La aventura de la introspección

En una cultura dominada por la productividad y el estímulo instantáneo, Miguel Ángel Tobías reunió a 11 desconocidos para cruzar el Atlántico en velero y demostrar el potencial del diálogo interno para conocerse, replantear prioridades e incluso rectificar el rumbo de la trayectoria vital. La entrada La aventura de la introspección se publicó primero en Ethic.

Mar 12, 2025 - 01:22
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La aventura de la introspección

¿Qué sucede en el mundo para que un tercio de la población española esté sufriendo algún problema de salud mental, según datos del Sistema Nacional de Salud? ¿Por qué cada año se registran más de medio millón de bajas laborales por trastornos psicológicos? ¿Hasta qué punto la ansiedad, la depresión o la hiperactividad se están convirtiendo en las epidemias más naturalizadas de nuestra era?

Aquel que busque respuestas puede refugiarse en Aristóteles, quien una vez dijo: «Conocerse a sí mismo es el principio de toda sabiduría». De acuerdo con el filósofo, no hace falta mirar la disposición de los planetas en el universo; a veces, la respuesta está enterrada en lo más profundo de nosotros mismos. Y si alguien busca comprender la fragilidad psicológica del siglo XXI, podría empezar por apartar los sacos de productividad e inmediatez que colapsan la entrada a nuestro interior. Quizás la solución está debajo, esperando a ser descubierta por aquel que consiga detenerse y mirar con atención. No obstante, sería precipitado ponerle nombre a este tesoro enterrado, pues no hay solución universal para el dolor de espíritu, pero al proceso de acercarse a él se le conoce como introspección.

«La introspección es una herramienta para renacer tantas veces como sea necesario, sin esperar a un final dramático o a un punto de no retorno»

La introspección, metafóricamente hablando, es un taladro hidráulico que destroza sacos –de lo que sea– y perfora las prioridades exigidas por la cultura occidental; en la vida real, introspección es la capacidad de reflexionar sobre las emociones propias y de replantear los cimientos de nuestra existencia. No es una fórmula mágica, no es para todo ni para todos, pero sí está al alcance de cualquiera y trasciende edades, culturas y circunstancias: «El proceso de introspección incluye tres dimensiones: biológica, mental y espiritual. La primera nos invita a valorar la realidad física, es decir, a reconocer cómo la química de nuestro cuerpo afecta directamente a nuestras emociones y pensamientos. Y este intercambio es bidireccional: lo que pensamos también puede influir en nuestra biología. La dimensión mental abarca los pensamientos que, a menudo, nos limitan. De algún modo, la introspección nos reta a cuestionar estas narrativas internas y a tomar decisiones conscientes que transforman nuestra forma de vivir. Por último, la dimensión espiritual nos conecta con una conciencia más elevada, que no tiene nada que ver con ninguna religión. Es simplemente lo que hace que nos demos cuenta de que somos parte de un sistema interconectado donde no hay separación entre lo que somos y lo que percibimos».

Miguel Ángel Tobías

Miguel Ángel Tobías.

Así lo define el productor y director de cine y documentales Miguel Ángel Tobías, tras regresar de uno de los viajes más transformadores de su vida. Junto a 11 personas y a bordo de un velero, cruzó el océano Atlántico: «Fue un reto en todos los sentidos: vital, deportivo, psicológico… En el barco estábamos personas de 17 a 80 años, algunos sin experiencia previa en el mar, y nuestro único objetivo era llegar vivos desde Lanzarote hasta la isla Martinica, en el Caribe», explica Tobías. «Imagínate la inseguridad que sufrimos al darnos cuenta de que la vida de otros dependía de nuestras habilidades. ¿Sabes que, si alguien se cae de un velero en pleno Atlántico, casi en el 90% de los casos esa persona muere? Y si te caes al agua de noche, la probabilidad de rescate es del 0%. Si te caes, no vuelves».

De esta travesía en alta mar nació Atlántico: Navegantes del alma, un documental todavía por estrenar en el que se relatan 30 días de cooperación entre un grupo de personas para las que la rutina se convirtió en un micromundo de agua, cielo y barco. La monotonía obligó a cada marinero a enfrentarse a su propia historia, a resolver duelos y a reconciliarse con ellos mismos. La introspección se convirtió, de repente, en el decimotercer marinero.

«La introspección no es solo un acto de reflexión, sino también de transformación. Es una herramienta para renacer tantas veces como sea necesario, sin esperar a un final dramático o a un punto de no retorno. Sin embargo, si no estamos dispuestos a hacer los cambios necesarios, el proceso pierde su propósito. En nuestro caso, estuvimos en un viaje por mar y uno interior al mismo tiempo. Absolutamente todos tuvimos que replantearnos nuestra vida, reflexionar sobre lo que hemos sido y lo que queremos ser. Había espacio y tiempo de sobra para hacerlo».

Ahora bien, la aventura de mirar hacia nuestro propio interior no está reservada para aquellos que han vivido experiencias extraordinarias como cruzar el Atlántico en velero. La introspección es accesible para cualquier persona dispuesta a establecer un diálogo honesto y sin juicios con uno mismo: «La acción es fundamental en este proceso, y si no existe, puede generar frustración. Es como un pájaro que descubre que puede volar, pero luego vuelve a ser encerrado en una jaula. Esa experiencia de saber que existe otra posibilidad, pero no perseguirla, puede ser más desalentadora que nunca haber tenido la oportunidad de volar», afirma Tobías.

«La acción es fundamental, y si no existe, puede generar frustración. Es como un pájaro que descubre que puede volar, pero luego vuelve a ser encerrado en una jaula»

Tampoco es necesario tocar fondo como individuo para replantearse la vida. Si bien es cierto que, para algunos, puede motivar el cambio, la introspección no debería ser una respuesta desesperada, sino una decisión consciente y proactiva. Al fin y al cabo, no todos los que tocan fondo consiguen volver a la superficie: ni es un camino fácil, ni está garantizado. Miguel Ángel Tobías utiliza una metáfora excelente para describir esta situación: «Imagina a una persona de metro ochenta que no sabe nadar, y cae en una piscina de dos metros y medio de profundidad. Muchas veces las personas en esta situación no mueren porque se hundan bajo el agua, sino que en realidad mueren en la superficie, en el espacio intermedio entre agua y aire. Es en ese punto donde el individuo, aterrado, intenta luchar constantemente por mantener la cabeza fuera del agua, y termina agotándose, perdiendo la batalla. No obstante, si la persona dejara de luchar y se dejara hundir hasta el fondo, descubriría que, al llegar abajo, sus pies podrían encontrar apoyo en el suelo. Esto le permitiría impulsarse, sacar la cabeza del agua, tomar aire, y repetir el proceso mientras espera a ser rescatada».

Algunos podrían criticar el poder de la introspección aludiendo la imprecisión humana a la hora de identificar experiencias subjetivas. Además, cuando la reflexión se centra en exceso en los «porqués», se tiende a racionalizar, lo que dificulta una evaluación precisa de uno mismo. Sin embargo, la introspección ha sido desde tiempos inmemoriales una fuente de conocimiento particularmente segura, incluso inmune a ciertas dudas escépticas. Y sigue utilizándose, la gran mayoría de veces, de forma equilibrada. Mediante la introspección, el individuo puede identificar patrones dañinos en su comportamiento, comprender las causas subyacentes de cierto malestar psicológico y desarrollar estrategias para enfrentarlos. Podría incluso, en el mejor (o peor) de los casos, hacer que nos diéramos cuenta de la falta que nos hace subirnos a un velero con una docena de desconocidos y surcar el océano, sin móviles ni tablets para hacerles preguntas, pero con todo el tiempo del mundo para buscar respuestas.

Equipo de la expedición del documental Atlántico: Navegantes del alma.

Equipo de la expedición del documental Atlántico: Navegantes del alma.

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