El Escorial y un arquitecto madrileño

Nacido en Madrid en un año que la historia no precisa, aunque lo cifra en torno a 1515, la formación del futuro arquitecto fue romana. Allí en Italia se le conocía como Giovanni Battista de Alfonsis, asistente que fuera de Antonio Sangallo. Los peritos concluyen que Giovanni Batista de Alfonsis y el madrileño fueron la... Leer más La entrada El Escorial y un arquitecto madrileño aparece primero en Zenda.

Apr 23, 2025 - 06:28
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El Escorial y un arquitecto madrileño

Es curioso, pero entre los menos afortunados del siglo XVI, el arquitecto Juan Bautista de Toledo tiene un asiento. Choca porque gozaba de la protección de su Majestad Católica, quien, pese a ser llamado “el Prudente”, era el hombre más poderoso del mundo en aquel tiempo. Elegido por el constructor del imperio donde no se ponía el Sol para el primer diseño de la construcción del complejo arquitectónico que habría de simbolizar la grandeza de España en el Siglo de Oro, la gloria de su obra habría de ser para uno de sus adjuntos: Juan de Herrera. José de Sigüenza, consejero del Prudente, historiador, teólogo y poeta, no escatima elogios puesto a evocar al desafortunado favorito de su Majestad Católica. Así, en su Historia de la Orden de San Jerónimo (1615), fray José —encargado de la biblioteca del Monasterio del Escorial, por cierto— escribe sobre Juan Bautista: “Varón de gran juicio y escultor, que entendía bien el diseño, sabía lengua latina y griega, y tenía mucha noticia de filosofía y matemáticas, y al fin se hallaban en él muchas partes que Vitrubio, príncipe de los arquitectos, quiere que tengan los que han de ejercitar la arquitectura y llamarse maestros en ella”.

Nacido en Madrid en un año que la historia no precisa, aunque lo cifra en torno a 1515, la formación del futuro arquitecto fue romana. Allí en Italia se le conocía como Giovanni Battista de Alfonsis, asistente que fuera de Antonio Sangallo. Los peritos concluyen que Giovanni Batista de Alfonsis y el madrileño fueron la misma persona: las caligrafías de uno y otro son idénticas. Se sabe que en Roma Juan Francisco de Toledo colaboró en las obras de la basílica de San Pedro. Hay textos autógrafos de Miguel Ángel, referidos a él, en los que indica que se sigan sus instrucciones.

"Estamos en el reinado de Carlos I de España, aún estamos con Toledo ocupado en los diseños del palacio virreinal de Nápoles, la iglesia de Santiago y el castillo de San Erasmo"

No hay constancia de que tuviera alguna consanguinidad con Francisco de Toledo, virrey de Nápoles en aquel tiempo, todavía el del reinado de Carlos I. Pero sí se sabe que fue el virrey quien reclamó al madrileño para embellecer la capital de Campania. Es una lástima que, años después, la historia negase a Juan Bautista de Toledo la gloria de haber contribuido tan decisivamente a hacer de su ciudad la capital del primer imperio que había de extenderse por todas las tierras habitadas del planeta. Dicen que fue entonces, cuando Madrid se convirtió en la capital del mundo por orden de Felipe II, cuando la mejor ciudad que jamás haya existido en la Tierra empezó a ser conocida como El Foro. En efecto, por analogía con el Foro romano desde donde también se gobernó un imperio.

Pero aún estamos en el reinado de Carlos I de España —y V de Alemania, que se decía antes, cuando era conocido como “el Rey Emperador” con la misma gracia que a su hijo se le llamaría el Prudente—, aún estamos con Toledo ocupado en los diseños del palacio virreinal de Nápoles, la iglesia de Santiago y el castillo de San Erasmo. Obras, que, junto a otras muestras italianas de su talento, le valieron los nombramientos de arquitecto real y director de las reales fábricas de Nápoles.

"Desde la nueva capital era más fácil controlar todas las rutas y centralizar el gobierno de todo el imperio. A buen seguro, fue entonces cuando Madrid empezó a ganarse sus primeros enemigos entre los propios españoles"

Muerto Carlos I, Felipe II —atendiendo a un deseo expresado por su padre en los últimos años de no querer ser enterrado en la capilla donde se guardaban los restos de sus antepasados— ordenó a una comisión de expertos que buscasen el emplazamiento idóneo. Se decidió entonces que éste debía estar en la Sierra del Guadarrama, por su proximidad con el centro geográfico de la Península Ibérica. Tras descartar algunos lugares —Guisando, Aranjuez, Manzanares— se resolvió que el monumento que recordase la magnificencia de Felipe II se alzase en El Escorial, entonces una aldea perteneciente a Segovia. Tuvo que comprarla el rey para hacerla madrileña.

Corría 1559 cuando Juan Bautista de Toledo fue elegido por Felipe II —el rey Prudente— para diseñar la obra que, amén de guardar los restos de Carlos I, habría de simbolizar la majestuosidad de España en su Siglo de Oro, de sus letras y de sus artes. Pero también de sus armas —fue una celebración de la victoria en la batalla de San Quintín (1557) sobre el ejército francés— y una exaltación de aquel imperio donde no se ponía el Sol. En 1561, el mismo año que Juan Bautista de Toledo realizó la llamada “Traza Universal”, el primer diseño del monasterio, Felipe II decidió trasladar la capital desde Toledo a Madrid: al estar esta segunda en el centro geográfico de España, era más difícil de atacar desde el extranjero que cualquier otra de sus ciudades. También por su posición, desde la nueva capital era más fácil controlar todas las rutas y centralizar el gobierno de todo el imperio. A buen seguro, fue entonces cuando Madrid empezó a ganarse sus primeros enemigos entre los propios españoles. Esos que, todavía es ahora, cuando dicen que en Madrid todos son funcionarios al servicio del centralismo, parásitos que se pasan el día tomando cafés a cuenta del resto de España.

"Hay una teoría que afirma que El Escorial fue construido siguiendo la estructura del Templo de Salomón. Los que la defienden parten de la idea de que Juan de Herrera, el arquitecto principal, se inspiró en las descripciones bíblicas del templo para su diseño"

Qué pensarán esos enemigos de Madrid, per se, de Juan Bautista de Toledo. Un día como hoy, el 23 de abril de 1563, fue él quien colocó la primera piedra del Real Monasterio del Escorial que, entre sus múltiples simbolismos, también lo fue del poder central en España. Cuando el Prudente dispuso que se hiciera de Madrid la capital del imperio por aquello de ser la ciudad del país más difícil de atacar desde el extranjero, no contó con los enemigos interiores de Madrid, que habrían de serlo todos los enemigos de la unidad de España.

Sin embargo, puede que Juan Bautista de Toledo sí contase con lo adversa que habría de serle la posteridad. Tras haber perdido a su mujer y a sus hijos en un naufragio, vio cómo el rey, que supervisó en todo momento la construcción del monasterio, integraba en su proyecto, unos meses antes de la colocación de la primera piedra, a Juan de Herrera y Juan de Valencia. La gloria habría de ser para aquél. De hecho, llamamos “herreriano” al estilo arquitectónico nacido entonces, “manierismo clasicista” para otros.

Aunque en el monasterio, en un lateral de la cara visible consignó su firma: “Joannes Baptista architectus major. IX KAL MAII Deus o.m. (optimus maximus) operi aspiciat; y en el otro reza: Philipus II. hispaniarum rex a fundamentis erexit MDLXII, a Toledo casi se le recuerda más por el convento de las Descalzas Reales, también obra suya y madrileña.

"A aquel arquitecto de suerte esquiva que hoy traemos, solo le dio tiempo a poco más que a la excavación de los cimientos: la muerte se lo llevó en 1567"

Hay una teoría que afirma que El Escorial fue construido siguiendo la estructura del Templo de Salomón. Los que la defienden parten de la idea de que Juan de Herrera, el arquitecto principal, se inspiró en las descripciones bíblicas del templo para su diseño. Hubo un tiempo en que se decía que el motivo fue la parrilla del suplicio de San Lorenzo. ¡Y lo qué hubiera sido la Octava Maravilla del Mundo Moderno —que, en efecto, fue hasta el declinar del imperio— de haber contado con frescos de El Greco! Pero a Juan Bautista de Toledo no se le cita en ningún lado.

Lo cierto es que a aquel arquitecto de suerte esquiva que hoy traemos, solo le dio tiempo a poco más que a la excavación de los cimientos: la muerte se lo llevó en 1567 y la construcción del monasterio, prolongada hasta 1584, dio lugar a todo un proverbio sobre la duración de las obras en España. Aunque siempre es menor que la de los odios seculares y los resentimientos que profesan a Madrid todos los españoles que no quieren serlo. Así se escribe la historia. En la Plaza de la Villa de la Capital y en un relieve idealizado del Museo del Prado, que ahora pretenden espoliar los enemigos de Madrid, se honra debidamente a Juan Bautista de Toledo, un orgullo de la grandeza madrileña, siempre al servicio de España.

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