¿Comienza la atracción por el olfato?
Se ha hablado muchas veces de la primera impresión, del atractivo personal, de la sonrisa o el carisma, pero no tanto de la influencia del olfato en las relaciones interpersonales. ¿Por qué nos atraen unos olores más que otros? La entrada ¿Comienza la atracción por el olfato? se publicó primero en Ethic.

Si hoy existen jabones, perfumes, talcos o enjuagues bucales es porque el hombre, desde el principio de los tiempos, ha tenido un problema con los malos olores. A pesar de que para ciertas personas el fuerte olor corporal sea considerado un argumento de seducción, lo cierto es que en el antiguo Egipto se elaboraron pastas dentales desde antes de construirse pirámides, los romanos usaron enjuagues hechos en base a vino y hierbas y los antiguos cristianos decían que el diablo «olía a azufre» y que los pecados también emitían un mal olor, una huella indesligable de los cuerpos pecadores.
«Otro ejemplo viene del Talmud, de hace dos mil años atrás, al relatar que, frente a algunas condiciones, como, por ejemplo, el mal olor de uno de los compañeros, existe la posibilidad de deshacer legalmente el matrimonio, la Ketubá», indica el estudio Los aspectos históricos y sociales de la halitosis (2006), de Marina Sá Elías y María das Graças Carvalho. Tres mil años más atrás, los babilonios ya utilizaban ramitas para limpiarse los dientes y cortezas para asear sus lenguas.
La posible atracción por otra persona, sin embargo, no se fundamenta solo en el aliento, sino en el olor corporal natural, aquel más dominado por las feromonas que por los perfumes. Muchas veces inconscientemente, los seres humanos crean conexiones inmediatas e irresistibles a partir de olores. Algunos de estos nos generan recuerdos positivos, otros parecen inicialmente imperceptibles. A veces, ni siquiera es una elección consciente, sino un impulso guiado por factores culturales o biológicos. Bajo esos parámetros, parece sencillo explicar el furor por los llamados «perfumes de feromonas» que es posible hallar en el mercado: casi todos queremos oler bien y sentirnos atractivos. Por eso, incluso marcas de gran prestigio promocionan sus productos mencionando ese ingrediente como plus.
Algunos olores nos generan recuerdos positivos, otros parecen inicialmente imperceptibles, por un impulso guiado por factores culturales o biológicos
¿El olor como identidad?
«El olor representa muchas cosas: algo que marca límites, un símbolo de estatus, algo que mantiene distancias, una técnica para dejar una buena impresión, una broma o protesta de un escolar, y una señal de peligro. Los olores avivan recuerdos y despiertan el apetito, tanto el culinario como el sexual», afirmó el sociólogo de la Universidad de Londres Anthony Synnott en su estudio Sociología del olor (2002). Allí, el exjefe del departamento de Sociología y Antropología de la Concordia University de Canadá sostuvo también que los olores pueden emplearse como herramientas de marketing, para mejorar el ánimo y ayudar a sanar o a provocar náusea. «Pero, ante todo, los olores son manifestaciones de lo que uno es, no solo de manera literal, como signo de identidad, sino de manera metafórica. Los olores definen al individuo y al grupo, al igual que los define la vista, el oído y los otros sentidos; el olfato, como los demás, media en las interacciones sociales».
Las feromonas emiten cierta información olfativa capaz de determinar determinados comportamientos en otros representantes de la especie
Han sido tantas veces mencionadas que podrían parecer parte del lenguaje coloquial, pero muchos no tienen una idea clara de lo que son las feromonas. ¿Qué son? Son sustancias químicas naturales, segregadas por humanos, animales o plantas, una suerte de «transmisores» sin olor, pero que emiten cierta información olfativa, capaz de despertar determinados comportamientos en otros representantes de su especie (y a veces a otras, como el vínculo entre las flores y las abejas). La ciencia, sin embargo, no ha dado pruebas concluyentes de que los productos fabricados artificialmente puedan tener los resultados que su marketing promete.
Tristram Wyatt, autor del libro Feromonas y comportamiento animal, sostiene que «como los humanos somos mamíferos, es posible, incluso probable, que tengamos feromonas. Sin embargo, no existe evidencia sólida basada en bioensayos que respalde las afirmaciones, ampliamente difundidas, de que cuatro moléculas esteroides son feromonas humanas: androstenona, androstenol, androstadienona y estratetraenol». Las cuatro moléculas son utilizadas en la fabricación de perfumes. «A falta de razones sólidas para analizar las moléculas, los resultados positivos en los estudios deben considerarse con escepticismo, ya que es muy probable que sean falsos positivos», agrega Wyatt. Entre los problemas comunes que encuentra el especialista en estos resultados, se encuentran el tamaño reducido de las muestras, la sobreestimación del tamaño del efecto (ya que no se debería esperar ningún efecto), el sesgo de publicación positivo y la falta de replicación. «En cambio, si queremos encontrar feromonas humanas –asegura Wyatt–, debemos tratarnos como si fuéramos un mamífero recién descubierto y utilizar los rigurosos métodos que ya han demostrado su eficacia en la investigación de feromonas en otras especies».
En su estudio La búsqueda de feromonas humanas: las décadas perdidas y la necesidad de volver a los primeros principios, Wyatt afirma que «no todos los olores humanos son feromonas: los humanos también respondemos a olores individuales que no son feromonas». Es decir, los perfumes promocionados como «con feromonas» pueden oler bien, pueden ser aromas atractivos e, incluso, acercar el contacto sexual con alguna persona, pero eso no significa que realmente tengan feromonas humanas efectivas y que esta sea la razón clave de su éxito.
Llegados a este punto, quizás algunos lectores y lectoras quisieran tener, al menos, una de las variantes del talento del despiadado Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de la novela El Perfume, de Patrick Süskind, para acercarse al género humano. En palabras del autor, «le bastaba con aspirar profundamente los olores-cosas para conocer la historia de sus olores-hombres».
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