13 poemas de Daiana Henderson

*** Anoche, de súbito pero sin susto, me desperté en la cama. Dormía boca abajo con las dos manos empuñadas en el hueco de mi cuello los codos apretados contra los costados del cuerpo, una posición, diríase, poco convencional o agraciada y sin embargo lo plácida que me sentía aun habiendo despertado y escuchado en... Leer más La entrada 13 poemas de Daiana Henderson aparece primero en Zenda.

Feb 12, 2025 - 06:36
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13 poemas de Daiana Henderson

Daiana Henderson es una poeta nacida en Paraná, Entre Ríos, Argentina, en 1988. Vive en Rosario. Estudió Comunicación Social (UNR), Especialización en Gestión Cultural (CEI) y Diploma Superior en Gestión y Políticas Editoriales (CLACSO). A partir de 2011 publicó plaquetas y libros de poesía en editoriales independientes, como Colectivo maquinario (Diatriba, 2011), El gran dorado (Ivan Rosado, 2012), A través del liso (Determinado Rumor, 2013), Un foquito en medio del campo (Editorial Municipal de Rosario, 2013), Irse (Ivan Rosado, 2018) y La Calígine (Mansalva, 2024). Formó parte del equipo del Festival Internacional de Poesía de Rosario (FIPR) en el período 2013-2019 y en la edición 2024. Para el FIPR realizó, en coautoría, las antologías 30.30 poesía argentina del siglo XXI (EMR, 2013), 1000 millones: poesía en lengua española del siglo XXI (EMR, 2014) y 53/70 poesía argentina del siglo XXI (EMR, 2015). Codirige la editorial Neutrinos y el espacio cultural Arroyito, ambos especializados en poesía contemporánea. Junto a amigxs poetas, organiza encuentros autogestivos alrededor de la poesía, como la Ranchada Poética y A.R.I. En nuestro país Ediciones Liliputienses publicó Humedal (2014), libro en el que aparecen reunidos sus tres primeros libros. Presentamos una selección de su obra poética.

***

Anoche, de súbito pero sin susto, me desperté en la cama.
Dormía boca abajo con las dos
manos empuñadas en el hueco de mi cuello
los codos apretados contra los costados del cuerpo,
una posición, diríase, poco convencional o agraciada
y sin embargo
lo plácida que me sentía
aun habiendo despertado y escuchado
en medio de la noche el silencio más total.
Ni una hojita crujiendo, todo congelado
por el frío, ni un gato saltando el tapial
los perros ovillados postergaban sus ladridos teatrales
que en verano derrocharían para demostrar su punto:
su imprescindible función en el hogar.
Tampoco los graznidos de una bandada
organizada en forma de comilla angular, ni alarmas
bocinas o el rugido de un motor en guardia.
El espíritu de la noche me despertó
y me honró con una responsabilidad.
Tengo un canto, me dijo, vas
a por fin escucharlo, aclimatá tu oído
no lo has sentido todavía, sentí.
Y aunque sentí no escuché nada,
tampoco su voz dulce que decía
no te duermas,
no te duermas

***

Me duelen mucho los huesos
desde ayer.
Me duele mucho el abdomen,
me vino hoy
por eso pensé que estaba loca.
Nunca pude llevar la cuenta así que
es todos los meses una sorpresa
casi siempre angustiosa pero a veces
ir a hacer pis y encontrar un pequeño tinte
en la tela doble de la bombacha
es un alivio.
Mari, vos me recomendaste una vez
que cuando vea todo negro
y sienta que el mundo se acaba piense
si no me está por venir. Y te quiero agradecer
porque me sirvió mucho, pero a veces
me olvido de acordarme de tu consejo
y entro en lo negro
en lo negro
y hasta me olvido de la luz.
Yo adapté tu recomendación para dársela
a algunas amigas que la necesitaban
a las que vi
un poco perdidas.
Les dije que cuando empiecen a pensar
la posibilidad de que están locas…
en fin, seguro que es eso.
Te escribo a vos porque parece que en la literatura
hay ciertas cosas de las que no se puede
escribir sin que parezca que estás “tematizando”.
Estoy segura de que si todos menstruaran
sería uno de los grandes motivos
de la literatura y habría hermosos y terribles
poemas alrededor de ella, como de
la luna o la muerte o el amor
porque como vos bien sabés
es una experiencia muy solitaria
emocional, psíquica, incluso espiritual o demoníaca
y al menos en mi caso
no se manifiesta todos los meses de la misma forma,
a veces casi ni me entero pero otras
estoy así, como en este momento en que siento
que no soy un humano y que perdí
el sentido de orientación. Mi cuerpo se olvida
de sentir que tiene familia, que tiene amigxs, pasado
cosas que me gustan, leer, escribir.
Soy un cuerpo sintiendo cada parte de sí mismo
sola con mi dolor y mis huesos
un cuerpo en cortocircuito, en el que cada parte
se manifiesta a la vez más de lo que debería.
Creo que si cierro los ojos
desaparezco.
No sé dónde estás pero te quiero
te quiero.
Todas esas veces que estuvimos
bajo el mismo techo sin hablarnos.
Vos sabés, no? Estábamos juntas.

***

Magenta
mi color en el mundo
qué hermoso sos
felicito a tus moléculas.
Cuando te veo al pasar
algo se enciende adentro mío
un pequeño sobresalto, un cachondeo
y a la vez como de camaradería
ganas de guiñar el ojo
al encontrarte cubriendo
la estructura de un sillón en la vidriera
en una azalea africana o en ese
grafiti fresco sobre una casilla de gas
en el que si no fuese por vos
no hubiera reparado.
Manos audaces te liberan
de tu estado de gas compacto
e impregnan una esquina del mundo
con tu impronta sensual

***

Al abrir los postigos
la luz revela la urdimbre
longeva de las arañas.

Dando vueltas a la casa
buscando señal
saludan celebridades desteñidas
en revistas de crucigramas
como guirnaldas de una fiesta
ocurriendo en el pasado.

Las naranjas recién arrancadas
retienen el sol de la tarde
atizado entre las ramas.

Eucaliptus centenarios
inútiles al comercio
invitan a un paseo
con aire mentolado.

Me dejo perder en el camino
como pierden los flamencos
su timidez rosa en el agua.

***

Pausa el día
la hamaca paraguaya

Un tractor maniobra su rudeza
en el borde estrecho del arroyo

El acordeón estira una vocal en la radio
risas de obreros llegan de lejos

Volutas de bichos trepan
en un enigma concéntrico

El tacto del sol
apenas doloroso

Mi cuerpo en el vaivén

riesgo

confianza

riesgo

confianza

***

Tirada boca arriba
mirando fijo las estrellas
enseñan su temperatura

El silencio: superficie
por donde patinan objetos

Un chistido corre y se amplifica
hasta volverse una alarma

Eso volvió silenciosa a la especie

En penumbras me despertó
una agitación

¿Habría estado hablando dormida?

Unos ojos benévolos
me observaban de cerca

Yo brillaba en la noche

***

Juntar los apuntes
ir a la montaña
vestirse de calzas
cuidar de hacer daño
vivir por la ausencia
sin fin perseguido
hablarle a lo extraño
pedir paradero
doler con cariño
quererse de nuevo
el día y la noche
se toman de brazos
y dan lo que es bueno
hacer un huequito
bailar con soltura
tener la certeza
de haber coincidido
con una grandeza
pequeña aunque sea.

*** 

Un balcón es una viñeta

La apertura del invierno
inaugura la temporada
de los abandonos.
Como si algún organismo
interno, se rehusara a recurrir
a los recursos gratuitos
de la supervivencia humana.
Todas las luces
de los edificios se terminan
junto con tu cigarrillo.
Apago el televisor,
me pregunto cómo se habrán escuchado
las cosas que te dije
desde donde te encontrabas.
Prendo uno para que algo,
en el espacio de la ciudad
que crece entre nosotros,
permanezca encendido.

***

La ropa mojada junto a la rejilla

Escribir
sobre lo que se puede escribir
es como pensar en ser
lo que podemos ser,
¿por qué no quedarse quieto?,
¿por qué mejor no dejarse?,
charlar con el que
va sentado al lado, en vez
de poner esa cara de
“hacia dónde voy
es un lugar misterioso e importante
y todos me esperan allá”.
Si sabemos,
todos hemos pasado
por ese momento
en que salimos de la ducha
y nos quedamos
sentados sobre la tapa del inodoro
desnudos
y con las manos agarrándonos la cara,
para que no se nos salga,
para que por lo menos
eso nos quede.

***

Poema amarillo

Hay una luz amarilla que entra
y se me confunde
con la parte de una película.
Cuando la volví a ver,
no la encontré.
Una noche en que me dije la verdad
en una cocina.
La sensación de mil tardes
en un lugar en que el anochecer
no me duela.
Un amor de otoño
que se quiere quedar.
Los pueblos, el hipódromo,
las fotos de la abuela joven,
la renoleta junto a los barcos del puerto.
Las gaviotas, lejos.
Un perfume del día de la madre,
los caramelos de miel,
las tardes adolescentes
de invierno junto al río
en que éramos felices
y no sabíamos.
El recuerdo de algo difuso,
una manguera en un patio que imagino,
bicicletas playeras llegando,
una con canasta: la mía
y vos en cuero y, en la canasta la cerveza
y la cerveza en el vaso
y el maní flotando
y todo eso sin hablar del futuro.
Las nubes que se hacen espuma,
el sol dorado que cae
y emparenta las casas, todas.
Igual que si miramos el mundo
a través del liso. Igual.
Hay un amarillo que se me confunde,
el de la juventud como un recuerdo,
pero yo soy joven.
La juventud que ya duele de lo amarilla,
como el resplandor de la medalla
de la cadenita que me regalaste,
que voy a perder un día
y me va a doler, también.
Las luces de un recital bajando sobre mí,
el pez tornasol saliendo al aire,
la torta de manzana dorándose,
una moneda girando una decisión,
una moneda a cambio de un caramelo de miel,
a cambio de un beso después
de una cerveza, a cambio de nada,
con las bicis tiradas a la sombra
del pescado que sale a la luz y no cree.
Es que los peces de río no imaginaron ese rayo
que cae en la medalla que me ponés ahora
en medio de la arena, entre los pelos dorados,
como inmortalizando el espacio.
La vez que me senté sola
en el frío de la cocina
y me dije la verdad y sentí
un amarillo que me venía
a dorar las pestañas
y estuve
en todos los amarillos a la vez,
como el recorrido de un hilo de oro
que al unir los puntos
hace perder la forma.

***

Vi nevar, en rosario, y con sol

A ver si alguien entiende lo que digo.
Estábamos en el primer piso de un
estacionamiento. Nos bajamos, encastrando
las manos en los huecos de la ropa.
Un señor pasó muy cerca con su auto,
dijo algo que sonó como que
estaba nevando en Fisherton,
dijimos “¿qué dijo?”, “este tipo está loco”,
miramos afuera y los copos perfectos
descendían sobre los parabrisas, fue como una
redención y me acordé de tantos libros
y de tantas películas. Quise llamar
a todos por teléfono, decirles que los amo.
Necesito algo que me haga concha el corazón.
Como cuando se te pega una canción espantosa
y necesitás otra pegadiza para reemplazar
esa pieza en tu cerebro automático.
Necesito algo que me destruya.

***

Camino abajo

Escapábamos por las ventanas,
los patios traseros, uniéndonos
camino abajo a la hora de la siesta.
Ese era nuestro delito.
Llegar a la orilla
filtrando piedras chatas
para hacer sapito.
Un arte primitivo se gestaba
al ras del agua.

Ahora estamos todos lejos,
desparramados en un mapa
junto a ríos desconocidos.
Los huesos se nos fueron estirando.
la mayoría de nosotros sobrevivimos.

Años verde limón, dulces,
fragmentados en fotogramas.

Juan me dijo “al final
todo se reduce a eso”.
Alejarse de los padres
en los momentos
en que no están despiertos.

***

Equilibrio

Papá aflojó los tornillos
para que aprendiera
a andar sin las rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
que rodea al hipódromo,
justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
de aprender a sostener
mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
me soltaría por nada del mundo;
giraba apenas mi cuello
para ver que ella siguiera ahí,
corriendo justo detrás mío,
agarrándome de la parte baja del asiento.
«Yo no te suelto -me decía-,
yo no te suelto»,
pero para ese entonces
ya estaba pedaleando sola
y no me daba cuenta
de cómo ella se alejaba de mí,
aun quedándose quieta
entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me di vuelta
que rechacé ese objeto
a un costado de la vereda
y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
haciendo finitos, calculo
el tiempo exacto para pasar en rojo
y no morir en el asfalto,
pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
para dos personas iguales,
ni siquiera lo hay en una casa,
y por eso me fui apenas terminada la escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
si nos quedamos quietas
seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette
y resulta que soy yo la que se aleja
mientras ella se queda parada,
palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
yo no te suelto.

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