Ernest Urtasun: «Las novelas de Álvaro Pombo consuelan la existencia»

Volvemos un año más a Alcalá de Henares para la gran celebración anual de la lengua castellana y de las letras de España e Hispanoamérica. La literatura se escribe con nombres propios y con la tinta invisible de la memoria. Y quiero, por ello, que mis primeras palabras en esta ceremonia sean de recuerdo y tributo a uno de los más universales escritores en nuestro idioma: Mario Vargas Llosa. Hace ya treinta años, en 1995, se abrían para él las puertas de este Paraninfo de la Universidad de Alcalá. La sabia y revolucionaria energía de su ficción se sumaba para siempre a la nómina de galardonados con este Premio Cervantes . Una estirpe autoral que abraza ahora, con sincero júbilo, a un nuevo miembro. Su nombre resuena con el empaque, la prestancia algo solemne, de un dodecasílabo: Álvaro Pombo García de los Ríos Con acento en la primera, la cuarta, la séptima y la decimoprimera sílaba del verso. Un verso único, suelto y excepcional, en medio del gran texto de las letras españolas contemporáneas. Y una paradoja gozosa, para todas y todos los que amamos la literatura: porque Pombo es el autor excéntrico , en el sentido literal de la palabra, que regresa al centro, si es que el centro existe más allá de la utopía, como él mismo se pregunta. El exiliado, al borde de la historia, siempre en un imposible lugar. El exclaustrado al que este claustro reclama, para devolverle su asiento en este mediodía de cipreses y andanzas caballerescas. «No serviré aquello en lo que ya no crea, se llame mi hogar o mi patria; y trataré de expresarme en alguno de los modos de la vida o del arte tan libremente y tan plenamente como pueda, usando para mi defensa las únicas armas que me puedo permitir: el silencio, el exilio y la sagacidad ». La cita pertenece al 'Retrato del artista adolescente', de James Joyce, y sus tres palabras finales podrían constituir, sin duda alguna, una divisa heráldica del escudo de paz de Álvaro Pombo: Silencio, exilio y sagacidad. Lo primero, el silencio, la antesala de todo lo demás. El mismo silencio en el que nacen la música y la palabra. Porque en el silencio brota el cariz trascendental de su prosa y de su pensamiento. Y al silencio pertenece ese Dios que es lo mismo que la lluvia, la pulsión metafísica que empapa todas sus novelas. También porque la «maravillosa quietud» , en expresión cervantina, es el envés indispensable de su narrativa sin pausas. Una narrativa bulliciosa que es, ante todo, diálogo, conversación, alarde barroco o rico ejercicio de retórica. Palabras antiguas o de ahora mismo, palabras sosegadas o precipitadas, locuciones y frases hechas, en cuyos ecos resuena, incontenible, la experiencia del tiempo. Es muy difícil desgajar ese carácter oral de la prosa de Álvaro Pombo del lugar en el que se origina: la familia . Porque la obra de Pombo se enraíza, muy a menudo, en la experiencia familiar, en la memoria afectiva del escritor. Y ese río biográfico discurre, crecido, desbordante, por debajo de sus diálogos y de sus tramas. La sinceridad o el artificio, el simple recado o la declaración de amor, el exabrupto, el poema, la confesión, el chiste o la sentencia moral. Pombo capta, con perspicacia , la dicha de lo dicho, valiéndose de ese registro coloquial heredado, y lo transforma, a través de sucesivas mutaciones, en un lenguaje único. Un lenguaje que es suyo y de nadie más, aunque siempre, al final de cualquier frase, reaparezca el léxico familiar, el fraseo íntimo, ablandando los recodos de su prosa y enviándonos un conmovedor mensaje de verdad. En lo narrado, en lo dicho y escrito, encontramos el sentido profundo de las cosas . Esa es una de las grandes lecciones de Álvaro Pombo. Nos enseña que las novelas son el adentro, el ágora en el que las cosas ocurren, el espacio en el que se intercambian las ideas y la lucidez. Una brillantez intelectual que nunca es impostura, pues fluye de manera orgánica en la voz de cada personaje, en sus relaciones personales, en sus conciencias, en la profundidad de su psique. Álvaro Pombo cuenta el mundo para comprenderlo y es ese entendimiento el que le ofrece al lector, su pacto: una transfusión de emociones y pensamientos que está en el sentido mismo de la literatura. Del porqué escribimos y leemos, pero también de la relación de nuestra individualidad con el otro. Por eso las novelas de Pombo son tan valiosas. Porque hay en ellas una condensación exacta y medida de vida, gracia, memoria y compromiso con la realidad, y con lo narrado, que las hace únicas en nuestra tradición literaria. Hablemos ahora del exilio, de la geografía vital de nuestro premio Cervantes. «Cabrillea el sol en la bahía fulgente», escribe Pombo sobre el mar de su Santander natal. Es quizás el mismo sol que ve ponerse el doctor Juan Cabrera desde, cito, «su pequeño piso encaramado en una confortable área mesocrática de Argüelles». Desde esa altura abismada, el horizonte de encinas de la Casa de Campo se convierte, como por ensalmo, en el monte castellano de la infancia. Santande

Apr 23, 2025 - 11:43
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Ernest Urtasun: «Las novelas de Álvaro Pombo consuelan la existencia»
Volvemos un año más a Alcalá de Henares para la gran celebración anual de la lengua castellana y de las letras de España e Hispanoamérica. La literatura se escribe con nombres propios y con la tinta invisible de la memoria. Y quiero, por ello, que mis primeras palabras en esta ceremonia sean de recuerdo y tributo a uno de los más universales escritores en nuestro idioma: Mario Vargas Llosa. Hace ya treinta años, en 1995, se abrían para él las puertas de este Paraninfo de la Universidad de Alcalá. La sabia y revolucionaria energía de su ficción se sumaba para siempre a la nómina de galardonados con este Premio Cervantes . Una estirpe autoral que abraza ahora, con sincero júbilo, a un nuevo miembro. Su nombre resuena con el empaque, la prestancia algo solemne, de un dodecasílabo: Álvaro Pombo García de los Ríos Con acento en la primera, la cuarta, la séptima y la decimoprimera sílaba del verso. Un verso único, suelto y excepcional, en medio del gran texto de las letras españolas contemporáneas. Y una paradoja gozosa, para todas y todos los que amamos la literatura: porque Pombo es el autor excéntrico , en el sentido literal de la palabra, que regresa al centro, si es que el centro existe más allá de la utopía, como él mismo se pregunta. El exiliado, al borde de la historia, siempre en un imposible lugar. El exclaustrado al que este claustro reclama, para devolverle su asiento en este mediodía de cipreses y andanzas caballerescas. «No serviré aquello en lo que ya no crea, se llame mi hogar o mi patria; y trataré de expresarme en alguno de los modos de la vida o del arte tan libremente y tan plenamente como pueda, usando para mi defensa las únicas armas que me puedo permitir: el silencio, el exilio y la sagacidad ». La cita pertenece al 'Retrato del artista adolescente', de James Joyce, y sus tres palabras finales podrían constituir, sin duda alguna, una divisa heráldica del escudo de paz de Álvaro Pombo: Silencio, exilio y sagacidad. Lo primero, el silencio, la antesala de todo lo demás. El mismo silencio en el que nacen la música y la palabra. Porque en el silencio brota el cariz trascendental de su prosa y de su pensamiento. Y al silencio pertenece ese Dios que es lo mismo que la lluvia, la pulsión metafísica que empapa todas sus novelas. También porque la «maravillosa quietud» , en expresión cervantina, es el envés indispensable de su narrativa sin pausas. Una narrativa bulliciosa que es, ante todo, diálogo, conversación, alarde barroco o rico ejercicio de retórica. Palabras antiguas o de ahora mismo, palabras sosegadas o precipitadas, locuciones y frases hechas, en cuyos ecos resuena, incontenible, la experiencia del tiempo. Es muy difícil desgajar ese carácter oral de la prosa de Álvaro Pombo del lugar en el que se origina: la familia . Porque la obra de Pombo se enraíza, muy a menudo, en la experiencia familiar, en la memoria afectiva del escritor. Y ese río biográfico discurre, crecido, desbordante, por debajo de sus diálogos y de sus tramas. La sinceridad o el artificio, el simple recado o la declaración de amor, el exabrupto, el poema, la confesión, el chiste o la sentencia moral. Pombo capta, con perspicacia , la dicha de lo dicho, valiéndose de ese registro coloquial heredado, y lo transforma, a través de sucesivas mutaciones, en un lenguaje único. Un lenguaje que es suyo y de nadie más, aunque siempre, al final de cualquier frase, reaparezca el léxico familiar, el fraseo íntimo, ablandando los recodos de su prosa y enviándonos un conmovedor mensaje de verdad. En lo narrado, en lo dicho y escrito, encontramos el sentido profundo de las cosas . Esa es una de las grandes lecciones de Álvaro Pombo. Nos enseña que las novelas son el adentro, el ágora en el que las cosas ocurren, el espacio en el que se intercambian las ideas y la lucidez. Una brillantez intelectual que nunca es impostura, pues fluye de manera orgánica en la voz de cada personaje, en sus relaciones personales, en sus conciencias, en la profundidad de su psique. Álvaro Pombo cuenta el mundo para comprenderlo y es ese entendimiento el que le ofrece al lector, su pacto: una transfusión de emociones y pensamientos que está en el sentido mismo de la literatura. Del porqué escribimos y leemos, pero también de la relación de nuestra individualidad con el otro. Por eso las novelas de Pombo son tan valiosas. Porque hay en ellas una condensación exacta y medida de vida, gracia, memoria y compromiso con la realidad, y con lo narrado, que las hace únicas en nuestra tradición literaria. Hablemos ahora del exilio, de la geografía vital de nuestro premio Cervantes. «Cabrillea el sol en la bahía fulgente», escribe Pombo sobre el mar de su Santander natal. Es quizás el mismo sol que ve ponerse el doctor Juan Cabrera desde, cito, «su pequeño piso encaramado en una confortable área mesocrática de Argüelles». Desde esa altura abismada, el horizonte de encinas de la Casa de Campo se convierte, como por ensalmo, en el monte castellano de la infancia. Santander, Madrid, la vieja Castilla, Valladolid, Palencia… Paisajes emocionales de un escritor que expresa, sin embargo, su desarraigo en un bello poema del libro 'Variaciones', publicado en 1978, tras el regreso a España de su exilio londinense: «Yo no soy de esta ciudad ni de ninguna he venido por casualidad y me iré por la noche aquí no tengo primos ni fantasmas». O lo que es lo mismo: ser solo y ser de nadie para encarnar todas las historias y vidas posibles. Ese parece ser el destino de quien escribe. Porque las novelas de Álvaro Pombo son ensayos persuasivos , brillantes, sobre vidas inventadas y posibles, que consuelan la existencia, pero que nunca nos pertenecen totalmente. «Oh ilusoria vida que eres nuestra de chiripa y casi nunca entera», afirma Pombo en el verso primero de otra de sus Variaciones. Si lo pensamos bien, Álvaro Pombo ha encontrado en la literatura un medio discursivo para la invención y reinvención de la vida. Y en esa tarea, definitivamente, no está solo. En un lado están las lectoras y lectores, constituidos en una comunidad fiel, a la que nunca ha soltado la mano: libro tras libro, novela tras novela, premio tras premio. Y al otro lado, un excepcional y muy particular linaje literario del que Álvaro Pombo es deudor, y en el que su obra se inscribe por méritos propios, los mismos que ahora le valen la distinción de este Cervantes. En el árbol genealógico de Pombo se encuentran el esperpento de Valle-Inclán y los legados filosóficos de Ortega, de Jean-Paul Sartre y de su maestro José Luis Aranguren. La poesía de Rilke, de Eliot. Y, sobre todo, la narrativa anglosajona de los siglos XVIII, XIX y XX. Desde Fielding hasta Henry James o Graham Greene. Un catálogo de intertextualidades del que Pombo ha ido dejando pistas en sus novelas y en sus personajes, algunos de ellos trasuntos de sí mismo o del lector joven que fue. Hay, en esa biblioteca invisible, un anaquel de privilegio, un altar dorado para las escritoras: Jane Austen, Virginia Woolf, Carmen Laforet, Patricia Highsmith y, muy especialmente, Iris Murdoch, a quien Pombo cita ya en su primer libro publicado, Protocolos, del año 1973. «He inventado el amor o lo he copiado de un libro de Iris Murdoch (viene a ser lo mismo) como inventé hace años el amor o la divinidad». En todas estas escritoras ha encontrado nuestro autor una vía de acceso a fundamentos estilísticos, éticos y filosóficos de su prosa, el camino hacia una personal manera de narrar y sentir, el fluir de la conciencia, el amor o la divinidad, y, sobre todo, un compromiso muy concreto con la realidad. Evocando uno sus más afamados títulos, Álvaro Pombo ha estado donde las mujeres. Como heredero orgulloso de una escritura tantas veces invisibilizada, borrada de manuales y academias. Son afinidades electivas, alejadas del canon literario masculino que moldeó la obra de sus coetáneos, que establecen ese lugar de exilio, de extrañamiento, de estimulante rareza, que ha convertido a Álvaro Pombo en el más singular de nuestros escritores. Carmen Martín Gaite , cuyo centenario celebramos con admiración y cariño en este 2025, decía, precisamente, de nuestro premio Cervantes: «Un escritor hecho y derecho y —lo que es más raro todavía— diferente de cualquiera, absolutamente original». Así es. Diferente de cualquiera, absolutamente original. Las palabras de Carmen Martín Gaite se refieren a 'Relatos sobre la falta de sustancia', el primer libro de narrativa de Álvaro Pombo, escrito en Londres y publicado en España, en 1977, por La Gaya Ciencia de Rosa Regàs. En los cuentos que componen este volumen identifica su autor los vectores, las líneas de fuerza de su manera de escribir y de ver el mundo. Nos autoriza Pombo a leerlos «desde la perspectiva rítmica de una esquemática autobiografía». Y están allí los temas que subyacerán en el resto de su producción novelística, entre ellos la homosexualidad como núcleo de una nueva sustancia y de una mirada, vital y literaria, más allá de la norma. Quiero acabar ya, para dar paso a las palabras de nuestro homenajeado, con la mención al último vocablo de la divisa de James Joyce, un término que identifica al Pombo filósofo, escritor y académico, y que atraviesa también ese universo cervantino que hoy nos convoca: la sagacidad . La sagacidad es la agudeza, la ironía, el humor, la inteligencia discursiva. Sagaz es la valentía, la afirmación de sí mismo, el elogio de la amistad, el amor frente a la cobardía. La libertad, la libertad. ¿No es acaso todo lo que vibra en la obra de Álvaro Pombo el alimento esencial de Don Quijote de la Mancha? ¿No comparten uno y otro los mismos anhelos y beben del mismo venero, la fuente inagotable de lo real? En su ensayo 'El tiempo de la promesa' nos habla la filósofa y escritora Marina Garcés de la promesa como vínculo con los demás y del lugar que esta ocupa en la trama del Quijote y en el imaginario fantástico de los libros de caballerías. «La promesa —escribe Garcés— de que es posible interpretar la realidad cotidiana más allá de la tristeza, la vulgaridad, el cinismo y la malicia». Y esa otra «promesa fundamental que moviliza todas las promesas que vinculan a los personajes del Quijote: que es posible una vida diferente a esta que, de manera evidente, se nos muestra». Esa posibilidad de una vida diferente es la literatura y eso es lo que hoy hemos venido a celebrar, en esta ceremonia, junto a nuestro querido premio Cervantes. Nada más. Gracias don Álvaro Pombo por sus libros. Gracias por su compromiso con la creación y el pensamiento. Y gracias por enseñarnos, con toda franqueza, entre broma y broma, que la realidad, «la simple realidad, la más común, es la maestra de la vida». Muchas gracias