Imán, de Ramón J. Sender: El desastre de Annual y la guerra sin gloria

1.- Una escena, una revelación Una vez, mi abuelo habló de un caballo muerto (mulo, más bien, o macho para ser exactos, que es como se llaman a los mulos en Aragón). No como animal, sino como refugio. Alguien se metió dentro, dijo, para no morir de frío. Lo contó sin morbo. Como quien ya... Leer más La entrada Imán, de Ramón J. Sender: El desastre de Annual y la guerra sin gloria aparece primero en Zenda.

Apr 16, 2025 - 23:39
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Imán, de Ramón J. Sender: El desastre de Annual y la guerra sin gloria

1.- Una escena, una revelación

Una vez, mi abuelo habló de un caballo muerto (mulo, más bien, o macho para ser exactos, que es como se llaman a los mulos en Aragón). No como animal, sino como refugio. Alguien se metió dentro, dijo, para no morir de frío. Lo contó sin morbo. Como quien ya no distingue lo terrible de lo inevitable.

Durante años creí que era una exageración, un cuento sombrío que me lanzaba para impresionarme, o quizá para ver cómo reaccionaba. O simplemente una anécdota prestada, algo que había oído de joven y se le quedó grabado. Hasta que leí Imán, la primera novela de Ramón J. Sender. Allí estaba esa misma escena.

Entonces supe —o intuí— que aquello no era invención. Que lo había vivido, o había escuchado a alguien que lo vivió. Y que la guerra, lejos de la retórica heroica, era eso: miedo, podredumbre, sobrevivir metido en las entrañas de una bestia muerta.

2.- Un debut que huele a trinchera

Cuando en 1930 Ramón J. Sender publica Imán, no es un autor consagrado ni un narrador de despacho. Ha pasado por el frente en Marruecos y lo que escribe está manchado de polvo, sangre y desengaño. Esta primera novela es un mazazo: directa, rugosa, sin ornamentos. Una denuncia del militarismo, pero también un retrato humano de quienes, sin quererlo, acaban atrapados en la guerra.

"Desde esa trinchera surge una mirada feroz, humana, profundamente crítica"

El desastre de Annual, en 1921, sirve de telón de fondo. El desastre de Annual estaba reciente. La herida, abierta.  Pero lo que realmente importa no es el hecho histórico, sino la experiencia del combatiente.

Sender, que luego viviría la Guerra Civil y el exilio, arranca su carrera con un libro que no se permite heroísmos ni consuelos. Imán es una novela escrita desde la orilla del barro: de los que no mandan, no deciden, solo obedecen. Desde esa trinchera surge una mirada feroz, humana, profundamente crítica.

3.- El imán de la desgracia: un personaje inolvidable

Viance es el protagonista: herrero aragonés convertido en soldado por necesidad. Le llaman “imán” porque atrae el infortunio. Y en la novela no le falta. No tiene vocación de héroe ni discurso patriótico. Desde el campamento hasta la retirada por el Rif, su periplo es una sucesión de miserias.

La estructura narrativa, que combina la voz del propio Viance con la de un periodista (Antonio), le da al texto una riqueza testimonial. No hay héroes: hay hambre, miedo, podredumbre. Un soldado metido dentro de un caballo muerto para no morir de frío. Esa es la guerra que Sender quiere contar.

El relato de Viance, aunque ficticio, recoge experiencias vividas o escuchadas por el propio autor durante su etapa como corresponsal de guerra. Hay algo de crónica, algo de denuncia, y sobre todo un retrato del sufrimiento como constante vital de los que pelean lejos de casa y sin gloria.

4.- La guerra no es épica, es podredumbre

Imán no se recrea en batallas. No hay estrategias ni gloria. Hay cuerpos que caen, jefes que huyen, soldados que desertan. Sender denuncia, sin panfleto pero con fuerza, el clasismo de las levas: los pobres al frente; los ricos, en casa. La corrupción de los mandos. La mentira del honor.

"La novela también muestra hasta qué punto la guerra fue una carga injusta"

La novela también muestra hasta qué punto la guerra fue una carga injusta. Mientras algunas familias acomodadas podían pagar para que sus hijos se libraran del servicio, muchas otras —sin recursos ni opción alguna— vieron marchar a los suyos al frente. No por convicción, sino por falta de escapatoria.

La novela recoge de forma brutal los efectos del desastre de Annual: miles de soldados muertos, retirada caótica, ejecuciones, y el desprestigio absoluto del Ejército. Sender convierte ese desastre colectivo en tragedia individual. Viance no es una excepción, sino un ejemplo de una generación devorada por la negligencia y el desprecio institucional.

5.- Un estilo que hiere y deja cicatriz

La prosa de Sender es seca, dura, precisa. No busca conmover, sino mostrar. Es una novela antibelicista, pero sin discurso explícito. La denuncia está en el detalle: en la carne que se pudre, en la voz que narra sin saber por qué lucha.

Comparada a menudo con Sin novedad en el frente, de Remarque, o con Stalingrado, de Plievier, Imán tiene algo que la hace singular: su capacidad para mostrar la guerra como una derrota antes incluso del primer disparo.

Hay un uso inteligente de los registros: la jerga militar, el argot de los reclutas, los nombres de las posiciones, los topónimos del Rif (Dar Drius, Nador, Monte Arruit). Todo aporta verosimilitud. La historia se siente vivida, no reconstruida. Por eso duele. 

6.- El regreso que no es regreso

Viance, herrero de oficio, no lucha por una idea. Lucha por volver. Y cuando vuelve, ya no queda nada: ni casa, ni familia, ni pueblo. Todo ha sido barrido por el pantano. El agua lo ha cubierto todo, como una metáfora brutal del olvido.

El pantano ha sepultado su pueblo. Sus padres han muerto. La guerra lo ha vaciado por dentro y por fuera. Es un personaje roto, y Sender no lo reconstruye. No hay consuelo. Solo un paisaje de ruinas. Es un cierre brutal: nada se salva. Ni la patria, ni la memoria, ni el alma del que regresa.

Este final conecta con otras obras donde el regreso no supone redención, sino constatación del vacío. Como Regreso al hogar, de Harold Pinter, o La carretera, de McCarthy, Imán no cierra con esperanza, sino con ceniza.

7.- Una novela contra el olvido

Imán no es un reportaje disfrazado de novela. Es una novela que arde. Que arde porque no elude el horror. Porque, como Stalingrado, de Plievier, se atreve a mostrar el desgaste del cuerpo, el hambre, la deserción moral. Sender no convierte al soldado en símbolo, sino en carne. Carne temblorosa. Doliente. Arrojada a un conflicto que no comprende.

"Imán es, en cierto modo, una novela escrita contra el olvido. Y también contra la historia oficial"

La novela también desmonta la retórica militarista. Los altos mandos aparecen como ineptos, cobardes, corruptos. La catástrofe de Annual no es solo un fracaso bélico: es la demostración de que el poder, cuando se ejerce desde la distancia, se vuelve homicida.

También hay espacio para la amistad, para la camaradería, para el consuelo mínimo. Pero son paréntesis. Breves. Como si el narrador supiera que no puede aferrarse a ellos sin traicionar el tono general. Porque aquí, como en toda gran novela bélica, lo que cuenta no es la acción, sino la espera. El desgaste. El vacío.

Imán es, en cierto modo, una novela escrita contra el olvido. Y también contra la historia oficial. Contra ese relato que convierte a los soldados en cifras y a las batallas en fechas. Lo que hace Sender es devolverles el cuerpo. El miedo. La voz.

8.- Por qué sigue importando

Leída hoy, Imán no es solo un testimonio sobre Annual. Es un espejo de todas las guerras. De sus líderes impunes y sus peones sacrificados. De los discursos que enarbolan patria mientras los cuerpos se pudren. Una obra breve, intensa, sin concesiones. Una novela escrita con verdad.

Su legado está vivo: se estudia en aulas, se cita en ensayos sobre narrativa bélica, se reimprime con frecuencia. Porque Imán no envejece. Golpea igual en cada lectura. Y recuerda algo esencial: que hay libros escritos desde la gloria, y otros escritos desde la herida. Este es de los segundos. Y por eso perdura.

Releer Imán hoy es volver a escuchar los ecos de una historia que aún no hemos cerrado. Sender, con esta novela, no solo retrató una guerra. Encendió una luz donde otros callaban.

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