Literatura al habla
Para Javier Huerta Calvo Aparte de todo, si esto denota algo, me temo, es la importancia y presencia que tiene en mí la literatura, desde hace muchos años, tantos que ésta ya se confunde y funde con toda mi vida. Quizá mi propia vida no sea otra cosa que literatura. El contacto para llamar a... Leer más La entrada Literatura al habla aparece primero en Zenda.

Para Javier Huerta Calvo
Llevo muchos años hablando por teléfono con escritores. Quizá el primero fue Francisco Umbral, al que llamé por primera vez allá por 1999 para hacer un trabajo académico, para entrevistarlo. Son tantos y tan interesantes los escritores con los que he hablado por teléfono que se me ha ocurrido que escribir un artículo sobre el tema podría ser bueno, al igual que hace días escribí otro sobre mis encuentros con grandes autores por las calles de Madrid y parece que gustó bastante.
El contacto para llamar a Umbral para entrevistarlo —cosa que me costó muchísimo— fue mi querido profesor, y gran escritor, Antonio Prieto. Me acuerdo que a Umbral, con voz temblorosa, le tuve que llamar varias semanas porque siempre me decía: “Llama la siguiente semana”. Me lo dijo muchas veces, no recuerdo cuántas, pero al final se debió de dar cuenta de que yo iba en serio, y me recibió. Me concedió una entrevista increíble y a partir de entonces siempre decía que “la mayor virtud” que yo tenía era “la insistencia”. Se lo demostré.
En realidad era insistencia para lo que me interesa, y en aquel momento, y en muchos otros, Umbral me interesaba mucho. Debo decir que la atención que me dedicó Umbral desde entonces fue una gran recompensa a esos iniciales esfuerzos míos.
Al mismo Antonio Prieto también lo llamé mucho a su despacho de la Editorial Planeta. Siempre estaba trabajando en una novela, o en las pruebas de un libro, o en alguna conferencia que debía dar. Como a Alberto Vázquez-Figueroa, siempre que le llamaba estaba trabajando en algo, y me contestaba con esa voz ronca por el tabaco —fumaba muchísimo— pero ebria de bondad, porque si algo era Antonio Prieto, aparte de sabio, era bueno, bueno y afable.
A Vázquez-Figueroa lo sigo llamando. Llevo unos 25 años llamándolo por teléfono. Ahora no nos vemos casi nada pero lo sigo llamando. Yo noto que ha cambiado su forma de vida, porque ya apenas concede entrevistas y no sale de casa para dar conferencias. Pero te sigue cogiendo el teléfono y contando cómo va su nueva novela. Ahora acaba de terminar una que me parece, por lo que me ha contado, espectacular, y de la que no desvelaré nada.
Ayer hablé también con Jorge Dezcallar, gran diplomático y escritor, y me contó que acababa de entregar precisamente otra novela, pero que tendrá que esperar a salir al próximo año, porque su editorial interpreta que el anterior libro suyo salió hace poco tiempo. De Dezcallar he leído dos libros de geopolítica que me han parecido apasionantes: Abrazar el mundo y El fin de una era, ambos publicados por La Esfera de los Libros. Novela suya no he leído ninguna todavía, pero debo decir que me apetece mucho.
Hablé con Dezcallar más de media hora sobre la situación del mundo, sobre lo que él piensa. Siempre ofrece muchos datos, porcentajes, análisis propios, profunda experiencia, lo que le da a todo lo que dice mucha credibilidad y solidez.
Ya le he hecho dos entrevistas para Zenda, entrevistas de las que me siento muy orgulloso, porque creo que eran muy buenas, teniendo en cuenta el entrevistado, el contenido de la entrevista, el momento y el propio entrevistado. Además, la geopolítica siempre es muy interesante, muy relevante, o me lo parece a mí. Cada vez siento con más fuerza que condiciona muchísimo nuestras vidas, aunque pueda parecer algo lejano. Desde luego a mí no me lo parece, todo lo contrario, muy próximo e inmediato.
De todo lo que me dijo ayer recuerdo muy nítida una frase: “No habrá paz para Israel mientras no haya justicia para Palestina”.
A Raúl del Pozo también le llamo bastante, pero Raúl es de poco hablar por teléfono. Le gusta hablar para quedar para comer o para decir algo muy concreto. Algunas veces he hablado más con él para preparar algún artículo o alguna entrevista; entonces sí que desarrolla algunas ideas o informaciones. Pero a él lo que le gusta es hablar en una comida, en un ambiente de amigos. Ahí es cuando departe con placer sobre los más diversos temas: literatura, periodismo, política, fútbol, etc. En el fondo es un gran periodista y es como si llevara, de algún modo, todo el periódico dentro, todo El Mundo, en concreto, aunque está pendiente de todos los medios.
Con José Luis Olaizola también he hablado mucho, y siempre ha sido un placer escucharle sus sabios consejos, aprender de su gran experiencia y de su vocación literaria, de su “don” literario, como diría él.
Son muchos los escritores con los que he hablado y hablo, y ahora que tengo que escribir este artículo parece que me cuesta un poco llamarlos a mi pluma —son tantos—, pero lo iré consiguiendo, quizá en el futuro, sin necesidad de agotar el tema ni de agotar al lector.
Con Ángel Antonio Herrera también hablo, aunque está tan ocupado que ahora me manejo más con los mensajes. Esto de los mensajes no me gusta mucho, pero ofrece ventajas, por ejemplo que buscas una formulación exacta y que aparentemente no pierdes el tiempo. Ni lo pierdes ni lo haces perder, tal vez demasiado, porque lo que importa, en mi opinión, es emplear bien el tiempo, poco, mucho o bastante. Los mensajes, sin embargo, me gustan para compartir artículos, fotos o vídeos. O para transmitir ideas rápidas, por supuesto. También para quedar son muy útiles, lo reconozco.
De Ángel Antonio Herrera me llama siempre la atención que habla literario; es el “hombre-texto”. No tiene por qué hablar como escribe, sino distinto, y en esto es como muchos otros escritores —en general hablan diferente a como escriben—. Pero sí que habla muy bien, cuidando mucho la expresión, y con una muy buena voz, una gran voz, como colocándola.
Herrera es cordial y cariñoso, pero el hombre tiene poco tiempo para nada. Él dice que vive “secuestrado”, aunque luego saca adelante sus libros y artículos, mimados, excelentes, y siempre está presto para hacerte un comentario cariñoso, incluso para escribirte un prólogo estupendo.
A mí antes me imponía mucho el teléfono, hablar en general, pero me he acostumbrado, y ya hasta me gusta. Lo malo es que ahora que me he hecho con el aparato, digamos, la gente está dejando de hablar por teléfono y se han puesto de moda los mensajes, que para mí en cierto modo son un atraso. Pero así es la vida: ahora le estoy cogiendo el aire a los mensajes, y a los mensajes de voz, que tienen su técnica y su modo. Seguro que cuando aprenda a hacerlo bien con los mensajes inventan otra cosa.
De todos modos siempre me ha gustado hablar con los escritores, porque entrevistando al propio Umbral me di cuenta de que hablando decía cosas distintas de las que decía escribiendo, y muy interesantes. Ese matiz sucede en todos los escritores; debe de ser algo humano. No es lo mismo escribir que hablar, y eso lo puedo comprender muy bien desde mi propia experiencia.
Me acuerdo que Sánchez Dragó decía que hablar era como torear, mientras que escribir era un trabajo de orfebrería. Cuando escribo siento que cuido mucho más lo que digo, que lo controlo más, y que no me faltan recursos para decirlo, y todo queda como quiero que quede, o mejor todavía (esto suena poco modesto, pero lo cierto es que es como lo pienso y como lo siento). En cambio, efectivamente, como decía Fernando, cuando hablo me siento mucho más a merced del toro, y siento que el lenguaje me domina a mí mucho más que yo a él. Eso no me resulta muy agradable, sobre todo cuando estoy tan acostumbrado a escribir a diario.
Pero soy consciente de que también todo esto es una ventaja a la hora de hablar, y sobre todo a la hora de hablar con grandes maestros de la palabra. Ellos muchas veces, además de escribir, son grandes conferenciantes o participan en muchos otros medios periodísticos. Les gustará más o menos —en general lo que les gusta es escribir—, pero han tenido que hacerlo, y en muchos casos se han desempeñado en esos medios con acierto. A veces con mucho acierto.
Supongo que cuando hablan conmigo lo hacen con el periodista, o el joven escritor —ya no tan joven—, más que con el amigo. Aunque han pasado tantos años de relación con ellos que imagino que sí me verán ya como un buen amigo, un amigo de la literatura.
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