre, entonces la larga experiencia del amor; entonces lo puramente indecible. Pero luego, bajo las estrellas, ¿qué... Leer más La entrada Karl Ove Knausgård y la eternidad literaria aparece primero en Zenda.

La muerte, por razones obvias, es insufrible. Nada se infiere de su desajustada perfección, más allá del dolor, la incógnita y esa fría emoción circular que agrava las sombras del horizonte y lo hace claudicar cuando estalla la noche. La muerte nos aboca al silencio y, aún injusta, ecuación que abarata el esfuerzo de nuestros padres, y de los padres de estos, y de aquellos que, al alumbrar la vida, embarraron el concepto del eterno. Porque la eternidad, como bien expresó el filósofo ruso Nikolai Fiódorov, lejos de ser una dimensión luminosa del hombre, se nos impone como un deber. Un deber con quienes ablandaron las fronteras del paraíso terrenal. La comunión inacabable entre seres humanos y la perfecta serenidad que sobreviene cuando ya no hay preguntas que responder solo se alcanzará con la resurrección de la sangre y la carne, «como si más allá —así reza el verso de Rilke— estuviesen los lobos de la eternidad».
Uno de los retos de todo escritor es acercarse al misterio. Y este, por definición o creencia, no es cognoscible. Pero ¿acaso el mundo lo es? ¿Vive lo exterior fuera de nosotros? Si cerramos los ojos, la ciudad pierde su contorno. Y así, desnuda de luz, se revela. El sueño es observación. Y al despertar, seguimos observando. Entre ambos estadios solo hay una difusa transición. Quizá un simple reajuste pueda hacernos contemplar un paisaje distinto. Un territorio con cascadas y recodos de arena. Y, a nuestro alrededor, el infinito, la suspensión del tiempo y el alma, que para Fiódorov solo era cuerpo, en toda su plenitud. Solo los grandes autores pueden abordar esa indisoluble comunión entre los vivos y los muertos.
Y Karl Ove Knausgård, al igual que hizo con su anterior novela, La estrella de la mañana, demuestra una vez más que ese diálogo visceral y profundo no está exento de belleza, y que la mirada del ser humano, al igual que la estrella anunciadora que sobrevuela al final de esta historia, es ambivalente. Dentro del misterio no hay terror, sino curiosidad. La fisionomía de los que murieron no es monstruosa, sino ambigua. Lo inmortal no se alimenta de lo oscuro, sino de las pasiones terrenales. Ese es el contexto en el que Syvert y Alevtina se encaminan hacia un origen común. Origen que también es nuestro y al que solo podemos acceder rompiendo los esquemas de lo concebible. Es esta ruptura, tan vigente en la obra de Knausgård, la que hace que su literatura sea inclasificable. Bordeando la ficción y el ensayo, rearmando el espacio personal que tan efectivo le fue en su andadura por la autoficción, el autor noruego nos entrega una obra ligera y densa a la vez; descriptiva y al mismo tiempo etérea; real, porque sus diálogos también son nuestros, y a la par milagrosa. Y finalmente extensa, porque la eternidad lo es, y porque esta solo es alcanzable, al menos de momento, a través de la literatura.
«Escribir —dice uno de los personajes— es una actividad refrescante si se hace de la manera correcta. Refresca la mente, refresca el alma. Al menos, así lo veo yo. La velocidad crea fricción, la fricción crea calor, y eso también se aplica a los pensamientos, que fácilmente se vuelven febriles e insalubres cuando tienen el campo libre dentro de un espacio pequeño. Escribir los ralentiza, los alarga, los conduce lentamente y con mano suave a nuevos lugares, donde el paisaje es abierto y domina la libertad. Con ese movimiento llega la conciencia de que lo que hay aquí no es todo. Y entonces, el aquí se hace llevadero, a veces incluso tiene sentido».
Si verdadero es eterno, o la eternidad es la única realidad venidera, solo una novela como la escrita por Knausgård puede expulsarnos para siempre de lo que una vez estuvo mejor llamado a morir.
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Autor: Karl Ove Knausgård. Título: Los lobos del bosque de la eternidad. Traducción: Kristine Baggethun y Asunción Lorenzo. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros.
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