El destino de la palabra, de Adan Kovacsics
Pocas denuncias sobre el modo en que el capitalismo nos está robando el lenguaje como la presente en este ensayo. Kovacsics nos advierte: el día en que nuestras palabras estén vacías de contenido, estaremos de nuevo en manos de los totalitarismos. En Zenda reproducimos el primer capítulo de El destino de la palabra (Ediciones del... Leer más La entrada El destino de la palabra, de Adan Kovacsics aparece primero en Zenda.

Pocas denuncias sobre el modo en que el capitalismo nos está robando el lenguaje como la presente en este ensayo. Kovacsics nos advierte: el día en que nuestras palabras estén vacías de contenido, estaremos de nuevo en manos de los totalitarismos.
En Zenda reproducimos el primer capítulo de El destino de la palabra (Ediciones del Subsuelo).
***
I
Corría el mes de septiembre de 2006 cuando el presidente de Estados Unidos consideró «demasiado impreciso» para ser entendido el artículo 14 de la Convención de Ginebra que prohibía los «atentados contra la dignidad personal, especialmente los humillantes y degradantes», y se preguntó qué era la dignidad humana. Afirmó, literalmente: «La Convención de Ginebra dice que no debe haber atentados contra la dignidad humana. Es muy impreciso. ¿Qué significa “atentados contra la dignidad humana”?». Entre 1951, cuando se estableció la Convención de Ginebra, y 2006, cuando George W. Bush ya consideraba vague, o sea, impreciso el artículo y no entendía su significado transcurrieron poco más de cincuenta años, que en realidad son milenios, quizá incluso miles de años luz. Quienes redactaron los artículos de la convención sabían lo que era la dignidad humana y lo que era atentar contra ella. Precisamente por esas fechas, a comienzos de los años cincuenta del siglo pasado, Albert Camus situaba la dignidad en el centro de su pensamiento. Poco más de medio siglo después ya no se sabía lo que es.
Tampoco se conoce ya lo que es el alma. El alma, se dice, es un concepto inútil. Es oportuno y de agradecer que a cuatro pasos del fin de la humanidad se nos comunique que el hombre se ha quedado sin alma, sin eso que lo sostuvo durante milenios. Concepto inútil será pronto también el árbol.
Se crean términos nuevos que al cabo de escaso tiempo desaparecen. La palabra ya no dura siglos y siglos. Bien se puede hablar de palabras que sufren una muerte prematura. Al final la sufrirán todas, no habrá ninguna que resista el viaje vertiginoso de la novedad a la caída. Novedad: decirlas, leerlas y escucharlas una y otra vez hasta la saciedad, hasta el agotamiento. Caída: desaparición temprana, como la de un artículo de consumo, de una marca, por prematuro envejecimiento. Lo más noble tarda sólo semanas o incluso días en corromperse.
La palabra es sustituida por la cantidad, por el más y el menos.
Ya resulta imposible hablar de calidad. La calidad, sin embargo, está en el centro del lenguaje. Es más, el lenguaje es calidad. La palabra «árbol»: calidad.
Significa árbol y otra cosa. Todo es símil. Todo es correspondencia. Árbol es raíz. Árbol es sombra. Árbol es refugio. Árbol es eje. Árbol es otoño. Árbol es primavera. Árbol es nostalgia. Árbol es consuelo. Árbol es fragancia. Árbol es fertilidad. Árbol es oscuridad interior. Árbol es búsqueda de la luz.
En el lenguaje, que hace aflorar la magia de las correspondencias, se hablan infinitamente los fenómenos, los hechos, las emociones, las sensaciones, las ideas.
El lenguaje es inmaterial (la voz, la letra, el jeroglífico, sus terminales).
La palabra es porque no es la cosa.
La muerte de la palabra viene dada por el encumbramiento de lo real, de lo fáctico, a lo cual se ve atada definitivamente.
Como si para decir «mesa» hubiera que traer además una mesa, porque de lo contrario no se cree o no se entiende.
La palabra «mesa» ha de tener cuatro patas, porque de lo contrario no se considera válida.
En el momento en que la palabra se pliega a la cosa, al objeto, a la persona, al ente, enmudece, deja de existir.
Es el final del camino de la concepción de la palabra como signo, en la que uno de los dos componentes que lo constituyen oscurece al otro, en la que el significado se impone en detrimento del significante, al cual se lo despoja de su vitalidad.
Muere la palabra cuando se convierte en el objeto, cuando de pronto deja de ser alada.
El estar desligado el nombre de la cosa para volver a la cosa es precisamente el lenguaje.
El error es creer que la cosa es el amo de la palabra. La palabra es, como dice Ósip Mandelstam, psyché. Revolotea. Por eso puede entrar en la tiniebla. Por eso puede entrar en el no-ser. Evocar lo que fue y no es. Evocar lo que será y no es.
La palabra traslada las cosas y los hechos a la ausencia. Es celebración de la ausencia.
El nombre es el núcleo irreductible del lenguaje justamente porque a través de él no se comunica nada, mientras que en él se comunica todo el lenguaje.
La otra cara del nombre ya es oscuridad.
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Autor: Adan Kovacsics. Título: El destino de la palabra. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todos tus libros.
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