Adelgazar a cualquier precio

En su último libro, el periodista Johann Hari explora la creciente industria de los fármacos para perder peso, compartiendo su propia experiencia con el Ozempic y analizando sus efectos sobre la salud y la sociedad. La entrada Adelgazar a cualquier precio se publicó primero en Ethic.

Mar 5, 2025 - 13:27
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Adelgazar a cualquier precio

[…] En el 5-10 por ciento de los casos, los efectos secundarios de las personas que toman el fármaco son tan extremos que deciden que no les compensa seguir adelante. Tuve la ocasión, en Vermont, de conversar con una mujer llamada Sunny Naughton, que mide algo menos de un metro cincuenta, y que cuando llegó a los 86 kilos se dio cuenta de que su peso se estaba descontrolando. Así pues, en 2018, desesperada, consiguió Saxenda, uno de los primeros agonistas del GLP-1, que debía inyectarse diariamente.

Durante los primeros dos meses perdió más de 13 kilos, pero, según me explicó, se encontraba siempre mal. Tenía retortijones. Vomitaba. Eructaba sin poder evitarlo, y la boca le sabía a «cosas raras». Siempre tenía un «sabor metálico».

En el trabajo, acababa retorciéndose en el suelo, debajo de su escritorio, por culpa de aquellos retortijones, tan fuertes que su colega debía llevarla a casa en coche. «Era como si alguien se me metiera en las entrañas y me las retorciera con fuerza», me dijo. Aquello no se parecía a nada que hubiera experimentado, hasta el punto de sentir que «un alien» se le había metido en la barriga y le hacía algo en el cuerpo. «Tenía la sensación de que había algo que vivía en mi estómago, que lo rompía todo y que se libraba de todo lo que había en él, y que después me dejaba sin energía.»

Sunny se obligó a resistir durante ocho meses, porque su pérdida de peso estaba siendo espectacular. «Pero era la peor enfermedad física que había padecido nunca… Del uno al diez, era un cincuenta. Era horrible. Y la gente que tenía cerca no dejaba de decirme: “¿Tienes que seguir con esto?”.»

Un día, sin darse cuenta, se inyectó una dosis doble. «Se suponía que debía impartir una clase dos días después, pero me encontraba tan mal que no pude levantarme de la cama. Sudaba. Tenía náuseas. Me metí en la bañera. Casi no regía. Llamé a mi madre y le dije: “Creo que tengo que ir a urgencias”. Aquel medicamento me ponía muy enferma.»

Poco después se dijo: «Tengo que vivir una vida natural», y tiró a la basura los inyectables que le quedaban. Casi de inmediato empezó a ganar el peso que había perdido, que es lo que les ocurre a prácticamente todas las personas que dejan estos fármacos, pero el «alien» también abandonó su cuerpo.

Aunque mi experiencia era mucho menos severa, me interesaba comprender por qué se producían aquellos efectos secundarios. Carel Le Roux, uno de los especialistas que habían jugado un papel más importante en el desarrollo de los fármacos, me lo explicó. A él le gusta decir que existen dos tipos de medicamentos: los que no funcionan y los que tienen efectos secundarios.

En este caso, el estreñimiento se da porque el aumento de GLP-1 ralentiza el intestino y su proceso de evacuación. El alimento y el residuo permanecen más tiempo en el interior, y les resulta más difícil salir. De manera similar, los eructos se producen porque «la válvula que se sitúa en el fondo del estómago no se abre tan rápidamente. El aire tiene que salir por algún sitio, por lo que en lugar de hacerlo hacia abajo, en dirección al intestino delgado, la gente empieza a eructar».

Las náuseas aparecen porque estos fármacos crean una sensación de saciedad extrema

Las náuseas aparecen porque el fármaco crea una sensación de saciedad extrema, de que estamos llenos y ya no podemos comer más. El cerebro humano lucha para distinguir entre la extrema saciedad y las ganas de vomitar: son dos señales que se confunden fácilmente, razón por la cual, incluso en el caso de personas que no toman esos fármacos, tras una comida copiosa es posible sentir ciertas ganas de vomitar.

Pero añadió que en la mayoría de los ensayos clínicos, esos efectos secundarios remitían con relativa rapidez. El cuerpo se acostumbraba, y los negativos desaparecían, o al menos se reducían hasta niveles tolerables. En este momento, las empresas farmacéuticas se dedican a afinar los fármacos para reducir las náuseas, y lo hacen añadiendo una hormona llamada amilina; mientras redacto estas líneas se están realizando ensayos clínicos con ella.

Aun así, no me parecía que mis sentimientos encontrados pudieran explicarse exclusivamente en función de los efectos secundarios que experimentaba. Había algo más, aunque tardé cierto tiempo en averiguar de qué se trataba.

Cada vez que aumentaba la dosis, aquellos efectos adversos empeoraban, pero es cierto que transcurrido un tiempo remitían, por lo que confiaba en que, si era capaz de resistir, con el tiempo disminuirían o llegarían a desaparecer. Entonces, ¿por qué no me sentía tan contento como debería? ¿Por qué, además de aquellos momentos de alegría, experimentaba otros de profunda preocupación en relación con lo que estaba haciendo? ¿Por qué a un caballo regalado (perder peso sin esfuerzo era uno de los sueños de los seres humanos desde tiempos inmemoriales) le miraba tanto los dientes?

Empecé a intuir la respuesta cuando decidí regresar exactamente a lo que, en mi caso, era el origen de aquella historia. Me pregunté por qué, de entrada, me sentía gordo. Y, más importante aún, por qué nosotros, como parte de una cultura, engordamos tanto y en un periodo tan breve de tiempo.

Y descubrí que no podremos entender esos fármacos a menos que, antes, dediquemos un momento a entender las fuerzas que, de entrada, nos han llevado a tantos de nosotros a necesitarlos. Solo al abordar esta cuestión, algunos de los misterios en torno a esos medicamentos empezaron a desvelarse.


Este texto es un fragmento del libro ‘Adelgazar a cualquier precio. Cómo Ozempic y otros fármacos van a revolucionar nuestra alimentación y nuestra salud física y mental’ (Península), de Johann Hari. 

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